martes, 28 de enero de 2014

No hay un genio tan genial. Parte II

Autodeclararse fan de Lars von Trier, e incluso a atreverse a presumir de ello con el resultado de provocar la hilaridad o la amable invitación de tus decentes camaradas a que te vayas a hacer puñetas, atontao, tiene sus riesgos, y no únicamente sociales. Si dices amarle, si le ríes todas las gracias o si incluso piensas que eso del Dogma tenía su encanto, has de saber que tarde o temprano tendrás que hacer de tripas corazón, tomar aire, e intentar sobrellevar con una cansada sonrisa las cosicas de nuestro gran amigo danés. Este compendio de cosicas se reduce, fundamentalmente, a que Von Trier es un sinvergüenza, se cree (y es) mucho más listo que tú, y hace lo que le sale del nabo, a la vez que se le suda que esto guste o no. Como pobre y humilde espectador, no cuentas para nada. Lo amas, pero él no te ama a ti. Él a ti te desprecia, dentro de tu consabida inferioridad. Es lo que tiene ser un genio.
    Nymphomaniac. Volumen 1 lo tenía, creo yo, muy fácil para encandilar a la gente. Osea, a un cierto espectro de ésta, uno enfermizo y traumatizado al que yo me me apresuro a unirme. Era muy divertida, tenía mucha filosofía de andar por casa de ésta que hace que te sientas listo (guau, nano, Fibonacci, eso salía en El Código Da Vinci), la banda sonora estaba muy chula, con Rammstein y Steppenwolf y Bach ahí dándolo todo... Total, que una vez que acababa, y te ponían un avance del Volumen 2, te quedabas con unas ganas de verlo que no podías más. Seguro que iba a ser un despolle también. Un despolle mazo filosófico y, por supuesto, nada erótico.

"Hola, mi nombre es Fibonacci. Me gustan los planos secuencia"

   Pero no. Von Trier nos la ha vuelto a jugar. Después de hacernos creer a todos que su peli de 5 horas y pico era pornográfica, y de mutar bruscamente estas expectativas de cara a la segunda parte del díptico, nos presenta una película que va de lo abiertamente desagradable a lo sublime pasando, en contadas ocasiones, por ese tono de chanza milenarista que tan grande hacía al Volumen 1. Mucha oscuridad, mucho mal rollo, bastante violencia, y muchísimas (demasiadas, joder, demasiadas) panorámicas del cuerpo desnudo de Charlotte Gainsbourg. Que sí, que esta tía es gabacha y va a lo suyo, y tiene que estar como una regadera si Von Trier la considera su musa y aún no ha pedido la correspondiente orden de alejamiento, pero la susodicha no me pone nada, y he acabado hasta las pelotas de verle el juju (que además lo tiene hecho un asco) y los pezones (cuya metamórfica y espeluznante forma da para un Proyecto de Fin de Grado). Esta apreciación no es determinante a la hora de considerar una posible falla de la película, ya que habrá gente a la que consiga ponérsela dura (a Von Trier por ejemplo, o a su puta madre), pero llega un punto en que se hace excesivo, y ni la voz extremadamente sensual que, todo hay que decirlo, se gasta (me he excitado más al final oyéndola cantar Hey Joe que en todas las cuatro horas previas) puede salvarme de que me ganen la pugna momentáneamente los genes maternos y piense: "No sé cómo me puede gustar esto".  
   A lo que iba. El Volumen 2 es una movida muy chunga. Toda la alegre luminosidad que bañaba su predecesor hasta en los momentos más dramáticos (incluido el de Christian Slater cagándose en la cama del hospital), aquí es absorbida de un plumazo, en una decisión por otra parte lógica. La ninfómana se ha hecho mayor, ha pasado de tener el rostro genuinamente morboso de Stacy Martin a ser Charlotte Gainsbourg y malograr erecciones como nadie, y los excesos de su vida han empezado a pasar factura. Ahora no hace gracia ni Shia LaBeouf, y aparece el niño de Billy Eliot dando más miedo que, sí, los pezones Transformers de Charlotte Gainsbourg. Incluso a Willem Dafoe le da tiempo a poner un par de caras espeluznantes, y ni siquiera un romance lésbico (o algo así) le da un respiro al ominoso dicurso. La banda sonora escogida para la ocasión se pliega a éste, y donde antes teníamos el Born to be wild somos golpeados por el Réquiem de Mozart o por un Fur Elise que pasa con más pena que gloria.

Encuentra a Udo Kier

   Mientras tanto, el bueno de Stellan Skarsgard se sigue empeñando en hacer sus paralelismos con, llamémoslo de una vez por su nombre, polladas intelectualoides, y mantiene ese diálogo tan glorioso y sorprendente con la hastiada ninfómana. Ha perdido un poco de fuelle, eso sí, porque ni siquiera Von Trier puede mantener tamaña elocuencia durante más de tres horas, pero sigue siendo un gustazo verle. 
   Nymphomaniac. Volumen 2 me ha gustado, claramente, bastante menos que el Volumen 1, y tan sólo es debido a su propio concepto, a la obligación emocional de lo que cuenta. Por imitar a Seligman y trazar paralelismos a lo loco, mi voz sería la de quien prefirió el Volumen 1 de Kill Bill al Volumen 2 simplemente porque en el primero había más hostias. Todo decae, todo desenfreno tiene un precio, y empezamos a cobrarlo desde el primer minuto de esta segunda y última entrega. La genialidad, por supuesto, se mantiene, aunque aparece en cotas más pequeñas, como puntos luminosos entre toda la agreste negrura. Nos encontramos con momentos tan impactantes y absurdamente divertidos como la escena de Charlotte Gainsbourg con los negracos (primera ocasión para apreciar sus hiperbólicos pezones... los de Charlotte Gainsbourg, no los de los negracos, aunque éstos también tienen cosas hiperbólicas), diálogos tan lúcidos y certeros como la discusión sobre la pedofilia, momentos tan VonTrierDejaDeChupártelaUnRato como el homenaje que se le hace a Anticristo por la cara, y, sobre todo, nos encontramos con un final que, cómo diría yo, es indescriptible, y que sólo deja una cosa clara: Nymphomaniac, vista en conjunto, con sus dos volúmenes, no ha sido más que una colosal gamberrada. El ilustre danés nos ha hecho creer durante cuatro horas que en verdad éramos dignos de asomarnos a su mundo interior y compartir sus profundas reflexiones sobre el ser humano, el sexo, el amor y la soledad, sólo para al final darnos una bofetada, dejarnos caer del guindo, y decir con su sonrisita de suficiencia "que os lo habéis creído, mendrugos".

Pues eso

   Acaba resultando que no hemos entendido nada, que no éramos tan listos como creíamos, ni siquiera aunque pagáramos por ver una peli de porno danés de cinco horas o supiéramos quién caray eran Fibonacci, Bach, Poe o Ian Fleming. En última instancia, sólo somos mortales, y sólo podemos cabrearnos ante la tomadura de pelo que, a la hora de la verdad, resulta ser Nymphomaniac. Somos indignos. No somos genios. 
   Pero Lars von Trier lo es, vaya si lo es. Y Nymphomaniac es una jodida genialidad, con todo lo malo y lo bueno que le haga aglutinar esta calificación. Con saber eso nos valdrá, no tendremos por qué buscar respuestas o verdaderos sentidos en torno al abultado metraje de una cosa que quiere ser como la disertación definitiva sobre el sexo pero que, finalmente, no es más que una paja mental. 

domingo, 19 de enero de 2014

Esta peli está muy bien


El lobo de Wall Street es la polla. Para ser más fiel a la verdad, lo expresaré en mayúsculas. LA POLLA. Dudo bastante de que en lo que me quede de vida me encuentre con muchas más películas que puedan aspirar mínimamente a hacerse merecedoras de ese calificativo. LA POLLA. Debería disculparme por el cariz machista de esta apreciación, pero el asunto es que si fuera UN COÑAZO no estaríamos hablando de la nueva película de Martin Scorsese, (ya que pasamos por aquí, el mejor director de todos los tiempos sobre el cual no reparamos lo suficiente en lo afortunados que todos somos de que siga vivo y con ganas de seguir con lo suyo). LA POLLA.
   Hace ya muchos años, un señor que aún, imagino, no llegaba a ser consciente del inmenso talento que latía dentro de él, entabló una relación profesional con otro ser excepcional, que aún no tenía tan pobladas las cejas como para estárselas rascando todo el rato y que no quería ni oír hablar de hacer comedia. Eran buenos tiempos, eran los años 70, y esos dos hombres eran Martin Scorsese y Robert De Niro. Sí, Robert De Niro. El de La gran revancha. Dicha relación fructificó en muchas de esas películas privilegiadas que dignifican la naturaleza humana y trascienden al ser y lo que quieran. Malas calles, Taxi Driver, New York New York, Toro salvaje, El rey de la comedia, Uno de los nuestros, El cabo del miedo, Casino. Qué os voy a contar. Por cosas como ésta el cine es un arte, y si Scorsese fuera inmortal y hubiera nacido coetáneamente a Georges Meliès, indudablemente éste no quedaría relegado al séptimo lugar. Esta relación acabó, como todas las cosas ridículamente buenas acaban en la vida, pero se habla de un reencuentro en 2016, The Irishman, junto a Al Pacino y Joe Pesci. Sí, demasiado bueno para ser cierto, pero aún así yo me empalmo hasta límites existenciales con sólo imaginármelo. 
   Hablaba de este dúo para preceder el reconocimiento de una nueva pareja. Robert De Niro pareció preferir explotar su vis cómica llegado el momento aun cuando ésta fuera inexistente y lo supiera, y Scorsese se buscó otro muso, encontrándolo poética y significativamente previa prescripción del anterior. Sí, Leonardo DiCaprio. El de La playa. Dicha relación fructificó en muchas de esas películas privilegiadas que dignifican la naturaleza humana y trascienden al ser y lo que quieran. Infiltrados, Shutter Island, El lobo de Wall Strebueno, vale, este último conjunto tampoco es tan grande, pero hay que darle tiempo, e igualmente El lobo de Wall Street es LA POLLA.

DiCaprio enterándose de que ha ganado el Oscar a Mejor Actor. Jeje, lo sé, lo sé, soy terrible. Un beso para él

   Martin Scorsese dirige aquí con el brío al que nos tiene tan malacostumbrados, en el sentido de que debamos mirar por encima del hombro cualquier atisbo de "realización" que se nos ofrezca recién visualizada alguna de sus películas. A este señor, efectivamente, poco le faltó para conocer realmente a Georges Mèlies de lo viejo que debe estar ya, pero cómo dirige. Ya quisieran gente videoclipera como Michael UmSorryNoPuedoHacerEsto Bay o Danny Boyle (a éste con mayor respeto y reverencia, que se tiró a Rosario Dawson) saber mover la cámara como él, planificar escenas de multitudes como él, organizar planos secuencia vertiginosos como él, y lucir las gafas de pasta como él (lo siento, Woody, hay otro). Y tener, además, un gusto musical tan exquisito. La tan laureada habilidad de Quentin Tarantino para añadirle música a sus escenas no es en absoluto inédita suya, lo he dicho siempre; Martin Scorsese fue quien se lo enseñó, y sigue siendo el maestro. Y, sí, tal como sospechabais, me pasé durante las tres horacas que dura El lobo de Wall Street esperando a que sonara Gimme shelter para ya acabar de llegar el orgasmo y tal. No lo hizo, no lo hice, pero en su lugar desfilaron temazos como One step beyond, Everlong, Ça plan pour moi, una versión arrebatadora de Mrs. Robinson y unos cuantos más que no conozco, pero que conoceré y amaré en breve.

"Este premio me la trae TAN floja"

   Leonardo DiCaprio. Intentaré relajarme a partir de ahora, en pos de una objetividad queJO TÍO NO PUEDO, ESTA PELI ES LA CREMA. Este blog y los pocos desgraciados que lo leen ya habrán sido testigos en un par de ocasiones de mi amor incondicional por el tío que, con ese peinado, simplemente NO PODÍA SER POBRE en Titanic. Robert De Niro lo considera el mejor actor de su generación y, por muchas mierdas que haga ahora mismo (en serio, The Irishman y luego que se jubile inmediatamente, por favor), de actuar él sabe un rato. Así, DiCaprio puede presumir de tener el currículum artístico más brillante de la actualidad, y con El lobo de Wall Street no hace más que proseguir en su actitud de "dadme un Oscar pero ya, bitches". En esta última está, como suele, impecable, habiendo llegado por fin a ese momento en que los tics de todo actor de carácter que se precie son recibidos con complicidad y cariño. Lo que en Robert De Niro era rascarse la ya mencionada ceja y hablar como José Mota, en DiCaprio es puro histrionismo desatado. No hay más que verle en sus discursos motivadores a la plantilla de sinvergüenzas que trabaja para él, o en sus discusiones con Margot Robbie, o en cada una de las veces que está tenso y se toca mucho el pelo y abre mucho los ojos. Pero, además, DiCaprio se las ingenia para pasar de ofrecer ingentes cantidades de material de escarnio y Gifs a ser pura y simplemente memorable en su composición del peor colocón de la historia (peor aún que Eraserhead). No detallaré dicha secuencia por no estropeárselo a los insensatos que aún duden de si ver la película o no, pero adelantaré que me he reído con esa escena más que en todo el año 2013. O que de Shia LaBeouf. Palabras mayores, camaradas.
   El resto del reparto se compone de Jonah Hill, por un lado, y por otro de los que no son Jonah Hill ni DiCaprio. Estos dos transmiten, por cierto, una química que sólo se puede equiparar a, sí, Joe Pesci y Robert De Niro, respectivamente. Donde Joe Pesci era un loco, ultraviolento y entrañable psicópata, aquí Jonah Hill es un tipejo simplemente despreciable que se mete de todo (aunque vaya cosa, todos se meten de todo en este filme) y que resulta muy entrañable también. Podría ganar un Oscar a Mejor Secundario y nadie se debería quejar; sólo Leonardo DiCapio, en caso de que él se fuera de vacío. En el grupo de los no DiCaprio ni Jonah Hill encontramos a Matthew McCounaguey haciendo lo suficiente como para que todo el mundo siga flipándolo con su nueva faceta de actor; a Rob Reiner pegando muchos gritos; a Jean Dujardin demostrando que hay vida más allá de The Artist, pero tampoco mucha; a un felizmente recuperado Ethan Suplee (y digo felizmente porque el tío ha adelgazado mazo, no porque su personaje no sea una cagarruta); a Kyle Chandler consiguiendo no caer mal pese a ser todo un aguafiestas; y a Margot Robbie, una rubia despampanante que de mayor quiere ser como Sharon Stone. No es un empeño despreciable, y además está mucho más buena que la otra pajarraca, pero el guión no la deja ser más que una chica que grita mucho sin venir a cuento y que sobre el final se empeña en meterle dramatismo al asunto. Total, otra aguafiestas, que al menos tiene la decencia de salir en pelota viva un par de veces.

Está tan buena que duele

   Y, ay, hemos topado con algo que no impide a El lobo de Wall Street ser LA POLLA, pero sí que sea una película redonda. El guión de Terrence Winter no es malo en absoluto, cómo lo iba a ser perteneciendo al creador de Boardwalk Empire, y atesora una desmesura tan espléndidamente medida, valga lo gilipollín del juego de palabras, que las tres horas que dura el filme no se hacen largas en absoluto. Lo que no quiere decir que dicho libreto sea perfecto. Tanto afán por escandalizar, por generar la carcajada a cualquier precio, por perseguir el más difícil todavía, acaba jugando en contra del resultado final, cuando se sucede alguna que otra escena ciertamente ridícula (como la conversación de DiCaprio con una señora mayor que puede llegar a ser su testaferro, en un plagio clarísimo a una escena de Los Simpson con el Señor Burns y Homer como protagonistas), y cuando, pasadas dos gloriosas horas y media, las cosas se empiezan a poner realmente feas para el personaje de DiCaprio. Es entonces cuando Terrence Winter parece querer darle de repente el toque operístico de Casino (película con la que El lobo de Wall Street comparte más cosas de las que me gustaría admitir), y la cosa le queda, no sabría deciros, raruna. Yo lo siento en el alma, pero la escenita que montan DiCaprio y Robbie sobre el final es un autoplagio descarado a una de Sharon Stone y Robert De Niro en Casino, y todos lo saben, por mucha biografía de Jordan Bellfort que avale el resultado. No obstante, hay honrosas excepciones en este último tercio que contribuyen a que el sabor de boca final no sea para nada malo, como la última conversación entre DiCaprio y Jonah Hill, el plano de Kyle Chandler en el metro, o el final, una declaración de intenciones tan negra y cínica como las respectivas conclusiones de Uno de los nuestros y Casino
   Porque, a fin de cuentas, es lo que acaba importando en una película tan ridículamente buena como El lobo de Wall Street. Disfrutar del cine, en su elemento más puro, divertido y desenfrenado. En su faceta más excesiva y brutal. Scorsese ha firmado, finalmente, su película más gamberra y salvajemente libre, donde por cada diez minutos de metraje se exhibe una media de cuatro coños, nueve tetas y media, dos planos secuencia, seis esnifadas de cocaína, ocho ingestiones de luds (unas pastis de la leche), siete travellings y un diálogo sublime e incesante cargado de humor y genialidad. Una jodida joya.
   Recomendada para todo el mundo. Recomendadísima. En serio, no puedo recomendarla más. Gracias, Scoesese. Gracias. Joder. Cómo quiero a ese enano cabrón. Cómo os quiero a todos los que me leéis. Aunque no comentéis nunca nada ni me deis a MeGusta ni hagáis RT, aunque algunos aún uséis Tuenti o penséis que la segunda de El Hobbit no fue tan cancerígena. Vedla. Sólo os exhorto a que la veáis porque os quiero, y quiero lo mejor para vosotros. En serio. Ya es la película favorita del director Steve McQueen.

"¿Soy el único que se ha dado cuenta de que en tres horas no aparece ni un solo negro?"

miércoles, 15 de enero de 2014

El gran estreno de estas Navidades


No seré yo quien diga que el teatro y el cine son dos tipos de arte perfectamente complementarios y sin demasiadas distinciones específicas, pudiéndose alternar de un formato a otro sin que el resultado se resienta ni se vea antinatural, aunque, según qué circunstancias, pueda llegar a pensarlo. Esto se debería exclusivamente a una concepción que tengo del cine, puramente personal, según la cual una película cualquiera, sin un guión decente, en el 98% de los casos devendría en cacota. La obra teatral, al componerse habitualmente de puro diálogo, sería una materia prima perfecta de donde sacar no sólo películas aceptables o buenas, sino realmente excelentes. Sin menoscabo a la figura del realizador, películas como Un tranvía llamado deseo, Doce hombres sin piedad, La huella, Crimen perfecto, La cena de los idiotas o, más recientemente, Un dios salvaje seguirían siendo obras maestras, estoy convencido, aun sin contar con la dirección de nombrería de Elia Kazan, Sidney Lumet, Joseph L. Mankiewicz, Alfred Hitchcock, Francis Veber o, más recientemente, Roman Polanski. 
   Este ejercicio de pretenciosa memoria cinematográfica (que he efectuado sin consultar en FilmAffinity, porque yo lo valgo) viene a cuento de apología y queja ante las críticas que está recibiendo ahora mismo Agosto, de John Wells. Todas convergen en lo mismo: la dirección excesivamente impersonal del susodicho John Wells. Yo no voy a salir a defender a este último, porque no tengo la más mínima idea de quién es y de qué ha hecho con su vida antes de Agosto, pero sí defenderé la película en cuanto a este supuesto hándicap, y también en cuanto a otra de las ideas más arraigadas: "está hecha descaradamente para ganar premios", la cual no deja de tener gracia. Quiero decir, ¿es algo malo? ¿Que se junten algunos de los mejores talentos de la actualidad en torno a un guión ambicioso para así optar a un par de Oscars (que ni siquiera se llevará) es merecedor de desprecio y tocapelotidad? Sinceramente lo veo absurdo, pero bueno, mientras siga habiendo buenas películas, como Agosto, que sean despreciadas por su abierta ambición de galardones (que seguro que ni se les pasaría por la cabeza a señores como Alfonso Cuarón, Steve McQueen o David O. Russell, qué va) mientras son disfrutadas a costa del ya citado gran acopio de talento, seguirá habiendo buen cine, y me la traerá bastante floja todo lo demás. Salvo lo de que se metan con Meryl Streep. Por ahí sí que no paso.

El Oscar va a ser suyo, y todos lo sabemos

   La puesta en escena no es lo mejor de Agosto. Partamos de ahí para, ya que estamos, decir que da un poco igual. El estilo no está ni se le espera. El señor Wells se limita a poner la cámara frente a un actor sublime y dejar que hable, y que hable y que hable, y que alcance la gloria, al tiempo que se arriesga con pequeñas cortinillas a campo abierto, fuera de los muros de la casa/escenario, que vienen también a dar un poco igual, como la carrera de Meryl Streep por el campo o el final protagonizado por Julia Roberts. Escenas, en el caso de la primera bastante bien resuelta, y en el caso de la otra bastante innecesaria y redundante, con las que el pobre Wells querrá decirnos algo como "que tampoco soy tan vago, jo". Pero sí que lo es, realmente. Y tampoco hace falta que sea algo distinto; no es como cuando Tom Hooper (Oscar a Mejor Director por... no sé,  no lo recuerdo, cuando le vuelvan a nominar ya os digo) se pensó que podría adaptar Los Miserablesen base a primeros planos larguísimos y a escenas de acción horriblemente planificadas. Ahí la realización sí que atesoraba defectos; aquí, simplemente, no molesta.
   Los críticos, que pese a lo que pueda parecer no tienen todos ni puta idea, han convenido en alabar las actuaciones de todo el reparto, y con mucho acierto. Algunos hablan de sobreactuación por parte de Meryl Streep, y qué queréis qué os diga; a estas alturas, una señora como Meryl Streep debería estar por encima de la sobreactuación, la actuación y la infraactuación. Es tan grande que me faltan palabras para describirla, como no sea recurriendo a calificativos como leyenda, diosa, amor platónico, belleza incólumne, espectáculo continuo, ya sabéis a lo que me refiero. En Agosto sobreactúa que da gusto sí, pero porque el personaje lo requiere, y porque ella así lo quiere. El que tenga algún problema con ello que se lo haga mirar, o que si no revisite Kramer contra Kramer, Manhattan o Mamma mia para acto seguido sentirse súper mezquino. El resto del casting está, en su totalidad, muy bien, y si no llegan al sobresaliente es porque la cantidad de minutos ocupada por su personaje no ha sido la suficiente. Julia Roberts grita con un arte inédito en ella (muchos coinciden en otorgarle la victoria del duelo con Meryl Streep a la novia de América, y puede que, objetivamente, lo hagan con mucha razón); Ewan McGregor está impecable y contenido; Chris Cooper bastante gracioso; Juliette Lewis entrañable dentro de la deliciosa estupidez de su personaje; Benedict Cumberbatch sencillamente arrebatador, aprovechando al máximo cada una de las oportunidades que le otorga ser el actor del momento; Abigail Bresslin ha pasado de ser la chiquilla encantadora y gordita de Pequeña Miss Sunshine a ser encantadora y estar buenorra, y eso es bonito; y, por último, Margo Martindale y Julianne Nicholson, pese a ser poco menos que desconocidas, están estupendas también. 

Si alguien más cree que en esta peli Meryl Streep es clavada al Bob Dylan de los años 60 que se ponga en contacto conmigo, por favor. Me siento muy solo. En todos los sentidos

   Si a un reparto tan puntero le añades una banda sonora resultona y un guión brillante, la película difícilmente te va a salir rana, por muy inútil que supuestamente sea el director. Así, el libreto de Tracy Letts es proclive tanto al humor negro más extremo como al encadenamiento de grandes e ingeniosas frases, así como generoso en otorgar a cada personaje su momento de lucimiento. Podríamos considerar desde ya la cena familiar, que dura 20 minutacos absolutamente fantásticos, como una de las escenas clave del año, al tiempo que deberíamos darle un Oscar a Meryl Streep cada año, lo siento si me pongo pesado, simplemente por existir. Es imposible verla en todo momento con otra cosa que no sea fascinación, recitando amargos monólogos, vapuleando verbalmente a su familia, buscándole las cosquillas a Julia Roberts... Como ya se ha dicho, un espectáculo continuo.
   Pese a todo, la mayor virtud de Agosto reside en lo divertida que resulta, y en última instancia eso es lo que queda. Podríamos atinar a considerarlo un hándicap, creo, en cuanto a que Tracy Letts pienso que pretendía hacer otra cosa además de divertirnos. Quizá, emocionarnos, hacernos sentir mal, reflexionar sobre el sentido de la familia (algo que llega a rozar con el sublime diálogo que mantienen las tres hermanas protagonistas)... que sé yo. Agosto, sin embargo, no pasa simplemente de "estar bien", y su tan alabado guión de hecho atesora un par de fallos no demasiado graves pero que no contribuyen a dejar un poso más o menos memorable en el público. Me refiero a los momentos indiscutiblemente "culebroneros" que se empiezan a dar cerca del final, cuando salen a flote los secretos más horribles e incómodos y que al menos tienen la decencia de ser llevados con mucho humor negro y un distanciamiento que no acertaría a calificar de buscado pero sí de conseguido (en el sentido de llegar a pensar "en esta familia están todos como putas cabras", y relajarte desde entonces). Tampoco resulta muy cómodo el hecho de que la mayoría de las mujeres de la familia protagonista sean todas unas víboras, y los hombres, por el contrario, simples pasmarotes henchidos de nobleza y buenas intenciones. Eso no es políticamente correcto, señor Letts.

"Esto va de una madre y una hija que van montadas en un coche. ¿Quién conduce?... ¡LA GRÚA! Jejejejejsoy un reputado dramaturgo"

  En resumidas cuentas, la película acaba pasando por un conseguido y animado festival de ver quién la suelta más gorda, mientras poco a poco se revela como un mero pasatiempo, a la hora de la verdad, bastante olvidable. Le falta algo, y yo seré más justo y le echaré las culpas exclusivamente al señor Letts, mientras se la recomiendo aún así a todas las familias, numerosas o no, que durante una aburrida velada quieran reírse un poco en agradable compañía viendo a los protagonistas de Agosto, mientras se encogen de hombros y piensan que oye, pues podríamos estar peor.
   PS: Han sido los Globos de Oro, ha ganado 12 años de esclavitud y otras películas que no he tenido oportunidad de ver por lo que no me merecen más que indiferencia, así que sólo quería compartir con vosotros esta imagen de la post ceremonia. Los motivos son obvios.

http://media1.popsugar-assets.com/files/2014/01/13/869/n/1922398/23c0324f265553d0_AP239774166449_1_.jpg_wm.xxxlarge_2x/i/Benedict-Cumberbatch-got-his-groove-Michael-Fassbender.jpg
Ojalá viviera en esta foto

sábado, 11 de enero de 2014

Las grisáceas maravillas de la nada. Parte I(no, esto ya es coña)

Al que esto suscribe, y se empeña en manufacturar un artículo absurdamente extenso y absurdamente poco leído (¿por qué no me votáis?, lo de Hispabloggers me prometieron visitas, ¿no os gusto?, qué vacaciones tan horribles) cada vez que le da por ir al cine, le sucede algo extraño con la filmografía de los hermanos Coen, ese par tan inteligente, tan talentoso y tan judío que, película que saquen, película con la que flipa toda la peña. Es cierto, puede que nos encontremos ante los realizadores más convencionalmente prestigiosos de la historia cinematográfica reciente, y sin embargo es difícil encontrar un mínimo atisbo de pasión entre los seguidores acérrimos (si es que los hay) de estos señores. Los Coen sacan otra peli, se cubren de gloria, la nominan al Oscar, gana o no, y acto seguido nos olvidamos, hasta dentro de un par de años. 
   No soy en absoluto fan de los Coen y sin embargo he visto, un poco sin ser consciente de ello, la mayor parte de su obra. Formada por películas todas ellas muy destacables e interesantes, como mínimo, muy buenas. Con un guión casi siempre muy bien trabajado, unas interpretaciones modélicas, una realización elegante. Y ni una sola de ellas me apasiona, ni consigue entrar en ese excelso y elitista catálogo de mis pelis favoritas. Reconozco el talento y el buen oficio que destilan los hermanísimos (quien se obstine en negarlo es que, francamente, no tiene ni puta idea), y los admiro especialmente en su faceta de guionistas, la que verdaderamente los distingue. No sabría decir si los prefiero en cuanto a comedias o dramas, pues realmente el tono para mí siempre es el mismo, uno negrísimo y malsano que llega a provocar, según qué trabajos, mucha incomodidad y mal rollo. A día de hoy, por ejemplo, Fargo tiene el mérito de revolverme insistentemente el estómago pese a su condición de (brutal) comedia negra. 


   A lo que iba. Muy bien, pero pché. Incluso las películas que me gustaron mucho mucho, como Muerte entre las flores o El gran Lebowski, no se apartarían de esta sensación de sobresaliente, pero no de matrícula de honor (vaya puta mierda de símil o metáfora o lo que sea, y vaya puta mierda de sábado noche). Y ahora, la cuestión es si la última película, que por supuesto también está arrasando con todo, de estos señores ha conseguido superar esta barrera, y si por fin ha llegado a suscitar en mi criterio algo parecido a auténtica pasión. He aquí la respuesta, y a la vez la crítica pretenciosamente introducida.
   A propósito de Llewyn Davis es otra obra maestra de éstas que le salen a los Coen como quien se saca los mocos: la obra toma forma en el interior de la cabeza de los hermanos, éstos se la sacan, la miran con despreocupación, y nos la arrojan sin darle importancia hecha una albondiguilla, para nosotros devorarla de inmediato (esto se me está yendo de las manos) con avidez, fascinación y ojiplatismo. Es una gran película, y eso que apenas habla de nada, y no deja de ser la puesta en escena de un fragmento de la vida ficticia del tal Llewyn Davis. Igual que James Joyce, sí, estoy hablando de James Joyce en mi mierdiblog, los Coen cogen la realidad más común, aburrida y grisácea, y la tornan mágica y legendaria. No por casualidad, el felino protagonista se llama Ulises. Espero.

"¿Sí?... bueno... en fin... eso es... lo que tú opinas, tío"

   Sí, sé que el párrafo anterior me ha quedado como para correrse, pero a lo que voy es que A propósito de Llewyn Davis es una gran y estrepitosa nada, envuelta en una fotografía (AAAGH, Y AHORA HABLO DE LA FOTOGRAFÍA) que debería ganar el Oscar pero ya, así por adelantado, y una banda sonora de excepción que torna automáticamente en sublime cada imagen que ambienta. Sin la música, de hecho, al nuevo trabajo de los judíos de oro se le verían las costuras, y se percibiría como realmente innecesaria toda esta nadería con la que nos pretenden maravillar. Por suerte, ahí está el ingente catálogo de canciones folk de la época, interpretado por unos actores en estado de gracia (especialmente el protagonista, del que en breve hablaré): Hang me, Fare thee well, Five hundred miles, The death of Queen Jane o, especialmente, Please Mr Kennedy (absolutamente gloriosa y descacharrante la escena en la que Oscar Isaac, Justin Timberlake y el gran Adam Driver, recién llegado de Girls para petarlo, la cantan). 
   Esta música no sólo eleva a memorable el resultado de la peliculita, sino que contribuye enormemente en la ambientación de la "historia" contada, trasladándonos a la atmósfera del Village neoyorquino de los años 60 de un modo muchísimo más eficaz que el que pudieran lograr unos meros y costosísimos decorados. Incluso hay un "cameo" (que no detallaré por aquí, pero que contribuyó a que me dieran ganas de aplaudir cual foca feliz) sobre el final que redondea esta inmersión.

"No, yo no soy el del cameo. Pero aunque lo fuera daría igual, no tenéis ni puta idea de quién soy"

   En otro orden de cosas, Oscar Isaac resulta magnífico en su composición de un tío miserable, repelente y jeta que aún así cae bastante simpático, pero aún lo resulta más en su faceta musical, llegando a conmover muy mucho al respetable con su interpretación final de Fare thee well. Carey Mulligan nunca ha estado más guapa que en A propósito de Llewyn Davis, eso es un hecho, y de hecho lo está tanto que, pese a que su personaje lo intente, no consigue resultar irritante en ningún momento. Justin Timberlake conserva el encanto que le es característico; John Goodman y Garret Hendlund han de cargar con el pasaje menos interesante de la película, sin por ello ofrecer una mala interpretación (en el caso de John Goodman, en el del tipo que osó interpretar a Dean Moriarty poco se le pide más aparte de fumar, conducir y murmurar monosílabos); y, madre mía, ¿ése es F. Murray Abraham? Sale dos minutos pero, ¿por qué nadie en Hollywood tiene la sensatez de darle más papeles?
   Hablo a continuación del guión, acaso lo más flojo, y en lo que, es de suponer, los hermanos Coen han invertido menos esfuerzo. Partiendo de la base de que A propósito de Llewyn Davis habla sobre la nada y, por tanto, sobre el todo (cómo me estoy poniendo), resulta notorio que el libreto haga gala también de unos diálogos afilados e ingeniosos, destiladores como no podría ser de otra manera de ese sentido del humor tan suyo y tan rayano en lo desagradable e incómodo. Destacar la cena en la que los amigos repelentes de Llewyn Davis le piden que se toque algo a la guitarra, o la sencilla secuencia que lo reúne con su padre (pese a no cruzar apenas diálogo alguno con éste, sabiendo que sólo su música podrá acercarle a él de algún modo... con erótico resultado). Por lo demás, el guión carece de foco, presenta una estructura circular así porque sí (no dejando una sensación de vacío, sin embargo), y unos cuantos tiempos muertos en los que, inevitablemente,  y si no hay ninguna alegre canción folk sonando, acabas mirando el reloj (en especial el ya citado segmento en el que aparecen John Goodman y Garret MeGustaríaSerDeanPeroNo Hendlund).

Irse de cañas con ellos seguro que tiene que ser la polla, ¿eh?, jejeje... bueno, seguramente no

  La dirección, por último, es típicamente coeniana, signifique lo que signifique esto; yo aventuro a que se referirá a una cuidada composición de planos, un ritmo pausado y un ambiente y sensación global identificada con la propia fotografía: definitivamente gris. Gris como el personaje de Llewyn Davis. Como el Nueva York y Chicago en cuyas calles malvive y como el estudio de música que visitará lleno de algo parecido a la ilusión. Como la obra de James Joyce, como los cagalindres que adaptaron On the Road al cine y como el sentido de la existencia para los hermanos Coen. Como yo mismo. 
   En resumen, lo más cerca que ha estado una película de estos fieras de apasionarme. Y de apasionarme, añado, mucho. 

jueves, 9 de enero de 2014

No hay un genio tan genial. Parte I

Era inevitable, al fin y al cabo. Demasiadas razones para hacerlo, demasiado pocas para no hacerlo. La admiración, el ansia de diversión, el postureo (¿ya ha pasado de moda no?, bien), el morbo, la canción de Rammstein. Al final fui a ver Nymphomaniac.  Volumen 1, el último y tan polémico trabajo del que puede resultar fácilmente el mejor y más genial cineasta vivo. Y no porque lo diga yo, también lo dice él, sencillo y franco como suele, diciendo verdades como hostias Dogma. Soy un genio. Soy Lars von Trier. 
   Tras horrorizar a toda persona medianamente decente con Anticristo y divagar vagamente sobre el apocalipsis, el matrimonio y un montón de cosas más, creo, con Melancholia, el genio danés (es posible que aparezca numerosas veces la palabra "genio" o derivados a lo largo de esta crítica, no tanto que lo haga "danés") pone fin, o empieza a hacerlo, a su autodenominada trilogía de la depresión con una película llamada Nymphomaniac. Sí. Saboread ese nombre. Imaginadme a mí refiriéndoselo a mi madre por teléfono. No es muy agradable. Tuve que traducírselo y pronunciar la palabra "ninfómana". En fin. Que el bueno de Lars viene provocando ya de primeras. Cinco horas de porno duro y explícito, de panorámicas de penes y vaginas, de felaciones, cunilingus, sesentaynueves, sodomizaciones, eyaculaciones y sensuales etcéteras. Al menos eso es lo que su promoción, o escasez de ella (si es que es un puto genio) parecía presagiar.


"Mmmppf"

   En el trailer de la película se escucha, junto a los primeros compases del Réquiem de Mozart, una canción de Rammstein, esa memorable banda de metal industrial cuya juvenil escucha provocó que ya tu madre empezara a sospechar que algo no andaba bien, llamada Führe mich. Claro que el título lo descubres después, ya que es de suponer que no sabes alemán, y la única palabra que se te queda es, claro, algo así como "nimfomaniac". Pura sugestión. Von Trier juega contigo desde el mismo trailer. Pues bien, en la escena de apertura de la primera parte de Nymphomaniac, esta canción suena en todo su esplendor y, acompañada de subtítulos, descubrimos que su letra habla de amor, de tragedia, de desamparo y que, cuando entendimos "ninfomaniac", en realidad escuchábamos algo así como "no me abandones" en germánico. ¿No es hermoso? En esta chorrada está la clave de la maravilla de película que acabo de ver.
   Nymphomaniac. Volumen 1 habla del sexo, claro está. Es su tema central, y todo gira en torno a él. Pero, por encima de éste, la película de Von Trier habla de muchísimas más cosas, directamente relacionadas o no, y siempre con un acierto, una sutileza y un buen gusto fuera de toda duda. El escandaloso envoltorio nos sorprende de primeras al descubrir un contenido angustiosamente existencial, acompañado de unos personajes memorables, incluso entrañables, y unos diálogos exquisitos, bañado todo en un humor negrísimo y, en una palabra, genial. Las mayores bazas del portentoso guión del genio no se basan pues en escenas de sexo progresivamente más extremas, ni tampoco en la simple búsqueda de la excitación por el erotismo (de hecho, la película es escasamente erótica, y resulta bastante difícil que alguien pueda llegar a ponerse cachondo barra cachonda en algún momento), sino en una sucesión de ideas maravillosas que engarzan un argumento simple (en apariencia) y eficaz. Una ninfómana declarada con sentimiento de culpa le cuenta su vida a un señor que se la acaba de encontrar tirada en la calle hecha un Cristo. Y ya. A falta de alguna vuelta de tuerca en la segunda parte, no encontraremos más que eso. Y, en este simple marco, llega a caber mucha, muchísima genialidad, creedme. 
   Estará quedando claro que la película, o mitad de ella, me ha encantado, y puede que alguien ya se haya aburrido, o que busque algo más concreto. Se siente. Como creo que ya he alabado el guión lo suficiente, alabaré otras cosas. La dirección del danés hace gala de los mismos movimientos de cámara al hombro de siempre, que a mí normalmente no me hacen demasiada gracia, pero que aquí, como en cada una de sus películas, resultan sublimes. La selección musical es espectacular, no sólo por cómo acompaña las imágenes sino por la gran importancia que acaba acogiendo en la historia (dicho esto, y perdonad la gafapastada, probablemente esta película exhiba el mejor montaje audiovisual jamás realizado con música de Bach), mereciendo la pena destacar la ya citada en demasía canción de Rammstein y, caray, Von Trier se nos vuelve mainstream, el clásico Born to be wild. 


Este señor es antisionista. ¿No es fantástico?

   Los actores están todos sublimes. Stellan Skarsgard nos entrega el personaje más positivo y majete de toda la filmografía del genio, quien tan pronto habla de Fibonacci como de Edgar Allan Poe como se pone extremadamente pesado con el asunto de la pesca, y ni aún así nos resulta pedante. Charlotte Gainsbourg no dispone de demasiada cancha para lucirse (es obvio que sus escenas más hardcore se han dejado para la segunda parte) pero se las apaña notablemente bien, componiendo un personaje entre enigmático, desdichado e inocente. Shia LaBeouf, un tipo que siempre he considerado poco menos que un gilipollín, y más últimamente (con lo del plagio, el plagio de la disculpa por plagio, y el orgullo con que admite que Von Trier no lo eligió para el papel por sus dotes artísticas, precisamente), está también resultón con un personaje a su medida (esto es, un soplagaitas encantador) y, demonios, hasta Christian Slater se las apaña muy bien, protagonizando el pasaje más trágico de la película y todo. Merecen una mención especial, sin embargo, Stacy Martin (Charlotte Gainsbourg de joven... sí, tan parecidas entre sí como un huevo y una castaña o, lo que viene a ser lo mismo, Joseph Gordon-Levitt y Bruce Willis), por cargar sobre sus espaldas todo el peso dramático y sexual de la propuesta saliendo viva del empeño, y, sobre todo, Uma Thurman, que aparece algo menos de diez minutos protagonizando una de las escenas más delirantemente divertidas de la filmografía del genio. 
   Y bueno. Apenas se me ocurre nada malo que decir, pero lo intentaré, sin que esto vaya en perjuicio con la obra maestra que estoy convencido que supone. Von Trier se cree muy listo, y lo es, pero al igual que sucede con Tarantino, llega un punto que el quererse tanto a sí mismo pasa factura, y nos presenta unas cuantas chorradas y salidas de tono que, al menos, son siempre divertidas y sorprendentes (no como pasaba con Ego desencadenado). No quita que ciertas escenas, como la visión de un largo catálogo de pollas, los desvaríos matemáticos de Skarsgard o las asociaciones visuales que en ocasiones se dan en el montaje ("se parecía a un gato", ¡pues toma primer plano de un gatete!), junto con el contraste entre lo intelectual del guión y lo morboso de las imágenes (buscado jocosamente en todo momento, y a veces saliéndose de madre) acaben por resultar ridículos cuanto menos, pero esto no deja de suponer, en mi opinión, otra de las grandes virtudes de la película. El abierto desprecio a la contención, la exaltación de todo lo que a mi estimado Von Trier le resulta interesante y divertido. Si nosotros no podemos empatizar con todo este berenjenal es nuestro problema, no el suyo. Osea, quiero decir. Él es un genio, nosotros no.

La verdad es que no me apetece nada ver a Charlotte Gainsbourg en bolas otra vez, pero no sé, la peli seguro que también es bestial, y saldrá Shia LaBeouf de nuevo :D

   Quizá lo peor de todo, y casi lo único realmente malo, sea que nos encontremos ante una película inacabada, y que hasta que no vea Nymphomaniac. Volumen II no sepa si me encuentro ante una total obra maestra o qué. De momento, la cosa no podía pintar mejor, dejándonos además con un cliffhanger tan potente e hilarante que nos hace agradecerle de todo corazón al genio que estrene la segunda parte del díptico en unas dos semanas. Dios lo bendiga.
   En resumen, se la recomiendo absolutamente a todo el mundo, menos a mi madre. A ella que se lo recomiende algún otro, porfa.