jueves, 19 de noviembre de 2015

Denis Villeneuve, o venirse totalmente arriba


Ya os lo dije. Hace años (mi memoria histórica es inconmensurable y buscar mis mierdas en Google da un inefable gustirrinín) ya os recomendé que le siguierais la pista a Denis Villeneuve. Jovenzuelo, modernete, canadiense, cara de buena persona, pocas películas en su haber, el mayor puto amo con una cámara que se os pueda ocurrir. Y, por debajo de su bonhomía, un alma atormentada para quien las oscuridades de sus coetáneas carecen de secretos: un alma transmutada en talento dionisíaco que a cada poco se deshace en estremecedoras historias con serpientes, arañas y, por supuesto, seres humanos.
   Éste es el colega. Ahora os tenéis que quedar con su cara sí o sí:

"En mis ratos libres, hago Shias LaBeoufs. Y soy mejor persona"

   ¿Y qué ha hecho el bueno de Denis para merecer tan exaltado párrafo de introducción? En caso de que no seáis los mismos lectores que hace dos años (lo cual me confundiría sobremanera) y no tengáis la menor idea de lo que carallo esté hablando, rememoraré un thriller protagonizado por Hugh Jackman y Jake Gyllenhaal llamado Prisoners del que no os suena ni que fuera estrenado porque no se dejó caer en ninguna quiniela pacotillera de febrero. Bien. Prisoners era una película modélica llamada a figurar en insignias y panteones de entre cuyos portentosos méritos, sin embargo, había uno que destacaba sobre todo lo demás: la dirección. Si eras de esos cinéfilos tímidos que no estaban muy seguros de qué querían decir cuando aseveraban que tal filme "estaba muy bien dirigido", podías recurrir a Villeneuve y a su Prisoners para que te dieran la clave gráfica y ya estarle fagocitando el manubrio al tipo durante lo que te quedara de vida (que es lo que acabaré haciendo yo, si todo va bien). Cuando meses después estrenó Enemy, una formidable y aséptica ida de olla, mi admiración por sus huesos de celuloide tampoco hubo de flaquear; luego supe que sería el encargado de dirigir la secuela de Blade runner y consiguió que por fin me importara un poquillo. Por último, poco antes de recoger el testigo de Ridley Scott aprovechando el momento del día en que le cambiaba de nombre a la secuela de Prometheus, estrenó Sicario
   Ésta no supone más que una nueva constatación de lo grandísimo narrador visual que es Denis Villeneuve. Al igual que ocurre en Prisoners y Enemy, y al igual que, supongo, en Incendies (un día la veré y consolidaré el culto), el canadiense hace unas cosas con la cámara que no creeríais, y lo mismo parece darle en esto que lo que grabe con ella sea una redada de la DEA o un bautizo en Québec: lo va a petar igual, y este hecho que me gusta llamar axioma repercute en que casi no tengan importancia sus numerosos, sobre el papel, hándicaps. Es así, Sicario no cuenta absolutamente nada nuevo, no tiene enfoques revolucionarios más allá de que la prota sea una tía (aunque creo que llamar revolucionario a eso en los tiempos de Mad Max. Fury Road es como un poco de carcas eh), y abraza la totalidad de los tópicos de su género con intensidad y total transparencia. Aquí Villeneuve no pretende engañar a nadie, pues de ser así se habría apresurado en eliminar la escena donde Benicio Del Toro dice "Bienvenida a Juárez", del guión de Taylor Sheridan. Para ahorrarse pedorretas y eso. En lugar de tal cosa, lo único que hace el tipo es dirigir. Y dirige como Dios.

Nadie como Benicio Del Toro para poner caras a lo Benicio Del Toro

   Más allá de este mayúsculo recital de planos subjetivos, panorámicas llenas de vida, cielos inmejorablemente fotografiados, pinturas barrocas en movimiento, lo cierto es que hay poco que decir de Sicario. Ni en buenos términos ni en malos. El cártel mexicano es una movida muy chunga, Ciudad Juárez el destino ideal al que irse de puente, Josh Brolin hace de capullo con chancletas, y Benicio Del Toro conserva ese carisma avasallador que no impide que cada vez que lo veamos en pantalla nos preguntemos de qué pelis más lo recordamos (a mí siempre me sale Sin City, podría ser peor). El guión de Sheridan desfila con mucho tiento por todos los lugares comunes que dé de sí la historia, se muestra especialmente prolífico en diálogos tan ásperos y cortantes que ni se dan cuenta de lo estúpidos que son (ese momento en el que abres los ojos y descubres que absolutamente todo el reparto habla como si estuviera en un tráiler de dos horas), y pocas florituras se permite más allá de una subtrama que parece no llevar a ningún sitio, luego parece que sí, luego vuelve a parecer que no, y al final oye pues sí. Anécdotas y chufas aparte: aquí la estrella no es Benicio Del Toro por mucho que diga cosas molonas sobre Dios, vacunas y ovejas; tampoco lo es Emily Blunt aunque chupe mucho plano y se esfuerce por parecer trascendente en la trama; y, por supuesto, tampoco lo es el chiquín negro que sigue a Blunt a todas partes y que llegado un momento le dice como riéndose en la cara del feminismo que "a ver si te arreglas un poco, que últimamente te estás dejando cosa mala" (es probable que Sicario hubiera sido una película mejor eliminando la totalidad de los diálogos)... aquí la única estrella total y absoluta es Denis Villeneuve, que con su indómito don se las apaña para que Sicario, con un material de partida tan endeble, suponga una experiencia cinematográfica sensacional.

El de detrás de la Blunt es el arquitecto del Titanic. Esta peli no deja de sumar puntos

   No es sólo que ya la secuencia de apertura te ponga en alerta máxima: es que a partir de ahí no te permite que te relajes un solo momento (si lo haces peor para ti; luego el infarto será más tocho). Está tan bien montado el suspense, la atmósfera, la tensión, que según acaba Sicario sólo tienes ganas de irte a casa y dormir durante días, totalmente agotado. Las dos horas, así, no se pasan volando, sino que cada minuto de ellas pesa, abruma, y no tienen por qué impedirte mirar el reloj porque, maldición, estás en el lugar más peligroso del planeta y no tienes tiempo para acordarte de que tienes un puto reloj. La palabra es absorbente. El secreto, un conglomerado pantagruélico de set pièces larguísimas y angustiosas donde los tiros a la cabeza duelen como jaquecas aunque ni siquiera veas quién se ha llevado el balazo. A este respecto, tenemos el momento de lucimiento final de Benicio Del Toro, la fascinante incursión bajo tierra y, sobre todo, el viaje del convoy por Ciudad Juárez y su posterior irrupción en un atasco.
   A efectos de relevancia, quizá Sicario no sea la película que consagre a su director frente al gran público, o frente a la Historia, pero sí contribuye a apuntalar una carrera que hoy, dos años después de Prisoners y Enemy, ya no me molestaré en calificar condescendientemente como prometedora. No. Denis Villeneuve está aquí, entre nosotros, y está on fire. Bailemos alrededor del fuego, durmamos, soñemos con ovejas eléctricas, y finalmente despertémonos más enérgicos, y aterrorizados, que nunca.

"-¿Qué había en los ordenadores de ahí dentro?
-Más tráilers de Star Wars.
-Cabrones..."

domingo, 8 de noviembre de 2015

Ponme lo de siempre


Remontémonos a cuándo se estrenó Skyfall. Hará unos tres años de eso. Adele cantaba, la gente flipaba, Bardem se ponía un peinado horrible (nada nuevo), y estaba de moda decir que la mejor película de James Bond no era otra que la que teníamos ante los ojos. Las circunstancias te empujaban a ello. Era el 50 aniversario de la marca, había varios homenajes cariñosos a filmes anteriores, y por si fuera poco la película en sí no estaba demasiado mal: se imponía seguir con la fórmula para las entregas siguientes, fuera cual fuera ésta. Dado que el 007 de Daniel Craig se reinventaba prácticamente a cada nueva aventura, tampoco había que fiarse mucho. 
   Y sin embargo, Spectre es el paso lógico. Los responsables de la saga, ésos que siguen ahí al pie del cañón diciendo que son inmunes a las modas (sin que se les caiga la cara de vergüenza), y que saben muy bien cómo tratar al personaje (cuando es evidente que no), nos han sorprendido a todos haciendo, por una vez, lo menos inesperado, y lo más facilón. Skyfall era una película valiente por llevar a Bond a sitios donde nunca antes le habíamos visto, pero su valentía tenía un límite: el mismo que se erguía musculoso y burlón al desenlace de la historia, cuando sólo faltaba que Daniel Craig llevara un sombrerete que lanzara con mucha puntería al perchero colocado allí para la ocasión. Javier Bardem con menos dientes que una rana, una Moneypenny negra, una "M" con vagina, Bond bebiendo Heineken (aún no he superado eso): sí, lo que tú quieras, Mendes, eres todo un innovador, pero al final acabas en esa misma oficinica sesentera, y "M" es un hombre, y todo vuelve a la normalidad. ¿No es así?

Aquí el nuevo jefazo viendo Quantum of Solace

   Es exactamente así. Como vivimos unos tiempos megatristes, megacutres y megavagos, tanta tontuna con hacer a Bond semejante a Jason Bourne, a Batman, o a la madre que lo parió, no ha servido absolutamente para nada. O bueno. Desde luego ha servido. Hemos tenido tiempo en estos años de pensar qué era lo que hacía a Bond ser Bond (para al instante desear que volviera a serlo), de replantearnos nuestra admiración cinéfila por un personaje que no deja de ser una filfa, y de estar hasta los huevos de la sombra de Christopher Nolan más que de Christopher Nolan en sí. Tras pensar tanto, ya iba siendo hora de que las cosas volvieran a ser como antes, y acaso disfrutáramos con mayor profundidad y experiencia de las aventuras de siempre. Spectre no es más que eso. Lo de siempre. Démosle la bienvenida.
   Ahora, enfrentémonos a un James Bond clásico con todas las de la ley, sin ninguna interferencia posmoderna que nos agüe el martini. Resultado: Spectre como gilipollez de película. Una inmensa, total, deliciosa, hilarante, rematada gilipollez. Como James Bond contra Goldfinger, Diamantes para la eternidad, Vive y deja morir, La espía que me amó, Moonraker, Goldeneye, El mañana nunca muere, Muere otro día... ¿sigo? ¿Veis por dónde voy? Ninguna de las películas mencionadas son una obra maestra, ninguno de sus guionistas va un día a escribir Memento, pero, ¿y lo divertidas que son? ¿Lo entretenidas, lo locas? Si los 2000's se revelan tan incapaces de dar con enfoques realmente innovadores en un quiero y no puedo constante y agotador, ¿por qué no rendirse y seguir empleando una fórmula de la que ya conocemos a ciencia cierta su funcionalidad? Jurassic World, la película que va a definir este siglo de mierda, es de las películas más taquilleras. De toda la historia. Y vista con frialdad (lo cual no es nada recomendable) es una vergüenza. Justo como Spectre.

Fotograma REAL de Octopussy, película nº 13 de James Bond. Pues claro que podía ser peor

   Y eso que empieza de manera algo inquietante, como aún denotando ambición, como diciendo que en esta ocasión tampoco nos vamos a librar del riesgo y la relectura. "Los muertos están vivos", reza una pantalla en negro al principio, dándonos ya la clave: Si los muertos están vivos, es que nunca han estado muertos. Si acaso, de parranda. Por obra y gracia de, concretamente, el mismo Día de los Muertos mexicano que Bond se recorre en falso plano secuencia porque puede. Sea este prólogo, intenso, modélico, poderosísimo (desde ya el mejor de toda la saga), testamento de esta grisácea era que nos deja. Sorprenda por su agresividad, sea saboreada su contundencia, se deleite uno con su hieratismo (quince minutacos prácticamente mudos). Soslayemos unos créditos iniciales tan pasados de rosca como se suele que, esta vez, no cuentan con un colchón musical a la altura (muérete, Sam Smith, y si no te hace al menos cómprate unos testículos), y, ahora sí, que comience el auténtico carnaval. De nuevo, con zombies, calaveras, y moribundos de asombrosa energía.
   Poco se puede decir sobre Spectre que no se pueda decir de las pelis de Bond clásicas (sí, Casino Royale ya es por méritos propios una de ellas, pero muy a su bola). Bond dice chistes malos. "M" se enfada con él para luego reconciliarse porque sabe que es su mejor agente. "Q" le da los cacharritos y se mosquea pero en plan de buenrro con lo de en cada misión se los descuajeringue. Una chica Bond sale en dos escenas, en una de las cuales Bond le inserta la Beretta, para luego perderse en el olvido (lástima que le haya tocado a Monica Bellucci ser esta chica Bond). Otra le dura un poquillo más y parece que le cae simpática y todo (Léa Seydoux definiendo la follabilidad a cada cosa que hace). Aparece también un secuaz fuertote y callado (Dave Bautista) que tiene más química en pantalla con Bond que la chica de antes. Localizaciones variadas, idílicas y multitudinarias a lo largo del mundo, a escena de acción intrascendente por localización. Un villano, por último, caricaturesco y sobreactuado; nadie mejor que Christoph Waltz acabando por confirmar que únicamente tiene un registro (supongo que le darán otro Oscar) para la labor. 

No hay tipo con más jeta que éste. Y, aún así, vamos a seguir amándole hasta que muramos

   Éstos son algunos de los ingredientes, y la película sería la perfección si no tuviera más. Por desgracia, durante el rodaje Daniel Craig se ponía muy melancólico en los descansos recordando los días en que era un actor relevante, y vieron que el tipo no daba más de sí, y decidieron que Spectre sería su último Bond. Por tanto, los guionistas se pusieron a jugar a cerrar tramas que ni sabíamos que estaban abiertas (¿os acordáis del señor White?, yo tampoco), y a empeñarse en que Casino Royale había sido la base de un arco narrativo que con este último filme alcanzaría su final. Y no, no cuela demasiado la verdad. Hay multitud de diálogos infumables que nos lo intentan explicar, Christoph Waltz se viene muy arriba insistiendo en que "yo estaba detrás de todo", e incluso aparece un colás muy majo con fotos recicladas del Tuenti en cierto momento de la proyección. Nadie, absolutamente nadie, se cree nada. Pero bueno.
   Este esfuerzo fútil, que podría pasar por agridulce, se compensa con eso que tan dura nos la pone a los cursis vástagos del nuevo siglo. ¡NOSTALGIA! ¡Kilos y kilos de NOSTALGIA! ¡Homenajes, guiños, barriles llenos de NOSTALGIA! Y no sólo de la evidente, de la genérica que hay que incluir sí o sí porque todos hemos de tener claro que no ha habido ni habrá nunca un Bond tan guachi como Sean Connery; es que Spectre homenajea hasta al Bond de Brosnan, sobre el que los puristas se cagan tanto. Al Bond de Brosnan. ¿Os dais cuenta de la genialidad que es eso? A Spectre se la sopla todo. 
   En su argumento también encontramos una visión comprometida frente a la sociedad hipervigilada en la que vivimos, con la paranoia Snowden y tal, y aunque se plantee de manera correcta tampoco nos lo tragamos. ¿Qué es eso, Spectre? ¿Estás tratando de ser una peli seria? Anda, tonti, relájate y muéstranos la base secreta esa tan guapa donde viven los malosos. ¿Ves qué bien? Qué pocas bases secretas de malosos hay en el cine actual y qué necesarias son, diantre.
   Total, que una peli cojonuda. Desde la genial Casino Royale se nos ha venido prometiendo que James Bond volvería. Ha tardado tres entregas, pero, finalmente, lo ha hecho.

"¡Os veré en el infierno, hijos de puta!"