martes, 25 de febrero de 2014

Distopías de ayer y hoy

Ocurre a veces que esto de escribir en el tono que yo suelo, el dudosamente humorístico, el diametralmente amargado, el modo de autodivertimiento onanista que deriva en que considere que el hecho de hacerme un blog haya sido la mejor idea que he tenido en los últimos tres años, justo por detrás de dejarme la barba, se ha de topar con una peliaguda situación que puede dar al traste con toda esta concepción conceptual de la blogosfera, de la libertad de expresión y de la natural tendencia de los varones a dejarse crecer el vello facial. Esto es, encontrarse con algo de lo que hablar, como es el caso de mi visionado de Her, de Spike Jonze, que no estás seguro de cómo hacerlo, y, más aún, si eres mínimamente digno de ello. ¿Pies de fotos chorra? ¿Paréntesis que no vienen a cuento? ¿Insultos totalmente gratuitos? No, como que no procede. Como que te sientes sucio.
   Esto ya ocurrió el año pasado, cuando vi The Master (casualmente, o no, también protagonizada por Joaquin Phoenix). Sentí algo parecido a la humildad, a la insignificancia de un ser humano que se asoma al arte sin que le dé tiempo a comprenderlo en su totalidad pues ya ha sido absorbido y asfixiado por su hálito. Cómo escribir sobre algo de lo que sientes que no tienes derecho a escribir, que te supera y te trasciende, y te hace sentir culpable ante el más mínimo comentario cáustico que tu pajillera mente pergeñe. Aquella noche, la respuesta la encontré, como siempre suelo hacer, en el alcohol, y gustosamente escribí la crítica de aquella magnífica película de Paul Thomas Anderson totalmente ebrio, escribiendo sin medir las palabras, sin llegar a preguntarme si lo que hacía era lo correcto, si poner la foto de una película de Jet Li llamada homónimamente The Master tenía alguna maldita gracia. Y bueno, soy un animal de costumbres. Esta noche no estoy borracho, pero sigo siendo un gilipollas.



   Her es, en efecto, una película que me sobrepasa. No porque no la haya entendido, o haya tantos significados en ella que necesitara varias páginas y cafés y cervezas para desentrañarlos (para eso ya tenemos La gran belleza, el mismo The Master o ¿Quién mató a Bambi?). Es una obra bien sencilla, que no simple, y que se limita a hablar del amor, enfocándolo en torno a un hombre y una máquina como lo podría haber hecho con cualquier otra cosa (un robot asesino que es profesor de autoescuela y una tarta parlante, qué sé yo), aunque claro, sin haber podido aprovechar para enarbolar jugosas reflexiones sobre lo jodidas que están actualmente las relaciones sociales gracias a WhatsApp, Facebook y sucesivos sucedáneos (llegados a este punto, qué menos que cagarme amargamente en toda esa peña que salió en las noticias enarbolando épicas sobre cómo les fue su vida durante las cuatro horas en las que el WhatsApp de los cojones no funcionaba). Total, que el meollo radica en el amor, pasando por la tecnología, lo puta mierda de las relaciones humanas y un futuro tan anecdótico como distópico en el que todos los señores visten como mi abuelo, brillan muchas luces de neón y hay 3D por todos lados. Spike Jonze tiene todos los ingredientes no sólo para hacer mojar a las bragas de cuadros a cualquier indie que se precie, sino también para triunfar por todo lo alto y acariciar la categoría de obra maestra.
   Y lo sabe. De hecho, Her entera está imbuida en un halo de pretenciosa grandilocuencia que no chirría en absoluto, ya que para el lance ha contado con el mejor guión, los mejores actores y la mejor banda sonora posibles (porque si hablamos de grandilocuencia pretenciosa hablamos de Arcade Fire). Spike Jonze, ese señor que tuvo los santos redaños de que su debut fuera algo llamado Cómo ser John Malkovich (protagonizada por John Malkovich, pero en un papel secundario), conoce perfectamente los límites de su obra, por muy ilimitados que estén, y aprieta las teclas necesarias despreocupadamente, consiguiendo que un apabullado espectador se encuentre siempre al borde las lágrimas durante las (excesivas) dos horas que dura Her. Su guión no es modélico en cuanto a construcción de personajes, o a giros dramáticos, o a originalísimos argumentos (Black Mirror ya hizo algo parecido, efectivamente, e incluso Krillin las pasó canutas en su momento para frungirse a una androide sueca), sino en cuanto a insoportable cercanía con el espectador. En otras palabras, te vas a sentir identificado con lo que cuenta Her. En mayor o menor medida. Esos discursos que te hubiera gustado haber pontificado en el momento adecuado, esas clases sobre el modo correcto de besar, esas reflexiones posteriores a una ruptura, esos flashbacks tan jodidamente dolorosos y tan bien ensamblados, esas fantasías sexuales con mujeres embarazadTotal, que la película está hecha para ti. Si eres humano, claro. 

"No quiero ser un pie de foto chorra. Por favor, no me obligues. No..."

   Aparte de un guión tan proclive a ser amado, está Joaquin Phoenix, que tras interpretar a personajes oscuros y atormentados en memorables ocasiones pasadas, nos planta un señor con bigote y gafapastis tan encantador y sensible que dan ganas de achucharle y darle palmaditas en el hombro previamente a decirle que se baje un poco los pantalones, que parece mi abuelo. Un señor llamado Theodore (dan ganas de achuchar hasta el nombre, si no fuera físicamente imposible) que pasa por ser un alter ego de todos nosotros. En mayor o menor medida. El tío coge y se enamora de un IPod, y oye, te lo crees y todo, y te identificas total y absolutamente con él. En lo cual, hay que decir, ayuda muy mucho la voz de Scarlett Johansson como la única expresión humana de este IPod recipiente de amores y favores. Yo nunca he sido mucho de esta chica, más allá de pensar que está ridículamente buena, pero hay que meterse el pene en los pantalones y admitir que el trabajo que ha hecho para Her es excepcional, con ese tono entre ronco y juguetón, esa risa cantarina y esos mohínes invisibles. Cómo no se va enamorar el bueno de Theodore de ella, y eso que cuenta con una competencia extraordinaria. Pues por ahí campan en versión analógica Amy Adams (bellísima, como siempre, pero algo menos), Olivia Wilde (que podría sostener una peli de tres horas con sólo primeros planos suyos) o Rooney Mara (que de tan guapa como sale no la recordé de Millenium y confundí su nombre con Noomi Rapace, total, un lío muy embarazoso), rodeando al bueno de Theodore que, a lo tonto, de tonto no tiene un pelo. Todas ellas, sin embargo, y con la excepción de Amy Adams, no protagonizan más de dos escenas, dejando que Joaquin Phoenix y Scarlett Johansson sean los únicos y totales protagonistas, como debe ser.

Su sonrisa hace ver lo obvio: NO ESTÁ ESCUCHANDO EL ÚLTIMO DISCO DE ARCADE FIRE

   Her es una gran película. Aún con sus fallos, que haberlos haylos (la ya citada duración, demasiados planos de Joaquin Phoenix en plan Lost in Translation, un giro dramático final demasiado forzado y facilón que Jonze intenta disimular con una ristra de preciosas metáforas), es enormemente recomendable, y puede que constituya una de las mejores películas de la década (en el hecho de resultar en última instancia una obra fruto de un tiempo y una determinada realidad social que quizá acabemos dejando atrás, o al menos eso espero). La va a ver poca gente, en los Oscars se comerá los mocos (espero que al menos rasque el de Mejor Guión Original, ya que Ego desencadenado tiene uno y Blue Jasmine no se lo merece) y adoptará el estatus de culto, si no lo ha adoptado ya, o si no lo hizo desde el momento en que Spike Jonze decidió planificar determinada escena de sexo con una pantalla completamente en negro, dos intérpretes y un piano, y así de paso regalarnos la escena de amor más mágica, milagrosa y hermosa que he visto nunca en una pantalla de cine. 
   Se la recomiendo a todo el mundo. Incluso a los androides suecos. 

miércoles, 12 de febrero de 2014

Todo es fabuloso



De hecho, es una suerte que en esta temporada preOscars que vivimos, donde las carteleras son invadidas por aquellas películas que tuvieron que llegar meses antes pero que, ey, ahora podemos ver con la perspectiva que manipulan unos cuantos señores críticos que dicen que son la monda, irrumpa algo llamado La Lego Película en las pantallas. Tal cual. Ni La gran Lego Película ni 12 años de Lego ni Lego Buyers Club ni sé adónde pretendía llegar con esto así que paro. Los cinéfilos con 3 euros 90 que gastar a la semana nos podemos, pues, dar un respiro y disfrutar de una buena película sin tener que discurrir a la salida si tal número de nominaciones es desmesurado o escaso. Y, por supuesto, sin poder presumir de que la hayamos visto, ni sentirnos más preparados para "disfrutar" de los Premios Oscars de dentro de unas cuantas semanas. El cine es más que eso, diantre.
   Tengo que admitir que no me esperaba nada bueno de algo llamado La Lego Película (nuevo paradigma de lo infinitamente mejor que suenan los títulos en la lengua de Shakespeare), y más aún viendo un trailer bastante flojo que ni Batman atinaba a salvar. Si al final he acabado cayendo, ha sido por un afán romántico, por no decir peterpanesco (sí, yo jugaba a los Legos, y jugaba mucho, y me inventaba unas pelis que te cagas con ellos, y mis padres empezaron a preocuparse porque tenía pelos en el pecho y barba y dieciséis años y me tiraba casi más tiempo construyendo el Far West por centésimo primera vez que cascándomela, pero eso es otra historia y merece ser contada en otra ocasión), además del hecho de no haber leído hasta el momento ni una sola mala crítica. Os aviso de antemano que ésta tampoco va a serlo. Una mala crítica, digo. Una crítica mala, que sé yo. Vosotros diréis. O no. Apuntarme a la movida de Hispabloggers no está dando el resultado esperado.

¿Cuál es la peli favorita de Batman? V de Vatman

   Lo mejor que se puede decir de La Lego Película es que sorprende, y ya es una ventaja que le saca a, sin ir más lejos, las nueve nominadas de turno (El Lobo de Wall Street no cuenta, porque no es una sorpresa que Martin Scorsese sea el mayor genio vivo, y las que no he visto sí, porque dudo que entre cowboys con sida, o Judi Dench buscando a no sé quién, o Alexander Payne volviendo con la insulsa corrección por bandera, me lleguen a sorprender algo). Digo que sorprende porque llega un punto en que se hace imprevisible, y que el argumento mil veces visto (una suerte de arquetípico viaje del héroe con un montón de sabios ancianos que son unos cachondos, y famosos para más inri) se lanza a deambular por unos derroteros que, por muy cínico que seas, no puedes decir que te esperabas porque sabes que no. Una vuelta a la tuerca tan ingeniosa como eficaz, y que le inyecta a todo el metraje un halo de inesperada trascendencia que no detallaré para que al menos pique la curiosidad de alguien y corra al cine a verla, que sólo había dos putas personas en la sala y daba pena, carajo. 
   Esto, por un lado. Por otro, La Lego Película es un despolle. Y uno de los buenos, de los de toda la vida, cúmulo de chistes de ésos que igual no te desatan la carcajada la segunda vez que los presencies, pero sí te sacarán la sonrisa, y lo harán también tanto en el cuarto visionado como en el centésimo primero. El humor es constante y basándose en su práctica totalidad, como era fácil imaginarse, en las referencias metacinematográficas. No es ningún secreto que por esta película se pasean personajes como Batman, Gandalf, Supermán y hasta Milhouse, todos que da gloria verlos, haciendo migas con sujetos de nombres como Megamalo, Megapresi, Supercool o Emmet (Emmet, colegas, Emmet, como Emmet Brown, como Doc, qué peli más brutal). El arsenal de chistes que este tipo de factores permite no flaquea nunca, y garantiza que la hora y pico que dura sepa a muy, muy, muy poco. Y además está Batman. Y Batman ha sido siempre la polla, pero nunca como en esta peli. Los que se rieron con los chistes de Batman, o los que amaron la serie de los sesenta, o los que pensaron que Batman y Robin no dejaba de tener su toque Antonioni, están de enhorabuena. La Lego Película nos regala la versión más canalla, trasnochada y badass del mito, y nos hace temblar sólo de imaginarnos la comparación con el sosainas de Ben Affleck al emularle en la mierdipeli que se prepara (y que por cierto me la trae lo que viene siendo muy floja, dada su inherente condición de secuela de El Truño de Acero). 

¿Qué se pone Batman para salir a la calle? Super fume

   Total, que con la peli te vas a reír, y te vas a reír mucho, y además el giro del final te va a hacer pensar, y eso siempre es bonito. En lo tocante al aspecto visual, sólo cabe aplaudir la originalidad y buen trabajo con la animación, pero sin tampoco demasiado entusiasmo por mi parte (yo jugué a los videojuegos de Lego, sí, también, mi adolescencia fue la leche, y pude acostumbrarme a esta variante de stop-motion o lo que sea). Pese a este velado entusiasmo que manifiesto, las escenas de acción son frenéticas y muy abundantes, y, por decir algo más, la recreación del agua es sorprendente. Por lo cutre y encantador, claro.
   La Lego Película tiene tantas cosas buenas que lo poco malo que pueda decir se diluye en la grata impresión que me ha causado su conjunto. Tampoco os creáis, las cosas malas se reducen a "este personaje no me hace gracia", "este chiste no ha quedado muy allá", "Batman sale demasiado poco", etcétera, por lo que no malgastaré más líneas intentando decir algo vagamente destructivo. Ni siquiera la previsibilidad acaba resultando un hándicap potente, gracias a ese bendito giro del que me tengo que morder la lengua, o los dedos, o lo que sea, para no acabar dando algún detalle. Sólo diré que, sí, la peli al final consigue que te mueras de ganas por ponerte a jugar con tus cacharritos de Lego.

Un día, Batman negó el Holocausto

   Podría decirse que La Lego Película es la película de animación más original y memorable desde Toy Story 3, pero igual sería pasarse, y tampoco me arriesgaré a enarbolar tales máximas. La Lego Película, de momento, lo peta, y con eso basta. Ahora le toca al tiempo decidir si es un clásico o no. 
  PS: Si no acabas tarareando la cancioncita de "Todo es fabuloso" al acabar la película, no sólo estás muerto por dentro, sino que además, durante tu adolescencia, te pasabas más tiempo cascándotela que jugando a los Legos. Y eso, perdona que te diga, es despreciable. 

miércoles, 5 de febrero de 2014

Martin no hay más que uno

No deja de tener guasa el hecho de que, meses atrás, viéramos el trailer de American Hustle (guau, y lo que molaba pronunciarlo entonces, American Jasel, qué sibaritas nos sentíamos) con algo parecido a veneración religiosa, a un oh señor en enero o en febrero o cuando cojones las distribuidoras españolas quieran, quizá en brumario del año que viene, lo vamos a flipar. No deja de tener guasa, porque ahora American Jasel se ha convertido en La gran estafa americana y mola muchísimo menos, y es más, a ningún crítico español le apetece defenderla, prefiriendo hacer un facilón juego de palabras con el título para decir a todo quisqui que esta vez los de los Oscars se han coronado; que la película de marras no sólo no es para tanto, sino que incluso es bastante floja. Lo que viene a ser un Argo prematuro, y veréis qué guasa (hoy estoy guasón) como esta gran estafa arrase en los premios de la Academia el próximo 2 de marzo. 


  Por fin, gracias al, insisto, glorioso sistema de distribución español, he tenido ocasión de verla y de comprobar si, efectivamente, me sentiría estafado al salir del cine. Acudí a la ineludible cita cinematográfica (ineludible desde el momento en que escuché Good Times Bad Times ambientando el beatífico trailer), con algo parecido, os podréis imaginar, a prudente escepticismo, que para mí la palabra de Boyero va a misa. Y, en efecto, ha sido mucho bombo el que se le ha dado a esta película. Muchísimo. Toneladas y toneladas de bombo, que finalmente se han ido deshinchando, y han acabado por revelar una película, en dos palabras, bastante apañadita, pero vayamos por partes.
   Lo primero que llama la atención según van pasando los minutos no son los escotes de Amy Adams (tan bonitos como incomprensibles, osea, ¿por qué diantre se viste así? ¿No tiene frío? ¿Así se vestían todas las mujeres en esa época? Dios, con razón los años 70 estadounidenses siguen constituyendo mi época favorita), sino la dirección del señor David O. Russell, que según tengo entendido es un perfecto soplapollas (como persona, quiero decir, pero aquí valoramos a los cineastas por su arte, cosa que ahora mismo está muy de moda decir y que a la payasa de Mia Farrow le da tanta rabia que se diga). Y esta dirección no destaca por factores como su originalidad, su riesgo o su cuidado estético, sino por ser una amalgama de todos ellos en pos de hacer la mejor imitación posible de Martin Scorsese. Osea. David O. Russell copia sin piedad ni vergüenza todo lo que hace grande al mejor director de la historia del cine, dejándose por el camino casi cualquier mínimo atisbo de frescura o de ingenio (supongo que, en cuanto a copiar al maestro, ha sido Quentin Tarantino el que mejores chuletas se ha pillado, de siempre). Los travellings, las imágenes congeladas, los planos secuencia, la inconmensurable banda sonora, el manejo del suspense, las voces en off, Robert De Niro... sólo falta que suene Gimme shelter, en serio.

Aquí David O. Russell en otro patético intento de imitar a Scorsese, gafas incluidas

   Semejante ejercicio de estilo, o más bien, copia de ejercicio de estilo, depara sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas, lógicamente. Como principal virtud, o más bien, copia de principal virtud, tenemos que las a todas luces excesivas dos horas de metraje se pasan en un suspiro, y que cualquier escena bañada en un tema setentero de la leche queda especialmente épica. Aquí es donde David O. Russell sabe que puede molar más, y por ello no duda en deleitar el oído melomaníaco del espectador cada dos o tres minutos, más o menos. El conseguir algo realmente memorable con esta burda artimaña es algo que se da un número algo más limitado de veces, teniendo grandes momentos como el diálogo bañado en una suerte de White Rabbit arabesco, el paseíllo por el aeropuerto al ritmo de 10538 Overture (cómo mola caminar con esa música de fondo, caray), Bale y Renner destrozando en un karaoke el Delilah de Tom Jones, o, sobre todo, Jennifer Lawrence cantando Live and let die. Entre lo tremenda e hilarantemente gratuito de esta última escena y lo que funde, puede que suponga fácil lo mejor de la película.
   En cuanto a las cagadas en las que el amigo O. Russell ha incurrido copiando a Scorsese, contamos con voces en off que nunca sabemos muy bien a qué vienen, mareantes encadenados de flashforwards y flashbacks puestos ahí, como todo en esta película, únicamente para molar más, movimientos de cámara que no hacen más que distraer, y, sí, Robert De Niro. Para la ocasión, y quizá porque el dire prefería que la nominación al Oscar a Mejor Secundario se la llevara Bradley Cooper, el veterano actor no se limita más que a un cameo estando, como suele en los últimos tiempos, horrible. Y no tanto por su actuación, que es más o menos correcta e incluso propina un poco de suspense, como por las pintas que le han puesto.

Venga, ya en serio, que alguien le practique la eutanasia a De Niro. Pagaré bien

  Aprovecho el hilo de las pintas para hablar de los actores, a los que David O. Russell, pese a ser un sinvergüenza, sabe dirigir como nadie (probablemente en base a collejas y maltratos psicológicos de diverso calibre). Christian Bale está hecho un espantajo, con esos pelos y esas gafas y habiendo engordado para el papel, sospecho, únicamente porque se puso cabezón. Y, sí, también está memorable en la que, a falta de ver The Fighter, podría ser su mejor interpretación hasta la fecha, componiendo un personaje entrañable, divertido e hipnótico. Amy Adams ofrece una adorable mezcla de vulnerabilidad, puterío y fuerza en todos los primeros planos de los que disfruta (en el resto, lo siento, es demasiado fácil distraerse), mientras que Bradley Cooper se lo pasa de miedo interpretando a un personaje simplemente ridículo (la escena en la que sale con los rulos no puede ser más ilustrativa). Jennifer Lawrence se esfuerza muchísimo en imitar a Sharon Stone en Casino y oye, no está nada mal (aparte que eso, que está como un tren y quiero tirármela, como quiere cualquier persona, animal o cosa del Sistema Solar), y Jeremy Renner cae muy simpático también, con ese pedazo tupé y esa pluma tan oronda y espectacular que siempre gasta. Shea Wigham se sigue limitando modestos e innumerables papeles secundarios (en serio, veo a este tío en todas partes), aparece otro compañero suyo de Boardwalk Empire con más pena que gloria, y también Louis C. K, obsequiándome por fin con el personaje mínimamente divertido que esperaba que ofreciera en Blue Jasmine
   El reparto está estupendo en su mayoría, justificando tanta nominación. Llegando al punto crítico, que sí, es el guión, tenemos un libreto desigual al que le falta mesura y claridad en muchos de sus tramos pero que, eso sí, sabe otorgar a cada personaje un mínimo y coherente desarrollo. Mucho diálogo, y poco realmente aprovechable a la hora de expresar algo, y un número bastante discreto de gags (limitándose éstos casi en su totalidad a la relación entre el polloperas que interpreta Bradley Cooper y Louis C.K.). Su mayor virtud radica en conseguir que el espectador empatice con los personajes y le importe lo que les pasa, amén de lograr, al mismo tiempo, que nadie se pregunte si en realidad algo de lo visto merece la pena. 

Aquí los protas observando con mucho interés la lista de ganadores de los Premios Feroz

   Porque, en resumidas cuentas, la nueva película del firmante de El lado bueno de las cosas (que quizá sólo sea recordada para la posteridad por la icónica actuación de Jacki Weaver), es de una intrascendencia supina. Lanza ideas profundas sobre el engaño, la falsedad y la hipocresía del ser humano, sin ir en esto más allá del peluquín que se gasta Christian Bale. Ni siquiera es una película potable en cuanto a robos y picaresca, estando a años luz de maravillas atemporales como El golpe o pequeños entretenimientos como Ocean`s Eleven, por muchos giros supuestamente inesperados que aglutine la trama. Y, ni mucho menos, y por si alguien se atreve a dudarlo, está a la altura de ninguna de las mejores película de Martin Scorsese. 
   El título en español, La gran estafa americana, le viene bastante grande, en conclusión. Sí, se trata de una estafa, pero bastante pequeña, humilde, y finalmente insustancial. Como el peluquín de Christian Bale.