lunes, 23 de julio de 2012

Crónica de una decepción anunciada


Hace cuatro años entré en una sala a ver una película de superhéroes. Era lo que tocaba, vacaciones, playa, marisco, por qué no dedicarle una tarde a ir a un multicine de centro comercial, a distraer las neuronas, a disfrutar del producto hollywoodiense de turno donde las tortas, las explosiones y las frases testosterónicas estuvieran a la orden del día, justo como a todos nos gusta. Por entonces no conocía a Ingmar Bergman, y era mucho más feliz. El Caballero Oscuro. Sí, es la continuación de ésa de Batman que explicaba su origen, no estaba mal, recuerdo que la vi y me gustó. Salía Qui-Gon-Jinn, pero ése no era su nombre. Y en ésta parece que sale el Joker, y el Joker tiene gancho (aunque por entonces tampoco conociera al Joker, al verdadero Joker). El resto, como se suele decir para ahorrarse palabras y grandilocuencias por otro lado necesarias, es historia. 
   No me lo esperaba, vaya. No me imaginaba al pagar, en ademán sucinto, las entradas, que fuera a visualizar en lo sucesivo una película tan buena, que trascendiera no sólo a su original comiquero sino al propio cine que nos la ofrecía como exuberante presente, ya fuera dentro del género superheroico (lo que tampoco era muy difícil) o dentro del policíaco (superando con facilidad pero con respeto al portentoso Heat de Michael Mann, al que no dejó de recordarme durante toda la proyección). A la propia vida, a la filosofía más de andar por casa pero más eficaz, a la arraigada creencia de "¿Pero Batman no era un mierda? ¿Que no tenía superpoderes, que era gay, que poseía la patente del batspray-antiburones?". Pues toma. Ahí lo llevas, la mejor película de superhéroes de la historia, muy por delante de Watchmen, Spider-Man 2 o Los Vengadores. Sin spray antiburones y sin el tocapelotas de Robin (jijijiji, tiene gracia porque es gay). Christopher Nolan, por si alguien no lo sabe aún, es Dios. Alabadle. Difundid su palabra.
   Hete aquí que, una vez frotados y refrotados nuestros ojos tras la proyección, sin podernos creer del todo la maravilla que éstos habían presenciado, faltaba finalizar la trilogía (cómo no, era una trilogía). Pasaron cuatro años, en un intermedio de los cuales nació Origen, una nueva obra maestra, y nuestro estimado director se estrujó paulatinamente los sesos en busca de un digno cierre para la saga, que al menos estuviera a la altura de El Caballero Oscuro, la cual le salió, para qué nos vamos a engañar, demasiado bien. Aún así, Nolan es Nolan. Diseñó en su momento aquella obra de relojería suiza llamada Memento y, joder, había que confiar en él. Por más que Heath Ledger hubiera muerto y su ausencia en la siguiente entrega se sintiera incluso antes de ir a verla. 
   Creedme que me resultaría mucho más satisfactorio, y menos doloroso, limitarme en el presente artículo a homenajear El Caballero Oscuro, a perderme en el luminoso halo de sus virtudes en lo que obviase, porque tampoco tendría ganas de buscar, sus defectos. En su lugar, acabo de ver la última entrega de la saga, ya sabéis su perezoso nombre (añadamos el subtítulo La Leyenda Renace y busquemos desde ya su epicidad, en lo que intentamos averiguar qué diantre significa "rises"), y me siento en el deber anónimo e inoportuno de criticarla, y de ofrecer mi opinión sibarita a ese espectro misterioso y mudo que componen, como quienes no quieren la cosa, mis lectores.


   ¿Es La Leyenda Renace una mala película? Rotundamente no. De hecho, valorada globalmente supone lo mejor que he visto este año en una pantalla de cine (por mucho que molaran Los Vengadores). Tres horas inadvertidas de puro espectáculo, emocionante, emotivo, transgresor, el cierre que toda saga quisiera ostentar. Sin embargo, tiene sus fallos, y algunos bien gordos. Y eso omitiendo el mayor problema de todos, que es tener la presencia sardónica, consciente de su propia superioridad, de la anterior película detrás de ella. Por si os lo estáis preguntando, que no creo, La Leyenda Renace no es, ni por asomo, mejor que su predecesora. Ni de coña. Pero eso ya nos lo imaginábamos, ¿verdad?
   Para empezar, y salvando la introducción del villano de turno (que no llega a ser tan impactante como la del Joker por mucha pirotecnia y mucho Meñique que aparezca dándole la réplica a Bane), los primeros compases de la película son desastrosos. Aparece el intrépido John Blake (qué huevos tiene su personaje, sí señor, y qué bien me cae Joseph Gordon-Levitt) demostrando ser mucho más inteligente que el cuerpo de policía de Gotham al completo, incluyendo a Gordon; el nuevo personaje de acento raro interpretado por Marion Cotillard dando el coñazo con un curioso programa ecologista (??); Michael Caine con un Alfred más llorón de lo que recordaba pero con el carisma de siempre... Todo muy atropellado y confuso, pareciendo que Nolan no sabe encontrar el equilibrio apropiado para las tramas de cada personaje (y hay muchos). Como consecuencia, se nos introduce el personaje de Selina Kyle (Catwoman, pero nadie menciona su alias en ningún momento) un poco porque sí, para que luzca palmito Anne Hathaway y se insinúe no sé qué dilema moral que tiene; entre medias Christian Bale sin mucho que hacer, como gritando "¡Eh, que soy Batman, hacedme caso, nanananana!". Unos cuarenta minutos calamitosos, que encima incluyen una escena de acción resuelta de manera nefasta. Eso sí, Bane lo parte, con esa voz que impone incluso doblada al castellano, y que casi nos hace olvidar al Joker. Casi.

"Yo también salía en Origen, pero llevo máscara porque no soy tan guapo como Joseph o Marion"

   Es con el primer enfrentamiento entre Batman y Bane cuando todo remonta, y de qué manera. Pasando por alto lo estupendamente rodada que está dicha secuencia, que consigue que nos retorzamos de dolor, los siguientes minutos son épica pura. Bane nos muestra su plan, y con él los mejores momentos de la película, cuando un cúmulo de fatalidades van tomando forma ante nosotros, que, impotentes, abrimos mucho los ojos y balbuceamos: "Hay que ver la que está armando este cabrón". Y, entretanto, en un pozo gigante en medio de la nada, la leyenda renace, así de simple. Sublime. Momentos que, por sí solos, parecen rivalizar con los mejores de El Caballero Oscuro. Y eso es decir mucho, amigos.
   Llega el clímax que, como es muy propio en Nolan, se acerca a la hora de metraje, aproximadamente. Se nos muestra toda la acción imaginada y exigida para tratarse del final de una saga, rodada con brío y tensión, cada personaje mínimamente relevante con su minuto de lucimiento (algún que otro ridículo, como el protagonizado por Matthew Modine, que no logra inyectarle profundidad a un personaje plano y funcional por mucha cámara que chupe). Todo el mundo dándose de hostias, y enmedio de todo, lo que nos interesa, el combate final entre Batman y Bane. Y justo entonces, cuando suspiras extasiado, el aliento esquivo, hay cosas que consideras mejorables pero bueno, estás viendo una obra maestra, LA CAGAN. A Christopher Nolan le entra el "síndrome de Shyamalan" (¿a que parece que existe realmente?), y pretende dejar al público con la boca abierta en base a un giro argumental estúpido y efectista que a mí, personalmente, me hizo cagarme en todo lo cagable, desde la serie de los 60 hasta Joel Schumacher pasando por los uniformes con pezones. Horrible, no tanto por la sorpresa sino porque, esto supongo que es ¡SPOILER!, hunden de esta manera al personaje de Bane en la inmundicia, sin que tenga, llegados a este punto, la más mínima posibilidad de perfilarse como un digno sustituto de Heath Ledger y su risa histriónica.

¿Qué? Está buenísima. Había que poner una foto suya.

   Pasado este mal trago, queda el final. Y es el esperado y esperable, con alguna que otra sorpresa (compartiendo Batman y el comisario Gordon uno de los mejores momentos de la saga, que en verdad consiguió que se me asomara el lagrimillo). Llegan los títulos de crédito, la machacona música de Hans Zimmer sin haber dejado de sonar durante toda la velada (bueno, salvo en dos momentos puntuales, y curiosamente, dos sublimes); la trilogía definitiva de Batman ha concluido, y para siempre quedará como la mejor saga que se ha hecho nunca sobre un superhéroe, o sobre lo que sea el hombre murciélago. 
   Y ahora, en el final, horas después de haberla visto, únicamente me queda comprender que nunca esperaré con tanto interés infantil, tanto nerviosismo inocente, tanta fe genuina en la magia del cine, ninguna otra película. Jamás volveré a tachar los días en el calendario en pos de alcanzar la fecha del estreno, ni a contener infructuosamente mi interés por consultar alguna crítica en los medios de no haber podido verla antes. No volveré a creer, en fin, en el cine actual de un modo tan beato, tan ferviente, tan insensato. Aunque, hace cuatro años, un hombre consiguió que lo hiciera, y ese mérito no se lo quita nadie, ni siquiera él mismo. 
   Gracias, señor Nolan. Pese a todo, gracias. 

martes, 10 de julio de 2012

Amazing que te cagas, energy


Al final fui a ver The Amazing Spider-Man. Aun cuando desde un principio la nueva y genuina propuesta de Hollywood se me presentó como una cosa innecesaria, irritante y carente de la más mínima vergüenza, a lo largo de la temporada leí algunas cosas que me fueron agradando: Andrew Garfield como el nuevo protagonista, aquel actor talentoso y simpatiquete que ya consiguió conmovernos en La red social; Marc Webb como el nuevo director, con la encantadora (no hay otro adjetivo posible) 500 días juntos suponiendo un inmejorable precedente; y Emma Stone como la nueva protagonista, que está tó buena. Todo son mejoras, sin duda. Y, a continuación y para fundamentar si esto es verdad o no, pasemos a las comparaciones, tanto odiosas, como inevitables (los gerifaltes de Hollywood se lo han buscado), como divertidas. 
   Tobey Maguire. El chico no era mal actor, qué va, pero cuando lloraba, o se enfurecía, o se las daba de malote (por mucho flequillo emofílico que se dejara), inspiraba bastante vergüenza ajena, cosas de su físico. Sam Raimi. Este director, adelanto, sigue siendo el responsable de la mejor entrega de la franquicia, que no es otra que Spider-Man 2, pero claro, también hizo Spider-Man 3, que no sólo es, con mucho, la peor de ésta, sino un bodrio infumable por méritos propios, tan enormérrimo y desvergonzado que consigue hacernos creer que los pezones en los trajes de Batman y Robin hacían hasta gracia. Y Kirsten Dunst. Un poco como Tobey Maguire. No era mala en lo suyo (de hecho, siempre que se ha mantenido alejada de Sofia Coppola ha hecho actuaciones muy solventes, como en Eterno resplandor de una mente inmaculada), pero en la saga de Raimi estaba sosísima y su personaje daba bastante pena, partiendo del hecho de que EN TODAS LAS PELÍCULAS la secuestraba el pirado de turno y le hacía chillar cual gorrinico sensiblón.
   Pero la saga es la que es. Por muchos fallos que ostentara, fue nuestra saga de Spider-Man. Todos la vimos en el cine en su momento, no han pasado ni diez años, y a todos nos gustó (por mucho chaquetero que ande suelto ahora mismo diciendo lo contrario). Todos nos emocionamos con la primera muerte del Tío Ben, a todos nos destrozó los nervios aquel Willem Dafoe interpretado por el Duende Verde, todos nos quedamos sin aliento con esos primeros balanceos por la ciudad de Nueva York. Por mucho que la nueva de Spider-Man (tachado de amazing para la ocasión por si las moscas... o por si las arañas más bien, jijiji) sea una buena película, el recuerdo de la saga original pesa. Bien es verdad que han estado avispados y han corregido varios de los defectos que aquejaron siempre las películas de Sam Raimi, empezando y acabando por un protagonista mucho más carismático (por fin, éste suelta sobradas como un descosido para reírse de los malos, y nosotros con él). Sin embargo, en lo que respecta al villano de turno... ¿El Lagarto? Vale que su genésis está muy lograda, por cómo se enlaza como la del propio Spidey, pero es prácticamente lo único bueno que tiene. El actor, Rhys Ifans, no puede ni soñar en compararse con Dafoe, que trabaja con Lars von Trier porque está loquísimo, bien, vale, lógico, pero es que ni siquiera el diseño de su alter-ego infográfico convence (¿qué costaba ponerle un hociquito reptilesco?, así tan chato parece un Hulk al que por fin le ha crecido en proporción el paquete). Ni tampoco lo hace su trasfondo, de explicación esquiva y nefasta, teniendo partes de esquizofrénico, megalómano incomprendido, y telépata para con las lagartijas. Un villano infame, con un plan absurdo digno de una película de James Bond, o de la lúcida mente de Doofenshmirtz. Suspenso.

"¿Por qué poner una foto del bicho ese pudiendo ponerme a mí?"

   Y no sale J. J. Jameson. Ni Harry Osborn, ni Norman Osborn (coño, que por lo visto tiene cáncer, pobrecico), ni siquiera un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Los chaqueteros argüirán con ánimos renovados que el guionista ha optado por centrarse en otras cosas, como en la historia de amor y la condición marginada e incomprendida de Peter Parker. Estoy de acuerdo (de hecho, hay una gran química entre Andrew Garfield y Emma Stone, y su relación está retratada con acierto y espontaneidad, cosa esperable tratándose de Marc Webb), pero no me basta eso de que "ya se verá en la secuela". Sam Raimi lo mostró todo con naturalidad y sin agobios en la primera entrega, y también consiguió proveernos de una muerte de Tío Ben infinitamente más conmovedora que la que acá protagoniza Martin Sheen, la cual abre una trama secundaria que ni siquiera concluye de manera satisfactoria. Suspenso reiterado.
   No me interpretéis mal. The Amazing Spider-Man está bien, pero no logra escapar de su consideración preconcebida de "nueva estrategia de Hollywood para monopolizar la industria paliando su falta de ideas"; es el único problema. Si no tuviera las dos primeras de Sam Raimi tras de sí, estaríamos hablando de una de las mejores adaptaciones de un cómic que se han hecho nunca, pero las tiene, y por tanto va a tener que lidiar con mucho listillo (como yo) al que le falte tiempo para sacarle los colores. Así son las cosas. 
   Queda como un agradable entretenimiento, lindando lo emotivo en momentos puntuales, muy bien dirigido y actuado (por muy contradictorios que sean ciertos caracteres, como el Capitán Stacy y el ya citado Curt Connors, AKA El Lagarto), y con escenas de acción muy vistosas, que no obstante nunca llegarán a sorprender tanto como las de la primera película, ni a igualar las de Los Vengadores, que está demasiado reciente en nuestra impresionable memoria.

¡La tía May es la madre de Forrest Gump! ¡Eso sí que es "amazing"!

   Acabando, ilustraré el problema de la película con un simple y, creo, revelador dualismo. En Spider-Man, de Sam Raimi, quedará siempre para la Historia del Cine, por méritos propios y por haber sido parodiada en Los Simpson, la escena del beso bajo la lluvia entre Peter y Mary Jane. En The Amazing Spider-Man, de Marc Webb, en cambio, nos va a costar un poco más encontrar una escena tan icónica y potente como ésa. ¿Podríamos considerar como tal aquélla en la que el trepamuros está encaramado en la fachada de un edificio, ebrio de poder y euforia superheroica, y es sorprendido por una llamada de Tía May encomendándole que compre unos huevos? Pues va a ser que no, sintiéndolo mucho.
   La jugada no te podía salir bien, señor Webb. Ya te lo imaginabas, seguro, y ni siquiera un cameo de Zoey Deschanel te podría haber salvado. Pero buen intento, ¿eh?