miércoles, 27 de agosto de 2014

Cuando el cine era esto

Hubo un tiempo en el que alguien no tenía por qué reparar en el coste de una entrada de cine o en las críticas que el estreno por el que se interesaba había recibido para decidirse a franquear el umbral, pillarse un cartón ridículamente grande de palomitas (aunque yo nunca fui de ésos, prefiriendo la más lucrativa alternativa de choriceárselas al incauto que se sentara a mi lado), sentarse rodeado de colegas y disfrutar de una peli simplemente "cachonda", esto es, una que no tuviera más ambición que la de hacer que nos riéramos a carcajadas, gritáramos mucho y acabáramos arrojando las palomitas a los ceñudos y grisáceos universitarios de delante (porque cualquier cosa antes que el listillo este se cebe gratis). Cuando incluso tenía que venir el acomodador a regañarnos, cegándonos con la linterna y provocando que nos perdiéramos en esto la enésima cuchufleta con la que tipos como Eddie Murphy, Jim Carrey, Ben Stiller, Will Smith o Adam SandESO NUNCA FURCIA tenían a bien obsequiarnos. Al cine, en resumidas cuentas, podías ir a reírte. Sin más. No tenías por qué maravillarte de la realización, de valores cinematográficos tan ajenos a nosotros en aquellos años como las interpretaciones (porque sólo sabíamos que Eddie Murphy era muy bueno porque el tío hacía hasta cinco papeles distintos), la banda sonora (jugando a reconocer el I Feel Good de James Brown en cada producción noventera con la que nos topásemos) o el mensaje social (nuestro ecologismo comenzaba y concluía en medio de los extremistas alegatos de Ace Ventura, detective de mascotas). Ni siquiera tenías por qué escribir el correspondiente artículo en el chufiblog, luego de llegar a casa. Ni siquiera sabíamos lo que era un blog. Mucho menos un chufiblog.

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Yo era como Jonah Hill de chico. Pero sin las mechas. Las mechas son lo peor. Y tampoco tenía aparato ni ese rollo como de raperillo. En fin, igual lo estoy magnificando todo demasiado
   
   Ahora, no sé si porque nos hemos hecho mayores paralelamente al celuloide (que a lo mejor ya ni siquiera se llama así) y tanto él como nosotros hemos perdido el sentido del humor, o porque simplemente es caro de cojones, resulta impensable acudir al cine con la única y sana intención de echar unas risas. A mí al menos, que una vez en el kiosko leí una página de Cahiers du Cinéma, me resulta impensable. Hay mucho que ver, muy poco tiempo para ello, y muy pocas ganas de arriesgarse a pagar una pasta por una única carcajada, en el mejor de los casos. Es mejor descubrir las comedias por Internet, luego de copiosísimas recomendaciones por parte de colegas con menos criterio que tú (y aún menos prejuicios a la hora de comprarse sus propias palomitas), y disfrutar así de los bombazos de los últimos años, que al menos de cara a la cultura popular parecen haber sido cosas como Zoolander, Hermanos por pelotas o Superfumados/Supersalidos. Fiel a mi caricaturesca condición de cinéfilo con poco tiempo que perder, sólo he podido llegar a ver las dos primeras, y no me han parecido que sean ninguna locura. Y así, mientras Jim Carrey sigue haciendo películas, Will Smith pesas y Eddie Murphy pues... ni idea, francamente, mi renuencia a pagar por ver una comedia sencillita en la pantalla grande se consolida.
   Hasta que hace unos tres días cierto venazo motivado por una ocurrente recomendación y cierto sábado sin plan nocturno convergieron y me permitieron descargarme Infiltrados en clase, cuyo título original, 21 Jump Street, tampoco es que me dijera nada. No me andaré con sesudas críticas al respecto, y a cambio os diré únicamente que la peli merece mucho la pena. Casi tanto como su secuela, la cual pude ver algo menos de veinticuatro horas después nueva serie de afortunadas circunstancias mediante. 

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Que el cartel dé tan mala espina lo hace todo aún más awesome. Sí, he dicho awesome. B-2 ya eres mío.

   No os diré que me hagáis el favor de pagar la millonada que sea y acudáis en las condiciones que buenamente se puedan al cine a ver Infiltrados en la universidad, porque bien es verdad que la comedia sin pretensiones no es el género que mejor se disfruta dentro del patio de butacas y porque sería lamentablemente absurdo que fuerais en vuestra única compañía. La película protagonizada por Jonah Hill y Channing Tatum es una obra hecha por y para colegas, colegas que se han comido bien el tarro para entregar chistes de altura y colegas que desean reírse con algo no diré de alta calidad, pero sí medianamente ocurrente. No estoy seguro de que si fueras solo a verla te reirías igual, pero sí de que Infiltrados en la universidad (22 Jump Street, una nueva muestra de lo elegantemente que los americanos secuelizan, al menos en lo que a la cuestión nominal se refiere) es la película más divertida que he visto en mucho tiempo. Muchísimo. Tanto que, sí, igual debería volver a pecar de esta añoranza deficientemente impostada de la que parece adolecer toda mi generación y retrotraerme a los gloriosos años noventa para encontrar una comedia tan jodidamente espectacular como es la que hoy nos ocupa.
   Y sí, esta magna obra es una secuela, un producto perpetrado al amparo de un material original más o menos exitoso que por principio debería adolecer de la frescura y originalidad de éste. Y en esta peliaguda disyuntiva radica uno de los aspectos más conseguidos de Infiltrados en la universidad, que no son pocos: los chistes que su status de secuela al uso pueden llegar a generar. Los ingeniosísimos guionistas, uno de los cuales es el propio Jonah Hill, son perfectamente conscientes de que en el campo de las secuelas las única manera que tienes de transgredir es o bien siendo Francis Ford Coppola o bien mofándote del asunto, ejerciendo la autorreferencia como filón hilarante de primera calidad y al mismo tiempo como defensa ante juicios críticos más o menos serios. Sí, esto es una secuela. Somos conscientes. Vamos a reírnos de ello. Y así, ya de paso, obtenemos el gag final más cómico de me atrevería a decir toda la Historia del Cine, en dura competencia con, cómo no, la última escena de Con faldas a lo loco. Sí, estoy comparando la movida de estos colegas con Billy Wilder. Qué mal me sientan los sábados sin salir. 

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¿Verdad que son la viva imagen de Jack Lemmon y Tony Curtis?

   Al margen de lo bien empleada que está la baza de la secuela autorreferencial (que se extiende a situaciones ya vistas en la primera parte aún más pasadas de rosca y siempre con la coletilla de "estamos haciendo la misma mierda" como condimento), tenemos en Infiltrados en la universidad unos chistes, salvo pocas excepciones, bastante más inspirados que en su predecesora. O a lo mejor es que simplemente hay más. No sé. La película, desde luego, dura la friolera de dos horas completas, de las cuales no sobra un solo minuto, como no sobra un solo gag (si acaso se llegan a hacer reiterativos los chistes homoeróticos en relación a la amistad de los protas, pero no merece la pena extenderse al respecto, porque, yo qué sé, ni Jonah Hill es Woody Allen ni falta que le hace, aunque se le ocurra hacerle un homenaje a Annie Hall en cierto chiste que sólo entendí yo :). Y además, aunque repita con jocosa alegría y paso por paso el esquema de la primera entrega, se ha sabido enfatizar para la ocasión a los personajes secundarios, permitiéndosenos disfrutar, además de la extraordinariamente carismática pareja principal, de un Ice Cube pletórico (y que protagoniza el mejor momento de la película, títulos de crédito aparte), de un Peter Stormare encantador (y que, dios mío, no tiene acento ruso, pero supongo que habrá sido cosa del doblaje), y de un villano estupendo, de aquéllos que de tanto gusto como da odiarles te acabas poniendo un poco cachondo y todo, y ante esta confesión tus abochornados amigos amenazan con darte de lado y... bueno, y eso. ¿He dicho ya que Infiltrados en la universidad es una pasada?

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"Otra que me quiere follar, jeje. Y todo gracias a mi vis cómica"

   A la dirección están, casi me olvido, unos señores llamados Philip Lord y Chris Miller, que como principal mérito tienen el orquestar un clímax portentoso en el que caben hasta heroísmo y épica (de coña, sí, pero igualmente emocionantes). Por si fuera poco, sin embargo, son también los responsables de la primera parte, de La Lego Película (crítica aquí), de la deliciosa Lluvia de albóndigas, y de parte del guión de Brooklyn Nine Nine, la serie que todo el mundo debería estar viendo AHORA MISMO. No queda sino amarles, y de agradecerles, al menos por mi parte, que me hayan salvado un verano aquejado por las matizadas y prácticamente seguidas decepciones que me han deparado los distintos y a priori infalibles animales con metralleta (ver más aquí y aquí). Entre dragones y clásicos instantáneos de la comedia popular, en efecto, el verano no se ha acabado dando mal del todo. Y es que, por si no lo sabéis, la "mierda de puta madre" es el nuevo "barcos y putas". Está en las calles. Comprobadlo.
   Y eso es todo. Id a ver Infiltrados en la universidad. Llamad a los colegas. Comprad palomitas. Tocadle las pelotas al acomodador. Reíos de los universitarios. Decid "Apagad la cámara" en el momento en que aparezca ese mensaje en pantalla. Y, sobre todo, no leáis Cahiers du Cinéma. Nunca.

lunes, 18 de agosto de 2014

Molaridad ilustrada




Aun cuando no hubiera llegado nunca a ver Guardianes de la Galaxia, y en la memoria cinéfila sólo guardara con prudente entusiasmo la visión de esos extraordinarios trailers precedentes, era bastante fácil extraer conclusiones sobre lo que el estreno del blockbuster veraniego por excelencia supondría. Sin necesidad de desembolsar dinero, valiéndome de la pura lógica y de la lectura sin filtro de todo tipo de material internáutico, podría haber llegado a concluir dos cosas: una, que Guardianes de la Galaxia iba a ser el bombazo definitivo de Marvel; y dos, que como espectador tocapelotas que soy me iba a decepcionar bastante el asunto.
   La primera cuestión se ciñe al pasado, presente y futuro de la Fábrica de Ideas (apelativo que no podría sentar con mayor justicia) y a su competición con la otra gran marca comiquera, DC Comics. Los personajes de uno u otro bando han irrumpido en nuestras vidas lo queramos o no, cambiando las viñetas por las carteleras, y compitiendo por nuestro amor. Desde que en 1978 el Superman de Richard Donner descubriera el filón, abrillantándolo con una secuela de altura y hundiéndolo con las secuelas que vinieron después (incluyendo aquella obra maestra del post-humor que es En busca de la paz), y varios pezones de gomaespuma más tarde, desde que Bryan Singer mostrara el verdadero camino con la (gloriosa) primera película de la Patrulla X, el duelo estaba servido. Y hubo unos años en los que verdaderamente se disfrutaba admirando las mañas de los contendientes, porque tan pronto se adaptaban con inmejorable fortuna las aventuras del Hombre Araña como Christopher Nolan hacía historia volviendo a dignificar la marca DC (y el género superheroico de paso) con las primeras películas del Caballero Oscuro. El que ambas franquicias pincharan catastróficamente en la tercera parte no quita que la preocupación por la calidad llegara a ser constante, y que se rematara con la infravaloradísima Watchmen, en la que Zack Snyder nos demostraba lo buen director que podía llegar a ser si dejaba por un ratito la cocaína.
   Ahora, sin embargo, la batalla ha llegado a su fin, es de rigor proclamarlo, y el claro ganador ha sido Marvel, que aliándose con Disney e iniciando una salvaje vorágine de productividad ha acabado derrotando despiadadamente a la factoría de la que salió el supuesto superhéroe más icónico de todos (aunque a engendros como Superman Returns El Truño de Acero no hay icono que se les resista). Y ahora, mientras Marvel se saca la polla y para su mayor apuesta seguidamente a Los Vengadores recurre a unos personajes de los que no se acuerda ni Stan Lee, DC se halla muy digna currando en Batman vs Superman (algo que, sencillamente, no va a salir bien), diciéndole a todo aquel que le quiera oír que un siglo de éstos sacará La Liga de la Justicia, o incluso defendiendo que Aquaman no es un tipo tan ridículo como todo el mundo piensa, y de hecho se merece una película. En fin, animalicos.

"¿Me he convertido en un meme ya?"
   Marvel, asumiendo un riesgo que, en fin, no ha acabado siendo tanto, nos ha demostrado que ha triunfado, que el éxito total, la hegemonía, es suya, y que nadie se la va a arrebatar (y están de suerte, porque ya me jodería que alguien me quitara una palabra tan bonita como "hegemonía"). Tras el monumental éxito de Capitán América: El Soldado de Invierno (película que no me molesté en ver simplemente porque, si no tiene en frente a Tony Stark vacilándole, el espantajomán más patriota, por definición, es un rollo de cuidado), Marvel se complace en volverlo a petar con Guardianes de la Galaxia, basada en un cómic que, insisto, ni los más frikis se han leído, y que por supuesto es completamente desconocido para el gran público. Dirige James Gunn, los sucesivos preestrenos y críticas auguran que la cosa merece mucho la pena, y DC por el momento tendrá que seguir comiéndose los mocos mientras piensa en Wonder Woman y en cómo puede quedar bien un avión invisible en pantalla (es que joder, entre Linterna Verde y las otras mierdas señaladas no les puede ir peor).
   Llego al comienzo de la crítica propiamente dicha y al final de mi disertación vagamente documentada sobre la situación de la industria (últimamente leo mucho JotDown). Así que, llegando a la segunda cuestión que reseñaba al comienzo del artículo, Guardianes de la Galaxia me ha decepcionado. No demasiado, pero sí lo justo y necesario como para que considere absolutamente exagerado el hype que su llegada a nuestras pantallas ha generado (aunque claro, si algo caracteriza al hype es la exageración). Y me ha decepcionado no porque Guardianes de la Galaxia haya acabado siendo aburrida, sosa o menos divertida de lo que pensaba que iba a ser (y presumiblemente lo iba a ser mucho). Guardianes de la Galaxia es decepcionante porque todo en ella apesta a premeditación, a cálculo de probabilidades y a falta de personalidad.

Los Guardianes de la Galaxia originales. Probablemente los recordaréis de la famosísima serie animada que dieron en Megatrix. O probablemente no.
   Los productores y James Gunn, un goodfella de mucho cuidado, han sacado adelante una película cuyo espíritu, si no es demasiado condescendiente suponer que haya uno, se vincula más con el  taquillazo que con tanta furia busca antes que con el interés por contar una buena y genuina historia. Se vincula, en efecto, con un ansia por molar a toda costa, siguiendo los dictados de un sesudo estudio en torno al concepto de la molaridad, que no sé si me acabo de inventar pero molaría que fuera así. La molaridad no se abandera en guiones rompedores, interpretaciones potables o riesgos de forma; sino en efectos especiales chulos, largos y tediosos compendios de frases épicas, y banda sonora, a falta de otros epítetos underground, molona  Éstos son, cómo no, los tres ingredientes principales de Guardianes de la Galaxia, con el matiz de que la selección musical, pese a lo que se ha dicho por ahí, me ha parecido bastante predecible. Marvin Gaye, Jackson Five y el sacrosanto Hooked on a feeling que, como pasa con todo aquello que el campo de la molaridad abarca, ya empleó Tarantino. Hay que decir, eso sí, que las canciones están insertadas en la historia con mayor rigor histórico que en, por ejemplo, Ego desencadenado. Lo cual se la sopla a todo el mundo. Bien.
   No habría que desmerecer sin embargo el hecho de que, teniéndolo todo para ganar, James Gunn y su supuesto coguionista (Nicole no sé qué, jiji, tiene nombre de chica y de hecho puede que lo sea), se hayan obstinado en esforzarse un poquito, y en esto sepan otorgarle cierto carisma a los protagonistas, uno que no quedara relegado a ser posible en los numerosísimos chistes (hay muchos, demasiados, y no me quejaría de esto si todos funcionasen, lo cual está claro que no ocurre y que la frase "Me lo he hecho encima" perdió toda efectividad cómica a finales de 1987). No me refiero especialmente a Chris Pratt, que no molesta pero tampoco tiene tanto carisma como se le ha presupuesto, ni tampoco a Zoe Saldana, la cual puede que un día me encuentre en uno de mis habituales paseos por Los Ángeles y la reconozca, pero hoy no es ese día. Sí me refiero a, obvio, los mapaches con armas de fuego gigantescas siempre han sido mi debilidad, el macarrónico Rocket (voz de Bradley Cooper), y su adorable compañero Groot (voz del no menos adorable Vin Diesel, quien debió sudar la gota gorda para imprimirle distinción dramática a cada una de las veces que repite su única frase), y también a Drax, quien por el hecho de ser interpretado por el luchador de wrestling Batista (célebre por saber interpretar el monólogo inicial de Ricardo III a base de eructos), no me daba buenas vibraciones, pero que ha acabado siendo toda una sorpresa. El resto de personajes cumple, con Benicio Del Toro apareciendo tan feo en pantalla como siempre, ni más ni menos; John C. Reilly aportando su tranquilo saber estar; Glen Close sin demasiada idea de dónde se ha metido, y más gente que interpreta a los supuestos villanos, unos piltrafas que, al igual que los Chirriflautas ésos de Los Vengadores, sólo están ahí para que les midan el lomo. Con la dolorosa diferencia de que aquí no tenemos a un Loki que haga que nos despreocupemos ante tamaña desproporción heroica. Sólo tenemos a este moñas.

"Soy el malo y para demostrarlo gritaré y me enfadaré mucho y pegaré hostias con mi martillaco. Yeah"

   Por lo demás, y atendiendo a que hay que gustar, y a que pocas cosas gustan más que Star Wars, la peli y el tratamiento de su livianísimo argumento se parece a la primera trilogía galáctica de un modo tan escandaloso que la etiqueta de "accidental" deviene hipócrita e irritante, sobre todo cuando ciertos iluminados sin memoria histórica alguna andan comparando Guardianes de la Galaxia en términos de calidad e impacto con Una nueva esperanza (la gente es que ya es gilipollas por encima de sus posibilidades). Y no es sólo que Chris Pratt haya querido ser siempre Han Solo cuando fuera mayor (como todos los niños, vaya, eso tampoco es tan grave), y lo haya demostrado, sino que Groot es un perfecto Chewbacca y Rocket un perfecto Han Solo (y ya van dos, y el contador de badassería está a punto de explotar), además de que los malos se ponen verde entre sí como unos Darth Vader y Emperador cualesquieras (con mucho menos glamour, a la imagen de antes me remito), y hay un gángster que lidera a los contrabandistas y persigue al antihéroe de turno (exacto, como Jabba, pero con liposucción y un cuchillo que está chuli). Todo, súper warsie. Todo, súper calculado.

"Tree Powers Activate!
   Así las cosas, resta una película tan entretenida como vacua, cuyas únicas bazas más o menos efectivas (para un público más exigente de lo clínicamente saludable, quiero decir) residen en el encanto ochentero de todo. Aunque sea uno impostado, tan falso como el resto de cosas, el espíritu de Guardianes de la Galaxia remite, además de a Star Wars, a joyitas como la TRILOGÍA de Indiana Jones, El secreto de la pirámide, Los Goonies o las mejores de James Bond, con personajes que no dejan de moverse, de hablar y de cambiar de localizaciones mientras se nos intenta explicar en pocas líneas el funcionamiento de la sociedad imaginaria en la que se encuadra la acción (de la cual sólo me enteré de algo de unos policías y de sus roces con los de Asuntos Internos). Además, claro, los efectos especiales son muy punteros, al margen de las secuencias de acción (mucho peor resueltas que en Los Vengadores, pelotazo de Marvel infinitamente superior al que nos ocupa, por si no había quedado claro); y nos encontramos unos diseños de naves y planetas muy apañados, y en esto me gustaría hacer hincapié en el portento visual que supone el planeta de los buenos de cuyo nombre ni quiero ni puedo acordarme, una suerte de cruce entre Coruscant y Santiago Calatrava que le da como un aire muy neoalgo a todo.
   Si apenas he mencionado el guión es porque no tiene mucho sentido hacerlo, ya que se limita a cumplir y a hacer gala de un denodado esfuerzo por dotar a cada uno de los héroes de traumas por superar (resulta sorprendente en ese sentido el prólogo, de una intensidad dramática luego nunca igualada). Nada mínimamente original ni molesto, ni nada que los fuegos de artificio o los chistes de patio de colegio no puedan disimular.
   Así que en resumen, y por si aún os lo estáis preguntando, claro que tenéis que ver Guardianes de la Galaxia. ¿Que por qué? Pues por una razón tan simple como que mola, mola mucho. Y nada, pasad un buen verano, vosotros que podéis.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Cómo hacer una secuela


Existen películas que, sin alardear precisamente de una cierta originalidad, novedad o riesgo, consiguen apañárselas para que estas virtudes de las que carece, las que a priori las tornaría memorables, no tengan la más mínima importancia a la hora de, finalmente, acabar siéndolo. Podríamos en esto examinar qué posibilidades o qué otros insospechados atributos tendrían para lograr tal cosa, pero conformaría un esfuerzo fútil, y un ejercicio de pedantería innecesario y superficial. Simplemente, es magia. Y resulta una estupidez intentar medir la magia, como también resulta una estupidez intentar medir la Fuerza, cosa que sin embargo hicieron, convirtiendo a los midiclorianos en unos seres de pesadilla que probablemente nunca llegaron a imaginarse que acabarían apareciendo en una crítica de la secuela de Cómo entrenar a tu dragón.
   Sí, precisamente es Cómo entrenar a tu dragón un clarísimo ejemplo de esto, al menos para el que esto suscribe. Una peliculilla de animación sin el más mínimo interés en hacer historia, como sí hicieron gala de éste, desde el momento en que fueron pensadas, obras capitales del género como Toy Story 3, Wall·e o Up (lástima que en este último caso el ansia por trascender se limitara a los primeros diez minutos). Cómo entrenar a tu dragón ofrecía un argumento mil veces visto, unos protagonistas mil veces vistos (desde el chaval que no encuentra su sitio al padre que nunca escucha pasando por la tía buena marimacho de corazón de oro y atropellando al alivio dudosamente cómico de turno), y un desarrollo argumental que sabías qué depararía desde el minuto uno. Pero, ah, sí, también ofrecía a Desdentao, el dragón más adorable de la Historia del Cine (obviando a Draco de Corazón de Dragón, pero claro, él con transpirar dignidad y marcial respeto cada vez que le daba por estornudar tenía suficiente), la mezcla definitiva entre perro, gato, y los ojos que tendría Wall·e si, bueno, ya sabéis, fuera un dragón y tal. Esta criatura se llevaba la peli tan de calle que casi daba igual todo lo demás, pero es que aparte los creadores de la cinta, que no tenían un pelo de tontos, habían diseñado un plantel de criaturas provistas de un completo catálogo de debilidades, tipos y habilidades especiales. Sí, como si fueran Pokémons. Yo estoy convencido de que el éxito de la propuesta radicó en el componente pokemoníaco de todo (todos hemos sido fans de Pokémon, y los pocos insensatos que no lo han sido me niego a que me lean, me lo puedo permitir), además de, claro, la animación, que era simple y llanamente una pasada.

Nunca antes había puesto una foto del mejor dragón de la Historia del Cine y digo yo que ya iba siendo hora. Es el de la izquierda, por cierto

   El apartado dramático, más allá de un par de detalles muy curiosos y conseguidos (como el destino final del protagonista, ligado por siempre al de su cuqui dragón), era bastante discreto, pero suficiente para hacer que muchos chavales, niños y no tan niños, esperaran su secuela con una avidez rallana en el, qué sé yo, cuando estaban a punto de lanzar el Pokémon: Edición Cristal y el cartucho parecía así como de cristal y los bichos ahora se movían, SE MOVÍAN. Total, que estrenan Cómo entrenar a tu dragón 2, y está claro que hay que verla.
   Cómo entrenar a tu dragón 2, vaya por delante, es una secuela perfecta, de manual, un ejemplo de lo que tendría que ser, siempre, una secuela, al igual que Monstruos University, el verano pasado, nos enseñó a todos cómo se hacía la movida esta rara de las precuelas. Y no es una secuela perfecta por, por ejemplo, y tal como supuestamente hizo El Amanecer del Planeta de los Simios, o desde luego hizo The Amazing Spiderman 2, mejorar en todo a su antecesora, dejándola a la altura del betún y provocando miras por encima del hombro que, jo, son un poco irrespetuosas (pero yo siempre amaré Batman Begins, sobre todo desde que vi la última, y sí, desde que sé cómo funciona esto de los enlaces estoy llevando mi narcisismo a sus últimos extremos). Es una secuela perfecta, como iba diciendo, por coger el universo exhibido en la primera película y expandirlo coherentemente, a la vez que hace evolucionar a los personajes y los expone a conflictos progresivamente más peliagudos que los que antes tuvieron que enfrentar. No se preocupa de ser ambiciosa y de mejorar todo lo visto en la película original en base a giros rocambolescos y tramas sucesivamente más oscuras. No, Cómo entrenar a tu dragón 2 no arriesga nada, pero lo gana todo.
   Todo lo que molaba de la primera está aquí en la segunda, más desarrollado, y todo con mucha lógica y consecuencia. Tenemos más acción, más personajes, más vuelos mareantes y, sobre todo, más dragones. Muchísimos más dragones. Todos con sus personalidades, sus secretos, sus ataques especiales y, sobre todo, sus diseños. Ay, los diseños. Puede ser que el andoba que ideó los bocetos de las criaturas que desfilan por la peli sea lo más parecido a Dios en la tierra, y esto no es una exageración, es un hecho objetivo. Por no hablar de los mágicos lugares por donde los personajes transitan, como ese nido de dragones, esa playa, o esa Aldea Mema que me sigue recordando tanto al Jak and Daxter.

Éste es el videojuego al cual me refiero. Na, porque me conozcáis un poco mejor y tal

   Y la animación no sólo lo peta en cuanto a lo original de las criaturas, sino que también ha mejorado en cuanto a la definición y el fotorrealismo en los gestos de los personajes humanos (el rostro del prota, sin ir más lejos, es para imprimirlo y enmarcarlo en tu habitación ante la mirada aterrorizada de tu madre, con ese cabello, esa cicatriz, esa barba rala...). Aunque, claro, poco importa todo esto cuando Desdentao sigue por ahí, a sus anchas, haciendo adorable todo lo que toca. No se le puede dar más vueltas; el aspecto visual de esta secuela es imponente, y no supone más que el lógico salto evolutivo con respecto a la original (que a mí ya me impactó lo suyo con las escenas de los vuelos o la batalla final). 
   La banda sonora es otro punto fuerte, ya que no sólo se limita a las acertadas melodías de la película anterior sino que añade temas nuevos igualmente épicos y, ay, maravilla, introduce hasta una canción, sí, de ésas cantadas, de ésas que solía haber en las pelis de Disney. Una canción que aparece en el momento más indicado y con la que se te van los pies disparados y te lamentas de que, con todos los críos que hay alrededor, seas tú el único que no tenga vergüenza y se levante y baile. 
   Ahora bien, pero este ahora bien no es tan dramático como parece, toca hablar del guión, lo que vertebra todo este amasijo de genialidades, y lo que podría acabar mandándolo todo al carajo. No es así, y sin ser lo más original que verás nunca en una pantalla, (para eso tienes El Amanecer del PlanetJAJAJAJ), sí que le permite a la peli levantar el vuelo y acabar resultando la maravilla que, asumámoslo, es. Tiene sus giros, sus revelaciones, hasta sus flashbacks (de un color que parece como sepia y todo, así muy entrañable), el mismo humor del que hizo gala en la primera parte (esto es, uno blanco, que no molesta, que no desternilla, y del que es imposible recordar algún chiste una vez que salen los créditos)... Todo está muy apañado, y encima se preocupa de acoger una hondura dramática que por momentos es incluso demasiada para los críos. No spoilearé nada, pero pasan cosas jodidas en Cómo entrenar a tu dragón 2, cosas realmente jodidas, y es posible que, al igual que nosotros fuimos la generación traumatizada por Mufasa, estemos alumbrando una nueva que lo estará por, bueno, por esto a lo que me refiero. En serio, es tan brutal, se te encoge tanto el corazón, que a mí no acertaron a salirme ni las lágrimas.

Esto es un dragón de la especie de los "Cremallerus Espantosus". Sí, en efecto, con un nombre tan cojonudo no puede defraudar a nadie

   Además de esto, hay secuencias realmente épicas, en las que la emoción que ha sabido dosificar el argumento se funde con la banda sonora y lo espectacular de la animación y crea espectáculo del bueno, del de cuando aún era posible sentirse pequeño frente a una pantalla de cine. Con todo esto, es que sinceramente no te dan ganas de ponerte a buscar fallos, ya que a fin de cuentas éstos se reducen a motivaciones poco claras de algunos personajes, morosas soluciones argumentales y un humor algo tontorrón según qué momentos. Chorradillas. Si a mí no me importó nada de esto cuando vi El Rey León, tampoco debería importarme a la hora de ver esta otra, en pos de ser coherente y tal. Y no estoy comparando ambas películas en cuanto a su calidad o significancia (es absurdo), sino tan sólo en cuanto a experiencia puramente emocional que supera y desprecia cualquier tipo de juicio fríamente objetivo. 
   Así que nada, todos a verla, bebés, niños, adolescentes, veinteañeros, gente guay en general... No os vais a arrepentir. Y si lo hacéis, yo qué sé, igual es que para vosotros el momento en que os comprasteis el Pokémon: Edición Cristal no fue uno de los más felices de vuestra infancia. Qué le vamos a hacer. 
   PS: Por cierto, da como mucha vergüenza que con el pedazo material que hay aquí no se hagan videojuegos en condiciones ni saquen cromos de dragones ni nada de nada. Verás cuando se entere Pablo Iglesias.