jueves, 30 de agosto de 2012

Érase un hombre de una melena enamorado

Aún conservo en mi habitación una estantería repleta de los clásicos más señalados que esta gran fábrica de sueños y de congelados ha tenido a bien regalarme ya desde antes de que yo naciera. De Blancanieves a Mulán, de Los rescatadores a El rey león, de Peter Pan a Aladdín, de La sirenita a Hércules, de Toy Story 1 a Toy Story 2 (con la tres ya llegó la madurez y la piratería). Toneladas de cintas de vídeo que antaño veía una y otra vez, a veces el mismo día, hasta aprenderme todos los malditos diálogos, y las canciones, las benditas canciones, de memoria. Sigo teniendo todas esas cintas, las sigo teniendo cariño, y eso que ya ni siquiera tengo reproductor VHS. Sniff.
   Los tiempos de Disney ya han pasado, en cierto modo, al menos como marca aislada y garantía de calidad (ya sabéis, ésa que atesoraba antes de que empezara a producir secuelas como churros y series de televisión como mojones). Ahora es el turno de Pixar, aquella pequeña filial, o cómo se llame, que en 1995 lanzara Toy Story y, partiendo de ahí, un puñado de obras maestras más, los nuevos clásicos de nuestra época. Manteniendo el mismo mimo del tío Walt por contar historias bien contadas y diseñar personajes inolvidables. Excluyendo casi siempre, una lástima, las canciones

"Si tienes hambre yo te voy a dar, tirititi, dos buenos cocos de verdad.
Frescos, buenos, ¡grandes como un balón...!"

   Enumeremos algunos de estos clásicos, para que el artículo esté apropiadamente introducido y recargado. La trilogía de Toy Story (a la altura de El Padrino pero sin una tercera parte tan problemática), Bichos (¿os acordáis de cuando se vendieron sus cintas de vídeo con diferentes carátulas en función de cada personaje? Yo compré la de Francis, la mariquita marimacho :), Monstruos S. A. (divertidísima y preciosa, con Boo y con el hermano más normal de los directores de Matrix haciéndose querer), Buscando a Nemo (de las más flojas para mí, aunque quizá sea debido a que no soporto a Anabel Alonso), Los Increíbles (otro tanto, pero con unas escenas de acción espectaculares), Ratatouille (una obra maestra y el culmen visual de la compañía, en mi opinión), Wall·e (una primera media hora inolvidable en contrapunto a un resto bastante olvidable), Up (sí, yo también admito que lloré durante sus primeros diez minutos), y las dos de Cars, que... bueno, la primera es horrenda y la segunda no es tan mala como se ha empeñado en decir todo el mundo. No sé si las habré puesto en orden, pero qué más da, recuérdese que la obsesión por lo ordenadito es propia de judíos. En fin. Antisemitismo, congelados... Ya. Vamos con Brave.
   Me ha gustado mucho. Muchísimo. Por fin, este verano, he podido salir de un cine con plena satisfacción, aún emocionado, sensiblón, deseando no haber ido solo a verla (fijaos cuán intelectual y enigmático me presento a vosotros) para poder a la salida desgranar las mejores escenas con alguien, o para tararear alguna de las canciones de Russian Red (mi futura esposa) y chillar "Diosss, el pelo de Mérida es taaan guay" sin sentirme violento. 
   Eh, ¿y sabéis que es lo mejor de esta gran película? El pelo de Mérida. Pelirrojo, rizado, indomable (el chusco subtítulo español de turno le viene al pego), y un prodigio técnico. En serio. Si toda la película consistiera en Mérida corriendo por el monte rodeada de cabritas y con su pelo ondeando libre y salvaje como el fuego, seguiríamos hablando de una gran película. Pero mejor que no se entere Terrence Malick de esto último. Por si las mariposas.

Aquí el cabello se aprecia muy poco. Maldición

   Podría pasarme horas y horas hablando del pelo de Mérida (es de un color rojo pero a la vez algo así como anaranjado, anarrojado, y puedes contar cada rizo, y deleitarte en cómo éstos se juntan y se separan, se enredan y se desenredan... y creo que lo voy a dejar que me estoy empalmando), pero supongo que así no conseguiría una crítica demasiado rigurosa. Supongo que ha quedado claro que la animación es una nueva octava maravilla del mundo, no sólo ya por asuntos capilares sino por toda la recreación de la Escocia medieval, por el resto de personajes (encantándome el diseño de los tres hermanitos de Mérida, que son una monería), o por las escenas de acción (que hay pocas, pero impresionantes, destacando la primera salida de Mérida del castillo a lomos de su caballito Angus, con una gran canción llamada Volaré, interpretada en español por nuestra pepera favorita, sonando a todo volumen y en toda su epicidad).
   Luego, el guión... Empecemos a poner pegas, aunque no tenga muchas ganas. Brave tiene uno de los guiones más pobres de Pixar, no por malo sino por simple. La historia es funcional, una estructura básica de tres actos, sin demasiada introspección en los personajes exceptuando a Mérida y su madre (cuya relación es el tema central de la película). Dicen algo de rompedor en cuanto a que el protagonista es una princesa que sólo quiere casarse por amor (ooooh, lo nunca visto), pero no. En serio. Es hasta predecible.
   Curiosamente, esta importante falla es sorteada con habilidad, valiéndose de aquel corazón que dicen que tienen todas las películas de Pixar (habladurías afectadas con las que estoy de acuerdo), y así, se las consiguen apañar para que la película conmueva, y mucho. En esto ayuda, lo volveré a mencionar, la gran banda sonora, y no sólo por Russian Red.

Nos casaremos por la Iglesia

   Brave consigue eludir el fallo que supone este raquítico guión (y, quizá, un humor demasiado facilón y en contadas veces realmente divertido), limitándose a ser endiabladamente entretenida y a afirmar con contundencia que, a ver quién es el guapo que se lo rebate, es un clásico. No resiste lecturas frías u objetivas, pero tampoco le preocupan. Es lo que es. Y parece erguirse amenazadora, con orgullo y suficiencia, contra todos aquellos que pusieron Cars 2 a parir. Que bueno, no era gran cosa, para qué nos vamos a engañar (de hecho me decepcionó mucho que al final nadie matara a la grúa esa de los cojones), pero de eso a no incluirla en las nominadas al Oscar a Mejor Película de Animación... Pixar es Pixar, maldita sea, y cualquier cosa que haga Dreamworks, o 20th Century Fox, o quien sea, nunca estará a su altura.  
   Poco más que añadir, salvo que el corto que, como es tradición, proyectan previo a la película (La luna) es un encanto y que, sí, el pelo de Mérida es una maravilla. 

martes, 28 de agosto de 2012

La tragedia de Holden Caulfield

Estoy sentado en el rincón más apartado del bar. Mi rostro está oculto en la sombra, pero la grabadora sí es visible sobre la mesa, al lado de una jarra de cerveza a medio acabar. Se estaba retrasando tanto que tuve que pedir algo, me moría de sed. Y aún, ya estoy a punto de terminar mi bebida, no llega.
   Cuando lo hace me doy cuenta al instante. Su figura es alta y desgarbada, de una delgadez casi enfermiza y un rostro peculiar cuanto menos, en perpetua sensación de hosquedad. Incluso entre la bruma levantada por los efluvios del alcohol y el humo del tabaco son perceptibles las abundantes canas que coronan su cabeza. No lleva su gorra de cazador. Levanto un brazo y le llamo. Ninguno de los parroquianos se gira o parece haber oído antes ese nombre. Holden Caulfield no es reconocible en esos ambientes. Quizá por eso eligió específicamente ese lugar para la entrevista.
   Después de que pida un whisky con soda, yo le obsequio con las típicas palabras educadas. Es un honor para mí conocerle. De veras. Todo un ejemplo a seguir para los jóvenes. Y en esto Caulfield me obsequia a mí con una mirada de desagrado que acentúa su mueca hosca. Se hace el silencio. Carraspeo y me cercioro de que la grabadora está en funcionamiento. Creo que pediré otra cerveza.

 

  YO: Quizá podríamos empezar hablando de la novela, si a usted le parece.
  CAULFIELD: (No se deshace de aquella mueca hosca) Por qué no. Es el tema de moda. Habrá pasado como un montón de años desde entonces y la gente me sigue preguntando.
  Y: Emm (Titubeo) Bueno... El guardián entre el centeno. ¿Cómo entró usted en contacto con J. D. Salinger?
  C: Pues, como habrá leído ochenta veces en revistas y demás, le conocí en un bar, en un tugurio aún peor que éste, gracias, amigo (Dirigiéndose al camarero que acaba de depositar su whisky sobre la mesa). Al verle casi desmayado sobre la barra yo no supe quién era, y si algún listillo me hubiera dicho "Pues J. D. Salinger" me habría quedado en las mismas. Todos le llamaban Jerry, además. Jerry El Escritor, pero creo que no tanto por realzar sus dotes artísticas como para cachondearse de él, si le digo la verdad. Esa noche tenía ganas de empinar el codo. Volvía a estar deprimido, y como ya era, jo, como ya era todo un adulto me podía poner hasta las trancas, estaba en mi maldito derecho. Jerry se me unió y nos hicimos grandes amigos. Ambos teníamos vidas deprimentes e ideas raras, y el alcohol hizo el resto.
  Y: ¿Cómo le vino la idea al señor Salinger de escribir sobre su vida?
  C: No lo sé. En una de ésas nos pusimos a hablar muy serios, muy trascendentes, e intercambiamos grandes teorías sobre la vida. Yo le fui con lo del guardián de los niños, el precipicio y toda esa basura. Y Jerry se quedó muy serio, como en trance. Al día siguiente me llamó y me contó algo sobre la ida de una novela. Estaba nerviosísimo, se había vuelto loco o algo parecido, en serio. Y yo aturdido. No era sólo porque quisiera escribir una novela sobre mí, una idea estúpida donde las haya sino porque, mira tú por dónde, Jerry El Escritor era realmente un escritor. Me dejó sin habla.
  Y: No pensó, por tanto, que el libro pudiera tener éxito...
  C: Ni se me pasó por la cabeza, si quiere que le sea sincero. ¿Cómo iba a imaginar yo que se fuera a vender tan bien? Sólo soy yo hablando y diciendo las primeras estupideces que se me pasan por la cabeza. Jerry no hizo más que transcribirlo y, si dice lo contrario, miente. Si en vez de publicar mis sandeces hubiera publicado las de cualquier otro de los miles de adolescentes desgraciados que vagan por los Estados Unidos se hubiera forrado igual, es lo que pienso, en serio. Pero en su lugar, ya sabe, me forré yo, y no sólo eso... Lo peor fue el reconocimiento a pie de calle, cuando un montón de gente que no había visto en mi vida me señalaba sonriente y aullaba que yo era su ídolo. ¿Yo? Y era gente que parecía decente, le estoy diciendo la verdad. Individuos que no olían ni a alcohol, ni a sexo, ni a nada. Lo que se dice decente, ¿sabe? Cuando alguien como yo se convierte en el ídolo de una persona normal, tan falsa e hipócrita como la mayoría, te das cuenta, sólo entonces te das cuenta, de lo mal que está todo. ¿No cree usted?
  Y: Eh... sí. ¿Cómo fue que acabó su relación profesional con el señor Salinger?
  C: Pues de la misma manera que acabó su relación con todo el mundo. Jerry se volvió todo un bohemio, un intelectual, ¿sabe a lo que me refiero? Se comenzó a creer un artista y se dio a la bebida. Aún más, quiero decir. Cogió, ya lo habrá leído, seguro que es uno de esos tipos documentados, su máquina de escribir y se recluyó en un sótano para no volver a ver la luz del sol. El dinero y la fama lo corrompen todo, ¿sabe?, aunque sea de un modo tan excéntrico como en este caso. Nos corrompe, ¿sabe?, nos vuelve imbéciles o, en ocasiones señaladas, tontos de remate. Yo mismo estoy corrupto. Yo... ya no veo las cosas como antes. Veo a mi hermano D. B. y, demonios, le comprendo. No es que se haya vendido. A Hollywood y todo eso. Es que es lo mejor para su vida. Igual que lo mejor para la mía es cobrar estúpidas entrevistas y vivir del cuento, esperando a que algún chalado más se cargue a alguien y declare posteriormente que El guardián entre el centeno es su libro favorito de la muerte. Y así, amigo mío, volver a estar de actualidad.


  Y: (Rebusco mentalmente entre la documentación previamente recopilada sobre la familia Caulfield. Dan Baxter, pseudónimo de Nathan Caulfield, era un prolífico escritor de cuentos que decidió meterse en el mundo del cine, y es uno de los guionistas más solicitados del Hollywood actual. Pocas veces se ha dejado ver en público con su hermano menor) Ahora que menciona el tema, señor Caulfield, ¿qué opina sobre el asesinato de John Lennon?
  C: Oh, le contestaré a eso de carrerilla, si no le importa (Adopta un tono mecánico, sarcástico hasta lo irritante) Ni el señor Salinger ni yo podemos alcanzar a imaginar los motivos que llevaron al señor Chapman (Mark David Chapman) a asesinar a John Lennon. Si supuestamente leyó la obra señalada en los momentos previos a cometer tan deleznable acto, no supondría más que una trágica coincidencia (Me increpa sin dejar de lado esa actitud) ¿Se siente ahora más metido en la profesión, amigo?
  Y: (Le miro inequívocamente ofendido. Caulfield me sostiene el contacto visual sin pestañear, hosco y algo ridículo con su pelo de sexagenario, ahora caigo. Un niño desafiante e inseguro que habla más de la cuenta) ¿Podría usted darme su opinión de verdad, si a usted no le molesta?
  C: (Lanza una carcajada, y compone una sonrisa histriónica) Bueno, es un alivio. Pensé que se iba a quedar callado. Chapman probablemente pueda justificar sus travesuras utilizando el libro del pobre Jerry, pero eso no significa una mierda. Mire, el asunto es que te formas unos principios que pueden ser progresivamente más extremos según lo loco que te vuelves. Luego te lees un maldito libro, quizá uno de los pocos que leas en toda tu vida, y esos principios se tuercen, o evolucionan de una manera espeluznante. En el siguiente paso te ves disparando contra un hombre peludo con gafas de abuela y, seguidamente, eres famoso. El sueño americano, que cada uno interpreta como quiere. Un día escribiré sobre eso, si reúno suficientes ganas y me aburro terriblemente.
  Y: (La charla me comienza a interesar. Caulfield se expresa en un estilo muy ameno y sentido, y recuerdo el libro. Realmente Salinger supo representarlo muy bien) ¿Qué es lo que quiere decir?
  C: Que yo podría afirmar sin problemas que el andoba ése, Chapman, sí se inspiró en mi teoría sobre el guardián de los niños, el precipicio y todo eso. Por qué no. Uno lee los libros y ve en ellos lo que quiere ver. Le puedo asegurar que no tenía en mente que nadie, y mucho menos John Lennon, muriera, cuando me inventé la dichosa teoría. Y casi le podría asegurar que Jerry tampoco, aunque estuviera tan chalado como Chapman.
  Y: Me sería inevitable, en este punto, preguntarle por su teoría sobre el guardián de los niños... Lo del centeno.
  C: Oiga, se ha leído el libro, ¿no? No, espere, no conteste. No es necesario. Claro que se lo ha leído. Y seguro que seré ahora mismo como una leyenda para usted, ¿no? Cuando no he sido más que un desgraciado, toda mi vida. Y ahora que estoy forrado, soy un desgraciado más repelente aún. Mi hermano Allie murió cuando aún era un niño y muchas veces le envidio, en serio. No llegó a ver el mundo en su verdadera y miserable condición. En su decepcionante realidad. Se mantuvo siempre puro, y supongo que de ahí saqué mi idea para lo del guardián de los niños, oculto entre el centeno, preservando la inocencia... y me niego a seguir haciendo literatura. Léase el maldito libro. Otra vez, me refiero.


  Y: Lo que sí es innegable es que ha influido en la mente de muchos jóvenes, no necesariamente asesinos (Me veo obligado a matizarlo, consiguiendo una risita sincera por parte de Caulfield, que me vuelve a recordar a un niño pequeño)... ¿Cree usted que el pensamiento adolescente ha evolucionado desde entonces?
  C: Pues claro. La sociedad evoluciona o, siendo más rigurosos, digamos que cambia. Pero echarle la culpa de eso a mi libro, le voy a llamar mi libro si no le importa, de hecho Jerry está muerto y no se va a quejar, sería una soberana tontería. Quiero decir, no es que yo tenga precisamente esperanzas en un mundo mejor, en el que seamos más felices y todo sea de color rosa y de sabor azucarado. No quiero que toda la juventud se una e intente cambiar la sociedad... o más bien no me importa. Quizá me vaya haciendo viejo, pero sigo viéndolo todo tan negro como cuando me escapé de la escuela Pencey. Eso sí, algo ha cambiado desde entonces, y es que tengo mucho dinero. No todo va a ser malo. Para mí.
  Y: Con lo cual desdeña la rebeldía adolescente de la cual hizo usted gala...
  C: Si usted lo quiere llamar rebeldía... La desdeño, pero es lo que me toca. Aunque de vez en cuando me ponga así como romántico y la admire .(Mi interlocutor adopta una pose de soñador, que inicialmente interpreto como una nueva y salvaje ironía). Gente que no es como yo, sabe, que aún tiene esperanza y que quiere hacer algo en la vida, algo importante. Yo tuve la suerte de conocer a un borracho en un bar e hice mi fortuna, y no he querido ni necesitado nunca nada más no por ser vago y por aburrirme prácticamente todo, que también, sino porque no le veo aliciente a nada. Ésa es mi tragedia. La tragedia de Holden Caulfield. Llame así a su artículo, si quiere.
  Y: (No suena mal. Lo apunto mentalmente. Entonces me levanto) Creo que hasta aquí la entrevista, señor Caulfield.
  C: Oh, ¿en serio? (Como desilusionado) Se me ha hecho corta. A mí me encanta hablar, ¿sabe? Tanto que, si no tengo mucho que decir, me da por mentir. Como un condenado, y condenadamente bien. A Jerry le costó lo suyo distinguir las verdades de las trolas cuando, como usted, se puso a grabar todas las chorradas que me salían del pico.
  Y: Ha sido un placer conocerle, señor Caulfield (Nos estrechamos la mano. Caulfield parece de repente nervioso, y su agitación me resulta cómica. Percibo por enésima vez signos de un viejo espíritu infantil). Espero sinceramente que ésta no sea la última vez que nos veamos.
  C: Eh... sí, igualmente, igualmente. Escuche, eh... ¿No querría tomarse otra cerveza? ¿Conmigo? Puede encender la grabadora si quiere, o no hacerlo. Sólo quiero, ya sabe, pegar la hebra un rato con usted...
  Y: (Sonrío y vuelvo a sentarme) Por qué no.
  C: ¿Le he hablado alguna vez de mi hermanita Phoebes? Es la cosa más tierna y cariñosa que haya pisado la tierra, jamás... Me deja sin habla...
   En su rostro mal afeitado parece incidir de repente una luz. No la había visto antes, y me resulta reveladora. Caulfield se pone a hablar, durante horas y horas, con una jovialidad parcialmente desconocida hasta aquel momento. Y nos limitamos a hablar de Phoebe. Caulfield no necesita más preguntas.

  

lunes, 20 de agosto de 2012

In memoriam

Y aquí sigo, el calor apretando, el aburrimiento prolongado, y sin nada interesante que decir. Proclamé en algún momento, o eso creo, que este blog nacido por obra y gracia de mi narcisismo, egocentrismo, onanismo y todos los -ismos que se os puedan ocurrir, no se debía limitar a esa malhadada pasión mía por el cine (vejada como nunca a lo largo de esta temporada veraniega y refugiada en las series cual placebo), sino también a la música (que algo ha habido), o a la literatura (de la que por aquí no habéis visto nada, si os queréis pasar por http://palabrejasdeabejas.blogspot.com.es/ hacedlo, si no, que os jodan). Viene esto a cuento porque a estas alturas resulta obvia la preferencia de este espacio por lo cinematográfico, o por todo lo que tiene ínfulas de ello. Así, hoy toca hablar, por circunstancias trágicamente macabras y oportunas, de Tony Scott. 


   Supongo que sabréis que ha muerto, porque lo habréis leído por Twitter. Bien. Y ya habrán asaltado la red espontáneos homenajes a la figura de un artesano que tuvo la desgracia de ser hermano de quien fue. Me resultaron hilarantes, en ese sentido, las declaraciones de Robert Rodriguez, el pecador de la pradera, de "amiguete tonto de Quentin Tarantino" a "hermanito tonto de Ridley Scott". "Cómo lloro tu pérdida, nadie te comprende mejor que yo". Llegados a esto, no diré que Robert Rodriguez debería emular a su alma gemela (cuentan que se ha suicidado), pero sí que se le podría pasar por el sombrero tejano (en caso de que dentro tenga algo parecido a un cerebro) no tocar una cámara más en lo que le queda de existencia. Ni volver a dejar que sus hijos escriban sus guiones. Que hay que tener poca vergüenza.
   Pero, por hoy, me va a tocar sumarme a los seguidores de Tony Scott, ésos que se han visto su filmografía enterita (incluyendo aquélla en la que salía Keira Knightley, cuentan que actuando), y que proclaman como injusticia que siempre se le ninguneara por no ser su hermano. A ver. Una injusticia es, pero qué te esperas. Uno hace cosas como Alien o Blade Runner, que por lo visto gustan (aunque a mí una me da asco, y otra sueño), y el otro hace Top Gun. O ésa de Keira Knigthley. No hay color.
   Aún así, el bueno de Tony dirigió en 1993 Amor a quemarropa, que resulta ser una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Protagonizada por Christian Slater (¿qué fue de este chaval?) y Patricia Arquette (que luego salió en pelotas en una de David Lynch, y se acabó su carrera artística). Guión de Quentin, wait for it, Tarantino. ¿Cómo no me va a gustar? ¿Cómo no le va a gustar a nadie?

¿No odiáis cuando en los carteles ponen el nombre del actor sobre el personaje equivocado? Aaargh

   Esta joya, partamos de alguna base, debiera ser el Titanic de aquéllos que no sólo se saben de memoria los diálogos de Pulp Fiction o Scarface, sino que también las llevan impresas en camisetas jodidamente monas. Una historia de amor bella, icónica, sencillísima, estúpida, entre dos lunáticos (Clarence, un friki pirado y muy, muy, encantador, y Alabama, una prostituta rubia más tonta que una zapatilla pero encantadora en igual proporción), que son perseguidos por la mafia siciliana y se ven rodeados de personajes igualmente antológicos, como el propio padre de Clarence (Dennis Hopper); un blanco que se cree negro (como Ali G, pero con gracia) interpretado por Gary Oldman; un yonki llamado Floyd (Brad Pitt haciendo el tonto como sólo él sabe); Tony Soprano pegando guantazos... Y anda que no hay. Todos personajes puramente tarantinianos que, como se suele decir pero nunca sucede, podrían sostener películas ellos solos.  
   Todos soltando esas adorables perlas que se le pasan por la calenturienta mente al genio de Knoxville, y que lucen como en sus mejores trabajos a la dirección. Esta vez, para la ocasión, sumidas en un halo infantil e ingenuo, combinadas las salvajadas prototípicas tipo "no nos chupemos las pollas todavía" con sentencias tan ridículamente geniales como la que le suelta Alabama a su amado Clarence, algo como "Yo seré puta y eso, pero tratándose de relaciones soy cien por cien... monógama". Para más botones, el glorioso diálogo entre el padre de Clarence y el gángster siciliano que compone un divertidísimo Christopher Walken, la conversación telefónica en clave sostenida entre Clarence y el productor de cine, o el intercambio de drogas sobre el final (en el que también asoma Tom Sizemore, el secundario de oro, diciendo paridas). Una delicia. 
   ¿Pero por qué me gusta tanto Amor a quemarropa? ¿Qué es lo que la eleva del grupo del "eh, están bien" al más selecto del "dios, me corro"? Pues supongo que la música de Hans Zimmer. Muchos han dicho que no pega con el tono sangriento y pasado de rosca del argumento, o que se usa demasiado reiteradamente, y tienen parte de razón. Pero es lo que le da el toque especial a la película, creo yo, esa inocencia que, ayudada por ciertos diálogos ya reseñados, contrasta de manera única con los tacos, la violencia y el humor negro que campan a sus anchas por un ajustado metraje en el que no paran de suceder cosas. Los primeros diez minutos, que narran el encuentro de Clarence y Alabama, son de una belleza arrebatadora, de éstos de perpetua sonrisa, culminando con aquel diálogo en la azotea, la música sonando en todo su esplendor. Si la película no os ha atrapado en ese momento, ya no lo hará nunca. 

"Ahora salgo en Médium y no me va tan mal... ¡Capullo!"

   Un lector avispado habrá advertido que apenas hablo de Tony Scott, y eso que la concepción del artículo se debe en parte absoluta a él. Y resulta que la dirección es lo menos destacable de esta película, limitándose a una corrección artesanal y de encargo que, incluso a veces, revela ciertas carencias: salvo la notable excepción del enfrentamiento entre Tony Soprano y Alabama, las escenas de acción están bastante mal resueltas, abusándose de la cámara lenta y de los planos cortos. Si Tarantino hubiera dirigido su guión, como también debió haber hecho con la horrenda Asesinos natos, estaríamos hablando de una obra capital, y no sólo de aquella peliculita a la que este tío tan amargado tiene tanto cariño.
   Es probable (no lo sé, no he visto Top Gun) que Tony Scott fuera un inútil, y que no le llegara a la suela de los zapatos a Ridley Scott (quien, pese a una lista interminable de patinazos, dirigió Gladiator y la infravalorada El reino de los cielos). También es, probablemente, obvio. Pero suya es la responsabilidad de que Amor a quemarropa exista, y es por ello que hoy su muerte ha dejado en mí un cavernario poso de aflicción, y de ciertas ansias por defender su figura frente a tanto replicante. Así que eso, un minuto de silencio en su memoria. O, mejor aún, un par de horas libres para ver Amor a quemarropa, y a enamorarse se ha dicho. 

sábado, 4 de agosto de 2012

Pequeñas alegrías del verano

Ahora recuerdo, pues ha pasado poco tiempo y me conviene, los compases previos a este verano. Quedaban escasos meses, y ávidamente me informaba de todos los grandes estrenos que se producirían en la sucesiva temporada estival, yo todo ilusionado, permaneciendo bien visible en la memoria aquel periodo de tiempo análogo, años atrás, en el cual el celuloide me obsequió con dos de las grandes obras maestras de los últimos años, a obra maestra por mes: Origen del otrora intocable Christopher Nolan, y Toy Story 3, de, bueno, de Pixar. Tiempos gloriosos. 
   La cartelera se ofrecía, hablo del temprano 2012, como un manjar potencialmente exquisito, pasen y vean, el cine aún tiene mucho que ofrecer (no en cuanto a originalidad, por supuesto, que ésta hace tiempo brilla por su ausencia). The Amazing Spider-Man. Siempre hube de contemplar su próximo estreno con escepticismo indignado, que no obstante hubieron de quebrar sus holgadas críticas, consiguiendo que fuera a verla, y que automáticamente recobrara la indignación. La nueva de Christopher Nolan... bien, aún está reciente y me resulta doloroso discutir al respecto (casi tanto como cuando oigo que Indiana Jones no fue una trilogía, y me sangran los oídos y el alma). ¿Qué queda? Ni siquiera parece que Brave vaya a ser para tanto, a tenor de lo leído. Y Prometheus... pues no tengo el más mínimo interés en verla. Tiene algo que ver, pregonan los trailers con trascendente insistencia, con Alien, el octavo pasajero (la cual vi hace tiempo y me horrorizó, y no en el buen sentido), y eso conmigo no va, aunque Michael Fassbender haga de robot y salga Guy Pearce. No me gastaré más pelas en decepciones y descalabros, te jodes, Hollywood.

No veas la pereza que me dan
  
   Sopesada toda esta lista de mediocre y dolorosa vacuidad, quizá se me ofreciera un verano precipitado al olvido, sin ninguna sorpresa ni alegría cinematográfica, y sin nada relevante sobre lo que escribir en el blog (una lástima, pues no habría motivo entonces para admirar su nuevo y espléndido diseño). Había pensado por un momento en Marilyn Monroe y en venirme arriba con el artículo-homenaje, que tampoco lo sería tanto, de turno. Pero, por suerte, vivimos en unos tiempos en los cuales siempre podemos echar mano de Internet y de los clásicos, y descubrir grandes películas que en su momento dejamos escapar por ir a ver la primera de Las Crónicas de Narnia al cine. Yo, vapuleado y sodomizado por los dueños del monopolio, y escupido a la cara por aquél a quien creía mi dios (hablo de Nolan, no de Odín), me he ido a refugiar a Cuevana, a la Argentina, donde Julio Cortázar, la familia Alterio y un simpático pillastre llamado Calvi siempre han de entretenerme y maravillarme con sus bellas descripciones, sus locuaces réplicas y su meloso acento. 
   El secreto de sus ojos es una película tan buena que los mismos mandamases monopolistas de los que hablaba antes tuvieron que premiarla, quizá sabedores del descrédito, por otro lado inexorable, que acarrearían en sus jorobadas espaldas de no hacerlo. Y, así, se llevó el Oscar a Mejor Película Extranjera. Dirigida por Juan José Campanella, fue estrenada en 2009, aquel fatídico año en el que a todo cristo le gustó Avatar menos a mí. La protagonizó Ricardo Darín, un gran actor conocido pero no disfrutado, hasta ahora; Soledad Villamil, una mujer bellísima que encima trabaja estupendamente; y Pablo Rago, quien realiza, a mi juicio, la actuación más completa e inquietante de todo el casting.  


   Este gran film supone lo que yo consideraría un clásico instantáneo, entendido como un todo en el que todo funciona, de vocación atemporal y escenas antológicas, y ostentando ese don inaudito que permite pasar por alto las fantasmadas y los Deux-ex-machina`s en pos de la pura y genuina emoción. Esto es, magia. Esto es, cine. Sin profundizar demasiado en su argumento, pues para eso tenéis FilmAffinity o la propia película, adelanto que éste presenta dos tramas bien diferenciadas, y las dos, por qué no decirlo, bastante simplonas. Una es el thriller al uso, un horrible crimen, un asesino sin escrúpulos y dos intrépidos policías persiguiéndolo; otra es una historia de amor tan hermosa como típica, tópica y utópica. Y las dos complementadas e integradas a la narración de un modo natural y prodigioso, en una sucesión de escenas hilvanadas con envidiable ritmo y nervio, el aburrimiento totalmente a raya. Una delicia, vamos. 
   Y también tenemos alguna que otra escena con vocación de recuerdo cinéfilo. Porque, ¿a quién no le gusta un buen plano secuencia? Sí, obviando lo pedante de la última pregunta, tenemos en El secreto de tus ojos uno de los planos secuencia más espectaculares que he tenido ocasión de ver, superando al de la persecución de Las aventuras de Tintín (porque, qué coño, eran dibujos), o al de Los Vengadores repartiendo leña (porque ahí hay más ordenador que en un "concierto" de Carlos Jean), y acercándose en iconicidad subjetiva, que no sé si ésta existe, al de Sed de mal. Con una joya visual de tal calibre es  inevitable preguntarse lo buen director de escenas de acción que sería Campanella si no le diera tanta pereza ponerse a ello. Una gozada.
   Si a ésta le unimos tres o cuatro secuencias más impecablemente escritas, dirigidas y actuadas (como el interrogatorio al asesino, la muerte de uno de los personajes principales a modo flashback, la despedida en la estación o, sobre todo, la resolución de la trama criminal, verdaderamente estremecedora), tenemos a fin de cuentas una película perfecta en todos los sentidos, en la que poco o nada resulta mejorable. Hay quienes podrían objetar que ciertas soluciones argumentales son poco verosímiles, en particular aquella parte de la investigación que se asemeja horrores a la de la infame Los hombres que no amaban a los mujeres (la novela, no la adaptación dirigida por David Fincher), y objetarían con razón. Pero, como decía antes, el velo de la locura cinematográfica, que engaña al frío y picajoso juicio, permitirá que, aún así, la película les guste, y mucho. A mí me ha gustado.
   Y entretanto, el verano sigue. Los estrenos se suceden y casi ni me apetece pasarme por las salas, porque  hay tanto que ver en Internet... Me he descargado El Ciempiés Humano 2 y algún día la veré, cuando reúna el valor suficiente y me dé por ayunar. Me he enganchado por sorpresa a Mad Men, esa serie que todo el mundo adora, incluyéndome, pese a que no habla de nada en particular y no salen tetas. Y, al tiempo, he seguido buscándole alicientes al cine actual, (La leche, ¿habéis visto Drive? Es para denunciar a Ryan Gosling), entre decepción y decepción, a la cual más dolorosa. Lo último es que El Hobbit va a ser una trilogía, y no por nada, sino en pos de una adaptación lo más fiel posible. 
   En fin. Ved El secreto de sus ojos. En lo que pasa la crisis y tal.