Aún conservo en mi habitación una estantería repleta de los clásicos más señalados que esta gran fábrica de sueños y de congelados ha tenido a bien regalarme ya desde antes de que yo naciera. De Blancanieves a Mulán, de Los rescatadores a El rey león, de Peter Pan a Aladdín, de La sirenita a Hércules, de Toy Story 1 a Toy Story 2 (con la tres ya llegó la madurez y la piratería). Toneladas de cintas de vídeo que antaño veía una y otra vez, a veces el mismo día, hasta aprenderme todos los malditos diálogos, y las canciones, las benditas canciones, de memoria. Sigo teniendo todas esas cintas, las sigo teniendo cariño, y eso que ya ni siquiera tengo reproductor VHS. Sniff.
Los tiempos de Disney ya han pasado, en cierto modo, al menos como marca aislada y garantía de calidad (ya sabéis, ésa que atesoraba antes de que empezara a producir secuelas como churros y series de televisión como mojones). Ahora es el turno de Pixar, aquella pequeña filial, o cómo se llame, que en 1995 lanzara Toy Story y, partiendo de ahí, un puñado de obras maestras más, los nuevos clásicos de nuestra época. Manteniendo el mismo mimo del tío Walt por contar historias bien contadas y diseñar personajes inolvidables. Excluyendo casi siempre, una lástima, las canciones.
"Si tienes hambre yo te voy a dar, tirititi, dos buenos cocos de verdad. Frescos, buenos, ¡grandes como un balón...!" |
Enumeremos algunos de estos clásicos, para que el artículo esté apropiadamente introducido y recargado. La trilogía de Toy Story (a la altura de El Padrino pero sin una tercera parte tan problemática), Bichos (¿os acordáis de cuando se vendieron sus cintas de vídeo con diferentes carátulas en función de cada personaje? Yo compré la de Francis, la mariquita marimacho :), Monstruos S. A. (divertidísima y preciosa, con Boo y con el hermano más normal de los directores de Matrix haciéndose querer), Buscando a Nemo (de las más flojas para mí, aunque quizá sea debido a que no soporto a Anabel Alonso), Los Increíbles (otro tanto, pero con unas escenas de acción espectaculares), Ratatouille (una obra maestra y el culmen visual de la compañía, en mi opinión), Wall·e (una primera media hora inolvidable en contrapunto a un resto bastante olvidable), Up (sí, yo también admito que lloré durante sus primeros diez minutos), y las dos de Cars, que... bueno, la primera es horrenda y la segunda no es tan mala como se ha empeñado en decir todo el mundo. No sé si las habré puesto en orden, pero qué más da, recuérdese que la obsesión por lo ordenadito es propia de judíos. En fin. Antisemitismo, congelados... Ya. Vamos con Brave.
Me ha gustado mucho. Muchísimo. Por fin, este verano, he podido salir de un cine con plena satisfacción, aún emocionado, sensiblón, deseando no haber ido solo a verla (fijaos cuán intelectual y enigmático me presento a vosotros) para poder a la salida desgranar las mejores escenas con alguien, o para tararear alguna de las canciones de Russian Red (mi futura esposa) y chillar "Diosss, el pelo de Mérida es taaan guay" sin sentirme violento.
Eh, ¿y sabéis que es lo mejor de esta gran película? El pelo de Mérida. Pelirrojo, rizado, indomable (el chusco subtítulo español de turno le viene al pego), y un prodigio técnico. En serio. Si toda la película consistiera en Mérida corriendo por el monte rodeada de cabritas y con su pelo ondeando libre y salvaje como el fuego, seguiríamos hablando de una gran película. Pero mejor que no se entere Terrence Malick de esto último. Por si las mariposas.
Aquí el cabello se aprecia muy poco. Maldición |
Podría pasarme horas y horas hablando del pelo de Mérida (es de un color rojo pero a la vez algo así como anaranjado, anarrojado, y puedes contar cada rizo, y deleitarte en cómo éstos se juntan y se separan, se enredan y se desenredan... y creo que lo voy a dejar que me estoy empalmando), pero supongo que así no conseguiría una crítica demasiado rigurosa. Supongo que ha quedado claro que la animación es una nueva octava maravilla del mundo, no sólo ya por asuntos capilares sino por toda la recreación de la Escocia medieval, por el resto de personajes (encantándome el diseño de los tres hermanitos de Mérida, que son una monería), o por las escenas de acción (que hay pocas, pero impresionantes, destacando la primera salida de Mérida del castillo a lomos de su caballito Angus, con una gran canción llamada Volaré, interpretada en español por nuestra pepera favorita, sonando a todo volumen y en toda su epicidad).
Luego, el guión... Empecemos a poner pegas, aunque no tenga muchas ganas. Brave tiene uno de los guiones más pobres de Pixar, no por malo sino por simple. La historia es funcional, una estructura básica de tres actos, sin demasiada introspección en los personajes exceptuando a Mérida y su madre (cuya relación es el tema central de la película). Dicen algo de rompedor en cuanto a que el protagonista es una princesa que sólo quiere casarse por amor (ooooh, lo nunca visto), pero no. En serio. Es hasta predecible.
Curiosamente, esta importante falla es sorteada con habilidad, valiéndose de aquel corazón que dicen que tienen todas las películas de Pixar (habladurías afectadas con las que estoy de acuerdo), y así, se las consiguen apañar para que la película conmueva, y mucho. En esto ayuda, lo volveré a mencionar, la gran banda sonora, y no sólo por Russian Red.
Nos casaremos por la Iglesia |
Brave consigue eludir el fallo que supone este raquítico guión (y, quizá, un humor demasiado facilón y en contadas veces realmente divertido), limitándose a ser endiabladamente entretenida y a afirmar con contundencia que, a ver quién es el guapo que se lo rebate, es un clásico. No resiste lecturas frías u objetivas, pero tampoco le preocupan. Es lo que es. Y parece erguirse amenazadora, con orgullo y suficiencia, contra todos aquellos que pusieron Cars 2 a parir. Que bueno, no era gran cosa, para qué nos vamos a engañar (de hecho me decepcionó mucho que al final nadie matara a la grúa esa de los cojones), pero de eso a no incluirla en las nominadas al Oscar a Mejor Película de Animación... Pixar es Pixar, maldita sea, y cualquier cosa que haga Dreamworks, o 20th Century Fox, o quien sea, nunca estará a su altura.
Poco más que añadir, salvo que el corto que, como es tradición, proyectan previo a la película (La luna) es un encanto y que, sí, el pelo de Mérida es una maravilla.