lunes, 21 de diciembre de 2015

Star Wars. Episodio VII. El despertar de la Fuerza


El jueves pasado, en torno a las 00:15 de la noche, asistí en unos cines de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme al estreno más importante de toda mi vida. No exagero. Ojalá lo hiciera. Por fin, tras dos años de una ilusión disfrazada de sinvivir, era 18 de diciembre, y tenía la posibilidad de ver Star Wars. El despertar de la Fuerza. Osea, el Episodio VII, nomenclatura de la que los avispados cerebros disneyanos se habían deshecho en pos de no limitar la cantidad de entregas que vendrían en los años sucesivos. También, y mucho más importante, sirviendo a la enésima estrategia de disipar el recuerdo de las precuelas que convirtieron de repente la canónica Guerra de las Galaxias en un chocante Episodio IV. Una nueva esperanza
   La historia es la que es. Puede gustar más o menos, pero es la que nos hace ser como somos. Los nuevos dueños de Lucasfilm, en su inabarcable inteligencia, han sabido desmarcarse de este axioma y moldearla a su gusto, que supuestamente es el mismo que el de todos los fans. Fuera episodios. Fuera trilogías que no sean "la original". El retorno del Jedi es lo único que fija el punto de partida: huyamos hacia adelante sin que sin embargo uno de los pasados, el más conveniente y bonito, deje de suponer el espejo donde mirarse y en el que fallezca asfixiado cualquier atisbo de originalidad. Éste es el despertar de la Fuerza que, supuestamente, queremos. Uno despojado de midiclorianos. J J Abrams piensa que con eso, y con decir "awesome" muchas veces, basta.
   Star Wars. El despertar de la Fuerza no ha sido sólo la película más importante que he visto nunca en cines, sino también la que ha provocado un mayor número de reflexiones e inquietudes en un servidor. No sólo sobre la naturaleza de la saga en la que se adscribe y despunta, sino también sobre uno mismo: como persona, como friki, como amante. Dichas reflexiones serán postergadas para otra ocasión, acaso en este mismo blog que nunca se ha visto en una semejante: lo que es ahora toca criticar la película de marras, o intentarlo, o al menos tratar de decir algo medianamente útil de ella sin que la estrechez de miras a la que estoy condenado desde que con ocho años vi La Amenaza Fantasma y supe que el cine era eso me lo impida. Aunque supongo que lo hará. No sé. Nunca he estado más rallado. Y con toda este carajal en la cabeza pretendían que votara el 20-D. La intrascendencia duele tanto...

Entre unas cosas y otras, siempre acaba siendo cuestión de elegir azul o rojo

Primer acto: Resituación.
Veamos. El despertar de la Fuerza. En sí, aislado de mí como persona que nada más empezar la fanfarria de John Williams y dar inicio la liturgia entra en estado de shock y piensa que se despide del infausto sentido crítico hasta varias horas después. El teleprompter galáctico nos informa puntualmente de todo lo que hemos de saber para entrar en materia, tan maravillosamente ambiguo y tramposo como viene siendo tradición, y el espectador es arrojado a ese fondo estrellado que tan bien conoce, con un planeta que, ¿es Tattoine? Vaya, un plano maravilloso. Los ecos de Williams están frescos en su cabeza, y la emotividad del momento y el reencuentro le aboca a pensar que es el mejor plano inicial de toda la saga. Probablemente tenga razón. Estamos en casa.
   Lo cierto es que El despertar de la Fuerza comienza de forma magnífica. Los diálogos se suceden rapidísimos, la acción igual, la historia se desenrolla y cada pequeño instante del que dispones para pensar que esto igual no tiene mucho sentido (como el personaje de Max von SydoHOSTIA, CAZAS TIE) es eclipsado con dureza por algo inextricablemente molón. Qué sanotes y tontorrones y monos se presentan los stormtoopers (o, más bien, los miembros de las tropas de asalto o las tropas imperiales, que forzoso es admitir de una vez que Internet no existía en 1977... o igual sí, yo qué sé, preguntadle a Pdro Snchz), qué presencia la del nuevo villano Kylo Ren, qué carisma instantáneo y kistch desprende Oscar Isaac. Y todo esto sólo en la primera secuencia, que posteriormente entran en discordia el bueno de Finn... y Rey.

Estoy tan entusiasmado con esta chica que ni siquiera voy a hacer referencia a que la actriz está para tomar pan y mojar. Aunque lo esté. Y cómo 

   El personaje interpretado por Daisy Ridley merece un párrafo aparte. Viendo a esta chiquilla descolgarse por el esqueleto de un crucero estelar, caminar por el desierto o regatear un poco de condumio a cambio de chatarra, a uno se le cae la venda de los ojos (no por última vez) y comprende que Star Wars nunca ha tenido protagonistas a la altura de su concepto. No tenemos por qué hablar de Anakin Skywalker y de Hayden "Si no me hubieran tocado decir esos diálogos quizá ahora tendría la carrera de Orlando Bloom" Christensen; ya se ha vertido demasiada tinta y bilis... ¿pero qué hay de Luke Skywalker? No nos gusta pensarlo porque, bueno, es Luke Skywalker y tal, pero que a lo largo de los años los niños hayan preferido jugar a ser Han Solo (un tipo que tendrá una sonrisa arrebatadora y se llevará a las gachís y todo lo que queráis, pero que no tiene sable láser) en vez del protagonista del viaje del héroe, del redentor del padre y del salvador de la Fuerza, es bastante revelador. Mark Hamill sólo conseguiría carisma con los años y la mella del cansancio que ya en Harrison Ford venía de serie, pero en la trilogía original se comía los mocos. Y esto es así. Y una chica que apenas había visto una cámara antes como no fuera para hacerse selfies en los pubs, que precisamente cuenta con un palo selfie como arma mortal para sacudir a cualquiera que le considere una "dama en apuros", y de cuyo personaje apenas sabemos nada aunque ya hayamos visto el Episodio VII (sí, en serio, ya lo he visto, me empeño en pensar cada mañana), ha sido la encargada de demostrárnoslo. Daisy Ridley se come la pantalla, y no lo hace siendo una gran actriz (en Star Wars esto no es garantía de nada) sino haciendo gala de un carisma que consume soles y evapora galaxias, que erige a Rey como una presencia poderosa, insustituible, e imprescindible para cualquier producto adscrito a Lucasfilm de ahora en adelante. Un carisma que no se extrae de una rubicunda feminazi tipo Imperator Furiosa, sino de un encanto más lírico, cercano. Rey, un personaje que es incapaz de hacer el mal. Rey, una persona ingenua y soñadora pero muy capaz de valérselas por sí misma en un mundo hostil y perecedero. Rey, un espíritu sin recovecos deseoso de conocer, saborear y exprimir la amistad. Y el amor, por qué no. El amor que todos le dispensaremos sin pedir gran cosa a cambio.
   Una presencia tan luminosa como Rey apuntala de modo aún más eficaz este primer acto que reseñábamos antes de perdernos en psicologías angélicas. También lo hace, abanderando el merchandising pero también una frivolidad a la que es muy difícil resistirse, un personajito tan bien diseñado y estupendoso como BB-8, el gran regalo de estas Navidades. Cada gesto, sonidito, carrera que se pega este droide, es la quintaesencia de la adorabilidad, y cuando se junta con Rey uno piensa que, además de hallarse frente a la película más importante de su vida, también resulta ser la mejor. Transcurre como media hora y esto es un no parar: huidas, chistes, torturas, acción por un tubo, y la lenta pero inexorable aparición de elementos de la trilogía original. El aplauso que recibe en éstas la visión de cierto montón de chatarra simboliza el fin de la catarsis... así como el inicio de una set pièce que, ahora sí, te defecas de lo molona que es.

"¡¿Dónde ezztá mi nave?!"

Segundo acto: El truco final... en el medio
Es curioso, porque uno no ha visto ni Skywalkers, ni Vaders, y ni siquiera ha sido muy consciente de la música de John Williams que ha ido sonando hasta entonces (lo cual es bastante alarmante pero no hay tiempo de pensar en ello de momento), y sin embargo está claro que esto es Star Wars, y que es el Star Wars que deseábamos tú, yo, y los cuatro románticos que lloran amargamente porque el universo expandido ya no tiene relevancia alguna. Prosiguen los reencuentros, los aplausos, y mientras la aventura se desarrolla plegándose en todo momento a la previsibilidad más tolerable, depositamos casualmente la vista sobre el villano de la función. Su nombre es Kylo Ren.
   Kylo Ren. De la Orden de Ren. A mí no me miréis, lo leí en un artículo que encontré por ahí. No es un sith, pero también tiene un maestro al que le gusta mucho aparecer por pantallas de plasma... estooo, por hologramas (se me excuse el tufo político, pero estamos de resaca electoral y este artículo es hijo de su tiempo), y sus métodos chocan con los del ala más secular del Imperio, que Domnhall Gleeson personifica con muchísimo oficio. En cuanto al susodicho Ren, éste cuenta con la voz y la planta de Adam Driver, uno de los actores más interesantes de la actualidad y que a pesar de que es feo de cojones, o precisamente por eso mismo, hace gala de un magnetismo y un talento de los que marcan generaciones. No sólo es un intérprete colosal, sino que encima posee el personaje más jugoso a nivel dramático que le podía haber tocado no sólo en El despertar de la Fuerza, sino en todo el contexto general de la saga. Revelar algo de Kylo Ren sería caer en el spoiler que obsesivamente he tratado de evitar hasta ahora (no sé si con total fortuna), pero efectivamente su psique es la más compleja y adulta de todas las que han poblado nuestro universo preferido, la que en todas las escenas en que se desarrolla permite a El despertar de la Fuerza mirar con suficiencia y cosas nuevas que decir a sus predecesoras. Sólo diré, para aquéllos que aún no la hayan visto y sigan en su burbuja de gloriosa anticipación, que en efecto este Kylo Ren es mucho más que un sable láser eminentemente poco práctico, una máscara abollada de samurai cosplayero, una voz imponente, o un casco quemado de Darth Vader con el que medirse. Sólo diré que, cuando Kylo Ren se despoja de la máscara, y afloran los rasgos cubistas de Adam Driver, el personaje es aún más memorable si cabe.

La de la izquierda es Gwendolyn Christie. La de Juego de Tronos. Le hacía mucha ilusión salir en el Episodio VII

   Por dónde íbamos. La aventura sigue desarrollándose incesante paralelamente a los reencuentros, y los diálogos se mantienen atropellados y, cada vez, más ruidosamente humorísticos. El despertar de la Fuerza, por momentos, pasaría por ser un Guardianes de la Galaxia no tan descaradamente vacuo, sino fuera por los intermedios de Kylo Ren poniéndose shakesperiano, o cierto segmento en el que recalan sobre cierto planeta, conocen a cierto personaje clave para la trama, y el ritmo se va a la puta. 
   No es para alarmarse, aún. Todas las películas de Star Wars, con la honrosa excepción de El imperio contraataca, cuentan con un bajón de ritmo en su haber: es lo que tiene no poder estar a fuego todo el rato. Lamentablemente, el tercio al que nos referimos nos muestra a las claras, por fin, que tras tanto fuego de artificio, tanta gracieta y tanta iconicidad reciclada, no hay más que una ingente nadería. O que, más bien, J J Abrams no tiene la intención de contarnos nada. Al menos en este episodio. Sus trucos de showrunner le han permitido levantar algo parecido a una historia cuyo armazón argumental es tan leve que únicamente se necesita de un personaje tan plomizo y wannabe como el de Lupita Nyongo para hacer que se tambalee todo. Hasta flashbacks ridículamente tramposos y efectistas mete el muy cabrón, mientras los diálogos se prolongan tratando de esquivar alguna revelación de importancia que le quite interés al Episodio VIII (en serio, ¿estáis gilipollas o que os pasa?, ¿¡qué puta necesidad hay de meter un cliffhanger para la siguiente entrega!?, ¿¡¿ES QUE TENÉIS MIEDO DE QUE LA GENTE PASE DE VERLA?!?)... y na, otra escena de acción bastante peor resuelta que la que clausuraba el primer acto. La cosa empieza a decaer, y yo, que hasta ese momento no recordaba que era yo, empiezo a notar un cosquilleo en el cogote. Es el sentido crítico. Es la educación de cinéfilo. Ambos, en esa sufriente y valerosa comandita, me revelan que esta película me está intentando manipular. Y que no lo está consiguiendo.

Tercer acto: El camino sigue y sigue
Rey sigue haciendo sus cosas de Rey, y Han Solo y Chewie por ahí siguen siendo Han Solo y Chewie, y Finn... no sé, a su rollo, sin molestar, aunque dé como un poco de rabia que no pueda quedarse con las manos en los bolsillos y no toque las cosas que no tiene que tocar. El despertar de la Fuerza parece seguir teniendo mucho que ofrecernos: más que nada porque aún quedan personajes de la trilogía original por salir. Seguimos en esto contando con un incesante humor que también, por su parte, empieza a incomodar un poco. ¿Esto qué es, Star Wars o la parodia de Padre de Familia? Reencuentros. El regreso de cierto leitmotiv que, al irrumpir en nuestros tímpanos, acaba por confirmar que John Williams se ha tocado las gónadas pero bien con el Episodio VII. No ha hecho nada el colega. Mucho panpanpán, mucho punpunpún, mucho reciclar las notas de la trilogía original (y sólo de ella, claro, Duel of Fates pertenece a la casta y claro...), algo de vergüenza torera depositada en el tema compuesto para Rey... y se acabó. Es cierto, amigos míos. El despertar de la Fuerza hace gala de un agotamiento creativo inédito en la franquicia. No por ser un producto mediocre, sino por algo, a mi parecer, mucho peor: por no tener nada nuevo que decir.
   Mi yo abrumado por los acontecimientos (o la falta de ellos) alcanza a comprenderlo justo cuando la Base Starkiller entra en acción, hace algo realmente feo, y le permite advertir que esto no es más que un remake de Una nueva esperanza, o La guerra de las galaxias, o lo que sea. Un remake hipervitaminado, ocurrente y realizado con entusiasmo, pero un remake a fin de cuentas. La certeza es desoladora cuantas más escenas con olor a alcanfor se suceden, y más se consolida.

Año 18 a.VII. Sigo sin saber el porqué del brazo rojo de C-3PO. Al resto de peña le sigue chupando un pie

   En cierto punto de la función, que el estómago curtido en entretenimientos ochenteros no falla al situar cerca del fin de ella, se organiza una misión arriesgadísima de rescate. Paralelamente, una incursión aérea de Ala-X tuneadas yendo a ver si a los notas del Imperio, o de la Primera Orden, les sigue haciendo los diseños Santiago Calatrava. Las miradas se tornan serias e intensas; los chistecillos, ansiosos sin dejar de funcionar como relojes suizos. El equipo de nuevos héroes está constituido, y de él sigue formando parte Han Solo, porque los relevos generacionales no van con él.
   Han. Han Solo. Amigo mío. Hermano mayor. Primo Zumosol. Padre enrollao. Significas tanto para nosotros, para mí, que cada escena que tienes en este Episodio VII que tanto sueño me quitará vale su peso en oro. ¿Cómo puedes funcionar tan bien tantos años después de El retorno del Jedi? ¿Cómo es posible que tu humor socarrón y furibundamente genuino funcione a las mil maravillas en esta época tan asquerosa en la que cada puto héroe de blockbuster trata de emularte sin llegarte ni a la cartuchera del bláster? ¿Cómo te las apañas para conseguir que sea incapaz de sentir que tengo veintitrés tacos frente a ti, para hacer que empequeñezca y uno vuelva a ser aquel niño pecoso y gordo a quien tan insulso le parecía el día a día fuera de determinado galaxia? ¿El que años después, sin que ningún ser no fílmico haya cumplido tus expectativas, pensaba que no había prenda más varonil que los chalecos? ¿Cómo lo haces, joder, Han, la vida sin saber algo nuevo de ti ha sido tan ingrata y carente de magia? Ah, y ahí está Chewie. Gimiendo, gruñendo, quejándose del tiempo que hace y pasa como yo no he dejado de hacer cada vez que he visto ciencia ficción y no ha sido La guerra de las galaxias. Han, amigo. Eres el mejor, y lo sabes, y por ti estoy dispuesto a olvidar todos los engranajes que una vez le he pillado por banda a El despertar de la Fuerza ya nunca podré soslayar. Pero, tienes que creerme, lo olvidaré en cada fotograma en el que aparezcas tú. Con esa sonrisa canalla. Esa renuencia heroica. Esa puta gracia que tienes, jodío. Luego lo volveré a recordar, pero no por ello dejaré de agradecerle a J J Abrams mientras viva que me haya proporcionado este reencuentro.


   En fin. Esto es un entretenimiento al uso, y tras una escaramuza, unos disparos, unos Ala X petándolo, es la hora del combate final del bien contra el mal. El que según la mitología sería el definitivo, pero que gracias a las pistas diseminadas por los reyes de  la ingeniería del hype sabemos que no lo será para nada. Y, para cuando los sables láser refulgen, el sentido de la maravilla está agotado. Los haces de luz entrechocan, se miden las Fuerzas, es algo que hemos visto tantas veces y queremos seguir viendo que nos sorprende la brusquedad. A mí me sorprende, por lo menos, y me apelmaza más el espíritu. Otros aplaudirán la suciedad y virulencia que le ha querido aportar J J Abrams a algo tan ritualizado y aséptico como los duelos de sables láser; yo de momento voy a encogerme más en la butaca mientras asisto al recital pormenorizado de lugares comunes que, sólo ahora me doy cuenta, El despertar de la Fuerza ha sido desde el principio.
   La acción finaliza, toca recapitular, y un giro extremadamente oportuno (y extremadamente penoso) en el curso de los acontecimientos permite que la acción siga galopando, y coloque a los protagonistas en la situación perfecta para que nos caguemos en esperar hasta el Episodio VII. Para el que quedan apenas dos años. Para el que Disney tendrá pensado un nuevo arsenal de tretas y cliffhangers a ser resueltos, por fin, en el Episodio IX. Con un poco de suerte.

Estoy agotado. 

jueves, 3 de diciembre de 2015

Sobrevivir para esto


Uno gusta de imaginarse los estudios de Pixar durante el año pasado, o durante los dos que mediaron entre la infravalorada Monstruos University y la maravillosa Del revés: esos dos larguísimos años que Pixar se tiró sin sacar película tras habernos malacostumbrado a su mayor o menor excelencia periódica. Uno se imagina, digo, los estudios de Pixar exactamente como nos los han querido vender desde siempre: un lugar maravilloso lleno de luz y de color y de abejas que nacen bajo el sol y pósters chulis y merchandising de Cars que se compran para ellos mismos porque qué curretes y qué japis y qué perfectos que son. Se arroja confeti y se comen muchos bombones cada vez que algún compañero de trabajo anuncia que va a tener otro churumbel (normalmente el sexto o así), mientras al dibujante ese de los granos y que usa Windows se le mira cada vez con mayor hostilidad. "¿Qué pasa?", le espeta el jefe de su departamento cierta mañana, "¿no vas a sentar nunca la cabeza? ¿No quieres hijos? Pon un poco de orden en tu vida y sé feliz, coño, que trabajas para Pixar". Al día siguiente el dibujante de los granos y el Windows viene a trabajar con miedo, en la ofi creo que no les caigo bien mamá no sé, y el jefe de departamento se adelanta, le encasqueta una sonrisa en la cara agarrándole de los carrillos, y se la pega con celo. Luego se da la vuelta sabiendo que es el mejor jefe del mundo, y que cuando se lo cuente a su hijita durante la merienda ésta se va a atragantar de la risa y va a soltar leche por la nariz y monerías varias. Porque en fin, ¿quién no querría trabajar en los estudios de Pixar?

Aquí nuestro nuevo amigui viendo el tráiler de Batman v Superman

   Y eso, que uno se imagina el ambiente laboral que cundió en las dicharacheras oficinas durante este par de años pasados, siendo desarrolladas dos películas a la vez: Del revés por un lado, que todos estaban seguros de que iba a petar, y El viaje de Arlo por otro, un proyecto al que ya llevaban siglos dando vueltas sin saber muy bien qué hacer con él. ¿Dejamos que hablen los humanos? ¿Metemos más dinosaurios? ¿Vemos Mi villano favorito para despejarnos un poco? Los responsables de El viaje de Arlo cada vez más agobiados; esto no va bien, estos dinosaurios son demasiado realistas, no hay ideas, creo que voy a decirle a mi mujer que si vamos a por la parejita a ver si así puedo volver a sentirme útil... De repente alguien de la sala de al lado les tira en plan de buenrro una imagen enrollada cual avioncito de papel: es el diseño de Tristeza. El adorable, adorable, diseño de Tristeza. El director de El viaje de Arlo, un surcoreano llamado Pete Sohn que trabajó en Up sirviendo de modelo para el niño hostiable (y haciendo alguna otra cosa, según insistió siempre sin nadie que le entendiera muy bien), se muerde las uñas y decide que a lo del intercambio de diseños saben jugar dos, y les envía otro avioncito de su cosecha. Se trata de un fotorrealista paisaje montañoso. Toma ya. Chupaos esa. Nosotros tenemos los mejores informáticos, ¿vosotros qué? Tres semanas después, los que trabajan en Del revés les mandan unos dibujitos que muestran dos islas con parques de atracciones encima. Los de El viaje de Arlo, que siguen teniendo el guión en blanco, les responden con la foto de una nube más real que una de verdad. El chico de los granos y el Windows, que por supuesto trabajaba en los diseños de los personajes de El viaje de Arlo, se plantea mientras tanto dimitir. Los del Departamento de Historia no dejan de chismorrear (en vez de escribir) sobre que en realidad no está casado porque es un poco "así como bujarriqui", e insinúan que un despido está en el aire. Y de repente, pum, 20 años de felicidad en el país de la piruleta. Viva.

"¡¡...Y el señor Fredricksen la tenía ASÍ  de grande!!"

   Pues sí. El viaje de Arlo es una caca. ¿Sorprendidos? Yo la verdad que un poco sí. Antes de documentarme y elucubrar todos los datos arriba expuestos (rigurosamente infundados), pensaba ingenuo de mí que si juntabas Pixar con dinosaurios difícilmente te podía salir una mala peli. Porque, bueno, no sé, eran Pixar. Y dinosaurios. Además veías los tráilers y, aunque el dibujo de los personajes no diera demasiada buena espina, todo apuntaba a una suerte de primera media hora de Wall·e revisited. Me parecía de perlas, no tanto por lo reguleras que es el resto de metraje de la peli del robot con la que dais tanto la barrila, sino porque después de la avalancha conceptual, argumental y revolucionaria de Del revés, parecía oportuno y lógico que Pixar optara, en el primer año en el que saca dos pelis, por una segunda propuesta más sencilla y menos ambiciosa, que nos emocionara directamente el corazón sin tener por qué pasar por el cerebro antes.
    No ha pasado tal cosa, y no porque El viaje de Arlo no haya resultado ser eso, una apuesta "más sencilla" (de hecho si fuera un poco más sencilla perderíamos neuronas viéndola) sino porque has de tener mucho ojo para que en estos tiempos tan cínicos, sobreinformados y condencendientes una sencillez tan buscada no se te acabe transformando en mediocridad. Y es que El viaje de Arlo es mediocre con ganas desde el mismo argumento: por supuesto que todas las pelis de Pixar van de alguien que aprende lecciones mientras transcurre su viaje de vuelta al hogar que ha perdido, pero, joder, al menos intentad disimularlo con algo. Yo qué sé, meted un cameo de Bing Bong, pero no dejéis a esta lagartija asustadiza acaparar frases de diálogo para decir obviedades mientras se hace hombre. Que además no es un hombre, coño, que es un dinosaurio.
   Porque ésa es otra. ¿Qué mierda de dinosaurios son éstos? ¿A qué becario le habéis dejado el lápiz? Y, lo que es peor, ¿por qué salen tan pocos? ¿Los libráis de ser extinguidos por el meteorito para esconderlos y convertirlos en estos muñecos de los veinte duros? No sé quién fue la lumbrera que pensó que un apatosaurio sería un buen prota (supongo que del mismo que pensó en los iguanadones para Dinosaurio, una peli de Disney que no está de más reivindicar ahora por incordiar un poco), pero me preocupan mucho más las perniciosas mentes que decidieron convertir a los pterodáctilos en villanos (villanos absurdos, ridículos y totalmente fuera de lugar) y a los T-Rex en cowboys (vale, igual esto último tiene su gracia, pero ninguno de ellos hace temblar el agua de los vasos y así no hay quien mole). Y ya. Es que apenas salen más animales. Sólo la familia de Arlo, que es fácil de distinguir del mismo porque están muchísimo peor dibujados (atención al padre, firme candidato a ser el peor papá de la ficción del último cuarto de siglo), un triceratops que cuenta con el único buen chiste de toda la función, y un montón de ardillas y gallinas. Porque, si algo queremos ver en una peli de dinosaurios, es a un montón de ardillas y gallinas dando por culo. Claro que sí. Campeones.

Del corto de al principio mejor no hablo porque ya me estoy pasando mucho con la peli y a este paso no me van a traer nada los Reyes... pero agüita, ¿eh? Para que luego digáis de Lava.
   
   Siendo caca el guión, siendo caca los dinos, ¿qué no es caca en El viaje de Arlo? Pues bueno, a decir verdad tampoco es todo tan calamitoso. Que seguimos hablando de Pixar, pardiez. Spot, el niño humano que Arlo coge como mascota, es una pasada en términos de entrañabilidad (característica para la que el estudio organiza concienzudísimas reuniones con gráficos de barras y estudios de mercado, según me cuenta una fuente off the reality) y de animación, así como todo lo no-humano y no-vivo que le rodea. Hablando mal y pronto, El viaje de Arlo supone el techo técnico de Pixar y, después de tal sacada de rabo infográfica, es bastante arduo imaginar cómo van a poder superarse. Qué paisajes, Odín santo. Qué puestas de sol. Qué nubes. Qué agua. Qué tormentas. El mundo que rodea a Arlo es tan hermoso que la peli no se hace cuesta arriba exclusivamente gracias a él y a una música que es un portento de similar calibre. En cuando enfocan a los personajes en primer plano y soltando clichés (porque la peli será casi muda, pero tiene DEMASIADO diálogo), la cosa ya empieza a perder fuelle en proporciones épicas. Diálogos y diálogos sembrados de tópicos rancios provenientes de la más carca escuela de Disney; frases estúpidas, manidas y muy poco convicentes (volvemos con el padre de Arlo, un Mufasa wannabe que no llega ni a abuelo de Piecito); escenas alargadas hasta una saciedad asfixiante e insultantemente previsible (ejemplares en ese sentido los momentos finales, que son en verdad descorazonadores por el sencillo motivo de que... no tienen corazón alguno, vaya).

La película además es un homenaje al western. No sé. Lo digo por si a alguien no se la trae floja

   Si a todo este páramo le plantas además un sello Pixar tan confuso que se hiere a sí mismo (muy propio recurrir a sangre, pesadillas psicotrópicas post-Dumbo y adultas muertes en primer plano en vuestra peli más mongoloide eh, chapeau), pues nos queda una señora basurilla de la que por suerte no va a costar nada olvidarse. Total, el año 2015 ha sido el de Del revés y, por tanto, el año de Pixar de todas maneras, y una irrelevancia como este Arlo no debería hacer que nadie se rasgara las vestiduras: los juguetitos los van a vender igualmente, y nadie tendrá por qué perder el empleo mientras no se lo busque él solito votando a Podemos. Únicamente me preocupa, en este punto, que ésta sea la última peli de Pixar antes de la multitud de secuelas y spin-offs que se vislumbran en el horizonte, por lo que cabrá preguntarse en un futuro si les vale seguir viviendo de las rentas de Del revés para mantener su intocable prestigio (yo no dudo de que les valga, pero como se pongan muy tontos con Toy Story 4 lo mismo tengo que recurrir a cagarme en todo lo que se menea, avisoanuncio).
   Entretanto, DOS SEMANAS PARA STAR WARS BITCHES. ¿Veis? Ya me he olvidado de Arlo. Pixar nunca falla consiguiendo que nos centremos en lo verdaderamente importante. 

Y, en efecto, sólo esta imagen merece mucho más la pena que El viaje de Arlo. En su totalidad

jueves, 19 de noviembre de 2015

Denis Villeneuve, o venirse totalmente arriba


Ya os lo dije. Hace años (mi memoria histórica es inconmensurable y buscar mis mierdas en Google da un inefable gustirrinín) ya os recomendé que le siguierais la pista a Denis Villeneuve. Jovenzuelo, modernete, canadiense, cara de buena persona, pocas películas en su haber, el mayor puto amo con una cámara que se os pueda ocurrir. Y, por debajo de su bonhomía, un alma atormentada para quien las oscuridades de sus coetáneas carecen de secretos: un alma transmutada en talento dionisíaco que a cada poco se deshace en estremecedoras historias con serpientes, arañas y, por supuesto, seres humanos.
   Éste es el colega. Ahora os tenéis que quedar con su cara sí o sí:

"En mis ratos libres, hago Shias LaBeoufs. Y soy mejor persona"

   ¿Y qué ha hecho el bueno de Denis para merecer tan exaltado párrafo de introducción? En caso de que no seáis los mismos lectores que hace dos años (lo cual me confundiría sobremanera) y no tengáis la menor idea de lo que carallo esté hablando, rememoraré un thriller protagonizado por Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal llamado Prisoners del que no os suena ni que fuera estrenado porque no se dejó caer en ninguna quiniela pacotillera de febrero. Bien. Prisoners era una película modélica llamada a figurar en insignias y panteones de entre cuyos portentosos méritos, sin embargo, había uno que destacaba sobre todo lo demás: la dirección. Si eras de esos cinéfilos tímidos que no estaban muy seguros de qué querían decir cuando aseveraban que tal filme "estaba muy bien dirigido", podías recurrir a Villeneuve y a su Prisoners para que te dieran la clave gráfica y ya estarle fagocitando el manubrio al tipo durante lo que te quedara de vida (que es lo que acabaré haciendo yo, si todo va bien). Cuando meses después estrenó Enemy, una formidable y aséptica ida de olla, mi admiración por sus huesos de celuloide tampoco hubo de flaquear; luego supe que sería el encargado de dirigir la secuela de Blade runner y consiguió que por fin me importara un poquillo. Por último, poco antes de recoger el testigo de Ridley Scott aprovechando el momento del día en que le cambiaba de nombre a la secuela de Prometheus, estrenó Sicario
   Ésta no supone más que una nueva constatación de lo grandísimo narrador visual que es Denis Villeneuve. Al igual que ocurre en Prisoners y Enemy, y al igual que, supongo, en Incendies (un día la veré y consolidaré el culto), el canadiense hace unas cosas con la cámara que no creeríais, y lo mismo parece darle en esto que lo que grabe con ella sea una redada de la DEA o un bautizo en Québec: lo va a petar igual, y este hecho que me gusta llamar axioma repercute en que casi no tengan importancia sus numerosos, sobre el papel, hándicaps. Es así, Sicario no cuenta absolutamente nada nuevo, no tiene enfoques revolucionarios más allá de que la prota sea una tía (aunque creo que llamar revolucionario a eso en los tiempos de Mad Max. Fury Road es como un poco de carcas eh), y abraza la totalidad de los tópicos de su género con intensidad y total transparencia. Aquí Villeneuve no pretende engañar a nadie, pues de ser así se habría apresurado en eliminar la escena donde Benicio Del Toro dice "Bienvenida a Juárez", del guión de Taylor Sheridan. Para ahorrarse pedorretas y eso. En lugar de tal cosa, lo único que hace el tipo es dirigir. Y dirige como Dios.

Nadie como Benicio Del Toro para poner caras a lo Benicio Del Toro

   Más allá de este mayúsculo recital de planos subjetivos, panorámicas llenas de vida, cielos inmejorablemente fotografiados, pinturas barrocas en movimiento, lo cierto es que hay poco que decir de Sicario. Ni en buenos términos ni en malos. El cártel mexicano es una movida muy chunga, Ciudad Juárez el destino ideal al que irse de puente, Josh Brolin hace de capullo con chancletas, y Benicio Del Toro conserva ese carisma avasallador que no impide que cada vez que lo veamos en pantalla nos preguntemos de qué pelis más lo recordamos (a mí siempre me sale Sin City, podría ser peor). El guión de Sheridan desfila con mucho tiento por todos los lugares comunes que dé de sí la historia, se muestra especialmente prolífico en diálogos tan ásperos y cortantes que ni se dan cuenta de lo estúpidos que son (ese momento en el que abres los ojos y descubres que absolutamente todo el reparto habla como si estuviera en un tráiler de dos horas), y pocas florituras se permite más allá de una subtrama que parece no llevar a ningún sitio, luego parece que sí, luego vuelve a parecer que no, y al final oye pues sí. Anécdotas y chufas aparte: aquí la estrella no es Benicio Del Toro por mucho que diga cosas molonas sobre Dios, vacunas y ovejas; tampoco lo es Emily Blunt aunque chupe mucho plano y se esfuerce por parecer trascendente en la trama; y, por supuesto, tampoco lo es el chiquín negro que sigue a Blunt a todas partes y que llegado un momento le dice como riéndose en la cara del feminismo que "a ver si te arreglas un poco, que últimamente te estás dejando cosa mala" (es probable que Sicario hubiera sido una película mejor eliminando la totalidad de los diálogos)... aquí la única estrella total y absoluta es Denis Villeneuve, que con su indómito don se las apaña para que Sicario, con un material de partida tan endeble, suponga una experiencia cinematográfica sensacional.

El de detrás de la Blunt es el arquitecto del Titanic. Esta peli no deja de sumar puntos

   No es sólo que ya la secuencia de apertura te ponga en alerta máxima: es que a partir de ahí no te permite que te relajes un solo momento (si lo haces peor para ti; luego el infarto será más tocho). Está tan bien montado el suspense, la atmósfera, la tensión, que según acaba Sicario sólo tienes ganas de irte a casa y dormir durante días, totalmente agotado. Las dos horas, así, no se pasan volando, sino que cada minuto de ellas pesa, abruma, y no tienen por qué impedirte mirar el reloj porque, maldición, estás en el lugar más peligroso del planeta y no tienes tiempo para acordarte de que tienes un puto reloj. La palabra es absorbente. El secreto, un conglomerado pantagruélico de set pièces larguísimas y angustiosas donde los tiros a la cabeza duelen como jaquecas aunque ni siquiera veas quién se ha llevado el balazo. A este respecto, tenemos el momento de lucimiento final de Benicio Del Toro, la fascinante incursión bajo tierra y, sobre todo, el viaje del convoy por Ciudad Juárez y su posterior irrupción en un atasco.
   A efectos de relevancia, quizá Sicario no sea la película que consagre a su director frente al gran público, o frente a la Historia, pero sí contribuye a apuntalar una carrera que hoy, dos años después de Prisoners y Enemy, ya no me molestaré en calificar condescendientemente como prometedora. No. Denis Villeneuve está aquí, entre nosotros, y está on fire. Bailemos alrededor del fuego, durmamos, soñemos con ovejas eléctricas, y finalmente despertémonos más enérgicos, y aterrorizados, que nunca.

"-¿Qué había en los ordenadores de ahí dentro?
-Más tráilers de Star Wars.
-Cabrones..."

domingo, 8 de noviembre de 2015

Ponme lo de siempre


Remontémonos a cuándo se estrenó Skyfall. Hará unos tres años de eso. Adele cantaba, la gente flipaba, Bardem se ponía un peinado horrible (nada nuevo), y estaba de moda decir que la mejor película de James Bond no era otra que la que teníamos ante los ojos. Las circunstancias te empujaban a ello. Era el 50 aniversario de la marca, había varios homenajes cariñosos a filmes anteriores, y por si fuera poco la película en sí no estaba demasiado mal: se imponía seguir con la fórmula para las entregas siguientes, fuera cual fuera ésta. Dado que el 007 de Daniel Craig se reinventaba prácticamente a cada nueva aventura, tampoco había que fiarse mucho. 
   Y sin embargo, Spectre es el paso lógico. Los responsables de la saga, ésos que siguen ahí al pie del cañón diciendo que son inmunes a las modas (sin que se les caiga la cara de vergüenza), y que saben muy bien cómo tratar al personaje (cuando es evidente que no), nos han sorprendido a todos haciendo, por una vez, lo menos inesperado, y lo más facilón. Skyfall era una película valiente por llevar a Bond a sitios donde nunca antes le habíamos visto, pero su valentía tenía un límite: el mismo que se erguía musculoso y burlón al desenlace de la historia, cuando sólo faltaba que Daniel Craig llevara un sombrerete que lanzara con mucha puntería al perchero colocado allí para la ocasión. Javier Bardem con menos dientes que una rana, una Moneypenny negra, una "M" con vagina, Bond bebiendo Heineken (aún no he superado eso): sí, lo que tú quieras, Mendes, eres todo un innovador, pero al final acabas en esa misma oficinica sesentera, y "M" es un hombre, y todo vuelve a la normalidad. ¿No es así?

Aquí el nuevo jefazo viendo Quantum of Solace

   Es exactamente así. Como vivimos unos tiempos megatristes, megacutres y megavagos, tanta tontuna con hacer a Bond semejante a Jason Bourne, a Batman, o a la madre que lo parió, no ha servido absolutamente para nada. O bueno. Desde luego ha servido. Hemos tenido tiempo en estos años de pensar qué era lo que hacía a Bond ser Bond (para al instante desear que volviera a serlo), de replantearnos nuestra admiración cinéfila por un personaje que no deja de ser una filfa, y de estar hasta los huevos de la sombra de Christopher Nolan más que de Christopher Nolan en sí. Tras pensar tanto, ya iba siendo hora de que las cosas volvieran a ser como antes, y acaso disfrutáramos con mayor profundidad y experiencia de las aventuras de siempre. Spectre no es más que eso. Lo de siempre. Démosle la bienvenida.
   Ahora, enfrentémonos a un James Bond clásico con todas las de la ley, sin ninguna interferencia posmoderna que nos agüe el martini. Resultado: Spectre como gilipollez de película. Una inmensa, total, deliciosa, hilarante, rematada gilipollez. Como James Bond contra Goldfinger, Diamantes para la eternidad, Vive y deja morir, La espía que me amó, Moonraker, Goldeneye, El mañana nunca muere, Muere otro día... ¿sigo? ¿Veis por dónde voy? Ninguna de las películas mencionadas son una obra maestra, ninguno de sus guionistas va un día a escribir Memento, pero, ¿y lo divertidas que son? ¿Lo entretenidas, lo locas? Si los 2000's se revelan tan incapaces de dar con enfoques realmente innovadores en un quiero y no puedo constante y agotador, ¿por qué no rendirse y seguir empleando una fórmula de la que ya conocemos a ciencia cierta su funcionalidad? Jurassic World, la película que va a definir este siglo de mierda, es de las películas más taquilleras. De toda la historia. Y vista con frialdad (lo cual no es nada recomendable) es una vergüenza. Justo como Spectre.

Fotograma REAL de Octopussy, película nº 13 de James Bond. Pues claro que podía ser peor

   Y eso que empieza de manera algo inquietante, como aún denotando ambición, como diciendo que en esta ocasión tampoco nos vamos a librar del riesgo y la relectura. "Los muertos están vivos", reza una pantalla en negro al principio, dándonos ya la clave: Si los muertos están vivos, es que nunca han estado muertos. Si acaso, de parranda. Por obra y gracia de, concretamente, el mismo Día de los Muertos mexicano que Bond se recorre en falso plano secuencia porque puede. Sea este prólogo, intenso, modélico, poderosísimo (desde ya el mejor de toda la saga), testamento de esta grisácea era que nos deja. Sorprenda por su agresividad, sea saboreada su contundencia, se deleite uno con su hieratismo (quince minutacos prácticamente mudos). Soslayemos unos créditos iniciales tan pasados de rosca como se suele que, esta vez, no cuentan con un colchón musical a la altura (muérete, Sam Smith, y si no te hace al menos cómprate unos testículos), y, ahora sí, que comience el auténtico carnaval. De nuevo, con zombies, calaveras, y moribundos de asombrosa energía.
   Poco se puede decir sobre Spectre que no se pueda decir de las pelis de Bond clásicas (sí, Casino Royale ya es por méritos propios una de ellas, pero muy a su bola). Bond dice chistes malos. "M" se enfada con él para luego reconciliarse porque sabe que es su mejor agente. "Q" le da los cacharritos y se mosquea pero en plan de buenrro con lo de en cada misión se los descuajeringue. Una chica Bond sale en dos escenas, en una de las cuales Bond le inserta la Beretta, para luego perderse en el olvido (lástima que le haya tocado a Monica Bellucci ser esta chica Bond). Otra le dura un poquillo más y parece que le cae simpática y todo (Léa Seydoux definiendo la follabilidad a cada cosa que hace). Aparece también un secuaz fuertote y callado (Dave Bautista) que tiene más química en pantalla con Bond que la chica de antes. Localizaciones variadas, idílicas y multitudinarias a lo largo del mundo, a escena de acción intrascendente por localización. Un villano, por último, caricaturesco y sobreactuado; nadie mejor que Christoph Waltz acabando por confirmar que únicamente tiene un registro (supongo que le darán otro Oscar) para la labor. 

No hay tipo con más jeta que éste. Y, aún así, vamos a seguir amándole hasta que muramos

   Éstos son algunos de los ingredientes, y la película sería la perfección si no tuviera más. Por desgracia, durante el rodaje Daniel Craig se ponía muy melancólico en los descansos recordando los días en que era un actor relevante, y vieron que el tipo no daba más de sí, y decidieron que Spectre sería su último Bond. Por tanto, los guionistas se pusieron a jugar a cerrar tramas que ni sabíamos que estaban abiertas (¿os acordáis del señor White?, yo tampoco), y a empeñarse en que Casino Royale había sido la base de un arco narrativo que con este último filme alcanzaría su final. Y no, no cuela demasiado la verdad. Hay multitud de diálogos infumables que nos lo intentan explicar, Christoph Waltz se viene muy arriba insistiendo en que "yo estaba detrás de todo", e incluso aparece un colás muy majo con fotos recicladas del Tuenti en cierto momento de la proyección. Nadie, absolutamente nadie, se cree nada. Pero bueno.
   Este esfuerzo fútil, que podría pasar por agridulce, se compensa con eso que tan dura nos la pone a los cursis vástagos del nuevo siglo. ¡NOSTALGIA! ¡Kilos y kilos de NOSTALGIA! ¡Homenajes, guiños, barriles llenos de NOSTALGIA! Y no sólo de la evidente, de la genérica que hay que incluir sí o sí porque todos hemos de tener claro que no ha habido ni habrá nunca un Bond tan guachi como Sean Connery; es que Spectre homenajea hasta al Bond de Brosnan, sobre el que los puristas se cagan tanto. Al Bond de Brosnan. ¿Os dais cuenta de la genialidad que es eso? A Spectre se la sopla todo. 
   En su argumento también encontramos una visión comprometida frente a la sociedad hipervigilada en la que vivimos, con la paranoia Snowden y tal, y aunque se plantee de manera correcta tampoco nos lo tragamos. ¿Qué es eso, Spectre? ¿Estás tratando de ser una peli seria? Anda, tonti, relájate y muéstranos la base secreta esa tan guapa donde viven los malosos. ¿Ves qué bien? Qué pocas bases secretas de malosos hay en el cine actual y qué necesarias son, diantre.
   Total, que una peli cojonuda. Desde la genial Casino Royale se nos ha venido prometiendo que James Bond volvería. Ha tardado tres entregas, pero, finalmente, lo ha hecho.

"¡Os veré en el infierno, hijos de puta!"

lunes, 26 de octubre de 2015

Mi gran gatillazo


En un mundo perfecto todas las películas de Álex de la Iglesia concluirían veinte minutos antes. Veinte, treinta, diez, los que fueran. El tercer acto, o algo así, omitido por completo. Zasca. Justo en el momento en que ya la respiración no pudiera acelerarse más, las carcajadas estuvieran cansadas de atropellarse entre sí, y la incomodidad bien entendida pugnara por parecer insoportable, aparecería "Fin" en la pantalla y todos aplaudirían con agradecimiento los mejores y más intensos coitus interruptus del cine español. El día de la bestia, La comunidad, Crimen ferpecto, Las brujas de Zugarramurdi, te dejarían con la miel en los labios, sí, pero al menos no llegarían a atragantarte, y la sensación con la que volvieras a tu existencia, que por otro lado tampoco diferiría tanto de la anteriormente mostrada por el director bilbaíno, sería agridulce pero agradable de digerir. Éste no es ese mundo. Pareció a punto de serlo en Balada triste de trompeta (a pesar del motorista-cohete), pero sólo fueron fuegos fatuos. Como siempre.
   Álex de la Iglesia los tiene tan bien puestos, es tan vasco el hijoputa, que para su siguiente proyecto luego de aquella vez que descubrimos que Mario Casas sí podía tener algo que decir al margen de sus descamisadas, se propuso hacer una película que fuera en su totalidad un tercer acto de los suyos. El despiporre absoluto. El todo vale que sentara cátedra. El mayor olé mi polla morena de su filmografía. La idea que los justificara, en un principio, no parecía mala en absoluto. Es más, resultaba brillante. Muy brillante. Cegadora. Un montón de imbéciles encerrados en un estudio de televisión grabando una gala de Nochevieja en pleno agosto. Repitiendo tomas. Aplaudiendo como autómatas simiescos con crótalos. Soportando calor. Soportando EREs. Raphael, el motherfuckin Raphael, como invitado de excepción. Sobre el papel, en efecto, una de las mejores ideas de la historia. En pantalla... comprobémoslo.

¿Estaría el resultado a la altura de esto? ¿Podría estarlo jamás alguna cosa?

   Mi gran noche es una película que duele ver porque no dejas de pensar lo genial que podría haber sido; duele porque podría haber sido la mejor película de Álex de la Iglesia y ha resultado ser la peor que ha visto suya quien esto suscribe; duele, en fin, porque podría haber sido la película que más y mejor se cagara en los dos miles, y se queda en una zurraspa. Está tan bien hecha, con tantas ganas y tanta predisposición a darlo todo, como el resto de la obra del realizador (con excepción quizá de La chispa de la vida, que paradójicamente es una peli mucho mejor rematada). Con la misma mala leche, el mismo ritmo frenético y la misma vocación de cachondeo desacomplejado y negrísimo que hemos de reclamarle como penitentes a Su Vascongadísima Eminencia. Y, con todo, es un gran bluff. Uno que duele, y que da mucha vergüencita ajena.

Aquí Adanne cantando Bombero, que es como en la peli han parodiado el Torero de Chayanne. Todo como con mucho subtexto, como se puede inferir

   Mi gran noche es también una historia, por llamarlo de algún modo, coral. Tiene más peña dentro, y más fostiable, que un Primark céntrico en rebajas (o sin ellas; en cualquier caso dejad ya de ir, joder), y ocurre forzosamente que no toda ella se merece el mismo interés. De hecho, el interés del que gozan ciertos individuos es inversamente proporcional al tiempo del que disponen en pantalla, y nos encontramos con que Blanca Suárez y Pepón Nieto son los más beneficiados de la coyuntura. Profundizamos: una Blanca Suárez que sobreactúa hasta rozar la ilegalidad y eclipsar su extrema follabilidad, y un Pepón Nieto que no puede ser más soso, ni más insustancial ni másSE ACABÓ HABLAR DE PEPÓN NIETO. También chupan mucho más plano de lo imprescindible los petardos que están sentados con ellos en la mesa; además de unas chonis y un argentino bajito y coñón que se creen que están en la primera secuencia de Indiana Jones y el templo maldito y por eso creen que tienen algo de gracia. Y no.

Blanca Suárez podría haberse limitado a estar buena, pero no, tenía que demostrar además su vis cómica

   El resto es algo mejor, pero tampoco mucho más. Hugo Silva y Carolina Bang gritándose mucho y teniendo una escena ocurrente (que algo compensa); Terele Pávez haciendo una actuación flojísima por contagio; y Santiago Segura yendo muy deprisa de un lado a otro. Carmen Machi sale en dos escenas y está maravillosa en ambas; Ramón Ordóñez sigue siendo un diamante en bruto que nadie en España se molesta en pulir; y Mario Casas repite su papel de tonto adorable, con muchísima menos eficacia que en Las brujas. En un plano algo superior se encuentra Carlos Areces con un personaje que no tiene ni pies ni cabeza pero que aún así se apaña para salvar y, sí, por último está Raphael. El llentelmén lo da absolutamente todo en Mi gran noche, aunque la película no se lo merezca y ni siquiera su personaje se llame Raphael; en su lugar es Alphonso, una construcción satírica que pese a todo cuenta con el mismo repertorio musical que Aquél, y con su misma elegancia, y saber estar, e indómita habilidad para hablar con las señoras. Está arrebatador, reclamando un protagonismo que se deje de ingratas coralidades, saliendo como unos veinte minutos en total. Ah, y SPOILER: ni siquiera es él quien canta Mi gran noche. En el momento presente estoy en trámites para que la sala adonde fui a verla me devuelva el dinero. Muy fuerte.

"-¡¡¡Que cante "Soy un truhán, soy un señor"!!!
-Hijo de puta...

   En definitiva, poco hay que funcione en el nuevo circo de Álex de la Iglesia. Todo en él es ruido, exceso e idiotez... y claro está que su obra nunca ha sido ajena a estas nociones, pero nunca le había resultado a la vez tan ajena al público. Uno ve Mi gran noche, que es una película 110% De la Iglesia, y hasta llega a preguntarse si no le han tomado el pelo durante veinte años. ¿Las películas del director más audaz y estimulante de nuestro cine eran así todo el tiempo? ¿Cómo y en qué momento nos hechizó? ¿Siempre ha sido tan desastrosamente evidente empleando la crítica social? ¿Tan chapucero en la construcción de momentos cómicos? ¿Tan mal director de actores?
   En momentos como éste, de tan desazonado que estoy, no acierto a dar con una respuesta, y todo por culpa de Mi gran noche, una de esas películas tan malas que parecen aún peores de lo que en realidad son. Lo que no quita, claro, que espere con ansia lo nuevo de Álex de la Iglesia, como siempre hago y siempre haré. Porque, si algo me ha enseñado éste, es que la estupidez humana es tan inabarcable como deliciosa. Y que, si eres español, aún más.

domingo, 18 de octubre de 2015

Hoy en Marte hace un día abrasador


A Ridley Scott hay que quererle. Cuesta mucho, sobre todo en estos tiempos que corren, pero hay que quererle. Un director que ha visto empujado su nombre a la Historia del Cine como quien lanza una china al aire y pasa un pajarillo y se la traga no puede caernos mal. No puede, aunque se empeñe. Aunque haga cosas como Prometheus, Exodus, Hannibal o Legend, entre otros despiporres. Aunque haya sacado adelante una película-fenómeno como Blade runner sin tener ni puta idea de lo que estaba haciendo (¿cuántos montajes hiciste, Ridley?, decídete de una vez, maldición). Aunque su última gran obra haya sido El consejero, una de las películas más incomprendidas de los últimos años. Incomprendida por un servidor, especialmente. 
   Ridley Scott mola porque, ante todo, es un currante. Saca peli cada 365 días, toda la atención planetaria pende sobre su cabeza, y él se encoge de hombros y sigue rodando. Sólo eso, rueda. Si Alfonso Cuarón o Christopher Nolan se hubieran hecho cargo de la adaptación fílmica de la novela The Martian habríamos estado hablando del proyecto desde hace tres años mínimo y con un hype elevado al cubo; sin embargo, fue Ridley quien se encargó y lo hizo en base a un rodaje que probablemente no durara más de tres semanas, y del que casi nadie se enteró en su momento. Se trata del director de culto de la actualidad con una vena más puramente artesana y eficiente, un Woody Allen de lupanar que sólo se limita a seguir tirando pese a quien pese, poniendo en escena los libretos de tipos de lo más heterogéneo: desde Cormac McCarthy hasta el despreciable Damon Lindelof pasando por ese MAC hundido en el retrete que debió escribir Exodus. Ahora el escribidor es Drew Goddard (La Cabaña del Bosque), y según dicen ha sido extremadamente fiel al original literario. Con lo cual, de nuevo, no queda nada de Ridley Scott en la nueva película de Ridley Scott. Sólo su profesionalidad.

El protagonista dándose una vuelta de recuerdo por el Tuenti
   Alaban mucho The Martian por ahí y siempre suelen hacerlo en los mismos términos. Una pura y dura película de aventuras de las de toda la vida. Alegre, optimista, vitalista. Libre de oscuridades o ambigüedades, que no busca trascender de ningún modo y que aún así, de una manera extraña, lo consigue. Un Robinson Crusoe del espacio con la vocación pseudocientífica de un Julio Verne. Vamos, que sí, que éste es un buen Ridley. Pagad la entrada y disfrutad mientras podáis, que en nada llega la secuela de Prometheus (muy poéticamente llamada Alien: Paradise Lost).
   La novela original fue escrita por un chiquín llamado Andy Weir, entrañable nerd de las cosas espaciales que escribió un blog o no sé qué hostias y se hizo de oro. El tío no había pisado una nave en su vida, pero la comunidad científica estaba que no cabía en sí de dicha viendo lo documentados y lógicos que eran los apaños de Mark Watney para mantenerse con vida ahí solico en el planeta rojo. Ya fuera cultivando patatas con sus propios excrementos o haciendo unas movidas que flipas con el sistema hexagesimal, The Martian era la película que los enteradillos tenían que ver sí o sí. Porque, además, se lo pasarían chachi, imbuidos por todo ese buen rollo calculado según la cantidad de canciones chachi que fueran introducidas cada chachi cuarto de hora (Don`t Leave Me This Way, Starman o I Will Survive ahí a tope: una setlist nada evidente como se puede comprobar). ¿Cuál sería entonces la pega de la nueva de Ridley? Porque siempre hay una pega, ¿no?

Éste es Andy Weir. Poca broma cabrones, que sabe un montón sobre... yo qué sé, la gravedad

   La pega es que nada de esto cuela. No cuela esa banda sonora tan pretendidamente cool (qué daño ha hecho Guardianes de la Galaxia) ni cuelan esos tintes cómicos que al menos en mi sesión tuvieron que causar muchas sonrisas, porque lo que son carcajadas ni una. Matt Damon hace una interpretación exactamente igual a la que su amiguete George Clooney realizara hace dos años en Gravity: un tipo encantador y risueño más ingenioso que los chrismas; el perfecto yerno, el gran CUÑADO. A este polloperas lo dejan solo en Marte (que es un planeta diferente a la Tierra carente de oxígeno y totalmente deshabitado, no está de más aclarar), y le falta tiempo para liarse a hacer chistes con su camarita y vacilar a los mismos señores de la NASA que se están dejando el sueldo en devolverle al hogar con sus padres (porque ésa es otra, el tío como es botánico no tiene ni mujer ni descendencia ni hay drama conyugal ni nada). Y sí, todo esto será muy agradable de ver y te pondrás genuinamente eufórico cuando el tío plante su primera patata o quiera emular a Iron Man en una situación francamente poco recomendable... ¿pero dónde está la emoción, el drama... la humanidad, pardiez? Las reacciones del Mark Watney este son tan increíblemente irreales que justo en la única ocasión en la que éste se agobia por el marrón en el que se ha metido (o en el rojo, jiji) caemos en la cuenta de lo mal actor que ha sido siempre Matt Damon. Y así no hay quien empatice con él; sólo deseas que le practiquen cuanto antes un Desafío Total y se vaya por ahí a hacer sus Bournes, o lo que sea.

"-Pues en la nueva de los Coen vuelvo a hacer de tonto..."
"-No te vas a callar nunca, ¿verdad?"

   Ahora bien, los personajes secundarios están perfilados de modo impecable; y es algo que tiene mucho mérito porque hay como treinta y todos son funcionarios. Por ahí aguantando las tontás del Watney están Jessica Chastain (que es incapaz de estar mal en ninguna peli por muy científica que sea), Jeff Daniels, Sean Bean, Michael Peña, Kate Mara, Kristen Wiig (simplemente preciosa) y el negro de Doce años de esclavitud del que paso de buscar el nombre en FilmAffinity para deletrearlo bien. Todos y cada uno de ellos muestran una personalidad verdaderamente auténtica, natural, conscientes de que no es necesario caer bien a toda costa para resultar encantadores, y acaba ocurriendo que es la trama relacionada con todos ellos la única por la que la peli llega a ser mínimamente estimulante. En una trama sin villanos ni superpoderes ni tías en pelotas, lo único que tratarán de hacer estos tipos será rescatar a ese Arturo Valls de la vida, y nosotros querremos muy fuerte que lo logren. 

Aquí cuando Kate Mara propuso que vieran todos juntos su peli de 4 Fantásticos

   Por supuesto, la totalidad de fallos enumerados, salvo tal vez la incompetencia de Damon (que no ha de ser un hándicap si se emplea bien, véase Infiltrados), e incluyendo el pedestre soundtrack, cabe achacarla a la novela original, que según tengo constancia da aún más la chapa con los intríngulis de ciencia y tediología. Eso no hace a la película ni mejor ni peor; únicamente da un poco de penica cuando se la compara con algo tan colosal como Interstellar, obra con la que comparte tanto mensaje (lo grande que, mira tú por dónde, es el ser humano), como actores, como ínfulas divulgativas (está bastante aparente el momento en el que idean cómo rescatar al marciano, pero, ¿por qué el susodicho tiene que explicarlo ABSOLUTAMENTE TODO?). La grandeza que poseían todos y cada uno de los fotogramas del filme de Christoper Nolan aquí es alcanzada con cuentagotas (Marte está muy bien recreado, las cosas como son, y algún plano en el que se ve a Damon de lejos con la música de Harry Gregson-Williams es genuinamente acojonante), y desde luego se halla a años luz de los mejores momentos de la carrera de su hoy tan vilipendiado director.
   Así que sí, una peli bastante aburrida que intenta tanto gustar a toda costa que deja frío. Pero tú sigue a lo tuyo, Ridley, ahí trabajando; ya no tienes nada que demostrar. Tampoco es que lo hayas tenido nunca.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Allá vamos otra vez

Bien avanzado el metraje de Irrational Man, la nueva albondiguilla de Woody Allen, Emma Stone pone una sonrisa irresistible, como todas las suyas, y desdeña el regalo que le acaba de hacer Joaquin Phoenix diciendo algo así como que no quería "algo práctico". 
   A lo largo de los últimos años, la experiencia fílmica que nos proporciona el genio neoyorquino, (habida la cuenta de la fe depositada y la final previsibilidad, más propiamente pasaría por ritual) ha acabando deviniendo en un acto muy poco práctico. Un sinsentido. No es algo malo. El personaje de Emma Stone está enamorada del absurdo, la utopía, el insensato desafío que supone el enigmático profesor Joaquin Phoenix, un tío que, sencillamente, no podría estar más jodido, y que también posee sentimientos encontrados en torno a la noción de la absurdez. Emma no ha de buscarle sentido a nada; Phoenix se ahoga en una existencia que adolece de la falta de él. Y, más allá de diversas metacinematografías, está la carrera del director. Que, actualmente, tampoco tiene el más mínimo sentido. De la cual, hace tiempo que no sacamos nada en claro (yo mismo intenté hacerlo al respecto de la última, sin éxito). La misma que, lo que son las cosas, nos mantiene enamorados. O al menos dependientes.
   Uno va a ver la nueva peli de Woody Allen sin plantearse el porqué. Sabe que le van a dejar a medias, que perderá el tiempo, que está claro que no va a ser el nuevo Match Point. Incluso al acabar la proyección es posible que diga "se acabó, a la próxima no pico", y 365 días después, pique. Finalmente, en un acto de contrición que suele depender de la cantidad de bluffs seguidos que se haya comido, le crece en el rostro una mueca cínica y dice "sí, voy a ver lo nuevo de Woody; será una mierda pero es la tradición". Se escuda en que no espera nada. En el fondo lo espera, porque es humano, pero cree que así dolerá menos.


   Ahora bien, Irrational Man es la película más interesante que ha hecho Woody Allen en lustros. No quiero decir que sea la mejor, ni tampoco que haya planteado temas inéditos en su abultadísima obra. Es más simple que eso. Éste su enésimo acercamiento al existencialismo, por suceder de una manera tan específica y tantos años después de Delitos y faltas (la película que resume su filmografía por entero y en la cual Allen habla de TODO), permite establecer una reflexión bastante jugosa sobre la totalidad de su filmografía, y adentrarnos de manera más sincera en lo que caray se le esté pasando al director por la mente. Esto se logra tan fácil como poner a un tipo con la cara de Phoenix a jugar a la ruleta rusa: despreocupado, sin nada que perder, en realidad angustiado por estar haciendo esto y no ese algo más "práctico" que se le escapa. La carencia de sentido en la vida, que para Allen es irrefutable (y así lo ha venido diciendo siempre por más placebos en forma de Manhattan, La rosa púrpura de El Cairo o la misma Magia a la luz de la luna, que haya proporcionado a su público), es el leitmotiv de la mayor parte de Irrational Man. Allen se las apaña para ello, a decir verdad, y con excepción del evidente acierto de casting con Phoenix, de una manera bastante chusca: bien valiéndose de diálogos tan exhibicionistas que duele (ya hace tiempo que perdió definitivamente el pulso en cuanto a esta materia), o haciendo una adaptación más o menos literal del Crimen y castigo de Dostoievski, Irrational Man es un filme en su mayor parte sin brillo. Más o menos entretenido, bien actuado, bien dirigido. Albricias, lo que es un Allen, Esta vez parece que tiene cosas que decir, y las dice, pero salvo cierta pirueta sobre el final que francamente no me esperaba y que quiere desmarcarse de todo lo establecido para embrollarlo todo aún más y apuntalar el meollo, lo hace sin mucho entusiasmo.
   La vida es absurda, nos viene alertando Woody Allen desde Annie Hall. Su obra posterior siempre se ha solido mover bajo este supuesto. Y sin embargo ahora, en el año 2015, plena evidencia de su agotamiento artístico y espiritual, igual no sigue queriendo los huevos.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Es la hora de las tortas


Se dan ocasiones, si no todas, en las cuales el hecho de que una película nos parezca mejor o peor depende exclusivamente del momento en que las visionemos, de una especie de "sentido de la oportunidad" al que se doblegue su percepción de bodrio, obra maestra, o cult movie. A este influjo circunstancial se adscribe nada menos que eso que este verano nos la está poniendo tan dura, el género nostálgico, que gestiona su razón de ser en función a películas que sólo amamos porque las vimos cuando no teníamos ni puta idea de nada. Que sí, que muchos dirán que el guión de Los Goonies es una obra maestra, que es portentoso el carisma de sus protagonistas, deliciosa la figura de Slot en su contexto naif y desprejuiciado. Amiguitos, me gustaría que probarais a imaginar cómo sería ver la obra magna de Richard Donner en pleno 2015, y que no fuerais tan conscientemente mentirosos al decirme que os gustaría igual. El cine es así, el ser humano es así, y a mí no me parece mal. Lo que tiene todo esto, no obstante, es que cada tanto se cometen injusticias.

Se supone que Slot tiene gracia y Jar Jar Binks no, ¿no es así? DOBLE MORAL

   Los 4 Fantásticos, dirigida por Tim Story, fue estrenada en 2005, el mismo año que Batman Begins. Ésa fue y ha sido siempre su cruz. El pobre Tim Story, y los amigables guionistas que hoy día siguen buscando quien los adopte, no tenían manera de saber lo que Christopher Nolan conseguiría aquel año, y lo que aún le quedaba por conseguir. Osea, ahí estaban las dos primeras pelis de Spider-Man, dramáticas y complejas, pero coloristas y siempre divertidas, con sendos taquillazos. X-Men, como siempre, iba por libre, pero de verdad que no parecía mal momento para estrenar su peli. De hecho no lo fue, no en vano cayó secuela, pero todo el mundo actualmente la odia, incluso (o sobre todo) aquéllos que la vieron en su momento y les gustó. Los 4 Fantásticos, segundo intento del celuloide por adaptar las aventuras de la Primera Familia de Marvel, nació ya como una película pasada de moda y ajena a la nueva sensibilidad colectiva aunque tardara en notarlo lo mismo que el público en convertirse en ese ente taciturno, cínico y cortarrollos post-11S. Y en ésas, poco ha de importarnos (hemos pasado página) que vista hoy la peliculita de Tim Story sea un divertimento perfectamente válido, bien pensado, y que nunca se toma en serio a sí mismo... aunque, un momento, ¿no son divertimentos válidos, bien pensados y nunca demasiado serios los que hace Marvel en la actualidad? ¿No son justo esos blockbusters los que lo petan?
   4 Fantásticos, dirigida por Josh Trank (en su mayor parte), ha sido estrenada en 2015, alrededor de diez años más tarde de cuando debía haber salido a la luz. ¿Y qué tenemos aquí, aparte de la peli que más desprecio, odio y morbo ha suscitado en los últimos tiempos? Pues una muestra valiosísima de que quienes sean los de la Fox que están a cargo del proyecto no sólo no se enteran de un carajo, sino de que ni siquiera van al cine o tienen el más mínimo interés por los superhéroes (¿Guardianes de la Galaxia? ¿Hola, os suena, Chris Pratt? ¡¿Dónde estuvisteis durante el verano de 2014, en Corea del Norte?!). Lo único que parece importarle a esos buitres autistas es mantener a Marvel alejada de la jugosa licencia que consiguieron hace siglos y sobre la que Roger Corman fue el primero en cagarse, para hacer dinero a expensas de espectadores que nunca estarán convenientemente preparados para sus productos... PORQUE SERÁN LANZADOS EN EL MOMENTO MENOS INDICADO.

Es bastante imposible no mirarle constantemente la cosa a La Cosa. Yo lo intenté, pero nada

   A ver, tampoco estoy diciendo que, de haber sido estrenada en el 2005, 4 Fantásticos hubiera dejado de ser la basura que, en efecto y de un modo que no os podéis ni imaginar, es. Simplemente ocurre que, como parte de ese público en constante cambio de sus prioridades y cada vez más saturado del género, me cabrea aún más percibir cómo estos espantajomanes de poca monta no pintan nada en un mundo que ya superó el nolanismo (aunque aún queden apestosos resquicios como El Truño de Acero y demás escorias que le sucederán), en el que todos los héroes eran ceñudos, con traumas, sentimiento de culpa y sensibilidad proletaria. Y esta nueva confusión no tiene que ver, como le ocurrió a Tim Story, con la mala suerte; los idiotas de la Fox no tienen esa excusa... como tampoco se pueden justificar echándole toda la culpa a Josh Trank, que igual sí, es un gilipollas insoportable, pero que tiene cara de mínimo haber visto Los Vengadores. ¿Cómo os comportaríais vosotros si os tocara en gracia dirigir semejante cosa, sabiendo que ni la más mínima decisión artística de tu cosecha será tenida en cuenta, y que ni los de arriba se han tomado el producto verdaderamente en serio? Pues exacto, estaríais encabronados todo el día y lo tendríais que pagar con alguien. En el caso que nos ocupa, como anda Miles Teller por ahí (que otra cosa no, pero tiene pinta de ser un tocapelotas del calibre 48), es obvio que va a ser el reparto. Y que, sí, al final te vas a ir a la puta calle. Por mucho que durante un efímero periodo de tiempo pensaran en ti para el primer spin-off de Star Wars y fueras la nueva promesa de Hollywood. En fin, yo no he visto Chronicle, pero apuesto la vida a que el amiguete Josh Trank tiene bastante más talento que Colin Trevorrow, que aprendió a dirigir viendo telefilmes de Antena 3.

Al menos estaría bien quedar con él y que nos contara su versión de la historia. Seguro que habría coca

   Total, justificado medianamente lo justificable, sigue sin haber por dónde coger una película como 4 Fantásticos. No es sólo lo ya dicho, su inoportunidad, su colosal error de cálculo, sino que hay tanta estupidez en cada uno de sus aspectos que ni el espectador más voluntarioso puede mantenerse a salvo de la vergüenza ajena. Ojo, lo que es un servidor no tiene demasiado en contra de las películas solemnemente malas (de hecho, un día antes vi Sharknado 3, que es algún tipo de obra maestra), mientras sepa extraer algo divertido o instructivo de ellas (NO hagas eso, NI SE TE OCURRA hacer esto otro, POR DIOS dedicarse al cine no puede ser tan difícil). De 4 Fantásticos quizá es posible sacar alguna lección, pero es una lección, y eso sí que es lo imperdonable, TAN aburrida... Habréis oído decir que sólo hay una jodida escena de acción en toda la peli, que dedican algo más de una hora a explicar el origen de los colegas, y que, en fin, la Antorcha Humana es negro (que oye, muy buen trabajo en ese aspecto también, campeones: estupendo oscurecer la epidermis de un tipo vago, insolente, con afición a las carreras ilegales y al que no parece importarle mucho que lo mangoneen; tranquilos, no sois naaaada racistas). Habréis oído decir todo eso y mucho más, pero hijos míos, los rumores se quedarán cortos, o quizá magnifiquen demasiado lo que algunos podrían pensar que es otro tipo de Sharknado. Gran error. 4 Fantásticos no es divertida ni cuando pretende serlo ni cuando no lo pretende (que es durante la mayoría de las... ¿en serio?, ¿sólo duraba una hora y media?). Es una película tan jodidamente mala que no tiene ni gracia; sólo es un tostón, y un tostón muy ofensivo, incluso para los que no han leído ni un solo cómic y, gracias al cine, no tienen la mínima intención de ello. 

Película de culto en 3, 2, 1...

   El listado de ultrajes a este respecto es holgado y generoso, y agravado por comparación a algunas buenas ideas que quedan en agua de borrajas. La relación de Ben Grimm y Reed Richards parece ser por momentos el eje del asunto (incluso Miles Teller se esfuerza un poco), siendo bonita y fácilmente susceptible a la empatía del público... hasta que obtienen los poderes y se convierten en La Cosa que se quedó sin set pièce de lucimiento por culpa del montaje que hizo el enésimo soplapingas al cargo, y en un Mr. Fantástico más cutre y rígido incluso que el de Ioan "Whatever happened to" Gruffud (al menos él utilizaba sus poderes para alcanzar el papel higiénico; el chaval de Whiplash no es capaz ni de encontrar a La Cosa cuando se lo propone, que ya hay que ser inútil). El triángulo amoroso de Richards, Sue Storm y Victor Von Muerte parece de primeras estar cuidado y ser relevante para la trama de alguna forma, aunque chirríe lo hipster que han querido volver a la damisela (escucha Portishead, colegas, NOLAN, TODO ESTO ES CULPA TUYA)... hasta que, habéis vuelto a acertar, consiguen sus poderes, y Sue Storm puede volar y cambiar de peluca a velocidad supersónica, mientras que el Doctor Muerte... pues oye, acaba consiguiendo un pack superpoderil bastante completito. Tan pronto hace estallar cabezas como lanza electricidad como SE SUBE A PIEDRAS MUY ALTAS como se pone una capucha y parece aún más malvado. Un villano muy apañao, de lo más fantástico de 4 Fantásticos. Hay donde elegir.

¡He descubierto que hicieron un videojuego de la del 2005! ¿No es brutal?

   Parece divertido, pero en serio, que no. Que es una birria. No merece la pena que la vea nadie. Joder, hasta es imposible conciliar el sueño por culpa de los experimentos de los huevos que Reed Richards hace desde el minuto uno y que indefectiblemente hacen explotar cosas. Que qué mala que es la peli joder. Osea, tampoco hagáis caso de los apocalípticos que campan por ahí; no es la peor peli de superhéroes de la historia boñiguera como podría ser Spider-Man 3 o Batman & Robin (porque, insisto, ni siquiera es divertida), pero agüita. Qué horror de actores (Jamie Bell, amigo Billy, primero King Kong y ahora esto, chúpasela a Von Trier y que vuelva a darte trabajo, por lo que más quieras), de guión (si esto es lo que las lumbreras del Nuevo Hollywood entienden por darle profundidad a los personajes anda y que los folle un pez), de efectos digitales (¿había quien llamaba "cutre y televisiva" a la peli de Tim Story?, me mofo), de, ODÍN BENDITO, final. No sé si llamarlo spoiler sería apropiado (yo más bien lo llamaría quimioterapia), pero allá va: la escena final va de los cuatro chiquines pensando qué nombre chuli ponerse. La Antorcha Humana demuestra tener algo de sentido del humor por primera vez en su vida (aunque sea al nivel del hijo de Will Smith en el remake de El Príncipe de Bel-Air), y propone uno. Qué partida de ojete, qué cabrón. La Cosa propone otro. La Antorcha Humana por primera vez se mete con La Cosa. POR PRIMERA VEZ. Una puta hora y media. Y Mr. Fantástico da con la solución. Fin. Ojalá que toda la película hubiera sido esa conversación, la verdad.

Y no, ni siquiera hay cameo de Stan Lee. Ni escena poscréditos. Claro que de esto último no estoy seguro porque salí echando hostias de allí

   Total, que he de estarle muy agradecido a 4 Fantásticos y a los cagabandurrias de la Fox. Ahí donde los veis, han salvado mi verano. 

miércoles, 19 de agosto de 2015

Corre, Tom, corre

Está siendo un verano tan soso que lo mismo la semana que viene acabo viendo Los 4 Fantásticos por puro interés empírico, voy avisandoanunciando. Quiero decir, por un lado hemos tenido Inside Out como epítome de todo lo bueno que te puede pasar durante una hora y media cualquiera de tu vida; y por otro esas alegres francachelas nostálgicas que, contrariamente a lo que su naturaleza pregonaba, ya he olvidado por completo... o casi (¿han puesto a Colin Trevorrow al mando del Episodio IX?, ¿acaso alguien ha sido capaz de ver Jurassic World y no pensar que estaba dirigida por, no sé, un notario?). Total, que cada blockbuster veraniego de este 2015, a falta de Ant-Man, que no vi tanto por no querer que Marvel me volviera a timar como por no encontrar a ningún acompañante que se prestara al sablazo, se ha suscrito religiosamente a la corrección, anticipado a cualquier alzamiento de ceja, desechado cualquier riesgo. Y lo nuevo de Tom Cruise no ha sido una excepción. Cómo iba a serlo, tratándose del hombre más listo y adorable de Hollywood.

"¡¡Es la hora de las tortas!!", llamaré a mi crítica. Veréis qué bien nos lo pasamos :)

   Vaya por delante que Misión Imposible no es una de mis sagas favoritas. Como, estoy seguro, tampoco lo es de nadie. De hecho, ha habido días, y los volverá a haber, quizá un par de meses después del predecible taquillazo que ha sido esta última aventura, en que Tom Cruise sea la única persona de la Tierra que piense que lo que le ocurra a Ethan Hunt (osea, Tom Cruise) le importa a alguien. La última superestrella, en su egocéntrico subconsciente, cree que realmente hay gente que recuerda lo que las siglas FMI significan una vez que ya han salido los créditos y el tema de Lalo Schiffrin ha vuelto a irrumpir en su máxima y badassera expresión. Cuando, ejem, no es así, como tampoco existe hoy en día alguien que se acuerde de la serie de televisión sesentera en la que se basa y con la que ni siquiera comparte al protagonista (éste sólo salió en la primera peli, dirigida por Brian De Palma, y resultaba ser, SPOILER, el malo sin carisma de turno). Total, que qué puta broma es ésta, se preguntará cualquier espectador sensato, confuso, ojos vidriosos, rascándose el mismo bolsillo en el que una vez descansó cierto dinero, el mismo que acaban de robarle. La puta broma se llama Tom Cruise, y el milagro lo han obrado, y ya vamos por la quinta vez, sus santos cojones.  

Lo mejor de todo es que esta escena sólo es el principio
   
   Después de desaprovechar la firma de De Palma en la primera (al menos más allá de esa única secuencia que todos recordamos), aprovechar lo que le permitía hacer el nombre de John Woo en la segunda (guilty pleasure por antonomasia), beneficiarse de contar con J.J. Abrams y lo clarito que lo tiene todo en la tercera  (aún hoy, la mejor de la saga), y sorprenderse del modo tan hueco e irrisorio en que el director de Los Increíbles le sirvió el potaje en la cuarta, Tom Cruise vuelve a las andadas en, no puedo creer que hayamos llegado a esto, la quinta entrega de Misión Imposible, subtitulada Nación Secreta y bautizada apócrifamente como el Caballero Oscuro de la saga, esto es, el largometraje más ambicioso, inteligente y oscuro de la franquicia. Con lo cual, recordemos fuertemente El Truño de Acero, intentemos lo mismo de manera infructuosa con Skyfall y, todos a una, echémonos a temblar...
   ... sin motivo alguno. Porque, a ver, no está de más recordar que es de Tom Cruise de quien estamos hablando. El único. El inigualable. El campeón que se sintió muy cómodo en Jack Reacher a las órdenes (es un decir) de Christopher McQuarrie, y decidió ficharle para la nueva empresa de la Fuerza Misión Imposible (lo habéis adivinado, eso es lo que significa FMI, ¡BUM!); y que ahora nos trae uno de esos blockbusters veraniegos a los que nos gusta llamar definitivos para luego obviarlos y llorar cual magdalena diabética con el final de la última de A todo gas. En efecto, un entretenimiento puro y duro; divertido, espectacular, simple. Ni más ni menos. En Nación Secreta no encontraréis argumentos enrevesados aparte del habitual y delicioso desfile de máscaras a lo Scooby Doo (que sí, será todo lo gilipollas que queráis, pero sigue funcionando tan bien como siempre), ni giros dramáticos más allá de la enésima cosa que sale mal durante la infiltración del prota en un sitio súper chungo (en esta ocasión, realmente chungo, y realmente agobiante), ni personajes complejos o que sorprendan más allá del hecho de que Tom Cruise tenga 53 años. En efecto, ya van 53 años. ¡53 JODIDOS AÑOS!, y mirad cómo se agarra a ese avión, cómo aguanta los sopapos, cómo exhibe esa sonrisa de canalla como pidiendo disculpas por ser tan jodidamente awesome. Y luego sale la zorra decrépita de Sharon Stone en bolas y la gente flipa. Por favor, seguid admirando a Tom Cruise. Al mito viviente. Seguid siendo conscientes de vuestra mortalidad, de vuestra insustancia, de lo miserables que sois por reíros de la Cienciología, de los sillones o de, bueno, Misión Imposible II.

Esta escena está guay, pero le falta UN DUELO DE MOTOS. Y que el fuego de al lado sea la estatua de un santo quemándose. Durante una procesión. En Sevilla.

   Aunque parezca mentira, sobre Nación Secreta se pueden hablar sobre más cosas que no sean Tom Cruise. Ninguna ni la mitad de geniales que él, pero probemos: El resto del reparto cumple más o menos, destacando a un Simon Pegg que nunca acaba de creerse la cantidad de metraje de la que dispone (así como el que por momentos pueda parecer que TOM CRUISE LE CONSIDERA AMIGO SUYO) y a una Rebecca Ferguson como femme fatale genérica y, pese a todo, muy interesante (ayuda a ello que en todo momento se quieran establecer paralelismos bastante toscos con el personaje de Ingrid Bergman en Casablanca, que en cierta escena le copie la jugarreta al Joker de Heath Ledger, y que su aspecto físico recuerde poderosamente a Honor Blackman... ya veis, entretenimiento descerebrado lo será y mucho, pero guiños cinéfilos también los hay a patadas). Por lo demás, en fin, está Jeremy Renner intentando demostrar que no es gay, Alec Baldwin en piloto automático (desde 2006, concretamente), Ving Rhames con sombrero, y el malo, que como es el malo de una peli de Misión Imposible no protagonizado por Phillip Seymour Hoffmann pues ni se molesta en esforzarse. En cuanto al guión, sin novedad en el frente tampoco: es exactamente el mismo que el de las películas precedentes, con la diferencia de que esta vez Hunt y los suyos deciden tomarse la justicia por su mano desde el minuto 5 en vez del 20. A esto se referían con lo de la ambición, la inteligencia y la oscuridad. Los tunos.

Momento en que se dieron cuenta de que El despertar de la Fuerza también tenía programado su estreno en Navidad. Y recularon.

   Al margen de estas observaciones malintencionadas, la película está bien dirigida y tiene momentos de sobresaliente, como el rapidísimo prólogo, la secuencia en la ópera o la persecución de las motos. Nada que la vaya a hacer persistir como la película del verano ni pueda hacer salir a la saga de ese curiosísimo limbo antes descrito. Nada que suponga el más mínimo cambio de status en la carrera de Tom Cruise. En un par de años, la sexta peli, y así sucesivamente hasta que el bueno de Tom ya no sea capaz de correr de manera que luzca genial en pantalla. Ese día, Hollywood tal y como lo conocemos habrá acabado. 
   Hasta entonces, DISFRUTEMOS: