domingo, 26 de octubre de 2014

Lo que no dormí en San Sebastián, Parte V. Magical Girl

Todas las películas venían precedidas, durante su proyección, de una breve cortinilla en la cual se nos recordaba el sitio al que nuestros cinéfilos huesos habían ido a parar. "62 Festival de San Sebastián/Donostia Zinemaldia", rezaban los rótulos, acompañados de una simplona melodía que no empujaba al tarareo ni al baile, pero que a fuerza de repetirse, como un éxito cualquiera de los 40, acababa alojándose sin permiso en tu subconsciente. Éste había aprendido, con el paso de los días y el compartimiento de buenas y malas experiencias, a hermanarse con el de los demás miembros del Jurado Joven, y como éramos Jóvenes antes que Jueces, hubo un momento que mágicamente decidió moverse al son de la simplona melodía cuarentona y dar alegres palmadas que le añadieran estridente percusión al invento. A partir de ese momento, se hizo lo mismo en todas y cada una de sus exhibiciones. Y, en efecto, nunca dejó de ser divertido.

http://www.sansebastianfestival.com/admin_img/pag/cabecera_62_1_es.png

   Esta gloriosa celebración de la juventud y de una actitud del todo desenfadada ante los sinsabores de esa inigualable experiencia en la que todos estábamos inmersos deparaba momentos estúpidamente emotivos (salvo cuando en cierto momento su sentido se torció); exhumaba acaso una sensación de unión y solidaridad en franca oposición a los "otros" (los adultos, los periodistas, los críticos de renombre, los que, en definitiva, no estaban obligados ni a ver ni a dormir la mayoría de las películas de Nuevos Directores y Horizontes Latinos). Una sensación, ay, que luego era dinamitada a traición cuando el soplapollitas de turno levantaba la mano al final de un nuevo engendro de un Nuevo Director y soltaba un hipócrita "Enhorabuena", seguido de un aún más hipócrita "Me gustaría saber cuáles han sido sus influencias". Y lo decía totalmente en serio, y era entonces cuando la parte sensata del Jurado Joven, que alguna había, volvía a tener ganas de aplaudir, pero para matar la mosca cojonera en la que se había transfigurado su desvergonzado rostro.
   Como esto pasa hasta en las mejores familias, nada más salir de la sala todo quedaba olvidado junto a los nombres de aquéllos con quienes hace segundos coincidíamos enérgicos en lo jodidamente bueno que era Thomas Pynchon, porque así de sociables y curretes éramos. Cada mochuelo volvía a su olivo, recogíamos nuestro bocata de queso viscoso pero no sabroso, y reflexionábamos sobre qué película ir a ver a continuación para que el viaje nos acabara saliendo, pese a todo, rentable. Normalmente ésta era una perteneciente a la Sección Oficial o a las Perlas, y en función a ellas, y a lo cansados e irritables que hubiéramos quedado tras esa película danesa, planificábamos nuestro itinerario. Según llegábamos al sitio en cuestión nos encontrábamos con un número variable de otros Jueces Jóvenes esperando en la puerta y formando una cola alternativa a la gran cola que era la formada por los "otros" y por los adorables donostiarras de a pie que se habían pillado un bono para ver 10 películas elegidas a dedo (y éstos son los verdaderos héroes del Festival). Así las cosas, sólo podríamos ver la Perla o la Oficial si una vez pasada la gran cola quedaban sitios libres en la sala, ya que, más allá de poder hablar en persona con la directora de esa película danesa, muchos más privilegios no teníamos. 
   Si había suerte, como digo, este selecto grupo de seguidores de François Ozon (en el peor de los casos) acababa entrando y tomando un asiento ridículamente inapropiado mientras musitaba con una desesperación floreciente el mantra "Es gratis, es gratis". Dependiendo de cuántas veces se hubiera proyectado la película anteriormente, una voz nos informaba entonces de que a ese pase y no a otro había acudido el director, el productor o algún actor que otro, y este personaje se levantaba y todos aplaudían (incluidos nosotros, aunque no viéramos un carajo). Luego se sentaba (supongamos que se sentaba), las luces se apagaban, en la pantalla aparecía, sí, la cortinilla, y el Jurado Joven prorrumpía en aplausos de incalculable valor rítmico desde varios puntos de la sala. Porque, como dijera ese cagalindres llamado Kurt Cobain, When the lights out/ It`s less dangerous/ Here we are now/ Entertain us. Y tal.

http://us-resp-media.s3.amazonaws.com/new_respectance/memories/2013/11/kurtcobain.jpg
Con ustedes, el primer indiepollas de la historia

   En una de esas memorables ocasiones, en las que los "otros" se giraban, buscaban nuestros iconoclastas rostros, y una vez localizados nos sonreían con despectiva ironía, la parte sensata del Jurado Joven vio Magical Girl, obra que poco después sería galardonada con la Concha de Plata al Mejor Director para Carlos Vermut y la Concha de Oro a la Mejor Película. Y obra que días después, en lo que suponía un reconocimiento aún más valioso, sería identificada como "la gran revelación del cine español en lo que va de siglo" por Pedro Almodóvar, que otra cosa no, pero de revelaciones entiende un rato.
   Lo mejor que se puede decir de Magical Girl, al margen de las palabras del auteur manchego (que suscribo con vehemencia), es que nunca antes se había visto cosa igual en cine español, ni en ningún otro género. Ya desde la poderosísima primera escena, antecesora de los créditos, se podían oír entre el público risas nerviosas e incautos "Esto no podía haber empezado mejor", y esta sensación de maravilla se obstinó en prolongarse durante las algo más de dos horas que Magical Girl acabó durando. Una maravilla meditabunda, serena, extraída de una historia que se contenta con desarrollarse sin prisa alguna, mirándose el ombligo con suficiencia, y apañándoselas para ser hipnótica hasta en sus tramos más flojos y alicaídos. Para ello, Carlos Vermut se vale únicamente de movidas tales como las elipsis, los paralíticos planos secuencia, unos actores que no podían haber sido mejor escogidos o, por sobre todo lo demás, un guión que es prodigioso en todas y cada una de sus facetas.

http://www.fotogramas.es/var/ezflow_site/storage/images/peliculas/magical-girl/11214032-3-esl-ES/Magical-Girl.jpg

   El libreto, escrito por el mismo Carlos Vermut (otrora dibujante de cómics), se estructura en torno a tres historias que paulatinamente irán entretejiéndose con precisión e inesperada lógica, mientras el espectador disfruta sin saber muy bien cómo de los diálogos que cada una de ellas ofrece; diálogos largos e impecablemente recitados que hacen gala siempre de un humor tan extravagante como inclasificable, de ése que igual, como decía el insigne Carlos Boyero (que en el Festival me deseó suerte en mi particular odisea periodística y FELIZ), sólo puede llegar a hacer gracia a los modernillos. En cualquier caso, es digno de estudio cómo Carlos Vermut juguetea con la tragedia y este humor tan negro, surrealista y absurdo, y luego se las apaña para mezclarlo todo con un arrebatador costumbrismo español, de ése de bares mugrientos y anegados en colillas en los que siempre hay algún sombrío parroquiano que gruñe: "Puta crisis". Vermut, así como quien no quiere la cosa, crea uno de los retratos de la realidad hispana más certeros y cercanos que se hayan hecho nunca, y lo inserta en una trama puramente noir cuyo McGuffin es el vestido (carísimo) de una heroína de manga. Espero tímidamente que con mis palabras podaís percibir una mínima parte de la acojonante genialidad de todo.
   La obra de Carlos Vermut es revolucionaria, inquietante, fresca, necesaria, y un hallazgo cinematográfico sin parangón ni paliativo. Y lo seguiría siendo aun cuando los actores no hubiesen sabido estar a la altura, o al menos es algo que trato de concentrarme en pensar sin éxito, ya que la exiquisita y portentosa dicción de José Sacristán no me lo permite. Cada segundo en pantalla de este hombre de impresionante presencia, que podría y debería ser el abuelo de todos nosotros, es un milagro. Es Humphrey Bogart perdiendo un avión. Es Marlon Brando sudoroso en camiseta de tirantes. Es la oscura mirada de Al Pacino cruzando una pierna sobre su sillón. Es Robert DeNiro aporreando la pared de su celda. Es Leonardo DiCaprio soportando estólido un nuevo académico desplante. Es cine.

http://www.relatoenmarcado.com/wp-content/uploads/2014/10/Jos%C3%A9-Sacrist%C3%A1n-int-e1366279778710.jpg?w=580
Fap fap fap

   Por otro lado está Bárbara Lennie, haciendo de una loca del coño adorable de atractivo inexplicable (como el de la propia película) a quien le toca tirar del carro en el tramo de la historia menos agradecido con direrencia y salir muy bien parada del empeño, regalándole encima a la cultura pop una estampa tan sencilla y poderosa como es la de su rostro inexpresivo y ensangrentado enmarcado por el pepinazo La Niña de Fuego de Manolo Caracol. Luego tenemos a Luis Bermejo, interpretando con naturalidad y ternura al españolito gris de la función, y finalmente a la encantadora Lucía Pollán, la auténtica Magical Girl. Estos cuatro constituyen un plantel heterogéneo y sólido, fagocitados completamente por sus personajes, y garantizan dos horas y pico de fascinación en vena.

http://img.irtve.es/v/2679542/
"¡Su nivel de molaridad es impresionante!"

   Quienes me conozcan, o conozcan este blog (que viene a ser lo mismo), reaccionarán extrañados a lo altisonante de mis palabras, así como a la escasez de pegas inscrita en ellas. Y no, Magical Girl no es un 10, ni siquiera es la mejor película que vi en el Festival de San Sebastián (tal mérito lo ostenta otra que, tristemente, es posible que ni siquiera acabe teniendo su propio artículo), pero quiero que la veáis. Quiero que la vea todo el mundo. Lo quiero enérgica, furiosamente. Magical Girl es una obra capital que, por angélicos recovecos de la vida, hemos tenido la suerte de que haya resultado ser española, de que haya salido de la mente de uno de nosotros, un hombre de talento llamado Carlos Vermut al que a buen seguro le gustaría hacer cosas más grandes aún, si le dejamos. Ya ha dirigido dos cortos cojonudos (Don Pepe Popi y Maquetas) y uno, Michirones, que es mejor que veáis después de Magical Girl o de los otros dos, para que se lo podáis perdonar. Y todo eso por no hablar de Diamond Flash, su flamante debú con el largo, una absurdez tan brillante como tróspida que, vista en retrospectiva, no es más que el muy prometedor germen de Magical Girl, y que por eso mismo merece la pena. Carlos Vermut, amigos. Apuntad su nombre. Quedaos con su cara. Su barba. Seguro que un día os lo encontráis por Malasaña y le podéis invitar a unas cañitas.
   Y ahora es la Fiesta del Cine, y una cita inexcusable tanto para cualquier amante del celulítico elemento que se precie como para cualquier orgulloso patriota. No me seáis e id a verla en masa a alguno de los tres o cuatro cines de España en los que la proyectan. O eso o, para la próxima vez, animaos y sed Jurado Joven. Al final la cosa no estuvo tan mal.

jueves, 16 de octubre de 2014

Así se forja la Historia

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0knJ31TmPQNXSKdmawyRbm4pwhRglSi_BjGSqrEfTNjtahm0Q7bRfbuMTkwrRqXg4pobyhjiLP0rf84RaCi-bIAGOou7JRHIeeGLGWENUWX6u2hkUdwVS9PAL3TjmRMdFVd4o7oV7k8DY/s1600/gone_girl.jpg

Un servidor, habiéndose plantado frente a esto tan caótico y terrorífico que es la Historia del Cine un poco, como quien dice, en sus postrimerías, cuando ya estaba consolidada, presta a acabar, poco dispuesta a sorprender, ha de examinar con precaución, y siempre tratando de no incurrir en el peor ridículo que es el de la desmemoria, la sucesión de realizadores contemporáneos a su existencia. Porque se puede declarar que nombres como Christopher Nolan, Paul Thomas Anderson, Quentin Tarantino, Lars von Trier, Danny Boyle, Wes Anderson, Carlos Vermut o el que hoy nos ocupa, David Fincher, están llamados a engrosar la problemática y esquiva lista de los mejores cineastas de la Historia del Cine, claro, quién me lo va a impedir pero, ¿qué sé yo realmente de esta Historia del Cine? ¿Acaso he estado viviéndola desde su inicio y tengo autoridad para saber a quién se le permite ingresar en ella? ¿Pude por ventura y satisfacción proclamar en su momento que Orson Welles, Billy Wilder, Alfred Hitchcock, Francis Ford Coppola, Woody Allen, San Martin Scorsese de Todos los Santos, Steven Spielberg, y me dejo muchísimos, lo iban a petar fino? ¿Hasta ahí llegó mi clarividencia? Creo no sorprender a nadie si admito que no. Uno sólo lee la Historia sentado plácidamente sobre una butaca alejada de la acción, cómoda, y carente de todo riesgo, y sólo una vez que dicha Historia ya se ha desarrollado lo suficiente como para que personajes más legos que tú o más masificados te la interpreten, te la mastiquen y te la regurgiten, y al final te permitas a ti mismo pensar, ni que sea durante unos abrasivos segundos, que eres igual de sabio y cultivado que ellos. O que tu opinión vale para algo.
   La cuestión es, ¿habrá historiadores y estudiosos que dentro de cincuenta años recomienden las películas de David Fincher como el éxito crítico y más o menos popular las recomiendan hoy? ¿Seremos, en efecto, tan afortunados de haber compartido años de vida con un genio totalmente nuevo y, valga la redundancia, genuino, y de haber tenido el placer de esperar y de permitirnos ser decepcionados con sus sucesivos trabajos? Yo casi me atrevería a asegurar que sí, que somos afortunados de convivir con la plenitud artística de David Fincher, y que puede que dentro de bastantes años la gente nos envidie de la misma forma que nosotros envidiamos a aquellos seráficos sujetos que al salir de ver Aquí un amigo, noche del estreno, pudieron decir: "Joder, pues ésta como que le ha salido muy floja a Wilder, ¿eh? Más floja tirando a puta mierda".

http://www.tip-berlin.de/files/mediafiles/37/buddy-buddy.jpg
He visto películas de Esteso y Pajares mejores que ésta

   David Fincher estrena película y todo el planeta Tierra y buena parte del Sistema Solar debería estar festejándolo, dejando todo lo que tuviera entre manos (abiertamente irrelevante en comparación, qué duda cabe), para correr a la sala más cercana y ser ufano testigo de cómo pasito a pasito la Historia del Cine sigue fraguándose. Perdida, se titula el nuevo proyecto, y es la adaptación de un célebre best-seller cuyo elenco encabeza Ben Affleck. ¿Hay que alarmarse? En absoluto. David Fincher es David Fincher es David Fincher, y si no la cagó teniéndolo todo en contra cuando rodó Los hombres que no amaban a las mujeres (película a reivindicar aunque sólo sea por sus epiquísimos créditos iniciales), no la va a cagar ahora. Lo sé yo, lo sabes tú y lo sabe Ben Affleck, que de actuar no tendrá ni puta idea pero listo lo es un rato, y no ha dejado de demostrarlo de un tiempo a esta parte.

http://img.emol.com/2014/07/17/perdida_92346-L0x0.jpg
"Busco mi talento interpretativo. ¿Alguien lo ha visto? Pagaré"

   Perdida es, en principio, un thiller policíaco y, como es costumbre en el señor Fincher, uno magistralmente dirigido que sabe sacarle todo el jugo a la obra literaria de la que parte (sólo es un suponer, algo que será remediado en cuando adquiera la susodicha novela y la devore en cuestión de, presumiblemente, un par de horas). El toque Fincher, que es el más elegante y menos estridente de los toques, se deja notar como sin darse importancia a lo largo de dos adrenalíticas horas y media en las que no hay espacio para el aburrimiento, ni tampoco para algo parecido a la calidez humana. Es oscurísimo, es deprimente, es asfixiante, una atmósfera malsana lo envuelve todo y uno, por más que mira y se rasca la cabeza, tampoco alcanza a deducir qué es lo que exactamente hace Fincher para ser Fincher. No hay movimientos de cámara vertiginosos, tampoco arrogantes planos secuencia, ni tan siquiera una irónica banda sonora que inyecte algo de siempre bienvenida posmodernidad (sólo se deja oír un ajustadísimo Don`t fear the Reaper). Todo es correcto, académico e, inexplicablemente, hipnótico. Y dentro de su cuadriculada mesura, elevándose por encima de una música memorable compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross sin la cual nada sería posible, late un corazón negro y frío que nos arroja de repente, como quien arroja un hueso sin reparar en sus cualidades nutricionales ni en el valor que seres más indignos podrían encontrarle, una secuencia para la posteridad. Dos seres entre las tinieblas de una habitación. Iluminación barroca. Cama de matrimonio. Neil Patrick Harris y Rosamund Pike. Música opresora. Volumen que aumenta. Y así, niños, es como por fin vuestro tío Barney entró a formar parte de la Historia del Cine.

http://www.downtownsantacruz.com/wordpress/wp-content/uploads/2014/09/NPH.jpg
"... y poco después presentó los Oscars y todo pues muy bien, muy en orden, cómo iba a ser de otro modo"
 
   Hablemos de actores, y desentrañemos el auténtico misterio: cómo puede haber realizado Ben Affleck una interpretación que no sea horrenda. Y la respuesta es sencilla, por qué va a ser, pues gracias al jodido Fincher, gracias a un inconmensurable acierto de casting. Ben Affleck es inexpresivo, antipático, infantiloide, torpe, nunca puedes llegar a saber a ciencia cierta si trata de ocultar un retorcido mundo interior o si simplemente le faltan un par de veranos, o de hostias, que le espabilen. Y es perfecto para el papel de Nick Dunn, niquelado para que la trama de Perdida se presente aún más inquietante y ambigua. El tipo logra firmar así el mejor papel, sin discusión alguna, de una carrera que hace tiempo debió dejar por imposible para dedicarse por entero a la dirección y ganar muchos más Globos de Oro. Porque escenas tan bien resueltas como el colosal e inapropiadísimo momento en el que exhibe su sonrisa de botarate (con la que llegué a tener pesadillas horas después), o su entrevista en televisión, o los momentos finales, no las podría lograr ningún otro hombre que no fuera Ben Affleck. O bueno, casi ningún otro hombre. Ryan Gosling a lo mejor, pero solo cuando además (co)escriba un guión como el de El Indomable Will Hunting dejaré de pensar que es una acelga.

http://cdn3.teen.com/wp-content/uploads/2013/04/ryan-gosling-no-teeth.jpg
"¿Y qué? Soy mucho más guapo que tú y que todos los habitantes de tu municipio juntos? Juaaaas"

   Rosamund Pike fue chica Bond años ha en la peli Bond más loca y absurda de la que se tiene memoria, la gloriosa Muere otro día, y probablemente sólo la conozcáis de eso. Tanto mejor, porque su tremebunda interpretación de la Asombrosa Amy os impactará todavía más, disfrutando y padeciendo a partes iguales con uno de los papeles femeninos más complejos y difíciles jamás escritos. Y estaría muy feo no hablar de Carrie Coon como la hermana melliza de Ben Affleck, papel que defiende con suicida contundencia en contraposición al discreto y agradable oficio que transmiten Neil Patrick Harris y Tyler Perry, este último francamente divertido en su papel de abogado buenrollista.
   Con dichas virtudes, Perdida lo tendría todo para triunfar, y de hecho es lo que hace, pero si a Hitchcock le llovieron collejas en su día con tal de que no se relajara, sería de oportunistas miopes no hacer lo propio con Fincher, aun cuando el único problema de la peli reside en la especial naturaleza de su guión. Un libreto, por cierto, que Fincher no ha hecho otra cosa que respetar y que, aunque precipita la película muy sobradamente al 9, no permite que pase de ahí. Perdida es una obra, y espero estar hablando tanto de la película como de la novela, hecha tanto para impactar como para suscitar la reflexión con las fuerzas que resten una vez se haya pasado por el aro. Al contrario que ocurría con su anterior film, Los hombres que no amaban a las mujeres (novela que sí he leído y de la cual he abominado), que no era más que una intriga detectivesca al uso (sí, con bastante misoginia, pero muy light y obvia), Perdida tiene ínfulas de relato social, y si bien es esta parte, la filosófica, la panfletaria, la que se queda en nuestra cabeza, es muy probable que para siempre, aboca al desarrollo de la trama a una descompensación bastante reseñable. Una por la cual acaba resultando que Perdida es hasta tres películas diferentes, ensambladas por dos giros diabólicos y enfermizos que elevan la pesadilla y la desazón hasta niveles estratosféricos. Y, por muy buenas y hasta siniestramente divertidas que sean estas tres películas, el resultado global es como raruno, sobre todo por el rastro de pistas falsas y cosas tiradas de los pelos que se percibe entre golpe de efecto y golpe de efecto.

http://www.elbaluartedecadiz.es/wp-content/uploads/2014/10/gone-girl-perdida-rosamund-pike.jpg
Imágenes como ésta deberían estar enmarcadas en algún tipo de museo donde todo el mundo se pudiera masturbar (metafísicamente, claro) en amor y descompañía


   Así las cosas, Perdida funciona más como comedia negra (negrísima) que como thriller. Como thriller, digo, es bastante defectuoso, habida la cuenta de que justifica su visionado en base a una gran reflexión final en lugar de un último y gran giro que le dé la vuelta a todo, que es lo que yo por cierto esperé hasta que, como un disparo a bocajarro, irrumpieron los silentes créditos. Dicha reflexión final es, podéis estar seguros, estremecedora, demoledora, acojonante en una palabra, y ese último plano sólo permite que te lleves las manos a la cabeza, con lágrimas de equívoco origen en las mejillas, y musites "Este cabrón lo ha vuelto a hacer". Pero, ay, no es una buena forma de clausurar el majestuoso thriller que todos anunciaban, el thriller que yo esperaba, sobre todo porque no supone más que un perverso punto y final prolongado durante media hora.
   Que se adscribe ni más ni menos, ojo, a lo que Fincher y Gillian Flynn (autora de la novela y el libreto) pretendían, que no era otra cosa que maltratar al espectador sin limitarse únicamente a los vertiginosos e imposibles giros de siempre. Perdida es más Zodiac que Los hombres que amaban a las mujeres, más Seven que El club de la lucha, más, gracias a Dios, La red social que El extraño caso de Benjamin Button. Así que hay que verla, que a fin de cuentas es de David Fincher y es lo que toca.
   Recomendable para todo aquel con mínima preocupación por querer llegar a viejo habiendo visto las grandes obras maestras de su tiempo. Y hacedlo por vuestros nietos también, venga, que a lo mejor os salen cinéfilos y en vez de escribir chufiblogs pueden matar el gusanillo hablando con vosotros. Todos saldríamos ganando.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Lo que no dormí en San Sebastián, Parte IV. Relatos Salvajes

El humor negro es, y anuncio desde ya mismo un insufrible cúmulo de disertaciones a la cual más afectada y ridícula, una de las mejores cosas de la vida, una que no se ha de preocupar por otorgarle a ésta algún sentido sino de, en cambio, ilustrar sus más numerosos sinsentidos con un atrevimiento y amplitud de miras mucho mayores de los que, por regla general, pudieran ofrecer el melodrama o la tragedia. El humor negro es, asimismo, libertad, no conoce fronteras como no sea para derribarlas con gozosa arrogancia, y una vez a horcajadas sobre los escombros, reflexionar sobre su maltrecho legado. El humor negro es democracia. El humor negro ofrece un espectro vasto y caótico de abigarradas posibilidades en el que todo el mundo puede incurrir si tiene los redaños suficientes, si se acaba atreviendo a abrazar el desafío que supone la más absoluta y auténtica de las libertades de expresión. Y el humor negro, encima, ofrece también la posibilidad de luego, si queda algo de tiempo y ganas, reírse de todos aquellos que alguna vez quisieron coartarlo o destruirlo.
   Yo amo el humor negro, y si bien por humildad y memoria histórica no podría calificarlo como mi tipo de humor favorito (tal honor recaería sobre un "humor amarillo" más generalista que, desde luego, abarcaría muchísimos otros tipos de humores, desde el negro al blanco pasando por el absurdo y, tan inevitable como penosamente, el inteligente), sí creo que es el que garantiza la carcajada más liberadora, que es aquélla que es concebida ya previamente despojada de prejuicios, y que una vez que nace tiene algo de retador, de iconoclasta, de autoafirmativo. Esa carcajada nos define como individuos más o menos sabios, más o menos amargados, más o menos cínicos y, sobre todo, como individuos a los que simplemente les gusta reír. De lo que sea. Porque ésa es otra de las grandes virtudes del humor negro: todo vale...

 http://www.sansebastianfestival.com/admin_img/pag/cabecera_62_1_es.png

   ...en principio. Tuve mucho tiempo de pensar en el humor negro como concepto la tarde en que vi Relatos Salvajes, de Damián Szifrón, en ese teatro, maravilla para cualquiera de los cinco sentidos, llamado Victoria Eugenia, dentro del marco de la 62 Edición del Festival de San Sebastián. Tuve mucho tiempo porque, lo que es reír, me reí poco. No era la primera vez que entraba en aquel rutilante y majestuoso edificio, pero sí sería, lamentablemente, la última. Mis compañeros del Jurado Joven y yo (esta extracción del yo, únicamente sintáctica por el momento, acabaría resultando muy significativa), habíamos visto en jornadas anteriores tanto a la maravillosérrima Jessica Chastain presentando una película que no merece valoración más documentada que la de "tostón" (La desaparición de Eleanor Rigby, originalmente dos películas juntas y revueltas en una que no merece el esfuerzo ni de los más contumaces lectores de Paulo Coelho, ni de los más desinformados beatlemaníacos, ni de nadie en absoluto), como una notabilísima película de Sección Oficial que nadie, hoy día, recuerda (Casanova Variations, protagonizada por el ególatra John Malkovich, que bien merecería su propio post pero que lo más seguro se acabe conformando con un lugar de honor en el compendio de mis experiencias metacinéfilo-teatral-operísticas). El caso. Aquella tarde, previamente a disfrutar (yo quería disfrutar, os lo aseguro) de Relatos Salvajes, varios ilustres personajes se pasaron por el escenario del Victoria Eugenia.
   Dichos personajes eran, en orden de candoroso prestigio en lo que a mí respecta, Ricardo Darín, Pedro Almodóvar, Leonardo Sbaraglia, Damián Szifrón y un actor al que no conocían ni en su casa a la hora de comer y que, luego de la proyección de la película, tampoco empezaron a hacerlo. El día anterior había sido el cumpleaños de Pedro Almodóvar, y el productor de Relatos Salvajes, aparte de dejarse recordar tan señera fecha (que supongo que en un futuro no muy lejano acabará rubricándose fiesta nacional), nos reveló que, años ha, el Festival de San Sebastián acogió el estreno de su primera película: Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón. Todos aplaudieron, claro, bien porque no habían tenido nunca oportunidad de verla o bien porque, aun habiéndola visto y habiendo quedado, pues no se puede quedar de otro modo, traumatizados para toda una vida, sabían que los inicios son difíciles, y si eres un genio más. Luego el resto de señores también habló un poco, destacando a Ricardo Darín y a Leonardo Sbaraglia, quienes mantuvieron un desconcertante diálogo acerca de un número musical que habían preparado con no sé quién, que igual ahora lo hacían, ay no, ahora no porque el boludo este no ha acudido, al final sí, al final no, y tal. No hubo número ni cosa parecida, claro, y hubieron de hacer como que no pasaba nada valiéndose de su saber estar y su vacilona argentinidad ante la cara de póker de toda la platea, que reflexionaba en torno a un chiste que nadie estaba seguro de que fuera tal. Y así fue el primer momento de post-humor de la velada, entendido el post-humor como una broma de etimología dudosa que te puede hacer gracia o no, pero que en cualquier caso al emisor se la trae floja si no te la hace.

http://www1.pictures.zimbio.com/gi/Ricardo+Darin+Relatos+Salvajes+Premieres+San+TFd6c4_TMDVl.jpg
Por ahí vagabundeaba yo, sin imaginar el trauma que me aguardaba

   Relatos Salvajes no es una película de humor negro, sino de post-humor, y de post-humor del malo, de ése cuya proverbial incomodidad se extrae de la manifiesta ignorancia que Damián Szifrón (director y guionista) muestra tener en torno a la manipulación de los mecanismos de humor negro que tan flemáticamente dice abanderar, no sólo fracasando en torno a conseguir cierta efectividad, sino metiéndose de paso en un jardín que flipas. El hombre se ha guisado y se ha comido hasta seis cortometrajes, y luego los ha juntado, asumo que en un orden no lo suficientemente meditado, en una sola película, ya que, según él, están inextricablemente unidos en cuanto a la temática. Y qué puta temática es esa, me preguntaba yo furibundo una vez la película concluyó, y las opiniones tan entusiasmadas de mis semejantes tenían a bien relegarme al ostracismo cultural. Uno de los ostracismos, por cierto, más enervantes que imaginarse pueda.
   Si estos Relatos Salvajes tienen efectivamente algo en común no es sino el exceso y la torpeza con el que éste ha sido gestionado. Un exceso, valga lo rimbombante de la expresión, tan mal medido, tan catastrófico, que acaba por resultar francamente desagradable. En pos de remediarlo, poco pueden hacer sorprendentes introducciones (Relato #1), discretos divertimentos destroyer (Relato #3) o buenas ideas desaprovechadas (Relato #5), porque la pifia de Szifrón es general. El dire ha confundido lo negro con lo absurdo, lo sarcástico con lo mezquino, las churras con las merinas, y ni siquiera ha sido demasiado original a lo largo del proceso. Ha fundamentado la diversión en ver cómo un conjunto de personas sufre injusticias o maltratos por parte de diversos desalmados para luego perder los estribos y vengarse de mil y una maneras. Sobre el papel no tiene mala pinta, pues asociamos la idea con la caricatura, la farsa, con un buen terruño, en fin, en el que sembrar el humor negro y éste fructifique en carcajadas autoconscientes.

http://www.clarin.com/extrashow/cine/Relatos-Salvajes_CLAIMA20140813_0351_27.jpg
Los protagonistas del esperpento

   En lugar de eso tenemos, como paradigma, la historia protagonizada por Ricardo Darín. Relato #4. En la que, sí, el susodicho hace de un pobre hombre al que la sociedad putea de manera supuestamente hilarante. Bien. Para empezar, poner a Ricardo Darín como protagonista de un relato de estas características es un soberano despropósito. El actor, uno de los mejores del panorama mundial, es el jodido Morgan Freeman de la lengua cervantina, y personaje que coge, por muy plano que sea, personaje con el que vas a empatizar. Y, atención, la empatía es la muerte del humor negro. Es lo que impide que puedas ver las cosas desde una distancia prudente y puedas extraerle todo su jugo tragicómico, y es lo que hace que puedas llegar a pasarlo realmente mal con una película como, por ejemplo, Fargo. Un espectador más insensible que yo podría haber sorteado este obstáculo y no pasaría nada, mejor para él, supondría, así se ríe y se lo pasa bien y todos contentos menos, obvio, Darín. Y yo. El verdadero problema llega cuando la susodicha empatía se pliega a las circunstancias y se las apaña para manipular la mismísima escala de valores del respetable, en cuanto a la siguiente escena: (SPOILER) Ricardo Darín dinamita un edificio entero como, él piensa, justa retribución a los desmanes sufridos. ¿Y cómo reacciona entonces el público del humanista y por lo demás honorable Teatro Victoria Eugenia? Aplaude. Con alborozo, con furiosa alegría. Aplaude semejante muestra de violencia desmedida y cruel. La justificación de éste, luego de trasnochadas reciminaciones, no se hace esperar. "Es que es humor negro". Y antes de eso ha vuelto a aplaudir, con más fuerza si cabe, cuando el personaje de Darín, dentro del inquietante microcosmos de la película que ya es nuestro propio microcosmos, se hace famoso por semejante "hazaña", y es considerado un héroe con todas las letras por sus actos, no hay otro modo de llamarlos, terroristas.
   Esto, aparte de ser una copia burda e inmoral de Taxi Driver, es una barbaridad, una perversión de esos fundamentos del humor negro que Ricardo Darín, sin darse cuenta el pobrecín, acaba de dinamitar también. El humor negro no se aplaude, no se debe aplaudir, su naturaleza no ha de permitirlo. El aplauso es sumisión, es tomar partido, es celebración, se aleja totalmente del ingrediente básico del humor negro que, más que la risa, conseguida o no, es el distanciamiento y la reflexión derivada. En el segmento del hijo de la novia no hay distanciamiento, no nos lo permite ni el actor ni el carácter cotidiano de las afrentas, y tampoco hay una reflexión subyacente, como no sea una mucho más profunda y corrosiva que la que se aprecia a simple vista, una que debería acudir al socorrido argumento de lo puta mierda que es el ser humano. Y en cualquier caso, y todo lo modestamente que soy capaz, que no es mucho, pienso que esa supuesta reflexión no fue captada por ninguno de los espectadores que aplaudían. O, más bien, prefiero no pensarlo, porque de lo contrario significaría que todos ellos festejaban lo puta mierda que es el ser humano. Y eso ya, no sé, es como demasiado jebi.

http://www.studiodaily.com/blog/wp-content/uploads/2011/03/Taxi1.jpg
"¿Me estás copiando a mí, boludo?"

   Vamos, que todo es un lío, que el humor negro hay que saber trabajarlo, pulirlo bien, pensarlo caray, porque si no te metes en un sindiós metafísico tan épico como éste que he tratado, seguramente en balde, de desentrañar. Y una película tan floja como ésta no debería dar ni para eso. Dudo, así las cosas, que Damián Szifrón haya pretendido hacer algo tan profundo como lo que mis anteriores líneas esbozabam, sobre todo al examinar historias tan pedestres y básicas como la protagonizada por Leonardo Sbaraglia (el ya mencionado Relato #3) o la de la novia (Relato #6), segmento este último que de tan grotesco que es acaba pareciendo una mezcla de Almodóvar, olé ese productor, y Von Trier, sin por supuesto una cuarta parte de la gracia de éstos.
   Por otro lado, la película está muy bien hecha y muy bien interpretada, y está rodada en argentino, que siempre es un plus. Al margen de esto, como digo, me ha resultado una obra repugnante. Y lo mejor de todo es que he sido el único.

sábado, 11 de octubre de 2014

El profeta perdido

 http://pics.filmaffinity.com/Torrente_5_Operaci_n_Eurovegas-241259676-large.jpg

No deja de ser triste, por mucho que su propia naturaleza se preste a ello, que un mito patrio con la hondura y significancia de José Luis Torrente se asocie automática y cerrilmente a palabras tan desafortunadas como "cutre", "zafio", "vulgar", "casposo" o "marca España". Así como, en un alarde tras otro de insensata vergüenza torera y maniquea hipocresía, ciertos sectores de la sociedad, o incluso de la industria del cine por la que Santiago Segura ha hecho tanto y tan bien, censuren su producción cinematográfica, valiéndose de cuatro de los cinco epítetos enumerados arriba para justificar su falta de visión. Hay bastantes cosas por censurar dentro de esta ristra de películas, no seré yo el que lo niegue, pero ninguna habría de pasar, estrictamente, por los mencionados epítetos. Sería estúpido. Las películas de Torrente son cutres, zafias, vulgares y casposas porque el propio Torrente es cutre, zafio, vulgar y casposo. Partiendo de esto, Santiago Segura ha pergeñado un puñado de películas muy apreciables y, sobre todo, muy divertidas.
   Bien es cierto que este mismo señor (que podría figurar perfectamente en la lista de los cinco españoles más ilustres nacidos en el siglo XX) dijo todo lo que tenía que decir en la primera película, Torrente, el brazo tonto de la ley, y lo dijo muy bien, y así le fue recompensado con algún Goya que otro. Su estudio sociológico de la España más castiza y familiar era incisivo, furioso e incluso trágico (nunca ha llegado tan lejos, a este respecto, como en su opera prima), su humor negro era tan ominoso que, por momentos, se olvidaba de que tenía que hacer reír y se contentaba con incomodar y así, como quien no quiere la cosa, le salió su peli de Torrente menos divertida. Luego, como pasa con todo, se volvió comercial, se hizo camisetas, salió en Tu cara me suena, el propio país cuyos cimientos ideológicos y estéticos había tratado con tanto tesón de demoler lo encumbró como celebridad nacional, como el amiguete definitivo, y el éxito mató al genio. El ganador del Goya al Mejor Actor Revelación por El Día de la Bestia, de este modo, sintió que no había una gran necesidad de apuntalar su discurso y de buscar nuevos cauces de expresión, que no era imprescindible volver a apuntarse a todos aquellos concursos televisivos para recaudar perrillas (en serio, la de este hombre es una de las biografías más fascinantes de nuestro tiempo), por lo que decidió dedicarse al muy lucrativo negocio de la producción audiovisual de churros, esto es, secuelas, que aparte de ser sucesivamente peores convinieron en salvar la taquilla española cada año en el que asomaron el morro. Todo esto sin un solo Goya, ni siquiera técnico, como reprimenda indolente a un artista cegado por el oropel.

http://www.antena3.com/clipping/2011/10/25/00332/30.jpg
Aquí el noble y señero sabio, haciendo lo suyo

   Y a todo esto, ya vamos por la quinta, que bien podría ser la última pero que, muy posiblemente, no lo será. Esta vez se dice por ahí que le ha salido muy bien la jugada a Segura, que se ha preocupado por construir algo parecido a una "historia", él mismo dice que su guión es "redondo", incluso se habla del regreso de una transgresión que, luego de ser estrenada El brazo tonto, sólo se dejó entrever adscrita a esa molesta manía de Torrente de llamar "negros" o "rumanos" a los negros y a los rumanos. La cosa promete, claro, incluso para aquéllos que disfrutaron de Lethal Crisis (cuarta entrega en la que la participación de Kiko Rivera, alias "Paquirrín", devenía en hallazgo dramático insuperable), y que no les pareció tan mala El protector (tercera entrega en la que el desaprovechamiento de José Mota, pese a todo, debió ser penado con cárcel en aquel entonces). Por mi parte, que me declaro orgullamente torrentiano de pura cepa (Misión en Marbella es de las pelis que más he visto durante mi más tierna pubertad, lo cual es posible que explique muchas cosas), no di mucho pábulo a semejantes habladurías, ya la que la iba a ver de todas todas con la única pretensión de echarme unas risas. Como torrentiano, digo, acudí a la sala de cine sin intención de maravillarme de la sesuda y realista visión que Santiago Segura, ese malogrado visionario, hubiera podido dar de la actualidad española más rabiosa. A decir verdad, ni siquiera acudí concretamente a ver dicha película (yo iba a ver una de Polanski, porque la cabra tira al monte), pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
   En primer lugar, decir que Torrente 5: Operación Eurovegas está ambientada en un futuro, no me atrevería a calificar de distópico, fechado en el año 2018. Torrente sale de la cárcel donde ingresó al final de la cuarta peli (Paquirrín, desgraciadamente, no sale con él, supongo que porque está muy ocupado pinchando), y se da de bruces con un presente aciago, cuyas circunstancias no detallaré porque la inmensa mayoría de los chistes buenos que ofrece la función tienen que ver con él. Desengañado con esa España que tanto ama y que tanto le duele, decide renegar de su condición de garante de la ley y planear el robo de un casino en Eurovegas con la compañía, como siempre, de un variopinto catálogo de personajillos al cual más impresentable.

http://www.periodistadigital.com/imagenes/2012/02/21/kikosantiago.jpg
Si el hombrecillo de la derecha no os inspira ternura estáis muertos por dentro

   En dicho equipo militan Julián López, que tristemente no tiene demasiada gracia (no por culpa suya, sino porque interpreta un personaje que Gabino Diego interpretó en el pasado, y Gabino Diego es mucho Gabino Diego y... y yo qué sé, insértese chiste malintencionado en torno a su fealdad aquí); Jesulín de Ubrique, que sí que es bastante más salao; Angy, la tía de Tu cara me suena que, hablando en plata, no tiene ni puta idea de actuar (ni gracia tampoco); Florentino Fernández que tampoco es que esté la mar de inspirado; Fernando Esteso, que me da tanta penica que mejor no digo nada;  Anna Simon, la tía insultantemente buena que, hablando en plata, no tiene ni puta idea de actuar (ni gracia tampoco); Alec Baldwin (sí, de los Baldwin), que sólo por el hecho de hablar castellano peor que Sergio Ramos ya se debió pensar el dire que quedaría muy gracioso; y... eh, que no todo es tan malo, Cañita Brava y Carlos Areces. El primero por fin obtiene el papel más o menos protagónico que se venía mereciendo desde El brazo tonto de la ley, y el segundo está inconmensurable desarrollando una nueva tipología de señor imbécil (parecía obvio suponer que ya las ha probado todas, pero yo, que soy amigo íntimo suyo y confidente desde que nos conocimos en San Sebastián, os puedo asegurar que el tipo tiene aún mucho que ofrecer). Visto el percal, se echa muchísimo de menos más minutos por parte de los dos últimos, y no se entiende la actitud de Segura de optar por que Angy o Anna Simon tengan más protagonismo, sobre todo habida la cuenta de que sus personajes son cagarrutas de primera categoría y que ni siquiera tienen la deferencia de enseñar las tetas. Al hilo de esto, en efecto, en Operación Eurovegas no salen mozas enseñando sus virtudes, y lo que supondría una desafiante invitación a exigir que nos devolvieran el dinero acaba por no ser tan importante, gracias a que los espectadores son capaces de encontrar placer en otros lados.

http://www.looq.es/wp-content/uploads/2014/09/carlos-areces-torrente-5.jpg
Este hombre es lo mejor que le ha pasado a la comedia española desde Manuel Fraga

   Porque sí, Operación Eurovegas está díver, y los chistes están más currados y tienen más miga que los de entregas anteriores (lo cual no quiere decir necesariamente que sean más graciosos). Santiago Segura se permite deleitar al espectador más o menos informado con una avalancha de jocosas referencias a la actualidad, que provocan tanto la risa como el sorprendido "jej, será cabrón" (más abundante este último). No alabaré de forma desmedida este aspecto, empero, pues el humor de Segura no deja de ser el típico de cualquier enteradillo con mínima inventiva, envuelto en un aura maternal finalmente molesta de "Veréis lo que os va a pasar como sigáis portándoos así", que cae en la obviedad y la reiteración más pronto que tarde. En efecto, Operación Eurovegas, por mucho que lo intenta, carece de la amargura y el dolor del El brazo tonto de la ley, simplemente porque Segura, aunque a lo mejor esté más cabreado que hace dieciséis años, ya no es el mismo.
   Claro que esta crítica, más nostálgica que decepcionada, carece de valor a la hora de calificar globalmente una película que, en efecto, es la más "redonda" de la saga desde Misión en Marbella. Los chistes, por fin, se extraen de la trama en lugar de atropellarse unos a otros; hay una realización sólida y segura al otro lado (jijiji, he dicho "segura"), tanto que uno acaba por reparar en lo buen director de género que sería el susodicho si se alejara alguna vez de sus torrentes; y los cameos, que en entregas anteriores acabaron por ser irritantes, aquí están en general muy bien ensamblados (hay algunos, digo más, realmente memorables). Ciertos aspectos del guión no están todo lo pulidos que debieran, como el regreso de la incomparable Chus Lampreave y Neus Asensi (nunca entenderé cómo esta última pudo desarrollar una carrera artística fuera del marco de la época del destape), la cancerígena subtrama de la mujer de Esteso, o el recargadísimo final, pero, yo qué sé, al fin y al cabo reírte te ríes, y eso es lo que importa. Es lo único que importa, más bien.
   Conclusión, película para ver, reír y olvidar. Exclusivamente. Los que quieran ver películas políticas de verdad, mejor que empleen el tiempo en ponerse un vídeo de Pablo Iglesias.

lunes, 6 de octubre de 2014

Lo que no dormí en San Sebastián, Parte III. The Drop (La Entrega)

 http://www.sansebastianfestival.com/admin_img/pag/cabecera_62_1_es.png

Si alguien me pidiera que, en vistas a hacer alarde de una concisión siempre difícil para el que esto suscribe (aplausos y abrazos y felatios para aquellos dichosos que consiguen acabar mis artículos), definiera todo el cine visto en el Festival de San Sebastián valiéndome de un solo par de palabras, éste sería el conformado por, y me ha costado menos de lo que parece, "mucha mierda". El nivel de podredumbre alcanzado por las producciones que a lo largo de la semana y pico que ha durado la cosa han ido exhibiéndose con suficiencia y sin sonrojo ante mis ojos ha sido inacabarcable, inesperado, infumable. Obviamente, no he visto todas las obras del festival, el giratiempo me lo dejé olvidado en la última peli buena de Harry Potter, y la mayoría de esta bazofia se suele limitar, con honrosas excepciones, al marco de dos categorías que para siempre serán recordadas con una mezcla de furia y modorra: Horizontes Latinos y Nuevos Directores. Siendo miembro del Jurado Joven tenías que verte obligatoriamente la mayoría de las películas presentadas en estos espacios, con la finalidad de luego calificarlas con un número del 1 al 10 atendiendo a lo que te había parecido o al tiempo que habías estado sobando (en este último caso, mucho más habitual del que yo jamás creí posible, el intrépido miembro de turno se sentía culpable y les encasquetaba indiscriminadamente un 5, y ése es uno de los tristes motivos por lo que, supongo, la mierda nunca dejará de fluir). El caso que, entre chufipelículas de arte y ensayo, siestas ominosas, y debús de impresentables de muy diversa raigambre, un miembro del Jurado Joven de perfil medio y modesta capacidad de asimilación artística acababa deseando, en un impulso consciente y documentado, una de hostias.
   Lamentablemente, y mediando una insólita falta de empatía y sensibilidad, las autoridades festivaleras dictaminaron que The Equalizer, dirigida por Antoine Fuqua, y protagonizada por Denzel Washington (a la postre galardonado con el Premio Donostia), fuera la película que abriera el festival, cuando los neófitos aún no teníamos idea de lo que se nos venía encima. La falta de empatía y sensibilidad se agravó aún más cuando el citado trabajo resultó un bodrio del quince, un film tan estúpido y chapucero que ni siquiera tenía la decencia de no tomarse en serio a sí mismo. Ignoro cuándo se estrenará en pantallas no festivaleras, pero por si acaso me gustaría eximiros desde ya de cualquier intención de verla. Y sí, sale Chloë Grace Moretz. Aún así.

http://www.highsnobiety.com/files/2014/05/watch-the-trailer-for-denzel-washingtons-new-film-the-equalizer-01.jpg
Cara de Denzel cuando le dijeron que el bocata volvía a ser de queso

   Esto ocurría, claro está, no bien inaugurado el certamen, y es legítimo preguntarse si conservaría tan furibundo veredicto de haberla visto poco después de, por ejemplo, Winter Sleep (ganadora de la Palma de Oro de Cannes, y de la que aún me estoy planteando si dedicarle unas líneas o no, en vista de la pereza que todo lo relacionado con ella me produce). Marginando dicha cuestión en el terreno de las hipótesis, y tocando ya, supongo, el verdero tema del artículo, lo cierto es que no ocurrió lo mismo con The Drop, estrenada nacionalmente la semana pasada. Ésta supo llegar en el momento idóneo. Entre barrabasada vanguardista y vanguardia barrabasadista, supuso un oasis en el que refugiarse y desentumecerse los músculos, y una inyección de buen cine de gángsteres del de toda la vida. Y todo ello pese a tratarse de un thriller, adelanto desde ya, en el que la acción ni es trepidante ni sorprendente ni, prácticamente, existe.
   Publicitada no tanto por figurar en la Sección Oficial de San Sebastián (en la que algún año fijo que, perdóneseme por lo evidente del recurso, acabará figurando mi pene), sino por ser la última película de James Gandolfini (ya sabéis, el actor que salió en aquella serie tan famosa y luego no hizo absolutamente nada hasta su último año de vida), The Drop es la enésima adaptación de una historia de Dennis Lehane (autor de Mystic River, Adiós, pequeña, adiós y Shutter Island), con la particularidad de que esta vez es el propio Lehane quien adapta su obra, un relato corto que a buen seguro, y hablando desde una sucinta ignorancia, no figura entre sus mejores creaciones. Así, el guión tan ilustremente firmado no es nada del otro mundo, contentándose en abrazar la correción con ansia desesperada y preocupándose por que todo quede tan redondo y rematado que se le acaben viendo, aunque ésta no creo que fuera la intención, las costuras. Sólo así se entiende el personaje del policía, un pobre diablo que no se entera de un carajo y que al final se empeña en atar unos cabos que hasta el más obtuso de los espectadores ató hará unos veinte minutos.

http://24.media.tumblr.com/378fbc7c06039ab230941b883fc2f96e/tumblr_n3dvd6vAXV1qde7iyo2_r1_1280.png
Acojonante la cara de Tony Soprano que se gasta este señor

    El caso, The Drop dura como una hora y media y poco más y ya de por sí son muchas horas para lo que cuenta, que es una historieta de mafiosillos de poca monta y héroes urbanos más simple que el cagar. No es una mala historieta, añado, pues basta para que dentro de su hinchazón se haga muy distraída y agradable de ver y al respetable le importe algo qué caray pasa con sus grisáceos personajes. También añado que no es una mala historieta porque al final no supone más que un remedo noir de La ley del silencio, el sacrosanto clásico protagonizado por Marlon Brando, y así cualquiera. Pero en fin. El Jurado Oficial del Festival, que supongo que aunque de Joven tenga poco no habrá visto la de Elia Kazan, ha visto en ella el mejor guión de toda la Sección Oficial, y lo ha premiado con la Concha de Plata. Podría ser peor, claro. Podrían habérselo dado a La Isla Mínima.

http://bijou-cinemas.com/bijouartcinemas/wp-content/uploads/2014/08/drthedrop-banner.jpg
Sí, el cartel de la peli es uno de esos carteles. La originalidad desborda desde el principio

   Por querer verle alguna virtud que otra, el libreto de Lehane nos define con mucho tino a los personajes principales basándose en diálogos costumbristas, ajustadísimos y ocasionalmente brillantes (como siempre, resulta una gozada ver a James Gandolfini deshacerse en tacos), y hace gala de una muy reseñable valentía (o de una muy cerril negativa a salirse de las convenciones del relato corto del que proviene), al darle a la trama un único giro que sucede al final y que, justo es decirlo, deja un muy buen sabor de boca. Hasta que llega ese giro, como quien dice, no sucede nada. Pero, dentro de esa nada, como digo, uno se entretiene bastante.
   Ayuda a esta liberadora distracción (liberadora tras cuatro pelis en sesión continua de Horizontes Latinos feat. Nuevos Directores), una pareja protagonista extremadamente carismática. De uno de sus componentes, James Gandolfini, poco se puede decir que no se haya dicho ya, el cabrón se puso tan gordo a base de comerse todas esas pantallas, y del otro, Tom Hardy, sólo decir que es, con mucho, lo mejor de The Drop. Oiréis y leeréis bastantes cosas sobre el hecho de que, de repente, este tío sea el mejor actor del momento, y con The Drop podréis despejar de sobra todas vuestras dudas y comprobar los hechos que avalan esta afirmación tan ocurrente como oportunista. Así, podréis maravillaros de la composición que hace de un hombrecillo no demasiado listo, cuando no ligeramente estúpido, que lo único que quiere es salvar a su perrito de las garras de hombres malos y desconsiderados y ya, de paso y sólo si se tercia, beneficiarse a Noomi Rapace (en la que supone la actuación más sosa de un reparto por lo demás impecable).

http://cdn.screenrant.com/wp-content/uploads/noomi-rapace-and-logan-marshall-green-in-prometheus.jpg
Si es verdad que (afortunadamente) Tom Hardy no salía en Prometheus, ¿quién demonios es este tío?

   Marlon Branestooo... Tom Hardy aparte, la película hace gala en todos sus aspectos de una corrección a prueba de balas (tanta que apenas hay tiros), y funciona estrictamente como un entretenimiento ligero que se disfruta tan rápido como se olvida. Si me preguntara qué fue lo que movió a las autoridades festivales a pensar que merecía formar parte de la Sección Oficial volvería a indisponerme con ellas, las mismas que tantos bocadillos me han facilitado, y volvería también a dármelas de listillo, por lo que de momento paso del asunto. Vedla si queréis. Y si no, tranquilos, que siempre os podréis volver a despedir de James Gandolfini a lo grande y para siempre con su próxima última película.

jueves, 2 de octubre de 2014

Lo que no dormí en San Sebastián, Parte II. Boyhood


Una de las muchas y, finalmente, dudosas ventajas que me deparó el acudir como miembro del Jurado Joven a la 62 Edición del Festival de San Sebastián fue la posibilidad de disfrutar de ciertos servicios de forma gratuita; un número de ellos abiertamente deficiente en comparación a lo que me costó el bus, el piso y todo el alcohol que me acabé agenciando después (para más información consúltese mi Facebook), pero un número considerable al fin y al cabo. Aparte de los ostentosos bocadillos que cada sobremesa las autoridades del lugar nos proporcionaban religiosamente (lo cual no es moco de pavo, aunque bien lo parecía el queso rancio que se empeñaban en meterles absolutamente TODOS LOS PUTOS DÍAS), pude ver, esto es obvio, un buen número de pelis, como digo, gratis. En muchísimas ocasiones, dado el ínfimo nivel de calidad de las mencionadas, el gesto semejó una justísima retribución. En otras (contadas), la experiencia, efectivamente, no tuvo precio.
   De esta manera vi Boyhood, de Richard Linklater, estenada anteriormente en pantallas no festivaleras, acaso una de las películas más importantes de la década. La vi en unas condiciones francamente infrahumanas (la sala estaba llena a rebosar ya que era un único pase y a mí me tocó en la segunda fila extremo izquierdo, afortunado que es uno), pero sin pagar un duro, y eso, como se suele decir pervirtiendo cualquier atisbo de lógica sintáctica, es bien. Asimismo, no impidieron estas penosas circunstancias que disfrutara de la obra como el que más, y que saliera del cine amándola tanto como, he de presuponer a fin de seguir creyendo que la existencia tiene algún sentido, la práctica totalidad de gente que la ha visto ama. Tan impactadas y trastocadas quedaron mis impresiones que en cuanto volví al hogar y tuve oportunidad me metí a verla de nuevo, así, pagando. Renegando de los privilegios de ser miembro del Jurado Joven. Renegando de los bocadillos.
   Por si alguno de mis abundantes lectores no lo sabe (espero que mi madre aprenda a conformarse con una foto mía junto a Carlos Areces), la película que nos ocupa tardó 12 años en rodarse, y no por infaustos desbarajustes en la producción, sino a costa de un ocurrente capricho de ésta. Richard Linklater tenía en mente el objetivo de rodar el paso del tiempo del modo más veraz posible, sin recurrir a falaces maquillajes que jugueteran con el bochorno ni a cambios de actores que lo redondearan (¿recordáis cuando Joseph Gordon-Levitt se transformaba en Bruce Willis de un año para otro?, guau, ¿alguien se acuerda ya de Looper?, yo recuerdo que la critiqué). Un poco como hizo el amigo Truffaut con Antoine Doinel en la saga que inauguró Los 400 golpes, pero ya sabéis, sin intención de aburrir a las ovejas, y sonando Britney Spears para petarlo fuerte ahí.

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/f/fb/Fran%C3%A7ois_truffaut.jpg
"Oops, I did it again, me salió un mojón, qué le voy a hacer..."

   Al hilo de esto, ni siquiera conformaba Boyhood el único proyecto de estas características dentro de la agenda de Linklater (que dirigió Escuela de Rock, y lo digo para que sepáis que podéis haceros amigo suyo). Y así, entre que pasaban los años, reunía durante una semana a los actores y se sorprendía de las evoluciones anatómicas de éstos, firmaba la trilogía integrada por Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer, una de las pocas sagas de las que se puede decir que cada entrega supera ampliamente a la anterior (y siendo la primera notabilísima, espero que os hagáis una idea definida de la rapidez con la que deberíais poneros a verlas). Con este currículum, parecería lógico que Linklater fuera un tío súper profundo, y que su cine estuviera dirigido únicamente a esos intelectuales que salvan La Isla Mínima por su rigor histórico. Nada más lejos de la realidad. Linklater es un tipo sencillo, cercano, dentro de lo que cabe. Un tipo que ha rodado una joya apta para todos los públicos y que todos los públicos pueden disfrutar, en menor o mayor medida, según la edad que frisen.

http://ziggymag.files.wordpress.com/2014/08/film-boyhood-1.jpg?w=470&h=264
"Mami, ese hombre raro me está grabando otra vez"

   Boyhood nos narra la vida de un chaval llamado Mason desde que es un crío que observa las nubes tumbado en el jardín mientras suena de fondo el incombustible Yellow de Coldplay (Linklater va a por todas desde el principio) hasta que alcanza la (supuesta) madurez y se convierte en universitario y empieza a escribir en blogs. Todo esto en casi tres horas que, si fueran cinco, seis, doce, veinte, hasta que se muriera el Mason este, tampoco pasaría ni media. Son doce años no demasiado atípicos, en los que no hay ni malos tratos ni traumas gordos ni muertes shakesperianas, y sólo nos limitamos a convivir con el ya citado Mason y su familia, la formada por su marisabidilla hermana mayor (personificada por la misma hija del director, bautizada por cierto como Lorelei Linklater y es que, en efecto, a este tipo hay que quererle), su padre (interpretado por un Ethan Hawke que cada año que queda para echar la birra con el dire actúa mejor) y su madre (una Patricia Arquette que, más allá de los portentosos volúmenes que Dios le ha dado, es una delicia para los sentidos y ofrece la mejor actuación del plantel). Entre acontecimiento insustancial y acontecimiento insustancial Mason cambia de peinado, cría granos pajilleros, se transforma en un adolescente agilipollado que responde a todo con monosílabos, prueba los porros ante la deferencia progresista de sus tutores legales, cultiva hobbies molones para meterla en caliente, prueba la cerveza por primera vez y no le gusta... en fin, lo que viene a ser las experiencias de cualquier hijo de vecino según pasa el tiempo. Unas experiencias estupendamente dirigidas, montadas y tamizadas con una banda sonora de excepción, que va desde los ya citados Coldplay a Paul McCartney con los Wings pasando por los Black Keys o, como no podría ser de otro modo, esto es cine indie, Arcade Fire. 

http://i.telegraph.co.uk/multimedia/archive/02963/Y1-00020030_2963900c.jpg
Yo a esta mujer le daba. Le daba muchísimo

   La idea de partida, de por sí, ya tendría un potencial emotivo como para echarnos a temblar, y si además le añadimos a ésta la susodicha banda sonora, el daño es irreparable. No se ha dormido Linklater en los laureles sin embargo, puliendo un guión episódico que de tan sencillo, que no simple, que es, acaba resultando tan arrebatador como el resto de sus componentes. No diré que sea perfecto, porque no lo es en absoluto (la vida de Mason acaba siendo lamentablemente peliculera de tantos adultos como conoce dispuestos a ejercer de Obi-Wan malasañero a las primeras de cambio), pero sí que para lo que intenta la película, que es simplemente hacernos pasar por real lo que lo es a medias, sí funciona. Las numerosísimas y breves escenas que pueblan su metraje, de este modo, no acaban funcionando sino como acumulación, y la emoción que emanan es siempre creciente, hasta provocar el estallido torrencial de lágrimas con aquella escena de Mason en el coche encaminándose a una nueva vida, y culminar por todo lo alto con un último diálogo que no podría dejar más claro el meollo de la movida.
   Es entonces, en el momento en que la película acaba, cuando sólo podemos acertar a preguntarnos qué será de Mason en el futuro, qué será de nosotros mismos, joder, y Linklater consolida el embrujo en el que nos ha envuelto. Salen los créditos, suena Arcade Fire (otra vez), y días después descubrimos que la película no se va de nuestra cabeza, que una sensación como de entumecimiento, de ternura, de vulnerabilidad, persiste en nosotros.
   Porque lo cierto es que el jodido Richard Linklater lo ha conseguido. Ha creado vida.

http://alienationmentale.files.wordpress.com/2014/08/boyhoodses.jpg

   P.S: Como os la perdáis os mato.