martes, 10 de julio de 2012

Amazing que te cagas, energy


Al final fui a ver The Amazing Spider-Man. Aun cuando desde un principio la nueva y genuina propuesta de Hollywood se me presentó como una cosa innecesaria, irritante y carente de la más mínima vergüenza, a lo largo de la temporada leí algunas cosas que me fueron agradando: Andrew Garfield como el nuevo protagonista, aquel actor talentoso y simpatiquete que ya consiguió conmovernos en La red social; Marc Webb como el nuevo director, con la encantadora (no hay otro adjetivo posible) 500 días juntos suponiendo un inmejorable precedente; y Emma Stone como la nueva protagonista, que está tó buena. Todo son mejoras, sin duda. Y, a continuación y para fundamentar si esto es verdad o no, pasemos a las comparaciones, tanto odiosas, como inevitables (los gerifaltes de Hollywood se lo han buscado), como divertidas. 
   Tobey Maguire. El chico no era mal actor, qué va, pero cuando lloraba, o se enfurecía, o se las daba de malote (por mucho flequillo emofílico que se dejara), inspiraba bastante vergüenza ajena, cosas de su físico. Sam Raimi. Este director, adelanto, sigue siendo el responsable de la mejor entrega de la franquicia, que no es otra que Spider-Man 2, pero claro, también hizo Spider-Man 3, que no sólo es, con mucho, la peor de ésta, sino un bodrio infumable por méritos propios, tan enormérrimo y desvergonzado que consigue hacernos creer que los pezones en los trajes de Batman y Robin hacían hasta gracia. Y Kirsten Dunst. Un poco como Tobey Maguire. No era mala en lo suyo (de hecho, siempre que se ha mantenido alejada de Sofia Coppola ha hecho actuaciones muy solventes, como en Eterno resplandor de una mente inmaculada), pero en la saga de Raimi estaba sosísima y su personaje daba bastante pena, partiendo del hecho de que EN TODAS LAS PELÍCULAS la secuestraba el pirado de turno y le hacía chillar cual gorrinico sensiblón.
   Pero la saga es la que es. Por muchos fallos que ostentara, fue nuestra saga de Spider-Man. Todos la vimos en el cine en su momento, no han pasado ni diez años, y a todos nos gustó (por mucho chaquetero que ande suelto ahora mismo diciendo lo contrario). Todos nos emocionamos con la primera muerte del Tío Ben, a todos nos destrozó los nervios aquel Willem Dafoe interpretado por el Duende Verde, todos nos quedamos sin aliento con esos primeros balanceos por la ciudad de Nueva York. Por mucho que la nueva de Spider-Man (tachado de amazing para la ocasión por si las moscas... o por si las arañas más bien, jijiji) sea una buena película, el recuerdo de la saga original pesa. Bien es verdad que han estado avispados y han corregido varios de los defectos que aquejaron siempre las películas de Sam Raimi, empezando y acabando por un protagonista mucho más carismático (por fin, éste suelta sobradas como un descosido para reírse de los malos, y nosotros con él). Sin embargo, en lo que respecta al villano de turno... ¿El Lagarto? Vale que su genésis está muy lograda, por cómo se enlaza como la del propio Spidey, pero es prácticamente lo único bueno que tiene. El actor, Rhys Ifans, no puede ni soñar en compararse con Dafoe, que trabaja con Lars von Trier porque está loquísimo, bien, vale, lógico, pero es que ni siquiera el diseño de su alter-ego infográfico convence (¿qué costaba ponerle un hociquito reptilesco?, así tan chato parece un Hulk al que por fin le ha crecido en proporción el paquete). Ni tampoco lo hace su trasfondo, de explicación esquiva y nefasta, teniendo partes de esquizofrénico, megalómano incomprendido, y telépata para con las lagartijas. Un villano infame, con un plan absurdo digno de una película de James Bond, o de la lúcida mente de Doofenshmirtz. Suspenso.

"¿Por qué poner una foto del bicho ese pudiendo ponerme a mí?"

   Y no sale J. J. Jameson. Ni Harry Osborn, ni Norman Osborn (coño, que por lo visto tiene cáncer, pobrecico), ni siquiera un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Los chaqueteros argüirán con ánimos renovados que el guionista ha optado por centrarse en otras cosas, como en la historia de amor y la condición marginada e incomprendida de Peter Parker. Estoy de acuerdo (de hecho, hay una gran química entre Andrew Garfield y Emma Stone, y su relación está retratada con acierto y espontaneidad, cosa esperable tratándose de Marc Webb), pero no me basta eso de que "ya se verá en la secuela". Sam Raimi lo mostró todo con naturalidad y sin agobios en la primera entrega, y también consiguió proveernos de una muerte de Tío Ben infinitamente más conmovedora que la que acá protagoniza Martin Sheen, la cual abre una trama secundaria que ni siquiera concluye de manera satisfactoria. Suspenso reiterado.
   No me interpretéis mal. The Amazing Spider-Man está bien, pero no logra escapar de su consideración preconcebida de "nueva estrategia de Hollywood para monopolizar la industria paliando su falta de ideas"; es el único problema. Si no tuviera las dos primeras de Sam Raimi tras de sí, estaríamos hablando de una de las mejores adaptaciones de un cómic que se han hecho nunca, pero las tiene, y por tanto va a tener que lidiar con mucho listillo (como yo) al que le falte tiempo para sacarle los colores. Así son las cosas. 
   Queda como un agradable entretenimiento, lindando lo emotivo en momentos puntuales, muy bien dirigido y actuado (por muy contradictorios que sean ciertos caracteres, como el Capitán Stacy y el ya citado Curt Connors, AKA El Lagarto), y con escenas de acción muy vistosas, que no obstante nunca llegarán a sorprender tanto como las de la primera película, ni a igualar las de Los Vengadores, que está demasiado reciente en nuestra impresionable memoria.

¡La tía May es la madre de Forrest Gump! ¡Eso sí que es "amazing"!

   Acabando, ilustraré el problema de la película con un simple y, creo, revelador dualismo. En Spider-Man, de Sam Raimi, quedará siempre para la Historia del Cine, por méritos propios y por haber sido parodiada en Los Simpson, la escena del beso bajo la lluvia entre Peter y Mary Jane. En The Amazing Spider-Man, de Marc Webb, en cambio, nos va a costar un poco más encontrar una escena tan icónica y potente como ésa. ¿Podríamos considerar como tal aquélla en la que el trepamuros está encaramado en la fachada de un edificio, ebrio de poder y euforia superheroica, y es sorprendido por una llamada de Tía May encomendándole que compre unos huevos? Pues va a ser que no, sintiéndolo mucho.
   La jugada no te podía salir bien, señor Webb. Ya te lo imaginabas, seguro, y ni siquiera un cameo de Zoey Deschanel te podría haber salvado. Pero buen intento, ¿eh?

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