martes, 30 de octubre de 2012

"Déjalo, Jake, esto es Hollywood"

Pues hoy vengo calentito, queridos lectores. No calentito en el sentido sexual, ni siquiera en el sensual, sino calentito en el sentido de, qué sé yo, como si me hubiera enterado de que va a haber un Episodio VII de Star Wars. Algunos lectores no asiduos a Twitter o a las redes sociales (hola, mamá) pensarán: "Vaya, pues sí que tiene que estar cabreado". Y más si resulta que es verdad. Que la Disney ha comprado a LucasFilm y ha anunciado que va a haber una nueva entrega de la saga galáctica, en torno al 2015. Mayas, salvadnos. 

Éste fui yo, pero algo más guapo, al enterarme

   Os introduciré un poco el espinoso asunto. George Lucas (el segundo hombre con barba que más desprecio actualmente) anunció que iba a dejar el cine hace algún tiempo, en unas condiciones que, por hilarantes, no puedo dejar de reseñar. Resulta que el director de American Graffiti (qué bonito queda referirse a él en esos términos, aunque la peli en cuestión fuera un peñazo de mucho cuidado) quiso lanzarse al mercado cinematográfico con una idea rompedora que no tuviera nada que ver con Star Wars, quizá porque se dio cuenta de que no podía seguir lanzando subproductos amparados en la franquicia y salir así, impune, sin que nadie se marcara un Mark Chapman (y con subproductos no me refiero a las precuelas, espabilaos). ¿Y de qué iba la idea en cuestión? Pues de las simpáticas aventuras de un escuadrón de soldados afroamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, basadas obviamente en una historia real. Lo que se dice un éxito seguro. 
   Naturalmente, nadie en Hollywood osó financiarle el invento. Y nuestro imaginativo amiguito, a quien le hacían bullying en el colegio y al que me gustaría hacerle bullying ahora, se enfadó mucho, se pilló un berrinche que te cagas, y pataleó y pataleó. Se encontró con sólo su propia productora, LucasFilm, o LucasArts, o lo que sea, dispuesta a sacar adelante la aventura de los soldados negros. Con la perspectiva de, preparaos para que se os rompan los monóculos, convertirse en un director indie. O algo así. Y por lo visto le dio como repelús y se negó a seguir adelante. Proclamó en tono afectado "Éste no es el Hollywood en el que me crié" (a lo que alguien debería haberle contestado: "No, cierto, éste es el Hollywood que creaste"), y se recluyó en su rancho de los cojones, jugando con figuritas de Boba Fett y obligando a su mujer a peinarse como Leia Organa para periódicas sodomizaciones. O al menos eso espero.

"¡Pues ahora pienso montar mi propio parque de atracciones! ¡Con casinos! ¡Y furcias!"

   Luego remasterizó en DVD la trilogía original, creo que por decimonovena vez. Y eso fue la repanocha, amiguitos. Por si no hubiéramos tenido suficiente con todos los bichos infográficos y con la sustitución de Sebastian Shaw a manos de Hayden Christensen en la última escena de El Retorno del Jedi (una falta de respeto totalmente denunciable hacia el actor original), George Lucas siguió toqueteando cosas. No se podría haber limitado a tocar a su mujer peinada como Leia, o a su puta madre, no. Se le ocurrió que en la escena de redención de Darth Vader (no me toquéis las narices con el spoiler) quedaría morrocotudo que éste gritara "¡NOOOOOOOOO!" mientras agarraba al Emperador y lo arrojaba al pozo de la Segunda Estrella de la Muerte. Una absoluta, disparatada, total, y milenarista gilipollez, pero que se quedó en eso, en una gilipollez. Con su gracia y todo.
   Y todos tan felices. Yo tan feliz. Quiero decir, más adelante se entretuvo pasando La Amenaza Fantasma a 3D y planeando hacer lo mismo con las demás entregas, y yo sin nada que objetar. Oye, pues vale, haz lo que quieras, un caldito con el esqueleto de la gallina, qué sé yo. Leí por ahí que tampoco es que tuviera mucho éxito, y yo tan tranquilo, viendo una y otra vez la saga en el DVD de mi casa y progresando en la memorización de todos y cada uno de sus diálogos (sí, espabilaos, también los de las precuelas).
   Ahora, sin embargo, esto no tiene ni pizca de gracia. Georgie, te has pasado. No tuviste suficiente con toquetear todo tu (grandioso) legado hasta lo ridículo, con lanzar series mediocres e incluso una película de dibujos para el justo escarnio general. Ni siquiera te bastó perpetrar ese engendro responsable de la crisis  que ahora mismo padecemos llamado Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. No. Ahora encima un Episodio VII. Bajo la batuta de Disney, según parece (que sin embargo, no es lo peor de todo).

A él también le horroriza la idea. Dadle un respiro

   No me detendré en vacuos "¿Por qué, señor, por qué?", ya que la razón la conocemos todos. Sólo seguiré con unas cuantas consideraciones. A mí las precuelas me gustaron. Espabilaos. De hecho, La Amenaza Fantasma fue la primera película que vi de la saga, de lo cual no me avergüenzo. Porque aún recuerdo ese día, camaradas warsies (seguro que el brillante pensador responsable de acuñar tal término era trekkie), cuando conocí a Obi-Wan, a Anakin, a Qui-Gon, a R2-D2, a C3-PO, a Amidala, incluso a Jar Jar Binks. Creo que nunca, jamás de los jamases, me ha fascinado tanto una sesión de cine. Me ha influido en esa medida, cuando volví a casa queriendo ser un Caballero Jedi, deseando saber más de esa galaxia muy, muy lejana. Poco después vi la trilogía original, y el hechizo se consumó. Luego vino El Ataque de los Clones, y bueno, ya sí que Lucas no me la coló, porque iba más preparado, y pude entrever lo mala que era sin necesidad de frisar los cuarenta años. La Venganza de los Sith le gustó a todo el mundo. A vosotros los nostálgicos también, pillines, por mucho que os las deis de Carlitos Alcántara.
   Aún así, la trilogía original es una joya del cine. Son mágicas en su imperfección, en su sencillez. El alocado y encantador entretenimiento de Una nueva esperanza. La inédita oscuridad e inteligencia de El Imperio contraataca. El Retorno del Jedi sin Ewoks. Maldición, es que me enternezco, y las fuerzas (la Fuerza, jijiji, y acto seguido enjugo una lágrima) me fallan a la hora de seguir dándole tralla a Lucas. Llega un punto que no sé muy bien qué pretendía con este artículo, si machacar u homenajear su pusilánime figura geek. No sé. Sólo quería expresarme, y qué mejor para ello que tirar del blog y tener leyendo a algún que otro incauto parrafadas furibundamente interminables y probablemente indocumentadas. 
   A todo esto, tenía planeado hablaros de Ruby Sparks, lo nuevo de los responsables de la deliciosa Pequeña Miss Sunshine, pero sólo me da tiempo a animaros a que la veáis pero no a que paguéis por ella, porque está bien (Paul Dano hace una muy buena actuación, tiene apuntes originales y se mencionan un par de veces a Salinger y a El guardián entre el centeno) pero no es una cosa que digas "Oh, qué dineral más bien gastado". Si en vez de la guapilla pero insustancial Zoe Kazan hubieran metido a la divinidad Zooey Deschanel en el papel femenino tendríamos una gran película, capaz de rivalizar con la debacle galáctica por el protagonismo de este artículo.

¡Vamos, cantad conmigo! "Who`s that girl? Who`s that girl? It`s Jess!!!"...  En serio, no soy gay

   Mas no ha sido así. Solo resta prolongar mis lamentos por la noticia, pedir a algún magnate sin escrúpulos de Hollywood (fijo que alguno me lee) que detenga este despropósito, rezar para que George Lucas entre en razón, llorar. O, en una ínfima, desesperada y ridícula medida, rezar para que, al final, no todo sea tan malo. Total, mientras no aparezcan los Ewoks o actúe Hayden Christensen...

martes, 23 de octubre de 2012

Testosterona atemporal


http://designingsound.org/wp-content/uploads/2013/05/looper-poster-2.jpg

Hace algún tiempo os hablaba de la tercera parte de Men in Black, aprovechando de paso para defender esta infravalorada saga (algo que siempre suelo hacer justo después de aseverar que Dogville es la mejor película europea de los últimos tiempos), y para comentaros lo mucho que me gustan a mí los rollos temporales, con esas descacharrantes paradojas que pueden destruir el universo, esas líneas trazadas por tizas chirriantes en pizarras, y esos maquillajes tan horribles y falsos. De hecho, estas mierdas me gustan tanto que según como me levante puedo proclamar, o no, que Regreso al futuro alcanza a El Padrino como trilogía, y que los capítulos de Futurama dedicados al tema superan con mucho a los mejores de Los Simpson. Si alguien continúa leyendo tras semejante sarta de blasfemias, hoy hablaré, muy al caso, de Looper, el último thriller de ciencia-ficción "seria" (esto es, de trama innecesariamente complicada por momentos). 
   La película del hasta ahora desconocido Rian Johnson (ni idea de cómo se pronuncia el nombre de pila) llega protagonizada por dos actores capaces de llamar la atención por sí solos, pero que aún lo hacen más cuando vienen en pack, y encima haciéndose cargo del mismo personaje en tiempos distintos. Ellos son el guaperas de Joseph Gordon-Levitt, que poco a poco se está labrando una carrera envidiable, y el tipo duro por antonomasia, ni Chuache ni Chuck que valgan (y seguimos con las blasfemias), Bruce Willis. No ahondaré en quién de los dos me parece mejor actor por respeto a la sacrosanta figura de John McClane, pero sólo decir que Willis no ha llegado adonde está valiéndose del método Stanislavski precisamente, sino a base de hostias, tacos y yipikayeismotherfucker. Y no pasa ni media, porque me la sigue poniendo dura. Y cuanto más calvo mejor. 
   Antes del estreno de la película muchos se mostraban escépticos, ya sabéis, por eso de que Willis y Joseph Gordon-Levitt se parecen más o menos lo que yo a Rafa Méndez, pero una vez vista os aseguro que no tenéis nada que temer. Por una parte, porque Marlon Brando y Robert De Niro también se parecían únicamente en el blanco de los ojos y ahí los tienes con sendos Oscars, y por otra, porque han sepultado a Gordon-Levitt bajo tantas toneladas de maquillaje que da el pego, más o menos. De hecho, si se hubieran ahorrado cierta sonrojante escena de transición temporal entre ambos actores (en la que osan colocarle a Willis una peluca alopécica), todo habría encajado de maravilla. 

Sí, el chico de (500) days of Summer está como muy raro. Creo que se ha hecho algo en el pelo

   Pero vamos a lo que importa. Como estamos hablando de ciencia-ficción seria post-Nolan, qué menos que hablar del guión, un estimulante pastiche de Terminator, Regreso al futuro, La profecía y muchos más (incluso es homenajeada, no sé si voluntariamente, X-Men 3, aquella película que todo el mundo odió a muerte menos yo, hipster de pura cepa). El libreto de Looper comienza de manera inmejorable, introduciéndonos la voz en off de Gordon-Levitt, muy a lo noir, un futuro triste, cutrísimo y bastante realista, con drogas, violencia visceral y tetas. Se nos presenta a su personaje, un ser complejo y muy gris con el que es bastante difícil simpatizar en un principio, y a la par se desarrolla la secuencia más original de la función, centrada en Paul Dano y en un montón de desmembraciones inesperadas.
   Cuando aparece Bruce Willis la cosa mejora todavía más, erigiéndose toda una montaña rusa que, sin embargo, se acaba demasiado pronto, en el momento en que aparecen Emily Blunt y el niño repelente, y la cosa decae. La historia se va haciendo cada vez más recargada y extraña, hasta llegar a un estallido (literal) en el que ya optas por creerte cualquier cosa. Como coincide justo con la mayor aglomeración de escenas de acción, tampoco te cuesta mucho, sobre todo cuando ves a Bruce Willis repartiendo estopa con una metralleta y esperas entusiasmado a que suelte algún chascarrillo que, desgraciadamente, no llega. Ni un "No me quedaban balas", ni un "Te voy a meter un camión por el culo", ni siquiera un simple "Puto hámster". Pero es Bruce Willis pegando tiros. Qué más queréis.

"¡Ho, ho, ho, ahora tengo una metralleta!"

   A lo que voy, el guión es bueno, tiene buenas ideas, pero intenta abarcar demasiado, retorciéndose sobre sí mismo y cayendo en un montón de cosas mal explicadas y lagunas que un espectador medianamente avispado no dejará de poner en evidencia al comentarla posteriormente. Además, Jeff Daniels es tristemente desaprovechado, y otros personajes o bien caen en el olvido o tienen un final absurdo. Muy irregular todo. 
   Por lo demás, Rian Johnson (supongo que se pronunciará igual que Ryan) hace un sobresaliente trabajo en la dirección, consiguiendo que Looper, con ciertos altibajos, sea entretenida, incluso adictiva, en todo momento. Los efectos especiales no están demasiado mal teniendo en cuenta que la película se hizo con dos duros (y por tanto no sé qué necesidad había de meter una jodida moto voladora), y Joseph Gordon-Levitt está inconmensurable, tanto imitando a Bruce Willis (que le sale que te cagas, a la altura de José Mota) como componiendo su propio personaje, ese trágico asesino yonki llamado Joe.
   Hay que ver la película, en definitiva. Pasaréis un buen rato y luego podréis desbarrar todo lo que queráis sobre algunos giros del guión o, mismamente sobre el final, que es extremadamente, como diría yo, aséptico (cual dicharachera peonza girando). Los viajes en el tiempo es lo que tienen, que molan mucho. Salvaron la saga Men in Black, nos hicieron creer por un ratillo que Ashton Kutcher era buen actor, lanzaron la carrera de Guy Pearce... y sobre todo, trajeron consigo un DeLorean. Y, sólo por eso, siempre conseguirán que pague un precio progresivamente más escandaloso para visionar el próximo rompecabezas. Es lo que querrían Doc Brown, su perro Einstein y Marty McFly. Cómo los quiero.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Las utopías molan

Hubo una vez, no hace mucho tiempo, en la actualidad, un tipejo increíblemente listo e increíblemente progre que decidió ponerse a escribir guiones. Llamó la atención de los grandes estudios con ganas de ser oscarizados, y fue contratado para escribir sobre la vida de Mark Zuckerberg, un capullo que conseguía parecerlo aún más yendo a todos lados con chanclas, y otro sobre... no sé, el tío del que hacía Brad Pitt en Moneyball. Su nombre era Aaron Sorkin, y hoy toca amarle de nuevo, pero con una rompedora pizca de cinismo y desencanto, que es lo que se lleva actualmente a lo largo y ancho del mundo, cual enorme y maloliente vaso medio lleno... de veneno.

A éste le corta el pelo su mamá

   Y es que han puesto a parir The Newsroom, la nueva serie de Aaron Sorkin, en EEUU. Algunos argüirán "Claro, tiene demasiada dosis de cruda realidad para el paladar de los norteamericanos, y siempre duele que a uno le digan las verdades a la cara. Además, la mayoría de ellos son gilipollas". Eso de la mayoría no lo sé (me informan de que algunos iluminados aún se creen eso de que John Wayne fue un cowboy de verdad que mató pieles rojas a mansalva en sus tiempos mozos), pero lo que sí sé es que las mejores series y las mejores películas se producen en territorio comanche, y que, en cuanto a gilipollas, en España nos salen a devolver. 
   The Newsroom tiene la dosis de realidad indispensable para sacar en adelante el argumento (a los de la LOGSE, la cosa va de noticias), y poquísimo más. De hecho, es una serie 100% (norte) americana, patriótica sin llegar a apestar, y sus protagonistas se asientan en la certeza de que América, perdón, EEUU, si no es el mejor país del mundo poco le falta. ¿Antiamericana? Von Trier sí que hace cosas antiamericanas, y sin siquiera haber pisado este país en su vida. Los genios son así.
   Los críticos de EEUU, que también son bastante gilipollas después de todo, apuntan en otra dirección, no sé si sólo por no parecer fachas. Para empezar, el guión es absolutamente utópico, irreal, el periodismo no es así (yo no lo sé y es probable que nunca lo sepa, así que nada que objetar en principio). Los personajes son también irreales, todos listísimos, todos hablando como House, sabiendo siempre qué respuesta es la mejor para quedar como los putos amos que son (estoy bastante de acuerdo). El empleo de la música no es nada original, habrá sonado Fix you o Baba O`Riley como en un millón de series anteriores; y la actuación del chaval de Slumdog Millionaire (quien por lo visto no acabó trabajando en un locutorio) es infumable. De acuerdísimo. Los sacrosantos diálogos de Sorkin han perdido el efecto sorpresa. Bueno, por ahí sí que no paso.

"Entonces ya no tendré que volver nunca más a la India, ¿verdad? ¿Verdad?"

   Es probable que esos inefables seguidores del boyerismo se hayan olvidado de que están ante una maldita serie, una obra de ficción. ¿Qué más da que todo sea una utopía, o que los personajes sean demasiado inteligentes? Creo que todos estamos bastante hartos de la realidad y de aguantar imbéciles a todas horas. ¿La música? ¿Acaso no es siempre un placer escuchar Baba O`Riley mientras se sucede un optimista e inesperado giro de guión? A ver si se calman un poco, diantre. Que The Newsroom es una gran serie, y Aaron Sorkin sigue siendo el más grande.
   Tenemos a Jeff Daniels como protagonista, uno de los Dos tontos muy tontos (sí, lo siento, es la única película que me viene a la mente), el presentador de News Night, el cual protagoniza el mejor inicio de una serie que he visto en mi vida (siguiéndole de cerca David Duchovny en Californication). Luego está la guapa Emily Mortimer (Match Point), componiendo un personaje muy atractivo al principio pero que con el paso de los capítulos se irá haciendo sucesivamente más irritante. Qué más. Sam Waterston, como el simpático jefe de la pajarita; los personajes de Jim Harper y la becaria Maggie; el novio de ésta, Dom (un personaje al que le pasa exactamente lo contrario que al de Emily Mortimer); el hindú informático; y la neurótica economista, probablemente mi personaje favorito, y eso que odio la economía con todas mis ganas. 
   Ah, y más os vale no discutir con ninguno de estos personajes, porque es totalmente imposible que ganéis. Incluso aunque ellos se empeñen en que el guión de Avatar no fue escrito por un niño disléxico, dará igual, te acabarán convenciendo de que no es así. Semejante ejército de cerebros no se ha visto nunca, un ejército donde todos manejan el sarcasmo como nadie, incluso la becaria Maggie, que unas veces parece más tonta que una zapatilla y otras parece hacer oposiciones para ser candidata al Nobel (o para ganarlo, que últimamente lo consigue cualquiera). Tampoco pasa nada, pero un espectador de capacidad intelectual media puede llegar a sentirse tonto e incluso, dentro de su autoprocalamada estupidez, a discernir que todos los personajes son muy parecidos unos de otros.
   Los diálogos son magníficos, qué le vamos a hacer. Inteligentes (no podía ser de otra manera), divertidos, dinámicos, rodados con nervio, los actores hablando y hablando y hablando con total naturalidad. Cada uno es una pequeña joya que deja en pañales a la mayoría de las series de la actualidad. 

Los protagonistas. No os dejéis engañar por su aspecto, no son seres humanos

   Pero, siguiendo con el análisis del guión (que es la pieza angular de The Newsroom), va a ser que no basta con estas pequeñas obras de arte para alcanzar la perfección. Y ocurre que, algo que sinceramente no me esperaba, éste llega a pecar de maniqueo. Will McAvoy (Daniels) y su equipo son la gran esperanza norteamericana, los adalides del pensamiento liberal y los defensores del periodismo bien hecho, y todos dentro de él son los mejores, los más sinceros, los que tienen más principios y cojones. Y en contraposición, los ogros de la directiva del canal, los que sólo se preocupan por los índices de audiencia y por llevar a cabo las noticias con más morbo. Entre medias, el periodismo rosa (pero de esto no tengo queja) y el Tea Party. Blanco y negro. Y si le añadimos a esto unos líos amorosos bastante irrelevantes a la par que divertidos nos da como resultado un guión que ya quisiéramos manufacturar muchos, pero que dista mucho de llegar al nivel de maestría conseguido en Mad Men o Boardwalk Empire.
   No quita, por supuesto, que la serie sea asombrosa. No tiene un solo capítulo malo (lleva una única temporada en antena), y supone un material que cualquier estudiante de Periodismo debería visualizar. No para informarse del funcionamiento de los telediarios o las fuentes (que para eso ya nos tienen entretenidos con camaritas y polladas en la universidad), pero sí para forjar un código de valores que les será muy útil tanto a ellos como al mundo en años venideros. A lo mejor, si The Newsroom hubiese sido estrenada hace diez años, hoy no existiría el Sálvame, y todos seríamos mucho más felices. 
   Vamos, que las utopías molan, y un poco de optimismo nunca viene mal. Si alguno al acabar la primera temporada se siente violento con tanto buen rollo, que vea Network, de Sidney Lumet, y vuelva a deprimirse. Que lo que nos gusta, joder.

lunes, 1 de octubre de 2012

Hay poco rock and roll


¿Qué se siente una vez visto en persona a tu grupo favorito, habiendo disfrutado de sus canciones como nunca y creyendo que aquel ser humano al que admiras tanto se ha dignado en dirigirte una mirada cómplice, iluminando un rostro sombrío y desintoxicado? Pues aparte de la emoción intrínseca, de la no por predecible menos placentera humedad en las bragas, y de tener la certeza de encontrarte en uno de los momentos cumbre de tu vida mientras esperas a sentir que lo es de verdad, te cabreas ligeramente por lo mal escogido, a quién se le ocurre, del repertorio. Y, sobre todo, abandonando esa ligereza, por esa multitud de grandísimos hijos de puta que se entretienen empujando, hipnotizados por el efecto dominó resultante, y pretenden iniciar pogos ahogados en alcohol y drogas varias, esos indeseables que hacen todo lo posible por chafarte la experiencia. Este post va dedicado a todos ellos. A ver si les acaba dando una sobredosis y, en lo que se mueren, sufren mucho. 
   Y bueno, que estuve en el En Vivo. Los tres días. Soy todo un rockero, y además me parece genial que el ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid esté ocupado por Izquierda Unida. En pos del progreso y la libertad. Osea. Aguanté el mal tiempo, los zapatos embarrados, a más gilipollas haciendo pogos, e incluso, un poquitín, a Soulfly, y yo orgullosísimo, sin replantearme nada. Incluso cuando supe, al poco tiempo, que ahí no valía el dinero de fuera, sino que lo tenías que cambiar por el dinero del festival (lo cual no se puede definir de otra manera que una soberana capullez), me hizo cierta gracia, al principio. Eran púas de guitarra, y por detrás, el nombre de alguno de los grupos que tocaban. Jijijiji... Cuando te toca tres veces la púa de Macaco ya no es tan divertido, os lo aseguro. 
   Pero, eh, que todo esto daba igual. Iba a ver, En Vivo y en directo, a muchos de los grandes grupos españoles que siempre he querido ver, y que han puesto banda sonora a mi vida a lo largo de muchos años, a veces con una insistencia cargante (como es el caso de los Celtas Cortos y el 20 de abril del 90, hola chata cómo estás), pero siempre bienvenida (aún tengo dicho tema en el móvil, por los siglos de los siglos). Procedamos cronológicamente, antes de llegar a Extremoduro y a la razón principal de que acabara en aquellos parajes alejados de la mano de Dios y del capitalismo más hediondo.
   La primera jornada se inició con el Niño Mandarina, un grupo que no es nada del otro mundo pero que realizó una actuación bastante mejor que sus predecesores (Los Suaves). Aunque, qué coño, hasta el grupo que tengo con los colegas en el pueblo realizaría una actuación bastante mejor que los Suaves. La legendaria agrupación rockera saltó al escenario sin más ganas que las que parecía tener el bajista, siempre sonriente. Porque lo de uno de los guitarristas y, sobre todo, Yosi (que vendría a componer una ebria suerte de Gandalf El Gris, pero mucho más sucio), era de vergüenza. A lo mejor a mucha gente le hará gracia ver cómo uno de los artistas en los que se ha gastado cuarenta euracos se planta drogado, borracho o lo que coño fuera, frente a sus seguidores y no vocaliza ni, mucho menos, se acuerda de la letra, pero lo que es a mí me dio cien patadas. Aunque... vale, una sonrisilla se me asomó cuando el viejecito adorable, sobre el final, se quitó una zapatilla y la lanzó a las masas, que por supuesto se fostió por conseguirla, e incluso pegué por incercia gritos y saltos cuando tocaron, no demasiado mal, Mi casa o el mítico Dolores se llamaba Lola (quien no se ponga burro con ese "un, dos, tres" no es ni rockero, ni persona, ni nada). Además, casi se me olvidaba, el Yosi nos saludó a todos, tras balbucear No puedo dejar el rock, con un dicharachero "Buenas noches, Getafe". Es todo un fiera, a su modo.

Creedme, no he encontrado ninguna en la que salga sobrio

   Por suerte, aún duradera esa primera impresión y aún fresco el impacto de cambiar dinero por púas, luego le tocó el turno a los Mojinos Escozíos, y la cosa mejoró lo indecible. Las canciones de estos tíos tan guapos no pasarán a la historia, ni tan siquiera figurarán en alguna lista de la Rolling Stone, pero el efecto que tienen en una masa enroquecida por el infernal calimotxo y el humo de los kebabs, es que no tiene precio, o, al menos, justifica los 40 euros. Yo hacía siglos que no les escuchaba, y me sabía casi todas las canciones (y si no las sabía disimulaba, lo cual no era difícil). Ueoh, Al carajo, No tienes huevos, Por el culo oé oé... Dylan puro, pero más accesible. Y los tíos tienen gracia. Una gracia torrentera de ésa que hace que se les rompa el monóculo (con montura de pasta) a los modernillos, y que mola tanto. Porque hay que ver lo bien que le sienta el tanga rojo al Sevilla, colegas.
   El segundo día cayó el diluvio, pero eso no nos paró. Tocaban los Celtas Cortos y Rosendo, en escenarios distintos para estimular aún más la épica, y había que hacer un pequeño sacrificio y seguir paseándose entre las leyendas del rock español. Los Celtas Cortos me demostraron que aún seguían haciendo canciones desde que les perdiera la pista a finales de los 90, aunque sólo tocaran dos que no conocía, más o menos. Cayeron todas: Tranquilo majete, El blues del pescador, El emigrante, El 20 de abril de los cojones, La senda del tiempo, y, por supuesto, aquella chorrada sinfónica tan bonita que supone Cuéntame un cuento. Un gran concierto, enturbiado a medias por la lluvia que no paraba (aunque contribuyera al efecto legendario-solemne de La senda de tiempo ) y por ciertos problemas de sonido, durante los cuales el vocalista calvo ponía una cara muy graciosa. A Rosendo apenas le vi, y no sé siquiera si tocó Flojos de pantalón. ¿Los motivos? Pues no profundizaré en nada concerniente a mi vida privada, pero fue cosa del transporte.
   Y llegamos al sábado, con un tiempo algo mejor y unas expectativas altísimas. Tocaba Extremoduro (no sólo uno de mis grupos favoritos, sino también el único que posee el honor de haberse ganado una entrada para él solo en éste mi cuaderno de bitácora), sí, y también El Drogas, grupo conocido como Txarrena anteriormente a que el susodicho Drogas se pusiera narcisista; y The Rebels, unos chicos muy muy malotes (el que cantaba incluso rompe guitarras al acabar los conciertos y todo). Vamos, que la cosa prometía. 

Cara de El Drogas cuando le preguntaron: "¿Y a ti por qué te llaman El Drogas?"

   Enrique Villarreal asaltó el escenario con ímpetu, vestido con sombrero de copa y gafas de sol, y con su ya famoso garrote, e inició un repertorio muy equilibrado, con temas de Barricada (ese grupo del que nunca debió haberse ido), Txarrena y La Venganza de la Abuela (me limito a suscribir lo que ponía en Internet). Por la parte de Txarrena hubo una moderada aceptación (destacando Todos los gatos o Empuja pa akí), pero, como era de esperar, los temas de Barricada fueron lo que de verdad causaron furor y gargantas rotas, gracias a clasicazos como Balas blancas, Víctima, Animal caliente, Sofokao o Todos mirando. Pero, curiosamente, a mí no me parecieron más que covers. Y esto ocurre porque El Drogas no es Barricada (por muchos aires que se dé su antigo bajista), y el guitarrista de Txarrena, ése que tiene sombrerito y pintas de que le guste Lori Meyers, no es El Boni. Eso sí, aparte de estas quejas un poco tocahuevos, una actuación muy solvente. Y la versión que hicieron de Frío, del grupo Alarma, una maravilla.
   Llegó el turno de Extremoduro, los grandes protagonistas del evento, la atracción estrella, una de las razones de ser del festival. Empezó a llegar mucha gente. Muchísima. Y con ella llegaron los empujones (habíamos conseguido un sitio demasiado bueno), incluso antes de que el concierto propiamente dicho comenzara. Toda aquella masa de cenutrios involucionados, por suerte, supo contener el aliento cuando sonaron los primeros acordes de El pájaro azul, aquella canción que sacaron por Youtube hace unos meses y que yo ya me sabía de memoria, acompañados de un curioso videoclip (en nada parecido al horror que perpetraron para el tema Puta) proyectado en unas grandes pantallas. La tranquilidad dio paso a la euforia milenaria de Ama, ama, ama y ensancha el alma y ahí ya me empecé a cabrear. Para cuando tocaron Mi espíritu imperecedero, una de las canciones más moviditas de aquel último disco que superó a Lady Gaga en las listas de ventas (me encanta decir eso), acabé seis o siete filas más atrás, no sabría decir si voluntaria o involuntariamente. Salí ganando con el sitio, la verdad, pues el número de gilipollas por metro cuadrado de aquellos alrededores era considerablemente menor.
   Por lo que me dispuse a disfrutar. La pequeña pero incomensurable No me calientes que me hundo, la hermosísima Si te vas, la inédita Contra todos, la inexplicable presencia de Ábreme el pecho y registra (lo más cerca que ha estado Roberto Iniesta de escribir una canción mala), Sucede, La vereda de la puerta de atrás... Una gran galería de temas que, de repente, dio paso a un descanso de cuarto de hora, y luego se vio continuada con una de las experiencias que, sabía desde hace tiempo, tenía que vivir al menos una vez en la vida. La ley innata. En directo. Sin pausas. Cuarenta minutos de la mejor y más grande obra musical compuesta en español que se ha realizado nunca. Eso sí, sin la Coda flamenca. A mí eso me cabreó bastante, pero creo que fui el único.

La foto lo dice todo

   Otro descanso y la última parte del concierto. El cabreo se prolongó algo más cuando decidieron tocar, así nada más empezar, Cabezabajo (una canción que, me da algo de vergüenza admitir, no me sabía). Por suerte y a continuación vino la parte más movida, cuando tocaron Bribliblibli (un chute de euforia algo más contundente que la mayoría), Puta, Tango suicida, A fuego, Standby y, no podía faltar, Salir. Un final por todo lo alto, Robe desapareciendo e Iñaki marcándose un monólogo hablado y guitarrero. Como Dios manda. Media hora para conseguir salir de aquel infierno humano y a seguir con lo que quedaba del festival. Expectación, la mínima.
   Podría hablar ahora de Obús, o de Def con Dos, o de Berri Txarrak (cuya escucha recomiendo fervientemente siempre que estés colocado), o de Porco Bravo (sí, no lo conocéis, pero el cantante está pirado y mola que no veas). Podría, pero para qué. Vosotros habéis venido por Extremoduro, igual que hice yo. Ni Yosi, ni Rosendo, ni El Drogas: Roberto Iniesta es el auténtico rey del rock español. Las razones ya las expuse en un artículo anterior, así que tampoco me voy a explayar más, que ya lo he hecho bastante. 
   En resumen, la experiencia del En Vivo ha sido grandiosa, pero, a no ser que Extremoduro vuelva a tocar el año que viene, o que la entrada valga 20 euros menos, o que se dejen de la soplapollez del "dinero del festival", por ahí no me vuelven a ver el pelo. Me bastará con el maravilloso recuerdo obtenido. Y con la púa de un euro con el nombre de los Mojinos Escozíos en el dorso.