miércoles, 29 de febrero de 2012

Malick, o el tonto de la bolsa


Echando la vista hacia abajo, advierto que llevo ya bastantes entradas, que la cosa ésta del blog ha funcionado con regularidad, que ya va a hacer un mes desde que empecé...e incluso que a alguien le ha dado por leerlo de vez en cuando (no facilitaré el número de visitas por vergüenza torera). 
   Con tal entradilla se pensará, y con razón, que no tengo nada sobre lo que escribir esta noche, y que probablemente me marcaré unas cuantas reflexiones intrascendentes para cumplir con esta semana, que no ha sido muy productiva en el ámbito cinéfilo. Sí, han sido los Oscars, pero, ¿qué puedo decir sobre ellos? Predecibles hasta decir basta, es lo que todos dicen y yo estoy de acuerdo... y la gala no la vi y mi experiencia se redujo a ver la lista de ganadores en los periódicos. Hay que ser honesto con uno mismo, por si a alguien le importa.
   Me hubiera gustado conseguir ver The Artist, por aquello de venir con artículos un poco pertinentes y de actualidad, pero no ha sido posible. Tampoco he visto La invención de Hugo, ni Tan fuerte, tan cerca, ni Criadas y señoras, ni Caballo de batalla. He de decir que, de todas éstas, sólo la ganadora de la gala y Hugo me suponen algún interés. Tan fuerte, tan cerca y Criadas y señoras tienen ya fama de truños, y Caballo de batalla un poco lo mismo, pero seguramente sea un truño con mejor manufactura. Que estamos hablando de Spielberg, diantre.
   Puestos a comentar algo, le dieron el Oscar a Mejor Guión Original a Woody Allen, y éste pasó de recogerlo. Pues muy bien hecho. El pequeño gran hombre ha hecho cosas muchísimo mejores, y el hecho de que le den el premio por la tontunita de Midnight in Paris sólo puede ser recibido con indiferencia. Mejor Guión Adaptado para Los descendientes... pues bueno. Moneyball se lo merecía más, y El topo seguramente (no he tenido el placer) también, pero alguno se tenía que llevar una de las películas más sobrevaloradas de la temporada.
   Meryl Streep tiene ya 3 Oscars, y muy bien por ella. Ya era hora de que Christopher Plummer ganara uno. Y espero que Gary Oldman consiga el suyo antes de morir, que ya es un poco una vergüenza. Y bla, bla, bla... lo cierto es que la gala de los Goya fue más divertida de comentar, y además la había visto. 
   Por centrarnos en algo, hablaré de una de las películas ninguneadas por excelencia en la gran noche del cine mundial. Exacto, El árbol de la vida. La que muchos consideran la obra maestra más grande de los últimos años no se llevó una mierda, pero, ¿a alguien le extrañó? Bastante tuvo con estar nominada, seguro que el mismo Terrence Malick, allá en el planeta donde estuviera, se sorprendió entonces, para luego acto seguido centrarse en una mariposilla venusiana que revoloteaba por ahí cerca. Qué cosas más bonitas que filma este hombre, por cierto, aun sin saberse a ciencia cierta si es que es un genio o sólo un tipo al que le gusta eso, filmar cosas bonitas, cual niño jugando con su primera cámara.


   Vi El árbol de la vida hace algún tiempo en el cine (por Dios, quién tendría la osadía de descargarse tal magna obra, o el mínimo interés por ello), disfrutando al máximo de las imágenes, de la música, y de la experiencia gafapastil sin precedentes en la que me vi envuelto. Una experiencia ciertamente irritante pero, sí, arrebatadoramente bella. Y pretenciosa hasta decir basta. Desde el primer fotograma hasta el último se le notan las ganas de ser la película definitiva de la historia del cine, o, incluso, de la humanidad. Aunque esto último no tenga sentido, qué pasa, no hace falta, Malick tiene un camión monstruo. 
   Ego no le falta, igual que a Kubrick. Quizá el caso de nuestro iluminado contemporáneo pueda resultar más irritante, por lo abiertamente ñoño que resulta (es como si el chaval de la bolsa de American Beauty hubiera deseado estampar en un largometraje toda la belleza del mundo, que es tal que a veces no puede soportarla). Sin embargo, las imágenes de las que hace gala el film son tan poderosas que en varias ocasiones, y sobre todo gracias a la música en la que les sumen, dejan sin aliento. Cómo no, hay que destacar en este punto la del origen del cosmos. Los pelos como escarpias, mientras mucha gente piensa ya que le han tomado el pelo y que más vale que le devuelvan el dinero de la entrada.
   Es tal el poderío visual de la modesta peliculita que la parte hablada acaba por resultar en su totalidad superflua. De hecho constituye lo peor, con diferencia, de El árbol de la vida: las voces en off marca de la casa que subyacen en la mayoría de las escenas, tan irritantes como las de La delgada línea roja (también de Malick, y otra que tal baila), y los nada inspirados diálogos. Las mejores frases son las que ya aparecen en el trailer, y el resto son unos reiterativos "¿Dónde estás, Dios?", "¿Por qué nos haces sufrir?", "¿Por qué eres tan malo, jo?"... y tal. Malick podría probar, digo yo, a hacer una película sin un sólo diálogo, como The Artist. Igual ganaba el Oscar, e incluso conseguía su película definitiva... al menos hasta la siguiente que hiciera.
   Respecto a si aburre o no, pues supongo que depende de la mentalidad con la que se vea, como dice mucha gente. No nos engañemos, la película no es ni por asomo entretenida (decir algo así sería una soberana gilipollez), pero puede ser perfectamente disfrutable según qué perspectiva. Y aunque encuentres la adecuada, tampoco implica que no te vayas a remover incómodo en el asiento comprobando la hora en el reloj. Sobre todo en el final, que es sencillamente horrible y parece acumular más metraje que en todas las dos horas anteriores. Ahí es que ya Malick saca la artillería pesada y consigue cabrear hasta a los más voluntariosos. Pero olé sus huevos; si a Kubrick le ensalzan como visionario, ¿por qué a él no?
   Y es que no resulta nada descabellado compararle con el insigne director británico. No es sólo que El árbol de la vida pueda constituir el 2001 del nuevo siglo (ya se verá), sino que incluso ambas películas se parecen muchísimo estructuralmente: la primera parte ilustrando el origen de la vida, cada una a su modo y de manera muy curiosa y bella en las dos; la segunda, la más disfrutable y normal (la infancia de Sean Penn y todo el asunto del cachondo de HAL); y la tercera parte, los insufribles finales, tanto en una como en otra.
   Una lástima que no haya ganado nada. No porque se lo mereciera, sino porque en el futuro seguramente se recordará más a Malick y a su definición audiovisual de la belleza antes que a The Artist y a su director cómosellame. La moda pasajera del cine mudo frente a la moda permanente de las películas de culto e intelectuales de la muerte. Que no sé yo qué será peor. 

jueves, 23 de febrero de 2012

Y eso que a mí me la trae flojísima


He conseguido ver otra de las nominadas a Mejor Película este año. En teoría, una de las menos interesantes, y de las que está claro que no van a ganar (junto con Midnight in Paris, que sinceramente no sé qué hace ahí, siendo una de las películas más tontas e intrascendentes de ese genio inconmensurable que es Woody Allen... aunque lógicamente sigue siendo mejor que Vicky Cristina Barcelona). Si no fuera por el nombre de uno de los guionistas, ni me habría molestado en buscarla por Internet a ver si había alguna manera cómoda de descargarla. Y es que Aaron Sorkin, en lo poco que ha durado mi relación con él, nunca me ha defraudado. 
   Muchos han comparado Moneyball (omito el, vergonzoso como siempre, subtítulo típicamente español) con La red social, la magnífica película que tuvo que haber ganado el año pasado el Oscar en lugar de... no sé, la que fuera que ganara. Yo pecaré de poco original y también lo haré: Aaron Sorkin es guionista de ambas, y se nota desde la temática misma, una que en un principio pudiera parecer poco dada a ganar al público y a la crítica. 
   Porque antes estaba con Facebook, que es un tema que más o menos tiene su interés, pero ahora se arriesga con el béisbol, un deporte que, fuera de Estados Unidos, no interesa a nadie. Y es más, tú te lees la sinopsis y es algo así como "Un ex-jugador de traumático pasado idea junto a un economista de Yale un método revolucionario para seleccionar jugadores en función de estadísticas y probabilidades y así cosechar grandes victorias, un método que hará temblar los cimientos mismos del béisbol. Basado en una historia real"... Si aún seguís despiertos, coincidiréis que la historia promete más bien poco, y que casi es preferible que te vayas a ver una película española. Casi.
   Ni la magnética presencia de Brad Pitt podría salvar, de por sí, un bodrio semejante. Por suerte allí está Sorkin, capaz de hacer parecer apasionante la historia reseñada, que a poco que lo pienses sabes que tiene un mérito tremebundo. Insertar frase hecha: No es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Perfila de un modo correcto a los protagonistas, pone en su boca largos y rápidos diálogos que poco a poco los definan, y hace progresar la historia a un ritmo perfecto, que apenas se hacen largas las dos horas y pico que dura. Incluso se permite cedernos algún momento emotivo, de éstos de sonreír y recordar con cariño, que tan bien les salen a los americanos. Y no lo hace en las típicas escenas de partidos ganados a última hora gracias a una jugada arriesgada e impresionante (que por suerte hay pocas, y casi por cumplir), sino en las más íntimas y pequeñas.
   Dejando claro con rotundidad que lo mejor de la película es el guión, firmado por Sorkin y Steve Zaillan (responsable este último de la ya reseñada American Gangster), vayamos con otras cosas. Brad Pitt ha recibido multitud de elogios por su interpretación, y mayormente estoy de acuerdo. Se le ve bastante natural y muy cómodo en sus andares, en sus gestos, en la energía con la que dispara sus diálogos. Luego Jonah Hill, el economista del que hablaba antes (cuya presencia no me he inventado para hacer parecer aún más aburrida la sinopsis), a su lado queda bastante deslucido, y la nominación a Mejor Actor Secundario le queda enorme, teniendo en cuenta que sólo se limita a poner cara de asustado y a balbucear. Phillip Seymour Hoffman muy contenido y sin apenas cancha para lucirse como sólo él sabe hacer. Y, aquí quería llegar yo, el personaje de la hija de Brad Pitt. Ignoro cómo se llamará esa actriz, pero a mí realmente me ha enamorado. Sus gestos, su rostro, en especial, su voz. La escena en la que toca la guitarra y canta delante de su padre es una de las más conmovedoras que he visto últimamente, desprendiendo una ternura casi insoportable.
   En otro ámbito, la música muy correcta, y el director muy correcto también. Está claro que Bennett Miller no es David Fincher (más quisiera), y se limita a poco más que escenografiar respetuosamente, como quien enmarca, los diálogos de Sorkin y del otro. Tiene algún acierto que lo eleva de la media artesanal, sin embargo, como en el partido cerca del final de la película, narrado con emoción y muy buen pulso. Que el orondo Johan Hill tenga una nominación y él no supongo que obedecerá a la más simple arbitrariedad.
   Así que bueno, supongo que recomendaría esta película a prácticamente todo el mundo, pues aunque sea más predecible que un capítulo de Phineas y Ferb (gran serie, por cierto), no es por ello menos emocionante y entretenida. Y te deja un buen sabor de boca. Como ya digo, hacía mucho tiempo que no acababa de ver una película con una sonrisa complacida en los labios. 
   Qué diantre. Que le den el Oscar. A ésta o a El árbol de la vida... aunque a esta última lo hagan sólo para tocar las narices.


lunes, 20 de febrero de 2012

Orgullo ibérico, bochorno nacional


La verdad por delante, la única película española estrenada esta temporada que he visto ha sido Torrente 4, seguramente como muchos otros compatriotas, qué le vamos a hacer. Sentado este preámbulo, quizá no tenga nada relevante que comentar sobre los Goya del pasado domingo, ni derecho a quejarme por las nominaciones y/o galardones. Pero, qué demonios, ¿Torrente 4 sin ninguna opción a premio? Es ciertamente un hecho indigno, y más habida la cuenta de que el porcentaje de taquilla patria este año lo copa esta obra maestra incomprendida, bastión del último humor inteligente y reflejo puro y duro de la sociedad española del momento... y no sé exactamente qué partes de lo último he dicho irónicamente y qué partes no. 
   Como no tengo nada relevante que poder comentar, me limitaré a la impresión que me causó la gala de los Goya.Y fue bastante aburrida y de ocasional vergüenza ajena (¿veis como no tengo nada genuino que decir?). Se hizo larguísima, fue bochornosa y supo ilustrar con mucho acierto la decadencia en la que se halla sumido nuestro amado cine.
   Todo comenzó con un momento musical, por calificarlo de algún modo, en el que Eva Hache (presentadora que me causa bastante indiferencia) manifestó su inseguridad por recoger el testigo de Andreu Buenafuente (visto lo visto, inseguridad completamente justificada). Primeros momentos de ejemplar y dolorosa ridiculez. 
   No recuerdo exactamente el orden, pero, o antes o después, Lluis Homar ganó el premio a Mejor Actor de Reparto (me agradó, le había visto en esa pequeña maravilla titulada Pájaros de papel y deseé interiormente que ganara pese a no haber estudiado su tan alabada interpretación robótica). Lo malo es que, al ganar, el tipo se emocionó demasiado y se embarcó en un soporífero y largo discurso de agradecimiento; vamos, la cantinela de siempre. Pues eso, y antes o después, atención, se nos obsequió con uno de los momentos más lamentables de la historia reciente, cuando El Langui saltó al escenario a rapear acompañado de Antonio Resines y unos cuantos actores más, entre los que destaca por mérito propio el gran Juan Diego, y no porque lo hiciera bien, sino porque... es Juan Diego rapeando. Cojones.
   Tras quedarme durante unos momentos en estado de shock, la gala siguió su curso, siendo entregados los inevitables premios que no le interesan a nadie (y me refiero mayormente a los referidos a categorías técnicas, mal pensados). De vez en cuando se insertaban vídeos supuestamente humorísticos conducidos por Eva Hache, que se "metía" dentro de las películas nominadas con singular gracia (se quedaba solísima), y por Cayetana Guillén Cuervo, que comentaba ciertos aspectos recurrentes de los Goya tales como la denostada duración de los discursos de agradecimiento.
   Creo que más o menos entonces vino el discurso del nuevo presidente de la Academia, González Macho. Sin entrar a comparar el carisma de este señor con el de Álex de la Iglesia (el mejor director que tenemos en España, y ya está), más que nada por no ser crueles, sí que me resultó muy curioso el contraste entre el discurso de este año y el del 2011; uno abogando por el uso de Internet, y por su arraigado vínculo con el cine, y el otro (el de este año) negándolo del todo. Lo realista de esto último no impide que resulte bastante deprimente, porque, si no se ven película españolas por Internet, mucho menos se verán en los cines, por pura y simple lógica ibérica, esto es, la del bolsillo. Así son las cosas, amigos.
   Luego Anonymous se coló en la gala (o al menos eso he leído), y ese ser de otra dimensión llamado Isabel Coixet ganó un premio por no sé qué documental hizo sobre el juez Garzón. El premio a Mejor Actor Revelación no se lo llevó José Mota y, porque a pesar de todo nos damos mucha importancia a nosotros mismos, se otorgó el premio de Mejor Película Extranjera a The Artist. Que esto no les importe siquiera a los propios responsables de dicha película no implica que no podamos tirar de otro premio absurdo para rellenar minutaje.
   La gala, curiosamente, terminó bien. Santiago Segura saltó al escenario y recitó un monólogo muy característico suyo donde se quejaba amargamente de lo mismo que yo, de que Torrente 4 no tuviera nominaciones, amén de disertar con mucha gracia sobre otras cosillas. Y así es cómo salvó la noche del cine español. Porque es el más grande. 
   No habrá paz para los malvados, la cual habrá que ver, arrasó con todo, pero eso es algo que ya sabréis bien porque lo hayáis leído por allí o porque vierais la gala (espero que por lo primero). Nada más al respecto. Acabando ya, sólo me gustaría mencionar jocosamente a Almodóvar, que se fue de vacío y seguramente desarrollando el nuevo berrinche que le impedirá asistir el año que viene a la gala. Una gran lástima para todos. 
   PD: El título de la entrada inspiradísimo, si ya lo sé yo.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Ínfulas de gloria


Es temporada de Oscars, las buenas películas invaden las carteleras, la calidad campa a sus anchas por una vez al año, estamos de enhorabuena, pero Megaupload ya no existe (de lo cual deberíamos estar agradecidos todos, pues a esto se debe en parte la existencia de este blog), y yo sólo puedo comentar lo que buenamente puedo, sin romper ninguna ley ni perjudicar a nuestra querida industria cultural, faltaría más. Y tengo tantas ganas de ver la nueva de Los Teleñecos...
   American Gangster. Igual ya nadie se acuerda de esta película. En su momento optó a un par de Oscars, pero tuvo una reacción crítica tibia y tampoco ganó mucho dinero. Le debió sentar bastante mal a su ilustre director, Ridley Scott, irregular cineasta con al menos una obra maestra a sus espaldas (y no me refiero a Blade runner, gafapastillas, sino a esa joya simple, disfrutable y para toda la familia llamada Gladiator). Le debió sentar mal, digo, porque se nota que le puso ganas. Todas las imágenes de la película a comentar parecen pedir a gritos un par de Oscars, algún galardón que ratifique su grandeza indiscutible. Los actores, la música, las (pocas y eficaces) escenas de acción...
   Y nada. No es que comprenda enteramente las causas del poco entusiasmo que cosechó en su momento (la mayor parte de los premios se la suele llevar películas bastante peores que la que nos ocupa), pero a la película, y perdóneseme el uso frívolo de esta expresión, le falta alma. Algo que llegue a la audiencia, que le provoque emociones. Éstas fluyen en contadas ocasiones, pero fluyen. 
   Las casi tres horas que dura la película (una duración excesiva se mire por donde se mire), pasan sin demasiada molestia, siempre interesantes y a un ritmo ajustado, que parece que siempre están pasando cosas. Por si fuera poco, los dos actores protagonistas están que se salen, casi me atrevería a decir que por igual (tanto Denzel Washington con sus ataques de ira controlados y sus "My man", como Russell Crowe con su entrañable estampa de policía honesto y perdedor nato). Y la banda sonora está muy bien, incluyendo tanto la música incidental como las canciones escogidas (la secuencia con Across the 110th street de Bobby Womack sonando de fondo consigue alardear de una extraña epicidad gracias exclusivamente a este tema... igual que sucedía con la escena inicial de la gran Jackie Brown). En cuanto a la dirección, pues Ridley Scott es un tipo, como digo, muy respetable, con nervio, con idea de cómo lograr tensión en las escenas y otorgarle aún más impacto a la violencia (que no es tanta como pudiéramos pensar en un primer momento).
   Con todas estas cosas buenas, ¿en qué falla la película? Pues explicaré más detalladamente la chuminada ésa de que "no tiene alma", que me habré quedado a gusto. A decir verdad, es algo que pensé una vez acabado el film, cuando me encogí de hombros y me pregunté "¿Y qué?". Descubrí que la película no me había dejado huella alguna, que el guión no había estado todo lo bien que debiera y que, en resumen, todo había sido bastante efímero.
   Me vino a la cabeza Heat, que es una de las grandes obras maestras de la Historia del Cine, sin discusión, y que tiene una trama similar a American Gangster, al menos en cuanto a que los protagonistas son policía y delincuente, y tienen una relación bastante curiosa. En ambas, hay tan sólo un par de escenas en las que se ven las caras (en el caso de Heat, y a tenor de los rumores, ni siquiera eso). La razón por la que Heat es infinitamente mejor (aparte de que mis actores favoritos siempre serán Robert De Niro y Al Pacino, qué le vamos a hacer) radica en que, no sé por qué, pero lo que le ocurre a los personajes sí que nos importa, y nos emociona. En American Gangster, cuando por fin Crowe y Washington se ven las caras, estamos en las mismas. "Vaya, parece que incluso se van a llevar bien... ¿y qué?".
   Igual no me he explicado muy correctamente, y todo quede dentro la inefable subjetividad, pero, ateniéndonos estrictamente al guión (el gran responsable de toda esta denunciada intrascendencia), hay un montón de personajes que vienen y van, que quedan horriblemente desdibujados y desaprovechados (pobre Cuba Gooding Jr, y pensar que tiene un Oscar), que parece que están ahí por rellenar metraje (como el compañerito sinvergüenza que Russel Crowe tiene al principio). Por otra parte, los diálogos son demasiado cortos y elementales, y en muchos momentos se agradecería una cierta mesura, y que las escenas duraran algo más de tres minutos; hay como una sensación de urgencia y pretensión vertiginosa a lo largo de toda la película, algo ciertamente chocante teniendo en cuenta la desorbitada duración de la que hace gala.
   Por lo demás, tenemos un buen puñado de momentos sobresalientes (aquel en el que Washington se sale un segundico del restaurante donde come con sus hermanos para endosarle una bala en la cabeza al malo de The Wire ante la vista de todo dios es uno de los mejores que el excelso cine de gángsteres nos ha proporcionado en toda su historia), y algún diálogo emocionante e inspirado (como la discusión de Crowe con su ex-mujer, no por tópica menos eficaz). 
   Una buena película, en resumen. Podría haber sido mejor, pero qué le vamos a hacer. Para película definitiva de gángsteres (seguramente la pretensión secreta del amigo Ridley), ya tenemos El Padrino I, El Padrino II, y Casino. Y nos basta.

miércoles, 8 de febrero de 2012

El día más largo




Qué gran película romántica acabo de ver. Paradigma de amor, de sensibilidad, de encanto, de poesía, de todo un montón de palabras bonitas. Antes del amanecer; ya un poco ves el título y te esperas que vas a ver algo, a falta de otra palabra, bonito. 
   La cuestión es si eso te basta. Si puedes llegar a quedarte extasiado viendo a dos tortolitos hablando, hablando, hablando, hablando, hablando, hablando y hablando (y me quedan algunos más), y besándose de vez en cuando, pues ésta es tu película. Si te basta con eso a lo largo de una hora y media bastante larga, no esperes para verla. La película de Richard Linklater te entusiasmará, la coronarás sin empacho como la mejor película romántica que has visto, y se la recomendarás a todo el mundo. 
   Pareciera que hablo con desprecio de la película, y probablemente así sea, pero tampoco es que no haya disfrutado viéndola. Mi problema con ella deriva enteramente de su formato, del que yo era plenamente consciente antes de verla pero, bueno, eh, que igual me sorprende. Culpa mía. Dos personas hablando sin parar mientras pasean por Viena. Ése es el argumento. No hay más. No puedes ser sorprendido por nada, ni tampoco desagradado. Sólo te puedes aburrir. Y si no te aburres, simplemente saboreas la magia de sus planos, degustas sus profundos diálogos, te enamoras de los dos personajes. 
   La película es así, y no se la puede pedir más. O te encanta o la ves con algo cercano a la indiferencia, que es lo que me ha pasado a mí. Ni siquiera puede llegar a irritarte, aunque Ethan Hawke se manosea demasiado el pelo y pone muchas caras raras, por ponerle algún pero. Por lo demás, el guión es perfecto. Va dibujando poco a poco la psique de los dos personajes, ambos muy cultos, muy románticos y con muchas cosas interesantes que decir, sumidos en un diálogo continuado que se extiende a la hora y media de película (como he dicho, bastante larga), sin que paren de hablar. Habrá salido un tocho de libreto, imagino. Y entre tantas líneas, alguna frase o reflexión se desmarca de la media, y tiene bastante ingenio (como las conversaciones en torno a la reencarnación o a la isla habitada por 99 hombres y una mujer, y viceversa).
   Los actores mayormente aprobados. Ethan Hawke tiene demasiados tics, como he dicho, pero la protagonista femenina (Julie Delply, por si interesa), sí que resulta muy acertada. Nada prodigioso, pero sabe llorar, por ejemplo, con bastante más naturalidad que su compañero de reparto. 
   Y hablando de llantos, ¿resultaría conmovedora la película? Pues depende por entero de la empatía que puedas llegar a sentir por los personajes. Supongo que, si en ningún momento te preguntas cuánto queda para que termine la peliculita, acabarás con el lagrimillo al final, algo predecible, por otra parte... tan predecible como eficaz. Seguro.
   En definitiva, cumple lo que promete. Con una idea así, original pero nada revolucionaria, no podría haber salido de otra manera. Un conjunto tan bello como intrascendente.

jueves, 2 de febrero de 2012

Música básica



Buah, quién lo iba a decir, estoy escribiendo por segunda vez en la cosa ésta del blog... Hay que ver lo maravilloso, sorprendente e insondable que es el aburrimiento humano. Lo mágico, lo embriagador. Lo indescriptible.
   No es que haya hecho nada interesante, o haya visto otra película que merezca la pena reseñar o poner a caldo. Simplemente me apetecía escribir. ¿Sobre qué? Ahora mismo es algo que estoy pensando mientras escribo como por resortes, tecleando y tecleando sin saber adónde me llevará todo esto (como un lector tan avispado como hipotético habrá supuesto por la sobreabundancia de adjetivos de los que ni yo mismo estoy muy seguro del significado desplegada arriba). Paremos a pensar. Música, por qué no. 
   No podría vivir sin música. Sí, suena muy melodramático, exagerado, y extremadamente tópico (yihaaa), pero me parece una buena frase hecha para expresarlo. Mi intención era dejar claro que la música me encanta. Escucho música a todas horas, puedo presumir que de gran variedad (sin acercarme nunca al rap o a la electrónica, empero, ni mucho menos al reggaeton o al bakalao... pero estamos hablando de música, así que tales aclaraciones resultan superfluas en lo que se refiere a las dos últimas... cosas).
   Soy un ferviente defensor de la música de nuestro país. Muchas de las personas que me rodean se obstinan en escuchar sonidos de al otro lado del charco, tendencia respetable cuando aquí, en lo que a mainstream se refiere, sólo se puede recurrir a Los 40 y similares, si uno no se empeña en buscarlos. La música buena, en España, y siempre desde mi no tan humilde opinión, hay que buscarla, y la gente es un poco vaga, como la adorable y pícara tradición hispánica exige.
   Afortunadamente, una de las mejores noticias que escuché el año pasado fue que Extremoduro, con su último y maravilloso disco, Material defectuoso, había superado a Lady Gaga en las listas de ventas. Mmm... sí,  voy a hablar de Extremoduro.
   Con este grupo extremeño ocurre una cosa muy curiosa. Aun no siendo uno de esos que copan las listas de las radios (o más bien de los MP3, Ipods y lo que se tercie) este grupo lo conoce todo dios, tanto los que se molesten en investigar y buscar canciones suyas como los que no. Y a todos (hablemos en términos de mayoría) les gusta, más o menos. Consecuentemente, es un grupo bastante comercial en el sentido de que gusta a mucha gente y gana mucho dinero, y eso es algo que tiene mérito cuando Robe y los suyos siempre han hecho lo que les ha salido del rabo, y de hecho siempre han peleado con furia y enfurruñamiento drogadicto por este sacrosanto derecho. Canciones aflamencadas, tacos por un tubo, diversión a puñaos, incorrección política en niveles de deliciosa y absurda pesadilla...
   Y cosas como el último disco. Contaban con una gran cantidad de seguidores, siendo ésta muy heterogénea y rompedora, y ya acostumbrada a su sonido duro, peculiar y totalmente arrebatador (hablaré al respecto más abajo), con canciones pegadizas y bestias. Y en esto, nos traen, sin gira ni promoción ni nada (ole sus huevos), un conjunto de seis canciones larguísimas y de un sonido, a falta de otra palabra, suave. Sin apenas tacos, con violines y toda la pesca, casi una popada. La gente se cabrea, piensa que les toman el pelo, que Robe se ha amariconado (y una leche), pero compran sus discos. Se empeña en escucharlos, porque algo los llama, algo dentro de estos individuos. Y he aquí que yo, de un tiempo a esta parte, considero Material defectuoso el segundo mejor disco de estos tiparracos. Como les habrá pasado a muchos.
   El secreto de éxito, que es un secreto a voces (hahahaha, sonido de platillos), radica casi enteramente en la persona de Roberto Iniesta, el Rey de Extremadura. No en vano, ha sido el único miembro estable de la formación en toda su historia, y es el creador de casi todas las letras de las canciones. Además, es un guitarrista estupendo, con gran ojo para solos pegadizos y poderosos. Y qué voz, señores, qué voz. No seré yo quien diga que Robe canta bien (no creo que nadie lo haga a no ser que esté de cachondeo), es... otra cosa. Son gritos, sí, berridos de estos que echan patrás a nuestras mamás cuando nos pillan escuchándolos, y dicen con voz compungida "¿Cómo te puede gustar eso, hijo?". Pero también más que eso, son berridos nacidos de la desesperación y la rabia más elemental, de la tragedia humana y del vacío existencial. Y no, ni me he fumado nada ni ostento unas hiperbólicas gafas de pasta. Ojo, y seguro que a los gafapastas también les gusta Extremoduro. ¿Que no?

Os regalo mis canciones, y me apuntan con el dedo
Mira por dónde va el Robe, para mí que ya está pedo

   La voz de Roberto Iniesta conecta con gente de cualquier clase, pues es tan básica, tan "esto se tiene que cantar así, y punto", que rápidamente la asimilamos, nos identificamos con las situaciones descritas por ella, y no advertimos lo desagradable que, en un sentido estricto, es. El Robe no canta, el Robe interpreta.
   No sería nada la voz si no tuviera cosas que decir. Y Robe perdería mucho cantando cosas como... así a bote pronto, se me ocurre "El abuelo fue picaor" (con todo mi respeto a Los Porretas). En lugar de eso, canta cosas como ¿Donde estarán los besos se los habrán quedao las flores?, para referirse a una resaca de nivel estándar (imagino), o Voy a hacer un tambor de mis escrotos (sic). No estoy de coña, es la muestra perfecta de una poesía asimilable, y lo que es más importante, disfrutable para todos. Letras que muchas veces hacen gracia por lo bestias que son (Yo me pongo palote sólo con que me toques), que hacen pensar y que te sumen en un estado de euforia y de energía, conformando un estímulo total que nos hace alcanzar el éxtasis sensorial (dios, como me estoy poniendo) en, digamos al azar, el Segundo movimiento de La ley innata (penúltimo disco), o en la archiconocida La vereda de la puerta de atrás. O, qué leches, hay que mencionar el tema, también en la épica Jesucristo García, una de las canciones más poderosas y contundentes de la historia.
   Las guitarras, batería, bajo y demás, todo correcto. Pero está claro que Extremoduro no sería lo que es sin nuestro querido Robe. Dicen mucho de Iñaki Uoho, y también hay que reconocérselo; los mejores discos son los que parten de su incorporación en el grupo. Agila, Canciones prohibidas (que no me explico porqué está tan mal considerado por muchos), Yo, minoría absoluta (un chute de euforia sobrehumana), La ley innata (sí, el mejor disco de Extremoduro y probablemente de toda la historia musical y humana), y Material defectuoso.
   Poco más que añadir. Si hay alguien que por ventura lea esto, y no ha probado a escucharlos más a fondo, le invito, o más bien le exijo, que lo haga. Nótese la expresión "más a fondo" (¿quién coño no ha escuchado So payaso o Salir?). Y a los que no les guste ni tengan la menor intención de hacerme caso, me limitaré a transcribir el título del álbum en vivo sacado en 1997:
   Iros todos a tomar por culo.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Sólo recordaré la voz de Clooney



Bueno, pues escribamos algo antes de irnos a dormir con una sonrisa en la boca pensando "Hoy he aprovechado el día, he hecho un blog, jijijijijiji". Echaré mano de la última película que he visto, y que viene a ser Los descendientes, de Alexander Payne, un director seguramente muy competente del cual sólo he visto la obra que nos ocupa.
   El hecho de ser, y de que tú sepas que lo es, una favorita a los Oscar de este año determina consecuentemente la experiencia fílmica, no a lo mejor porque será más fácil que te decepcione, sino porque te esperarás unas cuantas cosas; entre ellas, no salir de la sala decepcionado y lamentando haber perdido el dinero que se tercie (en cualquier caso, algo inexcusable).
   Ahora bien, decepcionado no he salido, pero tampoco es que haya visto una de las mejores películas de la historia. He disfrutado viéndola. Y en una semana la habré olvidado completamente. "Los descendientes" es una película tan correctísima y funcional que no destaca absolutamente en nada, pero que tampoco tiene nada particularmente malo. El director sabe bien cómo hacer las cosas, le sabe dar una justa tensión a las escenas dramáticas, dónde colocar la cámara... vamos, que conoce su oficio. Siendo como es una película sustentada en su guión más que nada, se necesitaba de un buen pulso para filmar todas las escenas de diálogo sin aburrir al personal. Y el tal Payne sale bien parado. 
   Es obvio que una película sustentada en el guión fracasaría irremediablemente si no tuviera a unos actores competentes que lo recitaran, y no es el caso. Todos los intérpretes están correctos, desde la hija pequeña (¿qué hija pequeña? ¿contexto?, paso de poner sinopsis en la cosa ésta del blog, es aburridísimo y casi tan innecesario como la escritura de críticas que nadie va a leer), hasta el primo del protagonista, el padre de Earl Hickey en esa maravilla de la pequeña pantalla que es Me llamo Earl. El actor que hace del novio de la hija mayor sí que peca un poco de inexpresivo, o igual es intencionado... lo mismo da, gracias a este personaje te ríes unas cuantas veces, las cuales son las únicas de la función, así que no nos pongamos exquisitos. Si no tuviéramos al tontolava con cara fumeta acá metido en la trama con calzador ni siquiera podríamos catalogar a la película como comedia (y yo lo hago un poco por automatismo).
   Bueno, sí, y George Clooney está espléndido. Mira que a mí este actor nunca me había transmitido nada; le veía como alguien competente, pero que siempre parecía hacer el mismo papel, no sé. A lo mejor con esto de verla en versión original le he conocido verdaderamente, en su mejor faceta. Porque Clooney, ante todo, resulta creíble en su papel de padre desastroso y marido descuidado, y tiene una voz muy bonita y carismática, qué diantre. Destacaría la escena que comparte con su hija mayor (cuya intérprete también lo hace muy bien) en la piscina, realmente conmovedora y creíble.
   Por lo demás, el tan vital guión no es ninguna maravilla. Es bueno a secas, todo diálogo, alguna voz en off por ahí... pero nada que marque época. La fotografía también muy bonita... Todo condenadamente correcto.
   Rayos, pero tengo que poner a parir alguna cosilla. Hay algo que, por lo menos a mí, me ha irritado bastante. Después de cada maldito diálogo, al director le da por insertar planos transitivos de playas, nubes y pijotadas de éstas acompañadas por música acústica hawaiana (en un principio muy agradable, pero progresivamente más cansina). DESPUÉS DE CADA MALDITO DIÁLOGO. Así, normal, la película llega casi a las dos horas (que sólo se hacen largas cuando oyes cantar al hombre ése en el idioma... hawaiano, yo qué sé), y para lo que se cuenta, con una horita y veinte minutos hubiera bastado. En serio. Típico intento de sumarle trascendencia a algo consiguiendo que el conjunto chirríe. El bueno de Alexander Payne se encoge de hombros. Tiene que parecer oscarizable.
   Tocando el tema, yo diría que tiene demasiadas nominaciones. La de George Clooney es perfectamente comprensible. Pero mejor director, mejor película, mejor guión... psché. Entre ésta y El árbol de la vida, prefiero El árbol de la vida. Ya fuera por amarla u odiarla, al menos despertaba alguna reacción (en cuanto a mí, me divertí bastante con su visionado, algún día hablaré de ello).
   En resumen, insustancial. Como tantas películas, como tantas cosas. Como este blog. 

Introducción, justificación, o lo que sea

Pues nada, me acabé decidiendo a hacer un blog de éstos. A las tantas de la noche, bastante aburridillo, con el cerebro no precisamente elocuente, pero deseando mantenerse ocupado. Escarbando en su, en algún lado la hay, latente imaginación, no se le ocurrió ningún otro nombre para la cosa esta que "Crown in the Rye", algo ingeniosísimo y de lo que, ahora mismo, estoy realmente orgulloso. Coges mi apellido, lo pones en inglés que siempre, maravillosamente, suena mejor, adviertes que "oh, empieza por c y tiene una r, es casi como catcher, sí, suena parecido, toma juego de palabras", y recuerdas el título de uno de tus libros favoritos, precisamente, Catcher in the Rye (el cual, si no conoce un hipotético lector del invento, apaga y vámonos).
   Podría escribir largo y tendido sobre ese gran libro, escrito por J. D. Salinger (muerto hará un par de años tras acabar sumido en la más disparatada y deliciosa de las locuras) alrededor de, qué año, qué mismo da, leedlo y punto. Como iba diciendo, podría escribir mucho sobre él, pero para la cosa ésta del blog no supondrá más que un punto de partida, o quizá, un tema recurrente (y eso si consigo escribir durante algo más que un par de semanas). Por pensar algo, en principio me dedicaría en "Crown in the Rye" (cada vez me suena mejor), a hablar de cine. O quizá de música, quizá de literatura, alguna serie que pueda ser capaz de ver sin megaupload mediante... No sé, pero básicamente, y, vuelvo a repetir, si esta tontunita del blog no se pasa pronto, me dedicaré a hablar de esas cosas, probablemente para mí mismo y para deleitarme de mi propia escritura y todo eso que, con seguridad, no podrá hacer otra persona que no sea yo.
   En fin, bienvenido/s a "Crown in the Rye". Con un nombre tan estúpido, no puede ser tan malo.