domingo, 14 de junio de 2015

Al Rex lo que es del Rex


No me extenderé al respecto. Ya bastante lo han hecho por mí en multitud de sitios diferentes, con emociones equiparables y una nostalgia tan acérrima que ha provocado una de las semanas más bonitas de la era de Internet, con todos recordando la película de 1993 y redescubriendo en la misma la magia del cine. Porque sí. Fue en Parque Jurásico, en ningún otro sitio más. A diferencia de otros más afortunados, yo no tuve ocasión de verla en pantalla grande (tenía un añito, vale, pero eso no era excusa pardiez), y hube de esperarme a grabarla en VHS cuando la emitieron por la tele, y aún así, guardo la experiencia con un cariño extraordinario en mi subconsciente, como una de las películas que marcarían mi vida, y una de las últimas que recordaría al final de ella. Parque Jurásico. CINE. 
   En lo tocante a Jurassic World, segundo mejor estreno de la historia en EEUU, pues no, no está a la altura de la original. ¿Estamos locos? ¿Alguien llegó a pensar que eso podía llegar a ser posible? Lo contrario sería casi blasfemo, por el amor de Dios. Sí supera holgadamente, sin embargo, a El mundo perdido y Jurassic Park 3. Diantre, ¿acaso era muy difícil? El T-Rex dándose un garbeo por San Diego comiendo perritos. El Spinosaurio MATANDO al T-Rex (eso sí que fue blasfemo). Las secuelas anteriores eran malísimas. Esta secuela es mejor que éstas, pero a la vez es mucho más. 

¡SÍ, TÍO SÍ! ¡DE PUTA MADRE! ¡COJONUDO JODER! ¡YEAAAAAAAAAAH...!

   En primer lugar, es un homenaje sentidísimo y respetuoso a la película original, plagada de guiños, referencias e iconografías. Una puesta al día de la maravilla que supuso Parque Jurásico, una proclama que recuerda lo mucho que le debe el Séptimo Arte. Es maravilloso. Niños pequeños sintiéndose aventureros bajo el No Recomendado para Menores de 13 Años, adolescentes mostachudos limpiando el polvo de sus figuritas, padres revisando sus libros de Conocimiento del Medio, propios y extraños consultando latinajos en la Wikipedia. Ha vuelto. Volvemos a estar en 1993, nos grita atronadoramente Jurassic World. Es lo que siempre habíais querido, nos revela. Incluso, con su afán posmodernista tan bien entendido, se permite traspasar esa barrera y remitirnos a los 80, la época más hortera, encantadora e inocente de la historia de las Artes. Jurassic World es, en efecto, hortera y encantadora. De inocente, ahora bien, tiene poco.
   La película de Colin Trevorwood quien, por decir algo, es un tipo tan listo como el más listo de los discípulos de Steven Spielberg (carente quizá de la neta inventiva de un J.J. Abrams); es un blockbuster inteligentísimo y abiertamente autoconsciente, sin rebasar el punto en que se alardee cínicamente de lo precocinado de todo (como ocurría con Guardianes de la Galaxia, obra a la que unen más paralelismos interesantes, al margen de los obvios). Al contrario que el revientataquillas de la pasada temporada estival, en Jurassic World todo parece espontáneo, vivo, adorable en su imperfección, y sus planteamientos rompedores no van más allá de un par de ideas maliciosas ya apuntadas en el trailer. En efecto, tanto la creación del Indominus Rex como la inédita función de Velociraptores son elementos ciertamente subversivos, prostituciones del concepto que provocaron que en los meses previos yo montara en cólera cada vez que me hablaran del proyecto. Abominación, gruñía. Gilipollez, soslayaba. Blasfemia, pontificaba. Nunca, en efecto, había conocido más Dios que John Hammond, más rey que el Tiranosaurio Rex. ¿Qué me quería contar el insolente del Trevorwood este, remedo de Spielberg ya que él no se atreve a volver a manchar su nombre?

¿Quién quiere un Indominus Rex teniendo un jodido Mosasaurio? ¿O como se llame?

   Trevorwood no quiere contar otra cosa que nuestra propia historia, filtrada a través de un argumento más funcional que el mecanismo de un pisapapeles. Su proyecto proporciona una epifanía primorosamente calculada a todos los fans del parque original, la cual encuentra su mejor paradigma en cada una de las escenas que muestran el funcionamiento rutinario de Jurassic World. Con brachiosaurios BEBÉ. Con triceratops BEBÉ. Con stegosaurios, sí, lo sé es increíble, BEBÉ. Desde En busca del valle encantado la adorabilidad y los reptiles prehistóricos no habían estado tan unidos. El sentido de la maravilla, tan largamente mentado estos días, persiste. Y lo hace pese a que el CGI ha acabado matando a la estrella de la radio y los dinosaurios no se pueden permitir parecer ni tan reales ni tan fieros como en 1993. Anima... eróticas. ANIMATRÓNICAS JODER. Es lo único que le falta a Jurassic World para llegar a ser alucinante de verdad.
   Al margen de que, bueno, veamos, Jurassic World, como obra cinematográfica en sí, aislada del contexto y de las connotaciones sentimentales (sin las cuales estaría totalmente indefensa), es una película bastante pueril. Analizándola, insisto, fríamente. Ofensiva, incluso, saltarían los hijos del nuevo siglo, rasgándose las vestiduras por el aire desvergonzadamente machista del que hace gala el producto. Ahí esta gente ha apostado duro. Mientras que en el primer Parque Jurásico Laura Dern afeaba a Richard Attenborough sus diatribas de machote, en Jurassic World una voluptuosa y pavisosa Bryce Dallas Howard se despoja de su chaqueta, no así de sus tacones, y marca nervioso pechuguete ante un impasible Chris Pratt (autoproclamado macho alfa), todo con tal de demostrar que es digna de ser su compañera de aventuras. Y sí, es denigrante, pero, amiga mía, así eran los 80. Tras el corazón verde, con Michael Douglas y Kathleen Turner, película con la que tiene bastantes cosas en común, ha hecho ella sola más daño a la cruzada feminista que siglos y siglos de discriminación y Leticia Sabater.

"Pues el otro día fui a ver Mad Max..."
"-¡Calla, mujer!"

   Jurassic World parece tomarse a broma todo esto, y si no da igual, como también dan igual esos diálogos esperpénticos, esas muertes ridículas (hay un tipo extremadamente mierda que se las da de John Hammond, y como tipo extremadamente mierda que es tiene una muerte extremadamente mierda también), esas escenas de acción descafeinadas (ay, Spielberg, ¿por qué volver para Indiana Jones pero no para Jurassic World), o esos personajes monocordes e histriónicos. La película de Colin Trevorwood, y perdóneseme la expresión, es tan jodidamente vintage que parece haber sido rodada diez años antes que la película de Steven Spielberg, sensación de la que no se libra en ningún momento por muy metacinematográfica que se crea. Es todo tan premeditadamente ingenuo, tan de pandereta, que es casi de mal gusto quejarse, por ejemplo, de que los niños sean unos repelentes de tomo y lomo. Pues claro tío, "¿qué quieres?", parece decirte el filme mientras saborea la última calada de su metafórico peta, "¿cómo te resultarían Los Goonies si no hubieras visto la película hasta ahora?". Exacto, hostiables. Jurassic World es tan formidable que no sólo te mueve a la nostalgia, sino que te instruye sobre ella, ilumina sus recovecos, te hace descubrir verdaderamente en qué consiste, y manufactura un nuevo tipo; nada genuino, pero reivindicable: la nostalgia de la nostalgia. Esta película es para estudiarla en las escuelas joder.

"¡¡Danos tu chaleco!! ¡¡QUEREMOS ESE CHALECO!!"
 
   Por lo demás, una obra de realización plana, nivel actoral justito (Chris Pratt está mejor que en Guardianes de la Galaxia, pero aún le queda mucho que aprender para convertirse en el Harrison Ford del siglo XXI), banda sonora reciclada y usada cual hilo de ascensor, desarrollo previsible a más no poder, chascarrillos de videoclub, y guión como excusa para ir de una escena con bichos a otra escena con bichos. Todo, por tanto, correctísimo. Todo destinado a gustar, a que Jurassic World sea la quintaesencia del blockbuster veraniego. Todo encaminado y justificado por ese plano final que tiene mucho de filosófico y mítico, de clausura de una época y de apertura a la siguiente. En otras circunstancias, sí, no hay duda de que Jurassic World habría sido nuestra película favorita de la infancia. Y no por nada, sino porque tiene dinosaurios. Muchos dinosaurios. El acierto de Colin Trevorwood fue comprender que no necesitaba más que eso.
   Vamos, que ya estáis moviendo el culo para ir a verla.