lunes, 22 de diciembre de 2014

La crítica más friki jamás vomitada. Parte III

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Cuando Peter Jackson y sus amiguetes buscaban financiación, cegados por la promesa de la gran aventura que vivirían si conseguían llevar a cabo su proyecto, enfervorecidos por la sincera y abrasadora pasión del fan y el creyente, llegaron a una conclusión bastante polémica, pero tristemente sensata. ¿Qué estudio querría financiar a ciegas una monumental trilogía fílmica poblada por elfos, orcos y hobbits? Jackson, gacha la cabeza, la barriga de dependiente de tienda de cómics intacta, entendió que el proyecto era demasiado ambicioso, casi irrealizable; nadie les daría la pasta en esas condiciones, así que se plantearon adaptar la obra más célebre de J. R. R. Tolkien en dos entregas, y vender el asunto como un díptico de esos que tan de moda están ahora, pero que en aquella época tan poco se estilaban. El Señor de los Anillos se vería reducida en dos partes, como en su día hicieron, y tan rana les salió, los responsables de la adaptación que a finales de los años 70 sacaron en dibujos animados. Jackson estaba triste; tendría que sacrificar muchísimas cosas, pero mejor eso que nada, ¿no? Cumpliría su sueño. Felices detalles del destino, los productores que acabaron conociendo eran majos y les dijeron que, puesto que El Señor de los Anillos estaba dividido en tres partes, ¿qué sentido tenía acometer la adaptación en dos? Y así la saga más ambiciosa, espectacular, emotiva y grandiosa del siglo XXI tomó forma.
   El Hobbit inicialmente iba a aparecer dividida en dos, por su parte, y no fue así. También iba a ser dirigida por otro director, pero nunca sabremos si Guillermo Del Toro podría haberlo hecho mejor (no habría sido difícil, sin embargo). Esta vez, al contrario que ocurrió con El Señor de los Anillos, la decisión de aumentar el número de entregas no obedeció a requisitos de adaptación, ni mucho menos a púberes delirios del fan que de repente se ve con mucha pasta y no sabe muy bien cómo utilizarla. La saga de El Hobbit, finalmente, y aun a costa de una primera entrega que no estaba del todo mal, no ha resultado ser más que un miserable sacacuartos, una abominación capitalista, una mierda estirada y estirada hasta el infinito que apesta tanto a mezquindad y oprobio que apenas permite que nos refugiemos en sus aciertos (que los tiene) o nos dejemos llevar por el entusiasmo fanático que una vez movió a Jackson, para luego no volver. Aquí la última parte de mi crítica, chiquilicuatres, y aviso desde ya que no va a ser bonita, y que por supuesto va a tener más spoilers que orcos muertos en dos horas y media de hedonismo vacuo y rancio. 

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"¿Que si quiero vivir una aventura? ¡NO, saca el culo de mis tierras!"

   Ya de entrada, La Batalla de los Cinco Ejércitos empieza de culo. Viene Smaug todo chinao a vengarse de los humildes proletarios de la Ciudad del Lago, y éstos, mientras Bardo está metido en la cárcel no recuerdo por qué (no cometí el error de ver La Desolación de Smaug más allá de una vomitiva primera vez como para ello), tratan de huir antes de que los achicharren vivos. Entre los que escapan está el Gobernador, un hijoputa de mucho cuidado, y no porque se lleve todo el oro de la ciudad con él, sino porque en un momento dado decide tirar a Lengua de Serpiente (que ahora se llama Alfrid) de la barca para aligerar peso, y por culpa de este gesto nos obliga a soportar al amiguete durante el resto del metraje. Y sí, eso es mucha hijoputez, como se verá. El caso, Bardo escapa de la cárcel gracias a su hijo, que por lo visto tiene más huevos que todos los enanos, Legolas y su amada juntos, y se dispone a enfrentar al dragón mientras éste lo deja todo hecho un estropicio de fuegos artificiales y CGI del de los veinte duros. Como no ha explotado a su hijo bastante, Bardo, el papá del año, decide emplearle de ballesta humana para sostener la Flecha Negra (que ahora es una peazo Lanza Negra, porque las cosas en esta trilogía funcionan así), y el dragón va a por él a puerta gayola, sin escupirle fuego ni nada porque para qué, eso sería lo lógico y ya quedé como bastante soplapollas en la anterior peli (arco dramático coherente style). Y eso, que Bardo le dispara la peazo Lanza Negra justo en el agujerito de la Estrella de la Muerte y a tomar por saco el dragón. Bardo es un héroe. Bilbo y sus compadritos intuyen desde Erebor que Smaug es historia, y todo es alegría y miradas al infinito y música de Howard (Ascen)Shore. Y esto ha sido como en quince minutos de peli, ahí es nada, y te sientes estafado porque para esta chorrada ya te podían haber metido la escena en la peli anterior. Total, el sueño ya lo habías cogido.

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Ya hay que tener poca vergüenza para utilizar esta imagen como cartel

   Volviendo a sorprenderte de lo poco que recuerdas La Desolación de Smaug, te encuentras de repente a Gandalf en una jaula en un sitio como muy siniestro y muy de tener colgadas jaulas enormes de precipicios. Aparecen entonces los superhéroes del Concilio Blanco y se ponen a repartir estopa para rescatar a su colega, y esto mola mucho porque Saruman, el señor Christoper Lee, doscientos y pico años de edad (hablo del actor, no del personaje), nos demuestra que de kung-fu entiende un rato, y que Nazgûl a él, no me jodas. Llegado un momento aparece Sauron, oséase, el ojo con graves problemas de estrabismo, y Galadriel, la señorona Cate Blanchett, le demuestra por qué su personaje es tan magnético aun cuando nadie entienda quién es o qué quiere, y le da una lección de humildad marcándose una de las mejores escenas de la película, que encaja a la perfección con lo visto en La Comunidad del Anillo. Un 10 ahí eh, porque no esperaba empalmarme tan pronto.
   Mientras, los proletarios de Ciudad del Lago deciden emigrar, y en lo que Alfrid reaparece y pone sus cejas horribles al servicio de Bardo alguien dice "Se acerca el invierno" y yo como que me mofo. Parece ser que los enanos les prometieron parte del tesoro en la peli anterior, así que ahora esto les vendría fetén ya que se han quedado sin casa y tienen que rehacer sus vidas y tal (la frase "rehacer sus vidas" la dicen como veinte veces o así, todo muy intenso), por lo que Bardo los lidera hacia las ruinas de la Ciudad del Valle, en las que se instalarán. Previamente, los enanos que se habían quedado tomando unas cañitas en la Ciudad del Lago deciden tirar para Erebor, y el enano horny se despide de la elfa poniéndole morritos mientras Legolas frunce el ceño, o al menos lo intenta. Disimulando, no es de ponerse tosco, aunque ahora hasta Justin Bieber le quite las novias, el elfo que nunca debió estar allí le propone a la elfa que nunca debió estar allí irse en plan amigos a Gundabad, o algo así, que ahí hay más orcos y podemos hacer lo que mejor se nos da hacer juntos, que es matarlos. Y no tendremos por qué follar, si no quieres.

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"Venga, tron, corta el rollo y dime a qué vienen esas lentillas tan gays"

   Los enanos se reúnen en Erebor y Thorin no tarda en demostrarles a todos que se le ha ido la olla, no sólo porque de repente habla con la voz de Benedict Cumberbatch, sino porque está muy maleducado con todo el mundo y ya no respeta los tratos como antes, aunque sí tiene un segundo para protagonizar una escena bastante emotiva con Bilbo en torno a una bellota. Ahí huelga decir que Jackson da en el clavo al describir un diálogo de esencia típicamente hobbit, porque sí, los hobbits son el alma de la Tierra Media, y sin ellos ninguno de nosotros estaríamos aquí. Aclarado este punto, Bilbo le ha birlado la Piedra del Arca temiendo lo que le pueda pasar a Thorin si la acaba poseyendo, y el insoportable y pomposo padre de Legolas, Thraundil, se ha aliado con Bardo en unas reclamaciones que el nuevo Rey Bajo la Montaña, por supuesto, desoirá. Bilbo, luego de recibir la icónica cota de malla un poco como quien se encuentra un euro en la acera, decide jugársela y llevarle la Piedra del Arca al ejército de hombres y elfos para así convencer a Thorin de que cumpla el trato y recupere su honor. En el campamento se topa con Gandalf, recién llegado después de que Galadriel le haya vuelto a hacer la cobra, y lo que deberia ser un reencuentro emotivísimo se echa a perder cuando el mago, que a veces tiene ideas de bombero, ordena a Alfrid (al que sólo le han bastado unas tres gilipolleces para que toda la platea le quiera descuartizar) que vigile que el hobbit no vuelva a Erebor. Obviamente, Bilbo se pira, convencidísimo de que Thorin entenderá por qué lo ha hecho (y vuelve a ser emotivo esto, ya que ejemplifica la insensata y encantadora ingenuidad de su raza de un modo arrebatador, y calcado del libro, por supuesto). Thorin, al enterarse, decide descalabrar al taimado hobbit, el pobre Richard Armitage cada vez más sobreactuado, y Bilbo se salva por los pelos y no tiene más remedio que volver con Gandalf y los demás. Todo está listo para la batalla, y no sabes cuánto tiempo ha pasado, pero sí que lo ha hecho echando hostias.
   Parecería a primera vista que Thorin y sus camaradas tienen las de perder, porque son trece enanos contra un porrón de humanos y elfos, pero hete ahí que llega el primo Dain Pie de Hierro, como revela un Gandalf cuya única labor en este peli es explicar la trama (un poco como siempre, pero más chusco), y todo está más equiparado. Sobre todo porque el susodicho Dain viene montado en un gorrinillo super hipster y lleva unos bigotes que lo son aún más, y porque habla muy raro y gracioso. Y eso, que justo entonces aparecen los orcos, comandados por el Azog de los huevos y su primo tonto Bolgo y precedidos de unas serpientes exavadoras sacadas del asteroide de El Imperio Contraataca (y de las que no volverá a saberse NADA), y elfos, enanos y hombres se alían tácitamente y en cuestión de segundos para meterse de lleno en una coreografía muy molona. La Batalla de los Cinco Ejércitos, bitch. Hay cuatro de momento, pero todo se andará, que fijo que quedan cinco horas de peli por lo menos.

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"Tenéis un futuro doraaado, si no olvidáis quién manda aquí... Mas quiero que quede bien claro... ¡NO DARÉIS UN BOCADO SIN MÍ!"

   En la batalla Bardo hace una cosa muy heroica y muy chorra para salvar a su familia (otra vez) y Bilbo lucha un poquillo y todo, utilizando un Dardo al que, por cierto, le ha desactivado la función de brillar cuando hay orcos cerca. ¿Qué mierda de fan eres tú, Jackson, grandísimo farsante? Muchas tomas panorámicas de puntitos digitales zurrándose, cero épica, Legolas y Tauriel llegan, ojo, que hay más orcos en una montaña a tomar por el ojete de aquí, menos mal que os hemos avisado eh, jeje, BÉSAME TAURIEL, POR DIOS, NO ME HAGAS DE NUEVO LO DE MAGALUF. Thorin, el enano horny, el hermano del enano horny y otro enano están en esa montaña precisamente, y alguien ha de avisarles, ¿y quién va a ser sino Bilbo? Tras una nueva escena que pretende ser épica pero sólo es otro bluff, Bilbo se pone el anillo y se echa a la carrera sin matar un solo orco por el camino, y eso que siendo invisible había cero riesgo. Estos hobbits. En la susodicha montaña un enano que no es el enano horny la diña, y llega Bilbo, dice que vienen más bastardos, le dejan inconsciente de un cebollazo en la nuca, y hasta ahí el gran papel de El Hobbit en la tercera parte de El Hobbit. Los enanos importantes ahora están en un lío tremendo, porque encima por ahí andan Azog y Bolgo. Mal rollo.
   Menos mal que está Legolas para salvar el día. La montaña está a tomar por el ojete, ¿eh? Pues ya ves tú qué problema, me encaramo a uno de esos murciélagos gigantes que revolotean por ahí y le digo que tire pal monte, que seguro que le pilla de camino, y hala. Ya estoy, gracias, flechazo en el colodrillo para que se pare, me apeo, y a darle leña al mono. Tauriel llega un poco más tarde y todos los héroes preferidos por el público, los que cuentan con su máximo cariño y empatía, ya están listos para la última gran lucha. Esta vez sí, el enano horny la diña al luchar con Bolgo, que ya es mala suerte, a ver Tauriel con quién practicará pedofilia ahora, y Legolas vuelve a hacer algo muy heroico y muy chorra mientras un puente se derrumba, justo para acabar con Bolgo de una vez por todas. Entretanto, Thorin y Azog combaten a muerte en un estanque helado con vistas preciosas a la sierra, y luego de protagonizar una escena que es, simple y llanamente, una puta vergüenza, se matan el uno al otro. Thorin, que ya volvía a ser molón luego de una escena rarísima de él solo en la montaña que no he mencionado porque en su momento se me ha olvidado, se despide de Bilbo, oportunamente recuperado de su traspié, y esperas que entonces llegue la emoción. Venga, ahora, ahora, emocióname, Jackson, malnacido. Pero nada.

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Con ese tipín, sencillamente no se puede dirigir una epopeya friki a derechas. Es de cajón

   Lo que queda de película es una serie de despedidas de desigual efectividad. Legolas le dice adiós a su padre y la conversación casi mola, porque mencionan de pasada a Aragorn, pero se jode cuando le da por hablar de nuevo de LA PUTA MADRE DE LEGOLAS QUE NO LE IMPORTA A NADIE Y DE LA QUE HABLAN TRES VECES PARA NO DECIR NADA Y DIOS NADA TIENE SENTIDO EN ESTA PUTA PELÍCULA. Bilbo se despide de los enanos en una conversación medianamente entrañable (por fin), y se vuelve con Gandalf al pueblo. Ah, sí, se me olvidaba, antes de todo esto han llegado las Águilas, con Radagast El Pelma y Beorn subidos a ellas con un primer plano de un segundo cada uno. Genial, Jackson, eh. Ocho mil horas de película pero no podías darle a Beorn unos veinte minutos dignos. Es que te haces odiar.
   Acabo cuanto antes que me estoy alargando y poniendo triste. Gandalf y Bilbo, como decía, vuelven juntos a la Comarca con unos planos preciosos, y el hobbit, ya a solas, protagoniza otra escena estúpida con el único objeto de demostrar que Thorin era su colega, pero en la que al menos sale por fin, redoble de tambores, LOBELIA SACOVILLA-BOLSÓN. Cinco películas esperándola, y por fin está aquí, y el hecho de que sea su aparición lo que más me haya ilusionado de la peli creo que no dice nada bueno de ésta. Enlace predecible con La Comunidad del Anillo, canción preciosa de Pippin, y fin. 

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Sólo esta ilustración merece más la pena que toda la maldita película

   Conclusión, ¿hace realmente falta? Discernir cuál es peor película, si ésta o La Desolación de Smaug, se antoja tan difícil como inútil, aunque sí es cierto que La Batalla de los Cinco Ejércitos deja muy buen sabor de boca sólo porque aparece al final la Comarca. También es cierto, por otra parte, que la última película exuma una desgana y una improvisación inéditas en el director de Tu madre se ha comido a mi perro. Todo está rodado como con cansancio, con prisas, con detalles de guión sin sentido ni continuación (habrá que esperar a las versiones extendidas, ¿no? A MAMARLA), y con una desidia realmente contagiosa. El relleno, ahora, es el menor de los problemas, comparado con lo insustancial de todo, y la película, entre imbecilidad e imbecilidad, ni siquiera se permite ser soporífera, componiendo un final, en resumen, muy lógico y coherente para lo que este proyecto era, en concepto, desde el principio.
   La saga de El Hobbit ha sido un gigantesco error, una trilogía que nunca debería haber sido tal, y que podría llegar a ensombrecer el legado de El Señor de los Anillos sino fuera porque estas pelis son demasiado buenas como para que algo las pueda ensombrecer nunca. Como aficionado al cine, puedo decir sin empacho que la saga de El Hobbit ha resultado ser una monumental chufa. Como seguidor de la obra tolkieniana, y más aún, como fanático del libro en el que se basa (que, no dejaré de repetir, es infinitamente superior a los centenares de páginas descriptivas y engañosamente poéticas de El Señor de los Anillos), la saga ha resultado ser, además, un insulto a mí y a todos los frikis irredentos que una vez creímos haber encontrado en Peter Jackson nuestro Mesías. Como todos los Mesías, sin embargo, como ya hizo George Lucas, Jackson nos ha fallado, y lo ha hecho por lo mismo que lo hacen todos, que no es otra cosa que la guita.
   Así que eso, Jackson, vete a tomar por culo. Con cariño, pero vete.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Pff...

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Uno se pregunta, ante todo, qué necesidad había. Qué se podía aportar. Qué se podía ganar. Y así. Desde luego, la pregunta no era qué podía salir mal, porque se sobreentendía que todo, y el resultado se ha ajustado galantemente a ello. Exodus, subtitulada con mucha pompa y circunstancia como Dioses y reyes, es una chufa de bíblicas proporciones, y un nuevo tanto que se marca Ridley Scott en su empeño por destruir el prestigio de su carrera con el menor número posible de títulos. A continuación, spoilers del tamaño del Mar Rojo, en caso de que sea posible hacerlos en cuanto a una historia más vieja que el cagar.
   Que Ridley Scott ya no es lo que era es bien sabido por todos. Ya sea porque le afectó mucho la muerte de su hermano Tony (al que le dedica la presente obra con muy poca vergüenza), o porque en realidad nunca ha sido un director tan cojonudísimo y sólo nos damos cuenta en ésta nuestra resaca de Gladiator, últimamente está que no da pie con bola. Estoy segurísimo de que joyas como Prometheus y El consejero se van a convertir en películas de culto con el paso de los años, aunque sea por razones irónicas, pero hasta entonces Ridley va a tener que apechugar con el descrédito y la chapuza, sobre todo en cuanto a la que es sin duda la peor peli que he visto de él, y que es la que nos ocupa. Ya que, a diferencia de Prometheus y El consejero, Exodus, por no tener, no tiene ni gracia.
   El nuevo film épico del cineasta que nos trajo Blade Runner y ahora amenaza con su secuela (porque las desgracias nunca vienen solas) es, ante todo, un inmenso error de cálculo, una catástrofe en la que nada se salva, y en la que nada lo haría aun si no tuviera dos precedentes tan ilustres como Los diez mandamientos o, albricias, El príncipe de Egipto, con los que medirse. Las comparaciones son siempre odiosas, pero en el caso de Exodus, es que directamente son destructivas. Desde el principio un servidor, insensato admirador y creyente de la mejor peli animada de DreamWorks de su historia y, si me apuráis, una de las tres mejores de la historia en general, no se temía nada bueno, pero aún así pagó religiosamente, y nunca mejor dicho, por la entrada, y se dispuso a dejarse sorprender, del modo que fuera, aun sabiendo que nada explicaría mejor la situación y el sentimiento del pueblo hebreo que una canción llamada Libéranos. Barro, arena, paja. Y así con todo.

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Porque, ¿qué mejor modo había de introducir un conflicto fraterno-filial que con UNA JODIDA CARRERA DE CUÁDRIGAS?

   El amigo Ridley, o más bien los cerca de cuatrocientos inútiles que se pusieron con el guión, quería sorprender más allá de una buena recreación del Egipto de los faraones (una que, por otro lado, ya había tenido bastante proyección con la película de Cecil B. DeMille, y con el remake que muy ufano se hizo a sí mismo), y por ello quisieron introducir cambios revolucionarios que le proveyeran de una identidad única y distinguida. La visión de Ridley Scott. La historia como nunca antes te la habían contado. Y oye, algo de eso hay.
   Moisés está interpretado por Christian Bale, un buen actor que defiende como puede un personaje que parece diseñado por Santiago Calatrava y que sólo brilla en un par de ocasiones, estando en el resto extremadamente forzado, ceñudo e insustancial, de manera que nos permita a todos fijarnos holgadamente en esa verruga ASQUEROSA que tiene en el ojo. Dios, qué HORRIBLE es la verruga de Christian Bale. Es que lo mata todo, lo destruye, elimina todo el sexappeal que podría llegar a tenery bueno, Joel Edgerton está muchísimo peor. Al margen de que Bale se le meriende en todas las escenas, lo cual sería lógico de por sí, su Ramsés es el tipo más inútil del Antiguo Egipto, un pusilánime de mucho cuidado que tan pronto abraza una pitón poniendo cara de Salma Hayek (muy violento todo) como no se entera de por qué carajo expulsan a Moisés de Egipto (en ese caso su cara es muy similar a la del público, ya que esa parte de la trama debió de escribirla Damon Lindelof una mañana que se levantó con diarrea), y destruye todo impacto dramático sosteniendo el cadáver momificado de un hijo que en realidad sabe que es un muñeco Nenuco tamaño familiar y no puede disimularlo. Los dos hermanitos, que en esta ocasión, mira tú por donde, son primos (lo cual igual tiene más rigor histórico, vale, pero le resta aún más chicha a la cosa), están enormemente desacertados en sus papeles, pero no es nada comparado con el plantel de secundarios. Esto último clama tanto al cielo que se merece un párrafo aparte, tal como se lo merece la verruga VOMITIVA de Christian Bale, pero centrémonos y montemos una ONG para que se la extirpen de una buena vez o algo.

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Aquí el amigo mirando con el perfil bueno

   John Turturro hace del padre de Ramsés y, contra todo lo que pudiera parecer, no es el que está peor; de hecho, al lado de Sigourney Weaver parece Liam Neeson. El personaje, por llamarlo de algún modo, de la teniente Ripley es uno de ésos tan ridículos y tan mal escritos que no merecen siquiera la explicación de por qué, en determinado momento de la trama, han desaparecido. La Weaver, eso sí, tiene menos cancha que otros compañeretes para fracasar, y en esto tenemos a nuestra María Valverde como Séfora. La chiquilla, que ni está tan buena ni su nariz es tan impresionante ni tiene repajolera idea de lo que es la mirada celestial, se conforma con hablar inglés mejor que Penélope Cruz, y eso es todo. Ben Kingsley anda por ahí también, ya que es oír hablar de rodar en el desierto y se pone palote, y en el puesto de honor está Aaron Paul, el Jesse Pinkman de Breaking Bad. Lo de este chico es muy fuerte eh. Los produs tampoco tenían por qué tratar de fingir que al chico no lo habían fichado sólo porque en ese momento estaba de moda, pero sí intentar que le dejaran al menos más de dos frases y de afectadísimos primeros planos, digo yo. Lo único que hace el amiguete es mirar a gente hacer cosas y chulearse de lo bien que le crece la melenita, y ni siquiera permite que podamos decir que es un actor de un solo registro (y mira que tenía ganas), porque lo que es actuar, poquísimo.

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"Pues mi papel será una mierda, pero voy a salir en las nuevas de Avatar y Cazafantasmas. Envidia que me tenéis"

   La labor del reparto es un truño, sí, pero no es culpa suya íntegramente. Como ya insinuaba, el mayor problema de Exodus es que su guión está escrito con el ojete, y de donde no hay no se puede sacar, por mucha música de Alberto Iglesias (memorable) que quiera hacer más digerible la inmundicia. Lo peor del libreto no es tanto la indefinición de los personajes o su moroso aburrimiento como lo indeciso y falto de coherencia que resulta, y la cobardía y dejadez que exhuma. Parece que la intención era reconstruir la historia de Moisés de la manera más realista posible, despojándole de todo el misticismo cristiano y valorando más psicológicamente a sus integrantes, y sí, la idea es en sí misma un despropósito, pero Dios mío, qué mal resuelto está todo además. Al principio te plantan una batalla estupendamente coreografiada contra los hiítas (o algo así) un poco por contextualizar la movida y lucir los dólares, omitiendo introducción alguna con Moisés en la cesta y conduciendo a la revelación del origen hebreo de éste (vergonzoso, en este punto, lo que hacen con el personaje de Miriam, que ha pasado de ser el corazón de El príncipe de Egipto a una pelagatos de la que Moisés se olvida en un abrir y cerrar de ojos); pero no empieza lo bueno hasta que al prota le es encomendada la misión. La zarza ardiendo no habla, sino que en su lugar lo hace un niñato que, de ser en efecto el Dios de Israel, explicaría muy clarito por qué los judíos son tan cabrones; un niñato que sólo Moisés ve, por mucho que Aaron Paul (Josué) lo intente mirando con mucha intensidad a una roca vacía y le dé mal rollito, y que por tanto podría ser una alucinación suya. Moisés esquizofrénico. Vale, compro. El tipo es humano, duda, cree que la solución está en entrenar a su pueblo militarmente para que se rebele contra el yugo egipcio y luego resulta que eso no tiene mucha salida, oye, pues nada, nadie es perfecto.

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"¡Tuve un papel más digno en Need for Speed Underground, bitch!"

   Las plagas intentan circunscribirse a este afán realista, y el tipo que hacía de Spud en Trainspotting lo explica muy clarito. Aquí no hay Dios que valga, es sólo que los egipcios están teniendo una mala suerte lamentable, ya vendrán los brotes verdes, ya. Luego a todos los primogénitos les da por morirse de repente (en una escena muy bien resuelta, la verdad), y algo falla, igual Moisés no está tan loco, igual el niñato existe de verdad y Aaron Paul está cieguísimo de crack y no se da cuenta, e igual el guión se está haciendo la puñeta a sí mismo. Hasta culminar en su propio harakiri, en su renuncia definitiva a hacer algo presentable, y asesina sin piedad el momento en que los judetas cruzan el Mar Rojo. Moisés no tiene cayado (y ya me diréis cómo va a obrar prodigios en esas condiciones), así que lo único que hace es aprovechar que la corriente les viene bien y eso, cruzar. Luego talla él mismo las Tablas de la Ley, se reencuentra con la Valverde y echan un polvete de reconciliación, pierde al niñato entre la multitud, y se acabó la peli. ¿Qué significado tiene todo? Qué sé yo. Ni siquiera salen tetas, así que como para centrarse.
   Exodus es basura, y no merece que se hable más de ella, ni que yo lo haya hecho tanto. Pero qué queréis, habrá que coger fuerzas para cuando me ponga con la tercera de El Hobbit. Ahí sí que me voy a correr.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Agencia de Información

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Parece ser que el año 2014 se está convirtiendo en el mejor año para el cine español de toda su historia, no sólo en lo relativo a los números (que en su conjunto no serán mucho mayores de los que ya afanó el estreno de Lo imposible por sí solo), ni tampoco a la calidad de lo producido. La calidad viene a ser, creo yo desde mi optimista indocumentación, la misma de siempre, la usual; lo único que ahora está empezando a ser apreciada, y en un momento que, para más inri, producir cine español no es la mejor de las opciones. Pero, como ya ocurriera en el Siglo de Oro, como siempre ha ocurrido en nuestro país, los tiempos de crisis agudizan el ingenio. 
   No tenemos más que holgarnos de ello y disfrutar de los coletazos últimos de este beatífico año que nos abandona para, probablemente, no volver. El año 2014 será el año de Ocho apellidos vascos (sobre todo, y muy bien), de La isla mínima (por su parte, y regular), de El niño (que no he tenido el placer, pues no puedo volver a ver a Jesús Castro en menos de un doce meses por prescripción médica), de Torrente 5 (porque, por una vez, no renegamos del pasado), y de, a mí me gustaría, Magical Girl. También parece que va a ser el año de Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo, esta última habiéndose añadido a última hora y abanderado una insensata tendencia, también muy española, a quemar todas las naves de una vez. Para el 2015, así las cosas, no podemos esperar de momento más que un nuevo Alatriste, y uno que ya se sabe que va a ser una porquería (sin novedad en el frente) destinada a la televisión. Yo, por mi parte, ya empiezo a añorar el 2014.

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"¡Que veáis Magical Girl, merluzos!"

   Realizar un nuevo intento de traspasar la obra de Ibáñez a la gran pantalla no sería, a primera vista, la mejor decisión a tomar en una temporada que tan satisfactoria está siendo a todas luces, al correr el riesgo del hartazgo, de la humillación comparativa y del retorno de lo rancio (que nunca nos ha abandonado, pero la taquilla siempre se apaña para disimularlo). Éste viene siendo el tercer intento de adaptación, después de dos experiencias tan interesantes y desiguales como fueron La gran aventura de Mortadelo y Filemón y Mortadelo y Filemón: Misión Salvar la Tierra. Y, siendo la tercera y presumiblemente la vencida, sus responsables no han querido continuar con sus épicas ambiciones, optando por la opresiva humildad que un título como Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo sugiere, y por la pereza y falta de riesgo del medio animado. Si no se pué, no se pué, parece querer decirnos un resignado Javier Fesser, y a continuación nos presenta la película de Mortadelo y Filemón que, por supuesto, más y mejor respeta la obra de Francisco Ibáñez. El que sea la mejor película de Mortadelo y Filemón hecha hasta ahora... bien, es otro cantar.
   Antes de desgranar la película más facilona y evidente de las catástrofes calvas congénitas, unas palabritas con respecto a La gran aventura de Mortadelo y Filemón, si se me permite. Yo soy un lector contumaz de Ibáñez, siempre lo he sido, siempre lo seré, y sus personajes y viñetas me han acompañado desde que tengo uso de memoria, no así de razón. Insistir en lo mucho que significan para mí, en la vacuidad a la que mi infancia y adolescencia se habrían visto abocadas sin ellos, no es más que un esfuerzo fútil que no atinaré a expresar medianamente por muchas palabras gonitas que emplee. Y a pesar de tan mortadelesco mi espíritu, La gran aventura de Mortadelo y Filemón me parece un prodigio cinematográfico, y una de las películas más incomprendidas del celuloide nacional. Soy consciente de que como adaptación, más allá de los diseños, del ritmo y de ciertos palabros del guión, no vale un carajo, y de que hacer a Rompetechos facha y a Mortadelo subnormal bien podría merecer un disparo en el colodrillo de los iluminados, ¿pero y qué? Es una comedia divertidísima, frenética y bañada en un costumbrismo delicioso que a mí me apabulló y maravilló lo indecible, redundando en sucesivas revisiones y memorizaciones de sus diálogos (que ya tenía mérito, al vocalizar los personajes peor que, sí, Jesús Castro). Todos los actores, incluso Benito Pocino, aquel diamante en bruto, estaban espléndidos y graciosísimos; la violencia era tan absurda como terrorífica; y la banda sonora tan cutre y descontextualizada que acababa siendo entrañable. Pero, ay, todoquisque la odia, y con tantas ganas que apenas les quedan fuerzas para odiar también aquel excremento zafio, despreciable y traicionero que es Mortadelo y Filemón: Misión Salvar la Tierra. No me voy a alargar enumerando sus numerosos desmanes, en descargo de sólo remitirme a un perro infográfico llamado "Bush" que me hizo sentir, por primera pero no última vez, vergüenza de ser español.

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"Qué mal rollo, ¿no?"

   Javier Fesser, director de aquella otra joya llamada El milagro de P. Tinto en la que todos quisieron ver, en absoluto desencaminados, la precuela de La gran aventura de Mortadelo y Filemón, vuelve a intentarlo como decíamos, y en su intento deja de lado cualquier intención de arriesgar o de dejar confluir su peculiar imaginario al cosmos ibañesco. Del Fesser castizo, cutre e inoportuno sólo ha quedado una banda sonora no original que, sí, es una pasada, y le insufla a la película una personalidad de la que otro modo carecería, sin miedo alguno a incurrir en un ridículo que no tarda en llegar. Porque puede que Filemón con Julio Iglesias como leitmotiv a sus motivaciones románticas tenga su aquel (un aquel que es la polla), pero igual que su enemigo el Tronchamulas le emule para a continuación versionar a Los Secretos, y luego incluso el cachondo de Jimmy se ponga a canturrear también, es un poco ir demasiado lejos.
   De este Fesser diluido en estilo y forma son feudo también los personajes originales, tales como el propio Jimmy o sus secuaces Mari y Trini (sic), de una vis cómica más que dudosa, así como ciertas libertades escatológicas que se toma y que quedan violentas y de pegote. Pero, por lo demás, Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo es la adaptación más fiel que imaginarse pueda, incluso pasando por alto pequeñas blasfemias como que sea Filemón el que beba los vientos por Irma, o éste resulte ser el protagonista absoluto de la función. Hándicaps que, por cierto, no molestan tanto como una secuencia de apertura alargada hasta la extenuación y que constituye un grandísimo error de cálculo, luego felizmente subsanado con la orgía de golpes, persecuciones e insultos que le siguen.

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Mortadelo y Filemón viendo el trailer del Episodio VII

   La animación, sin ser nada del otro jueves, permite a Fesser por fin meter de media tres hostias por minuto, y elaborar escenas de acción tan vistosa y adrenalítica que dejan al colosal plano secuencia de Tintín y el secreto del Unicornio en paños menores. Por si fuera poco, el doblaje de Mortadelo llevado a cabo por Karra Elejalde debería configurarse, desde este mismo instante, como patrimonio nacional. Así que sí, la película está guapa, pero llegados a este punto no estaría de más discernir si es la mejor adaptación de Ibáñez jamás hecha y de, si no lo es, determinar quién tiene ese privilegio.
   Llegué a una conclusión la misma noche después de haber visto la película de Fesser, según volvía al calor del hogar pensativo, habiéndomelo pasado teta y tarareando exultante Me olvidé de vivir, pero con un regusto amargo en los labios. Repasaba en esto la serie de adaptaciones que había visto, desde los despersonalizados capítulos de la serie de Antena 3 (meros calcos de los cómics despojados de su desquiciada velocidad) hasta el infausto momento en que a Edu Soto, entonces conocido como el Neng de Castefa, decidió enfundarse las gafas. Entonces ya tenía claro que La gran aventura de Mortadelo y Filemón seguía siendo mi película favorita de Mortadelo y Filemón, pero también sabía que no era, ni por asomo, la mejor adaptación. 
   La respuesta estaba escondida en un recodo de mi memoria, uno por supuesto dedicado a la infancia, aquella gloriosa parte de mi existencia de la que, por muchos años que fueran golpeándome, siempre iba a seguir descubriendo tesoros que no sabía ni que recordaba. Se trataba de una serie de cortometrajes agrupados con el título de Mortadelo y Filemón, Agencia de Información, estrenados a finales de los años 60 y dirigidos por un señor llamado Rafael Vara, en un tiempo en el que los legendarios personajes ni siquiera disponían de álbumes propios o aventuras largas (poco después El sulfato atómico sería publicado). En esos cortometrajes no existían ni el Súper, ni el Bacterio, ni la Ofelia, y para más inri Filemón llevaba americana, pero los personajes estaban ahí en esencia, vivos, íntegros sus caracteres, con un doblaje inconmensurable y unos guiones extraordinarios, sin nada que envidiarle a las historietas contemporáneas.
   Y ahí está mi respuesta, totalmente personal y parcialmente cegada por el truculento influjo de la infancia que se recuerda pero ya no se vive. Podrá ser acusada de reaccionaria y miope, y yo no habré de preocuparme en defenderla, optando por la más democrática decisión de sonreír con suficiencia, recostarme contra el sofá y leer el Mundial 78 por centésimodecimoquinta vez. Porque, al fin y al cabo, nunca hay mejor adaptación que la que cada uno se monta.

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