lunes, 1 de octubre de 2012

Hay poco rock and roll


¿Qué se siente una vez visto en persona a tu grupo favorito, habiendo disfrutado de sus canciones como nunca y creyendo que aquel ser humano al que admiras tanto se ha dignado en dirigirte una mirada cómplice, iluminando un rostro sombrío y desintoxicado? Pues aparte de la emoción intrínseca, de la no por predecible menos placentera humedad en las bragas, y de tener la certeza de encontrarte en uno de los momentos cumbre de tu vida mientras esperas a sentir que lo es de verdad, te cabreas ligeramente por lo mal escogido, a quién se le ocurre, del repertorio. Y, sobre todo, abandonando esa ligereza, por esa multitud de grandísimos hijos de puta que se entretienen empujando, hipnotizados por el efecto dominó resultante, y pretenden iniciar pogos ahogados en alcohol y drogas varias, esos indeseables que hacen todo lo posible por chafarte la experiencia. Este post va dedicado a todos ellos. A ver si les acaba dando una sobredosis y, en lo que se mueren, sufren mucho. 
   Y bueno, que estuve en el En Vivo. Los tres días. Soy todo un rockero, y además me parece genial que el ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid esté ocupado por Izquierda Unida. En pos del progreso y la libertad. Osea. Aguanté el mal tiempo, los zapatos embarrados, a más gilipollas haciendo pogos, e incluso, un poquitín, a Soulfly, y yo orgullosísimo, sin replantearme nada. Incluso cuando supe, al poco tiempo, que ahí no valía el dinero de fuera, sino que lo tenías que cambiar por el dinero del festival (lo cual no se puede definir de otra manera que una soberana capullez), me hizo cierta gracia, al principio. Eran púas de guitarra, y por detrás, el nombre de alguno de los grupos que tocaban. Jijijiji... Cuando te toca tres veces la púa de Macaco ya no es tan divertido, os lo aseguro. 
   Pero, eh, que todo esto daba igual. Iba a ver, En Vivo y en directo, a muchos de los grandes grupos españoles que siempre he querido ver, y que han puesto banda sonora a mi vida a lo largo de muchos años, a veces con una insistencia cargante (como es el caso de los Celtas Cortos y el 20 de abril del 90, hola chata cómo estás), pero siempre bienvenida (aún tengo dicho tema en el móvil, por los siglos de los siglos). Procedamos cronológicamente, antes de llegar a Extremoduro y a la razón principal de que acabara en aquellos parajes alejados de la mano de Dios y del capitalismo más hediondo.
   La primera jornada se inició con el Niño Mandarina, un grupo que no es nada del otro mundo pero que realizó una actuación bastante mejor que sus predecesores (Los Suaves). Aunque, qué coño, hasta el grupo que tengo con los colegas en el pueblo realizaría una actuación bastante mejor que los Suaves. La legendaria agrupación rockera saltó al escenario sin más ganas que las que parecía tener el bajista, siempre sonriente. Porque lo de uno de los guitarristas y, sobre todo, Yosi (que vendría a componer una ebria suerte de Gandalf El Gris, pero mucho más sucio), era de vergüenza. A lo mejor a mucha gente le hará gracia ver cómo uno de los artistas en los que se ha gastado cuarenta euracos se planta drogado, borracho o lo que coño fuera, frente a sus seguidores y no vocaliza ni, mucho menos, se acuerda de la letra, pero lo que es a mí me dio cien patadas. Aunque... vale, una sonrisilla se me asomó cuando el viejecito adorable, sobre el final, se quitó una zapatilla y la lanzó a las masas, que por supuesto se fostió por conseguirla, e incluso pegué por incercia gritos y saltos cuando tocaron, no demasiado mal, Mi casa o el mítico Dolores se llamaba Lola (quien no se ponga burro con ese "un, dos, tres" no es ni rockero, ni persona, ni nada). Además, casi se me olvidaba, el Yosi nos saludó a todos, tras balbucear No puedo dejar el rock, con un dicharachero "Buenas noches, Getafe". Es todo un fiera, a su modo.

Creedme, no he encontrado ninguna en la que salga sobrio

   Por suerte, aún duradera esa primera impresión y aún fresco el impacto de cambiar dinero por púas, luego le tocó el turno a los Mojinos Escozíos, y la cosa mejoró lo indecible. Las canciones de estos tíos tan guapos no pasarán a la historia, ni tan siquiera figurarán en alguna lista de la Rolling Stone, pero el efecto que tienen en una masa enroquecida por el infernal calimotxo y el humo de los kebabs, es que no tiene precio, o, al menos, justifica los 40 euros. Yo hacía siglos que no les escuchaba, y me sabía casi todas las canciones (y si no las sabía disimulaba, lo cual no era difícil). Ueoh, Al carajo, No tienes huevos, Por el culo oé oé... Dylan puro, pero más accesible. Y los tíos tienen gracia. Una gracia torrentera de ésa que hace que se les rompa el monóculo (con montura de pasta) a los modernillos, y que mola tanto. Porque hay que ver lo bien que le sienta el tanga rojo al Sevilla, colegas.
   El segundo día cayó el diluvio, pero eso no nos paró. Tocaban los Celtas Cortos y Rosendo, en escenarios distintos para estimular aún más la épica, y había que hacer un pequeño sacrificio y seguir paseándose entre las leyendas del rock español. Los Celtas Cortos me demostraron que aún seguían haciendo canciones desde que les perdiera la pista a finales de los 90, aunque sólo tocaran dos que no conocía, más o menos. Cayeron todas: Tranquilo majete, El blues del pescador, El emigrante, El 20 de abril de los cojones, La senda del tiempo, y, por supuesto, aquella chorrada sinfónica tan bonita que supone Cuéntame un cuento. Un gran concierto, enturbiado a medias por la lluvia que no paraba (aunque contribuyera al efecto legendario-solemne de La senda de tiempo ) y por ciertos problemas de sonido, durante los cuales el vocalista calvo ponía una cara muy graciosa. A Rosendo apenas le vi, y no sé siquiera si tocó Flojos de pantalón. ¿Los motivos? Pues no profundizaré en nada concerniente a mi vida privada, pero fue cosa del transporte.
   Y llegamos al sábado, con un tiempo algo mejor y unas expectativas altísimas. Tocaba Extremoduro (no sólo uno de mis grupos favoritos, sino también el único que posee el honor de haberse ganado una entrada para él solo en éste mi cuaderno de bitácora), sí, y también El Drogas, grupo conocido como Txarrena anteriormente a que el susodicho Drogas se pusiera narcisista; y The Rebels, unos chicos muy muy malotes (el que cantaba incluso rompe guitarras al acabar los conciertos y todo). Vamos, que la cosa prometía. 

Cara de El Drogas cuando le preguntaron: "¿Y a ti por qué te llaman El Drogas?"

   Enrique Villarreal asaltó el escenario con ímpetu, vestido con sombrero de copa y gafas de sol, y con su ya famoso garrote, e inició un repertorio muy equilibrado, con temas de Barricada (ese grupo del que nunca debió haberse ido), Txarrena y La Venganza de la Abuela (me limito a suscribir lo que ponía en Internet). Por la parte de Txarrena hubo una moderada aceptación (destacando Todos los gatos o Empuja pa akí), pero, como era de esperar, los temas de Barricada fueron lo que de verdad causaron furor y gargantas rotas, gracias a clasicazos como Balas blancas, Víctima, Animal caliente, Sofokao o Todos mirando. Pero, curiosamente, a mí no me parecieron más que covers. Y esto ocurre porque El Drogas no es Barricada (por muchos aires que se dé su antigo bajista), y el guitarrista de Txarrena, ése que tiene sombrerito y pintas de que le guste Lori Meyers, no es El Boni. Eso sí, aparte de estas quejas un poco tocahuevos, una actuación muy solvente. Y la versión que hicieron de Frío, del grupo Alarma, una maravilla.
   Llegó el turno de Extremoduro, los grandes protagonistas del evento, la atracción estrella, una de las razones de ser del festival. Empezó a llegar mucha gente. Muchísima. Y con ella llegaron los empujones (habíamos conseguido un sitio demasiado bueno), incluso antes de que el concierto propiamente dicho comenzara. Toda aquella masa de cenutrios involucionados, por suerte, supo contener el aliento cuando sonaron los primeros acordes de El pájaro azul, aquella canción que sacaron por Youtube hace unos meses y que yo ya me sabía de memoria, acompañados de un curioso videoclip (en nada parecido al horror que perpetraron para el tema Puta) proyectado en unas grandes pantallas. La tranquilidad dio paso a la euforia milenaria de Ama, ama, ama y ensancha el alma y ahí ya me empecé a cabrear. Para cuando tocaron Mi espíritu imperecedero, una de las canciones más moviditas de aquel último disco que superó a Lady Gaga en las listas de ventas (me encanta decir eso), acabé seis o siete filas más atrás, no sabría decir si voluntaria o involuntariamente. Salí ganando con el sitio, la verdad, pues el número de gilipollas por metro cuadrado de aquellos alrededores era considerablemente menor.
   Por lo que me dispuse a disfrutar. La pequeña pero incomensurable No me calientes que me hundo, la hermosísima Si te vas, la inédita Contra todos, la inexplicable presencia de Ábreme el pecho y registra (lo más cerca que ha estado Roberto Iniesta de escribir una canción mala), Sucede, La vereda de la puerta de atrás... Una gran galería de temas que, de repente, dio paso a un descanso de cuarto de hora, y luego se vio continuada con una de las experiencias que, sabía desde hace tiempo, tenía que vivir al menos una vez en la vida. La ley innata. En directo. Sin pausas. Cuarenta minutos de la mejor y más grande obra musical compuesta en español que se ha realizado nunca. Eso sí, sin la Coda flamenca. A mí eso me cabreó bastante, pero creo que fui el único.

La foto lo dice todo

   Otro descanso y la última parte del concierto. El cabreo se prolongó algo más cuando decidieron tocar, así nada más empezar, Cabezabajo (una canción que, me da algo de vergüenza admitir, no me sabía). Por suerte y a continuación vino la parte más movida, cuando tocaron Bribliblibli (un chute de euforia algo más contundente que la mayoría), Puta, Tango suicida, A fuego, Standby y, no podía faltar, Salir. Un final por todo lo alto, Robe desapareciendo e Iñaki marcándose un monólogo hablado y guitarrero. Como Dios manda. Media hora para conseguir salir de aquel infierno humano y a seguir con lo que quedaba del festival. Expectación, la mínima.
   Podría hablar ahora de Obús, o de Def con Dos, o de Berri Txarrak (cuya escucha recomiendo fervientemente siempre que estés colocado), o de Porco Bravo (sí, no lo conocéis, pero el cantante está pirado y mola que no veas). Podría, pero para qué. Vosotros habéis venido por Extremoduro, igual que hice yo. Ni Yosi, ni Rosendo, ni El Drogas: Roberto Iniesta es el auténtico rey del rock español. Las razones ya las expuse en un artículo anterior, así que tampoco me voy a explayar más, que ya lo he hecho bastante. 
   En resumen, la experiencia del En Vivo ha sido grandiosa, pero, a no ser que Extremoduro vuelva a tocar el año que viene, o que la entrada valga 20 euros menos, o que se dejen de la soplapollez del "dinero del festival", por ahí no me vuelven a ver el pelo. Me bastará con el maravilloso recuerdo obtenido. Y con la púa de un euro con el nombre de los Mojinos Escozíos en el dorso.

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