miércoles, 30 de abril de 2014

Apocalípticos e integrados

Lo cierto es que parecía destinado a odiar Ocho apellidos vascos, constituyendo una suerte de hype a la inversa que hace un par de días no tenía pensado acabar de desentrañar hasta que no encontrara la copia a mínima calidad de turno en Internet, pasara el tiempo que pasara, y descubriera así a qué venía tanto alboroto y alborozo. Como hice con 3 bodas de más, e hice tan bien (pagar por ver esa chufa hubiera sido demasiado perjudicial para mi economía doméstica), y como no hice con ¿Quién mató a Bambi?, e hice tan mal. Pero la gente se ha puesto muy pesada con la nueva película de Emilio Martínez-Lázaro (un señor al que siempre he guardado cierto rencor por haberle metido a Willy Toledo la idea de que podía hacer como que cantaba sin consecuencias legales), ésa es la verdad. Extremadamente pesada. 

"¡Pues La Internacional la canto de puta madre, cerdo fascista!"

   Raro será el día en que no me levante, me meta al Twitter y me informe de un nuevo récord en taquilla que ha batido la peliculita de marras. Que nadie recuerde que la gente hace cola para verla, que la aplaude al acabar y que pocas veces se ha reído más. Que es la película española más taquillera de la Historia. Que van a a hacer una secuela llamada Nueve apellidos catalanes (en principio solo una, pero preveo un agotamiento autonómico de importancia). Que qué genio que es Dani Rovira. Y así. No hablamos de un boca a oreja, sino más bien de un llevarte agarrado de la oreja al cine o te parten la boca, desgraciao. Acabáramos, que cuando mis padres fueron a verla y al volver exhibieron una ruidosa pasión por el séptimo arte nunca antes presenciada (que ni llegaron a esbozar durante aquella ocasión en que les obligué a ver Ciudadano Kane y me pusieron cara de póker los cabrones, y luego el raro soy yo, ¿sabes?), pensé que esto ya había llegado demasiado lejos. Pues vayamos al cine y odiémosla con motivo, ¿no? 
   Pero últimamente las cosas no me van bien, hasta el punto en que ni siquiera puedo odiar las cosas que me gustaría odiar, ni puedo abanderar mi rabiosa independencia de criterio sin sentirme un hipócrita. Que sí, que me gustaría que me gustara Ingmar Bergman, que me hubiera gustado entender Enemy, que ojalá me gustara Wes Anderson lo suficiente como para que no quiera, no sé, pegarle o algo. No puede ser, sin embargo, y estoy condenado a ver una película como Ocho apellidos vascos, una comedia fundamentada con buscada exclusividad en los estereotipos patrios, y a que me distraiga y me haga reír puntual y prudentemente. Mi vida es una mierda. 

Aquí el señor Bergman portando su característica chapela. Él era muy  de eso

   Voy a dejar en esto la aflicción de intelectual wannabe para centrarme en la crítica propiamente dicha, que no será ni la mitad de mala de lo que me hubiese gustado, como os habréis estado imaginando. Ocho apellidos vascos es una comedia romántica tan agradable como insustancial, tan divertida como anecdótica, y tan correcta como perezosamente bien hecha. No hay nada grandioso en ella (nada que la haga merecedora de un Goya, o ni tan siquiera un Premio Feroz), pero tampoco hay nada particularmente malo. Algunas situaciones son hilarantes, otras extremadamente tópicas. Algunos chistes funcionan y me río, otros no lo hacen, no me río, pero la sala entera sí lo hace, y de modo ensordecedor, y noto algunas miradas asesinas que me identifican como un bicho raro, y yo me siento superior en un plano intelectual y cinéfilo, y todos contentos, y aquí paz y después gloria. Vamos, que entre unas cosas y otras no me lo he pasado nada mal durante el visionado.
   Más allá del hecho de que Ocho apellidos vascos tenga gracia o no (en mi opinión no es para tanto y sólo logra bordear la ocurrencia cada cierto tiempo), que no deja de ser algo subjetivo y supeditado a que, sí, igual estoy un poco amargado y tengo sobrevalorada Ciudadano Kane, no puedo eludir la cuestión de si es una buena película o no, porque, sinceramente, creo que lo es. No será la mejor película, ni la más memorable (insisto, para el que esto suscribe, apodado Lord Aguafiestington por sus amigos imaginarios), pero no es mala. Hay intención de contar una historia amable, sencilla, sin ambiciones transgresoras o vanguardistas, y por hacerlo del modo, también, más sencillo posible, pero eficaz. Si para ello tienes que recurrir a los tópicos más rancios de la iconografía española, pues olé. 


   Así, la originalidad no brilla por su ausencia, porque ni está ni se la espera. Con plantarte una típica y entretenida historia en tres actos de chico conoce a chica culminada en un final feliz de manual a sus responsables les es suficiente, y no necesitan más para petarlo. Que sí, que igual el personaje de Carmen Machi no viene a cuento de nada y queda descolgadísimo, que igual Karra Elejalde sobrepasa los límites de la caricatura, que igual los amigos de Dani Rovira son pesadísimos y no aportan absolutamente nada, que igual todo se va volviendo más delirentamente casposo a medida que pasan los minutos... pero oye, ¿qué más da? Aquí hay suficientes diálogos chorra, chistes fáciles e interpretaciones carismáticas (toda una sorpresa lo de Dani Rovira, verdaderamente) como para que a todo el mundo le den un poco igual estas cosillas. Hasta a mí.
   Igualmente, da igual que la dirección de Emilio Martínez-Lázaro sea más plana que Lupita Nyongo (la mujer más bella según los HOMOSEXUALES de la revista People) o que el guión de Borja Cobeaga y Diego San José sea un dechado de nociones previsibles y facilonas. Si esto le da igual a 6,5 millones de espectadores, es una chorrada que desde mi chufiblog me enfrente a todos ellos y diga que Ocho apellidos vascos es una mierda. Porque, además, no lo es.

Si salen hasta Los del Río, ¿cómo no le va a gustar a alguien?

   Así que no voy a ponerme reivindicativo, ni a lamentar por último que todos hayan preferido ver esta película antes que, qué sé yo, Frances Ha. Ocho apellidos vascos tiene tanto éxito, en resumen, porque gusta, porque vas y pasas un rato agradable, y no tiene más misterio. Quienes quieran ver conspiraciones sospechosas en todo esto, o piensen que simplemente lo que pasa es que la mayoría de los españoles de buen cine no tiene ni puta idea, es muy probable que sean los mismos que entendieron el final de Enemy
   Recomendada para todos los que no la hayan visto aún, de existir dicho colectivo. Y que viva España, ahivalahostia.

lunes, 21 de abril de 2014

Una gran infancia conlleva una gran responsabilidad

Es ocasionalmente odioso cómo la dualidad a la que mi juicio artístico ha estado sometido desde siempre, y que no es otra que la difícil convivencia de un criterio más o menos serio y lógico junto a una inabarcable frikeidad, es odioso, digo, cómo sigue determinando mis inversiones y elecciones cinematográficas. Una dualidad que en última instancia siempre se acaba decantando por la frikeidad de marras, a la que tengo más cariño y afición por ser la originada en lecturas infantiles y adolescentes que hicieron una vez de mí un chaval feliz, sin barba, pero feliz. Y, a causa de este fallo en la balanza, vi The Amazing Spiderman, así como vi El Hobbit. La desolación de Smaug, así como he visto The Amazing Spiderman 2 y veré El Hobbit. Partida y relleno, y poco después, Star Wars. Episodio VII. Todo para, llegado el momento, divertirme de lo lindo poniéndolas a parir a todas ellas, así como despreciándolas desde su propio origen. En resumen, la pregunta no sería "¿Qué necesidad había de un reinicio de la saga del trepamuros?", sino, "¿Qué necesidad tenía yo de verlo?".


   Así las cosas, hace dos años fui al cine con la intención de fusilar sin contemplaciones la película de Marc Webb, cosa que acabé haciendo en mayor o menor medida, con más o menos razón. Una película que, pese a no ser ni mucho menos la peor peli de Spiderman de la Historia (para eso ya tenemos Spiderman 3 de Sam Raimi, y espero por mi salud cardiovascular que siempre la tengamos), no prometía demasiado de cara a una secuela. Y, teniendo en cuenta que la justificación de muchos de sus fallos cabía hallarlas en el plan de dicha secuela, ya tenía delito la cosa, ya.
   Pero he acabado viendo en un cine The Amazing Spiderman 2. El poder de Electro, después de sopesar juiciosamente la alternativa de meterme a ver El tour de los Muppets y contentarme con disfrutar de la spiderpeli por Internet (no descargada, malpensados, sino en base a los sucesivos trailes de 20 minutos que por ahí campan). Y la cosa no ha estado mal. Nada mal. De hecho, lo mejor que se puede decir de esta secuela es que compensa plenamente los fallos que atesoraba su antecesora, y, más aún: The Amazing Spiderman 2 es el Spiderman 3 de la trilogía original que estábamos esperando, y el que los fans de las dos primeras partes de ésta nos merecíamos.
   Por muchas malas expectativas que el estreno del film hubiera podido ir transmitiendo a lo largo de los meses (como la sonora eliminación del personaje de Mary Jane del metraje, la acumulación de súpermalosos o los ya mencionados y saturadores trailers, que parecían gameplays del nuevo juego de Activision), hay que reconocer que Marc Webb nos ha acabado plantando una aproximación muy digna a la legendaria figura del que, por si hay alguien que no lo sepa, es el mejor y más completo superhéroe de todos los tiempos (y no sólo habla por mí ese chavalín sin barba que mencionaba al comienzo del artículo). Una película que sabe exactamente adónde quiere llegar y que es consciente de sí misma, de cuáles son sus mejores bazas y de cómo éstas se pueden corresponder con lo que desea el público.

Emma Stone es adorable hasta cuando parece a punto de comerse una buena polla. A las pruebas me remito

   La mejor de estas bazas es, como no podía ser de otro modo, la química entre los dos actores protagonistas. Era el gran acierto del primer Amazing Spiderman, y aquí ha sido potenciado hasta los últimos extremos, con unos Andrew Garfield y Emma Stone pletóricos y comodísimos con sus personajes, hasta el punto de que esta segunda parte podría ser considerada oficialmente como una encantadora comedia romántica con alguna que otra hostia y muchos tíos feos gritando. Y yo que me alegro, ¿eh? Ya era hora de que una superproducción superheroica tuviera una trama romántica que no fuera vomitiva, y de que nadie deseara que se pasara rápido la típica escena entre dos pipiolos diciéndose cuánto se quieren o cuán difícil es que acaben juntos (a ese respecto, había conversaciones entre Tobey Maguire y Kirsten Dunst que duraban 244 minutos, y esto está comprobado empíricamente, lo cronometré). Así que muy bien por el dire de 500 days of Summer, por Andrew Garfield y su pelo jodidamente precioso, y por la gran Emma Stone y su gran aura de follabilidad cortés. Y que viva el amor.
   Otra baza muy a destacar es el humor que, tratado con desigual efectividad en la película anterior, aquí adquiere una regularidad y una ligereza extremadamente bienvenidas, al descubrir que Spidey se ha convertido definitivamente en ese capullín que se empeña en vacilar y soltar chistes malos aun cuando las circunstancias no parezcan las más propicias, y al impregnar muchas de las conversaciones y desencuentros de Peter Parker y Gwen Stacy. Encontramos aquí tan desatado el humor que acaba hundiendo en la miseria al anecdótico personaje de Rhino (como no podría ser de otra manera), e incluso al, aparentemente, principal villano de la función: Electro. Por ir ya sacando a relucir las cosas regulares, es muy difícil tomarse en serio al personaje interpretado por Jamie Foxx, al partir de una génesis demasiado rocambolesca, unas motivaciones demasiado confusas, y un traje final demasiado ridículo que, para más inri, ni se llega a explicar de dónde se saca (igual se los robó a los colegas de la Patrulla X, pero vete tú a saber). La interpretación del prota de Ego desencadenado no ayuda tampoco a que lo respetemos mínimamente, al suponer una especie de mezcla entre el Enigma de Batman Forever y el Rain-Man de... de Rain-Man.

"¡Soy un rruso muy malo y encabrronado! ¡Me gusta matarr! ¡Me gusta Kalashnikov!" El actor Paul Giamatti, nominado al Oscar  y dos veces ganador del Globo de Oro

   Mejor suerte corre el tal Dane Dehaan haciendo de Harry Osborn, alias el Duende Verde (supuestamente), y eso que a priori lo tenía muchísimo más difícil. Dicho actor ha de sostener una subtrama muy compleja que, sin haber sido insinuada siquiera en el film precedente, ha de resultar creíble, y, gracias tanto a la torva mirada de dicho actor, como a un guión mejor pensado de lo que parecía en un primer momento, el resultado no desentona, e incluso llega a ser memorable en los compases finales de la película. En efecto, The Amazing Spiderman 2 encuentra aquel equilibrio entre tanto villano y subtrama sobre el que Spiderman 3 defecó sin piedad, logrando encontrar tiempo incluso para despejar las incógnitas sobre los padres de Peter Parker (asunto que en la primera me la traía extremadamente floja y que aquí otro tanto, pero que se salva gracias a un prólogo emotivo en su justa medida, una dosificación correcta de la información y el dramatismo, y un desenlace no por predecible menos eficaz).

"¿A ti también te parece que James Franco es un petardo?"

   Así las cosas, y destacando por último, para bien, las intervenciones de Sally Field como la tía May y, para mal, el nulo caso que le hacen a la memoria del difunto tío Ben, The Amazing Spiderman 2 es una muy buena película de superhéroes, muy bien pensada y resuelta y que, arriesgando mucho menos a nivel dramático que el Spiderman 2 de Sam Raimi (la cual sigue constituyendo la mejor entrega de la franquicia), consigue aproximarse mucho a sus memorables resultados. Es divertida, es espectacular, y tiene momentos muy apañados y conseguidos. Llega a estar a esto de ser realmente, y por fin, amazing que te cagas, energy.
   Sólo me queda una sugerencia, de cara a The Amazing Spiderman 3, que más bien sería una exigencia del renuente chaval barbilampiño. Productores, director, guionistas, quién sea, para la próxima no metáis tanto villano ni tanta subtrama y dejad tiempo para que salga en condiciones EL PUTO J. J. JAMESON. Que, por muy buena que esté Emma Stone, no habéis conseguido que me olvide de él. Cabrones.

lunes, 7 de abril de 2014

Inside Greta Gerwig


Prosiguiendo con esta nueva etapa de mi vida en la que sólo voy al cine a ver mierdas intelectualoides (acéptese mierda en el sentido más grato y menos siniestro de la expresión), os plantaré ahora, si hay alguien ahí y no me planto yo solo, mi crítica de una película llamada Frances Ha, de la que igual pocos habrán oído hablar, y a muchos menos les interesará lo que pueda decir sobre ella.
   Como resultaba inevitable, Woody Allen, el intelectual urbanita por excelencia, se acabó marchitando, agotó todo su flujo creativo y comenzó a vivir de las rentas y de la actualidad que le proporcionaba la payasa de Mia Farrow (amén de los nuevos matchpoints, claro). Y, como resultaba inevitable también, surgieron personajes que quisieron recoger el testigo, dándose mucha importancia y abanderando la "nueva comedia americana" (he leído que lo llaman así, lo juro). Porque modernillos, los ha habido y los habrá siempre. Y gente (poca, por fortuna, de lo contrario el concepto perdería su esencia) dispuesta a ver sus cosas y a amarlas, también.
   Hablo de Lena Dunham, sobre todo, esa señora que cuenta con todos mis respetos (sólo me revienta que por "transgresión" entienda salir en unas desastradas pelotillas cada diez minutos como promedio de un capítulo de Girls), pero en esto, y muy al hilo, también podría hablar de Noah Baumbach, el máximo impulsor del neoallenismo (me niego a emplear la soplaflautez esa del "mumblecore", que parece el nombre de un género musical electrónico y horrible). Del director de Frances Ha, vaya. Pero, sobre todo, podría hablar de una chica llamada Greta Gerwig.

La foto no será muy buena, pero yo qué sé, al menos aparece vestida

   Sin la cual, por cierto, Frances Ha no sería nada. Ni tampoco el mumblecore ése, del cual la proclaman musa (¿por qué sé estas cosas?, ¿por qué no dedico mi tiempo libre a algo más provechoso como, qué sé yo, reciclar?). Esta rubia desgarbada, amiguísima de, precisamente, Lena Dunham (tiene que ser la leche irse de gintonics con esas dos locas del coño), y que pronto se dará a conocer al grueso de la población cuando protagonice Cómo conocí a vuestro padre, focaliza el contenido del film desde el mismo título, y no sólo sale viva del empeño, sino que además dota a la enésima (y, siendo objetivos, bastante floja) película de jóvenes desorientados de una entidad propia y recordable. Su actuación extremadamente natural, sus bailes ridículos y, sobre todo, su peculiar belleza (es de esas tías monas-pero-no-demasiado que te podrías ligar con mucho alcohol y muchas referencias literarias de tu invención en cualquier bar de mierda... tipología de belleza a reivindicar, si me apuráis) suponen lo mejor de Frances Ha, una obra que parece aspirar a ser la nunca vista mezcla de un capítulo de Girls extendido (sin llegar a alcanzar ni por asomo la genuina mala leche de esta serie) con un Manhattan adaptado a las nuevas generaciones (incluso sale la hija de Meryl Streep, que es actriz también y está casi tan follable como su madre). Muchas aspiraciones, como digo, para al final sólo quedarse en una especie de A propósito de Llewyn Davisdescafeinado.

El mumblecore de los cojones en su máxima expresión (sí, yo tampoco sé exactamente lo que es, y puede que no quiera saberlo nunca)

   Pese a todo, Frances Ha es de esas películas cuya mayor baza reside en lo cercano de su historia, y en esta ocasión la juega tan bien que es difícil no sentirse identificado de algún modo con el personaje de Greta Gerwig, la cual, con empeñarse en decir con una ternura indescriptible que "sólo tiene 27 años" y con querer pese a todo a su muy mejor amiga Sophie, ya nos tiene ganados. Además sale Adam Driver, que siempre es un plus, haciendo del típico tío que dice mucho la palabra "vintage". Y suena Modern Love de David Bowie ambientando la escena más potencialmente icónica de la peli (al igual que hacía su Heroes en esa gran chufa llamada Las ventajas de ser un marginado; cuidao lo que les gusta este señor a los modernillos). Qué diantre, la peli me ha gustado.
   Son ochenta y pico minutos que suenan a bendición comparados con los ochenta y pico minutos que duraba Enemy, ochenta y pico minutos de referencias a Proust, Mattisse y otros agradables compadritos, y con alguna que otra escena o frase muy ocurrente. Cuenta algo bastante jodido, pero siempre con mucho optimismo y energía, y eso es digno de encomio. La dirección de Noah Baumbach, por su parte, es muy  informal y cool también, con un toque a lo nouvelle vague (o eso he leído; como no me llegó a entrar sueño en ningún momento la verdad es que disiento cortésmente). Y, sobre todo, está Greta, vuestra nueva chica favorita. La manic pixie no sé qué hostias girl definitiva, la que os utilizará y volverá locos y arrancará el corazón para comérselo como hacen todas, pero esta vez en un glamouroso blanco y negro. Todo ventajas.

¿No es tremendamente achuchable?

   Recomendada para absolutamente todos los modernillos que se precien (o desprecien) de serlo, y en especial para aquéllos a los que le gustó el final de Cómo conocí a vuestra madre y están dispuestos a ver Cómo conocí a vuestro padre. Porque la vida puede ser maravillosa, pero casi nunca lo es. Y tal.

martes, 1 de abril de 2014

"Seguir a las arañas, seguir a las arañas... ¿por qué no podemos seguir mariposas?"

Habría que aclarar, antes de nada, y nunca con el suficiente énfasis, que si no hubiera visto una pequeña gran película llamada Prisoners el año pasado (una de la que luego no se acordó nadie en los premios gordos, y da como bastante vergüenza), difícilmente habría acabado viendo algo llamado Enemy, de un tal Denis Villeneuve, basándose "libremente" en una novela del genialísimo y difuntísimo José Saramago. Y menos apareciendo el guapo de Jake Gyllenhaal como protagonista absoluto, quien, sí, salía en Zodiac, pero también en Brokeback Mountain, Prince of Persia y, que me dan arcadas, Donnie Darko. 3 a 1. Le hubieran dado mucho por saco, e igual ahora estaría criticando una peli que os interesara un poquito más, tipo Ocho apellidos vascos. Sin embargo, yo me tomo la temática de los estereotipos autonómicos muy en serio, así que es lo que hay. Vamos con la peli de Enemy, durante cuya proyección me costó tanto mantenerme despierto que parecía andaluz. 

Por cierto, acabé viendo 3 bodas de más y, tal y como sospechaba, es ETA

   Prisoners es una obra maestra, sin paliativos, y una que me dejó tan buen sabor de boca en su momento que el hecho de que dicho visionado se efectuara durante la primera Fiesta del Cine sólo supuso la guinda del pastel. En este caso también ha pillado una Fiesta del Cine por medio, lo cual hace que me pregunte qué clase de oscuro pacto habrá hecho el señor Villeneuve con los exhibidores para que éstos le dejen absorber una gran cantidad de público residual (como aquél que ni siquiera pudo meterse a ver El gran hotel Budapest por aforo completo; sí, algo está cambiando, y me da mucho miedo). En fin, decía que la nueva peli del señor Villeneuve (que rodó al mismo tiempo que Prisoners, sin embargo), se ha beneficiado con respecto a mi experiencia valorativa al no haberme costado más de 2, 90 pavos. Si hubiera sido de otro modo, habría empezado la crítica de un modo muy distinto y destructivo. 
   Para empezar, Enemy es radicalmente distinta a su predecesora (o simultacesora) en casi todo. Allá donde Prisoners ofrecía una historia ambiciosa, perfectamente ensamblada y apasionante, Enemy sólo ofrece un batiburrillo de ideas y muchas arañas de desigual tamaño que se chocan entre sí durante 90 minutos (si llega a durar lo mismo que la primera, que llegaba casi a las tres horas, probablemente habría acabado yo también viendo dobles míos dentro del chino de Plaza España, un sitio cojonudo para encontrarte dobles, por otro lado). Allá donde Prisoners era un honroso recital de actuaciones estupendas, Enemy solo cuenta con un Jake Gyllenhaal sobrepasado por las circunstancias que cree que la mejor manera de hacer de dos personajes a la vez es poniendo cara tristona por un lado, y gritando mucho y vistiendo chupas de cuero por otro. También está Melanie Laurent, a quien había perdido la pista desde Malditos bastardos, pero lo mejor que se puede decir de ella es que sale en bolas. Allá donde, en resumen, Prisoners era totalmente satisfactoria sin dejar de ser crudísima y trágica, Enemy es insultantemente críptica, sin dejar de tener sus momentos.
   Nos encontramos ante una de esas películas que funcionan por espasmos, esto es, sin guión, sin que el espectador pueda empezar a intentar comprender desde un sitio definido y asentado. Con un surrealismo en la mejor tradición de David Lynch (el de Carretera perdida y Mullholland Drive, para parecerse al de Inland Empire al señor Villeneuve le quedan aún muchos porros) y un ambiente muy de "novela" de Paul Auster (a falta de leer El hombre duplicado, no dejé de pensar en todo momento que Enemy era una adaptación cojonuda de La Trilogía de Nueva York), y con un desinterés bastante notorio por entretener y enganchar al espectador, que acaba traducido en que, sobresaltos (y arañas, lo que le gustan a este tío las arañas) aparte, la sensación más continua en el respetable, esto es, en mí, sea la de sopor. 

"En efecto, con esta jeta parezco sacado de una peli de David Lynch. Todo está conectado"

   Sigue siendo una película del genio que dirigió Prisoners, sin embargo, y eso, aunque no esté amparado en un guión mínimamente coherente, se nota. Esa atmósfera malsana, esa música inquietante (por momentos demasiado machacona), esa tenebrosa fotografía... Sobre todo, esa habilidad para concluir eficazmente su obra. En Prisoners se nos ofrecía uno de los mejores finales que he tenido el placer de ver en los últimos años, como colofón a una tremebunda escena de suspense con un coche como protagonista. Pues bien, en Enemy nos encontramos con lo mismo, encontrándonos con una secuencia estupenda de acción a cuatro ruedas y con un final igualmente impactante. Claro que, en el caso de la película protagonizada por Hugh Jackman, te quedabas diciendo con los ojos chirivíticos "¡Vaya genialidad!". En el de Enemy, la frase puede ir desde un "Jej, pues vale" hasta un "¡Guau, flipante!", pasando por el indispensable "Vaya unas pelotas que se gasta el director". 
   En resumidas cuentas, que no he entendido un carajo de Enemy, y no por no haberlo intentado. No sería algo grave en extremo si al menos me hubiera entretenido medianamente durante la intentona, pero tampoco ha sido así. Me he aburrido bastante, Jake Gyllenhaal me ha acabado irritando, y aunque he apreciado en cierta medida los esfuerzos de Villeneuve por ofrecer algo tan radicalmente distinto a lo que me esperaba de él, la sensación general ha sido de decepción. Puestos a hacer un thriller surrealista de raigambre lynchiana, Villeneuve le podía haber dado más vidilla al asunto.

"Si yo soy yo y tú eres tú, ¿quién es más tonto de los dos?"

   Finalmente, parece que el único que sabe ser David Lynch, y no aburrir siendo David Lynch, es el mismo David Lynch. Osea, que buen intento, Denis (cuando veo más de una peli de cierto director me permito llamarle por el nombre de pila), pero esto del surrealismo no es lo tuyo. Sigue viviendo en la Tierra y dirige nuevas joyas del tipo Prisoners. La cual, por cierto, no me cansaré nunca de recomendar a los insensatos que no la hayan visto aún.
   Insensatos que, espero, no se atrevan primero con algo como Enemy. Por si se llevan una mala impresión y se pierden la mejor faceta de un director que está llamado, aún lo está, a hacer grandes cosas.