lunes, 23 de diciembre de 2013

La crítica más friki jamás vomitada. Parte II

Los que en su día leyeran la kilométrica crítica que hice de El Hobbit. Un Viaje Inesperado, la primera parte de la que ya llevamos largo tiempo considerando la trilogía más innecesaria de la Historia del Cine, quizá recuerden la opinión que me mereció, o muy probablemente, no. Esto es porque a la hora de valorarla en todo momento confundí el criterio, más o menos bueno (o eso quiero creer, y creo), que he ido forjando a lo largo de mi experiencia cinematográfica, con el frikismo más militante y apasionado, el que me merece la obra literaria que Peter Jackson, más conocido como el cineasta que perdió cualquier mínima dote artística paralelamente a sus kilitos de más, adapta. Por tanto, ¿me gustó la primera? En una palabra, sí. ¿Es una buena película? No. La he visto siete veces más desde entonces, y cada vez me ha parecido peor. Y, aún así, la veré muchas veces más, porque, antes que crítico y escritor frustrado, soy un freak, un geek, un nerd, y demás adjetivos anglopollófilos que se os puedan ocurrir. Con todo lo que esto conlleva. Creo.
   Como ya hice en su día, para la siguiente crítica (referida, como seguro que no habéis adivinado, a El Hobbit: La desolación de Smaug), voy a dejarme llevar y a hacerla tan larga como me salga de mis frikérrimas napias, que para eso me he leído un huevo de veces El Hobbit y visto como tres huevos más de veces la trilogía original. Examinaré en adelante la película paso a paso y detalle aleatorio a detalle aleatorio, así que, sí, voy a spoilear como un descosido, porque estoy en mi derecho, y porque no tengo nada mejor que hacer. 

O estoy loco o en este cartel hay demasiada peña con arcos y flechas. ¿Posicionamiento?

   La desolación de Smaug empieza, primera sorpresa (y habrá muchas sorpresas, y casi ninguna positiva), bastante bien, con un prólogo en Bree no por innecesario menos eficaz, en el que aparece hasta Peter Jackson haciendo un cameo burlón, como diciendo "Sí, esta trilogía es el gran proyecto masturbatorio de mi vida, y me han dado un cojón de dinero para ponerlo en marcha. Que lo disfrutéis, y si no, os jodéis, ya disfrutaré yo por vosotros". El diálogo está incluso bien escrito, y enlaza con el final de la primera parte de un modo genuinamente emocionante. Muy simple, pero emocionante al fin y al cabo. El público contiene el aliento, la historia ha sido introducida de modo inmejorable, y ya en un par de segundos aparecen los orcos, y se desarrolla la primera carrera de muchas, muchísimas. Aparece Beorn, y efectúo el primer fruncido de ceño de muchos, muchísimos fruncidos de ceño (esta última puede haber sido la frase más rara que he escrito nunca no alcoholizado). Aparece Beorn, como digo, pasando de ser el enigmático y magnético personaje que Tolkien configuró con unas pocas líneas en el original literario, a un tipo alto y muy feo al que le pasa lo mismo que a la madre de Brave, con la diferencia de que el oso en el que se transforma está mucho peor diseñado y es bastante más estúpido (igual Jackson pensó que sería divertido que se quisiera merendar a los protas y éstos tuvieran que impedirle entrar en SU PROPIA CASA para salvarse, pero yo sólo lo vi de muy mala educación). Un breve diálogo intrascendente cuando ya el osito se ha portado bien y le han dejado entrar en SU PROPIA CASA (muy, muy descortés), y de nuevo en marcha. 
   Llegan a los umbrales del Bosque Negro, y Gandalf de repente, así porque sí, escucha la voz de Galadriel en su cabeza que le insta a pirarse por enésima vez, y, yo qué sé, siempre he pensado que entre estos dos hay algo muy sórdido, recuérdese cómo la elfa le acariciaba el cabello en la peli anterior, así que tampoco le culpo. Viva el amor interracial. De momento. Pues eso, que Gandalf se da el piro, y yo sólo deseando, aunque a sabiendas efímeramente, que no haya ido al encuentro de Radagast El Pelma, mientras que la compañía de Bilbo, Thorin, Balin, el enano horny y los demás, se interna en el Bosque Negro, que antes por lo visto se llamaba el Bosque Verde y eso me hace mucha gracia (por Caterpie, Metapod, Butterfree, esas cosas, Pokémon, joder, dejadme en paz). Los miembros de la compañía empiezan a flipar, probablemente por las mismas setas que se tomaba Radagast El Pelma, no se topan con Sebastian el erizo, porque ya chupó mucho plano en la primera, y aparecen las arañas gigantes. Peter Jackson elabora entonces una set piece que quiere ser como la lucha contra Ella-Laraña mejorada (esto es, metiendo un cojón de arañas más), pero que causa bastante indiferencia, y, entonces, ay, alegres compañeros, empieza la juerga. El festín de los rellenos.
   Ya comenté hace tiempo, y no recuerdo a cuento de qué, lo que me parecía la inclusión de Legolas en la nueva película de El Hobbit, y desde ya os aseguro que mis malas vibraciones no erraban en absoluto. No sólo es que Orlando Bloom esté horroroso, con esas lentillas gays que le han puesto y su nulo talento interpretativo, sino que su trama es lo peor de La desolación de Smaug, y, sopesando toda la inmundicia que sólo he empezado a describir, es mucho decir. Legolas es el pomposo hijo del rey Thraundil, un elfo, si cabe, aún más irritante que él, y está enamoriscado de una elfa, Tauriel, que no sólo no sale en la novela de El Hobbit; tampoco lo hace en ninguna otra. Tauriel, la insensata, pasa de él, y para empeorar la situación (porque sí, puede ser peor), le hace ojitos a su vez a, redobles funerarios, por favor, ¡el enano horny! Os juro que según se presentaba la subtrama me podía imaginar a Tolkien revolviéndose en su tumba, y a miles de fans de su obra echando la pota alrededor del mundo. Yo no sé cómo me las apañé para no hacerlo. Probablemente, porque el despropósito era tal que comenzaba a ser divertido, y según vi la pedazo mierda de diálogo que el enano horny y Tauriel se marcaban en los calabozos del Reino de los Bosques, acabé optando por relajarme, y disfrutar en la medida que pudiera. 

"I`m sexy and I know it"... jo-der. ¿LMFAO? ¿En serio? Estoy perdiendo facultades

   Peter Jackson entonces opta por hacérmelo más fácil, y a continuación orquesta una escena de acción totalmente delirante pero enormemente disfrutable, metiendo a los enanos y a Bilbo en unos barriles y lanzando en su persecución a través de un río con rápidos, cataratas y demás cosas molonas, tanto a elfos cabreados como a orcos. Incluso echa el resto con probablemente el plano secuencia más chorra de la Historia del Cine, y con las primeras mutilaciones creativas de los orcos. Bilbo y los enanos conocen poco después (poquísimo después) a Bardo el Arquero, y ya, por fin, vislumbramos algo parecido a un logro en una película, como veis, que estaba resultando bastante calamitosa hasta el momento. Por mucho que más o menos por entonces aparezca Radagast El Pelma, sin molestar mucho eso sí, y el triángulo de amor bizarro entre Legolas, Tauriel y el enano horny sufra un giro inevitablemente chusco (porque esto no podría salir bien, y Jackson lo sabía, y se la sudaba en épicas proporciones, imagino). 
   El caso. El metraje desarrollado en la Ciudad del Lago acaba pasando por el más interesante, al conocer a fondo a Bardo El Arquero y a su simpática familia (algo que el manuscrito original sólo esbozaba), y los tejemanejes corruptos que allí se cuecen, con un Gobernador que quiere ser como un Théoden malvado pero que me recuerda demasiado al Rey Trasgo de la primera como para imponer un mínimo de respeto, y un Gríma Lengua de Serpiente que igual no es él, pero que desde luego nunca dice que no lo sea y estoy seguro de que lo es, en fin, una meada fuera del tiesto más. Bardo, por lo menos, insisto en que mola, e incluso sus hijas están buenas (puedo decir, legalmente, que al menos una de ellas). Y nada, la compañía intenta pasar desapercibida en la Ciudad del Lago y no lo consigue, pero tampoco pasa nada, porque todos en el lugar están contentísimos de verlos. Vuelven a partir, y comienza el tercer acto. Supongo. 

Más quisieran ser estos cantamañanas Bernard Hill y Brad Douriff. Sí, no he tenido ni que mirar los nombres de los intérpretes de Théoden y Lengua de Serpiente en FilmAffinity.  La verdad, no sé cómo es que follo tan poco.

   Hasta ahora, dos cosas están claras: el relleno que se han obstinado en meter es, en su mayor parte, una enorme y olorosa basura, y el ritmo que lleva es considerablemente mejor que en Un viaje inesperado, pues no han dejado de pasar cosas desde que empezó. Que no sean en su mayoría buenas, no impide que tenga que admitirlo. El caso. Smaug El Magnífico se dispone, por fin, a aparecer. Entretanto, Gandalf se ha pegado un paseo muy largo y absurdo por unas escaleras súper mal diseñadas en lo que a ergonomía y seguridad se refiere, ha presumido de polla delante de Radagast, y se ha metido él solito en la boca del lobo, para enfrentarse con, ATENCIÓN, el mismísimo Sauron. Sísí. Como lo leéis. Y como el dire no tiene miedo en absoluto de que comparen en todo momento su nueva trilogía con El Señor de los Anillos, ha pensado que es una idea estupenda planificar dicha batalla de un modo EXACTAMENTE IGUAL a la lucha con el Balrog de La Comunidad del Anillo. Vamos, que hasta coloca a los contendientes en UN JODIDO PUENTE. Peter Jackson, esto ya es un hecho sobradamente demostrado, se está riendo de nosotros. En la puta cara.
   En fin, que al menos Smaug mola mucho, como cabría esperarse, aunque tampoco tanto como oiréis decir por ahí. La voz es bestial, su diseño está guay, sin más, pero, nuevamente en pos de rellenar, Peter Jackson la ha vuelto a liar parda, como con Radagast. El diálogo con Bilbo está muy bien llevado, el dragón se hace respetar, pero es que luego, sin venir a cuento, y como no podemos acabar la película sin un clímax enormemente impactante, dicho dragón se vuelve idiota del culo. Sólo así se explica que en una hora de persecución no sea capaz de merendarse a nueve enanos (sí, se me olvidó mencionarlo, cuatro de ellos se han quedado en la Ciudad del Lago tomándose unas cañas con Bardo y sus hijas buenorras) y un hobbit. Una hora de persecución, como digo, absurdísima, rematada con un plan que no tiene ni pies ni cabeza que sólo consigue que el dragón se cabree aún más, pero en lugar de acabar vaporizándolos a todos, al final coge y se pira. Por la cara. Y Bilbo mira cómo se aleja volando y se pregunta, "¿Qué hemos hecho?". Eso digo yo, Peter Jackson y compañía, panda de cabrones. ¿Qué habéis hecho?

En otro orden de cosas, si vosotros también creéis que el bicho de Corazón de Dragón (Rob Cohen, 1996, doblado por Paco Rabal) molaba más, no dudéis en, no sé, seguirme por Twitter: @AlCorona92

   Como estaréis comprobando, La desolación de Smaug no me ha gustado especialmente, y eso que no he comentado la acción paralela que a las correrías de Bilbo y los demás huyendo del dragón se sucede en la Ciudad del Lago, otra chufa únicamente motivada por meter una vez más a Legolas y Tauriel matando orcos que da gloria verlos. De hecho, Legolas no hace otra cosa en la película que matar orcos. Y lo digo totalmente en serio. Pero como iba diciendo, La desolación de Smaug podría ser, y es, un bodrio, y ahora tocaría discernir si lo es sólo porque yo, como me he leído el original literario, lo veo así, o porque realmente es una boñiga de película. 
   Dejaré eso a vuestro juicio tras examinar unas nociones más. Los actores, salvo Orlando Bloom, el polloperas de su padre, Radagast El Pelma, el Rey Trasgo y Gríma 2.0., están en su mayoría resultones. Richard Armitage consigue exactamente lo que se requería de él, que un tipo tan varonil y honorable como Thorin nos fuera cayendo progresivamente peor; Ian McKellen es Dios en la Tierra Media; Martin Freeman el hobbit más encantador que imaginarse pueda, y el resto, el tío que hace de Bardo, el enano horny, el bueno de Balin, etcétera, están muy bien también. La música de Howard Shore, en esta ocasión, brilla por su ausencia (ni el leitmotiv de los enanos se nos deja escuchar), y, lo que puede ser lo peor de todo, la emoción también. Esto es, en resumen, de lo que más adolece La desolación de Smaug. No hay emoción por ninguna parte. Sólo muchos fuegos artificiales, persecuciones a mansalva y CGI. 

Pues diréis lo que queráis, pero Mario Casas al menos es un buen humorista, y vocaliza bastante mejor

   Y esto es lo que sí que no le puedo perdonar a Peter Jackson. Que una película ambientada en la Tierra Media no consiga emocionarme lo más mínimo, que no me provea de ninguna escena épica y solemne en el que el diálogo y la música se fundan para conseguir una reacción en mí que se rebele superior al espanto y sorna que he ido experimentando hasta ahora. Eso sí que es pura y dura desolación. 
   El filme que nos ocupa no es sólo notablemente inferior a Un viaje inesperado por suponer una adaptación mucho peor, sino por carecer, esta vez no ha colado, de alma. Así que, sí, nos encontramos ante la peor película ambientada en la Tierra Media de Peter Jackson, y por muchas veces que en el futuro la revisite, y me empalme como suelo hacer con las escenas más molonas (notoriamente escasas en esta ocasión, como habréis podido averiguar), esto lo tendré siempre muy claro. Lamentablemente, Partida y regreso promete ser aún más excesiva (quedan bastantes pocas páginas por adaptar, y mucho relleno más que meter), y sólo hay una pequeña probabilidad de que la auténtica épica, por tratarse del final, vuelva a hacer acto de presencia. 
   Hasta entonces, me limitaré a esperar. Sin ansiedad, sin tensión, y sin esperar, en fin, realmente nada. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

La vida secreta de los amargados


Hace un par de días comentaba el modo en que trataba la nueva peli súper oscarizable del año, 12 años de esclavitud, de conmocionar al espectador, de hacerle doloroso partícipe de la terrible historia que contaba, de remover sus emociones y sensibilidades a golpe de látigo y de plano fijo, amén de una banda sonora repetitiva y efectista. Comentaba, también, cómo fracasaba míseramente en su empeño, creando en un servidor una mezcla de agotamiento, exasperación, y germinante deseo de que acabara de una vez. 
   Es por ello que ahora he de escribir estas líneas con, al menos, un ligero sonrojo, o al menos debería, porque me la trae bastante floja, el caso es que La vida secreta de Walter Mitty no ha podido gustarme más. En serio. He vuelto a casa preguntándome cómo podría haberme gustado más, y no hallaba respuesta. La película ha generado tantísimas emociones en mí, me ha conmovido tanto, que he llegado a sentirme un poco paleto al recordar cómo asistí con abierto estoicismo a la enésima visión de negros recibiendo la del pulpo. Osea. ¿Me aburro viendo la película definitiva sobre uno de los pasajes más tristes y vergonzosos de la Historia, y luego mojo las bragas viendo a Ben Stiller viviendo aventuras, enamorándose, y haciendo cosas maravillosas al ritmo de David Bowie? Al final resultará que soy un tipo bastante simple, por mucho Lars von Trier al que bese el culo (¿pagaré finalmente por ver Nymphomaniac?, ¿cruzaré esa barrera?, ¿conseguiré empalmarme con Charlotte Gainsbourg?, muy probablemente, no a todo). 

Soy súper fan de Shia LaBeouf, ¿eh? Sólo quería que lo supierais

   En fin. Como ya hice con 12 años de esclavitud, lo único que puedo hacer es defender y justificar mi postura desde la más engañosa de las humildades. Para empezar, creo que La vida secreta de Walter Mitty es una obra destinada a gustar y emocionar absolutamente a todo el mundo, y no sólo porque me haya emocionado y gustado a mí (ya sabéis, el que pasa mazo del Holocausto judío), sino porque hay tal cantidad de buen rollo, tanta simpatía, tanto positivismo, que sólo un sujeto enormemente amargado podría reaccionar con insensibilidad ante ella (y que conste que, para gente amargada, yo mismo). Poniéndonos cinéfilos, la película de Ben Stiller rebosa del mismo espíritu que aquél que hacía grandes las películas de Frank Capra, hará como un millón de años, un espíritu de auténtica esperanza en el ser humano, de kamikaze idealización del amor, de ferviente deseo por vivir, y vivir feliz e intensamente. No importa lo pringada o fea que sea una persona, lo miserable que sea su jefe, la vida de mierda que tenga; gracias a películas tan irreales como ésta, podemos ver cómo triunfa en sus propósitos, cómo encuentra a alguien que le quiera sólo por el interior, cómo le canta las cuarenta a su jefe y se marcha al paro con la cabeza bien alta, y con dos cojones. Esto es cine, y todo puede suceder dentro de él.
   Tal sensiblona diatriba, que he optado por dejar que fluyera virgen sólo para que veáis lo muy tocado emocionalmente que sigo estando horas después de haberla visto, puede no servir como crítica seria (nada de lo que hago sirve, realmente), así que concreto. Ben Stiller como protagonista está entrañable en su justa medida, con sus titubeos y sus ojos azules en perpetua sorpresa, y como director se las apaña realmente bien, con planos enormes muy a lo Peter Jackson y escenas de acción delirantes con tanto CGI por medio que tampoco es que parezca que le haya costado mucho. La chica, Kristen Wiig, es un bellezón, y no uno de esos bellezones que te tirarías sin piedad, sino uno de los que te enamorarías en la distancia, mirarías a los ojos en todo momento, recitarías poesías estúpidas, y luego, ya si eso, te tirarías sin piedad. Osea, que muy bien. Luego están la también deliciosa Shirley McClaine como la madre del susodicho Walter Mitty, un tío de aspecto muy raro y repelente que hace de malo y se hace odiar convenientemente, y Sean Penn haciendo un cameo con, sin embargo, bastante más diálogo y tiempo que en El árbol de la vida

Ben Stiller haciéndose la típica foto post-postureo para demostrar que de vez en cuando dirige

   El guión es un compendio de idas de olla que, mal ensambladas, podrían haber causado auténtica vergüenza ajena, pero que no es el caso, y tales idas de olla se contemplan con el mismo encanto y relajación, o incluso más, que, así a bote pronto, Amélie. Asimismo, no acaba siendo más que la típica historia del héroe haciendo un viaje de autodescubrimiento, bañado en una épica forzada pero eficaz y un lirismo que tampoco molesta, combinando con un sentido del humor, digamos, bastante extraño, con el que igualmente se sintoniza muy bien (y de qué manera, tendríais que ver lo escandalosamente que se reían los palurdos de la sala... ¿por qué la gente en el cine se ríe por todo? Ven a un perro mutilado pegando brincos y se desorinan. Es acojonante). 
   Pese a que pueda haber llevado a esa conclusión con mi lúbrico piropo, La vida secreta de Walter Mitty dista bastante de ser perfecta, y mi excitación con respecto a ella se debe, simplemente, a que me ha llegado. Y me ha llegado tanto que voy a enumerar los fallos que tiene sólo por deporte, aunque ya mismo podría acabar y deciros a todos que corrieseis a verla, insensatos. Básicamente, lo que tiene la película es que es enormemente manipuladora, y parece orgullosa de serlo. Todo en ella apunta al corazón del espectador, a apabullarle e impactarle como sea, y, en vez de recurrir a negros azotados, se limita a poner a Ben Stiller tomando alguna decisión importante mientras suena alguna canción épica (extraordinariamente épica en el caso de Arcade Fire y de David Bowie, siendo la escena con el Space Oddity de este último como fondo probablemente la mejor de la función), para luego manufacturar un tercer acto no por largo menos impecable, en el que cada escena deja al público al borde de las lágrimas (yo lloré como una magdalena con el vídeo del niño en el monopatín, confieso sin la menor vergüenza... bueno, con a lo mejor un poco sí). La vida secreta de Walter Mitty es descaradamente manipuladora, y puede que su parte central esté demasiado hinchada (aunque no podría decir que se hace aburrida en algún momento), o se dejen caer momentos no demasiado inspirados, o se hayan enseñado demasiadas cosas en su trailer, pero es, indudablemente, una gran película. De ésas que trascienden la vida y hacen pensar que ojalá toda ésta se desarrollara dentro de una pantalla de cine.

Esta escena NO sale en la película

   Por cierto, fui a verla en su preestreno, y a la salida me preguntaron y me pusieron un micrófono en la mano. Yo, pues qué os voy a contar, estaba tan conmovido, y aún con las mejillas lagrimeantes, que más que hablar, balbuceé, y en definitiva quedé como algo parecido a un chimpancé retrasado, con perdón para los retrasados (no así para los chimpancés). Comparto esto únicamente porque me sale de las pelotas y para que sepáis que voy a preestrenos, pero sobre todo para ilustrar de manera definitiva cómo me hizo sentir La vida secreta de Walter Mitty
   Recomendada para todo el mundo, exceptuando quizá a aquéllos con menos sensibilidad que yo.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Roll, Chigüetel, Roll


No sé si alguna vez habré dejado caer por éste mi diario de bitácora el hecho de que La Lista de Schindler, la obra maestra de su director, una de las películas más emocionantes, comprometidas y lacrimógenas de la Historia, sea considerada por mi humilde juicio, que no es humilde en absoluto, como un drama flojo, hinchado y, lo peor de todo, aburrido. Lo haya dicho por aquí antes o no, el caso es que tal opinión ya me ha granjeado agrias discusiones, toparme con gente que me ha dicho que estaba loco o era simplemente imbécil, incluso un camarada una vez me amenazó con, si no recuerdo mal, reventarme los testículos si no cambiaba de idea. Esto viene a cuento porque no he dejado de notar bastantes parecidos entre la obra maestra de Steven Spielberg y 12 años de esclavitud, de Steve McQueen, que, por cierto, es negro y no lo sabía y fue muy embarazoso cuando lo descubrí. Además, al igual que ocurrió cuando formé mi opinión sobre el drama judío, puede que la siguiente crítica suscite reacciones igualmente violentas. Yo qué sé, soy progre como el que más (el espectro de mis manías raciales se reduce a los chinos que venden cerveza, a los sudamericanos que cuelgan tutoriales en YouTube, y a los canarios), y antes de nada, aseguro que no tengo nada en contra ni de los judíos ni de los negros. El hecho de que me la traigan un poco floja, en términos cinematográficos, lo mal que lo pasaron en épocas pretéritas, no debería influirme a la hora de valorar objetivamente una película.
   12 años de esclavitud es, en resumidas cuentas, una obra fallida, y fallida en un modo que no supone ni dolor por expectativas desilusionadas, ni furia por haber visionado un truñete. Simplemente, falla a la hora de lo más básico que tenía que lograr un drama tan trascendental y tan bigger than life como el que presenta la historia real de Solomon Northup: lo que viene siendo el aspecto emocional, y no porque sus responsables no lo intenten. El problema es que intentan conseguir la emoción en base a dos cosas tremendamente simples y, sobre el papel, indudablemente efectivas, como son el sufrimiento físico y la banda sonora. ¿Y qué ocurre? Que para el que suscribe esto no basta. Como no bastó en La Lista de Schindler, y eso que ahí contaban con la espléndida banda sonora de John Williams, que deja a la altura del betún la aquí compuesta por Hans Zimmer (consistente prácticamente en un único y simplón tema que se repite, y se repite, y se repite, y se repite, sin lograr nunca nada). En cuanto al otro recurso, el sufrimiento físico, es de rigor decir que el director no se recrea más de lo necesario en la violencia, filmándola incluso con frialdad. Lo que pasa que son demasiados latigazos en dos horas de película, y demasiados planos de carne despellejada. Y, cuando el primer latigazo no ha conseguido conmover lo más mínimo, difícilmente lo harán los ochenta restantes. Exacto, lo mismo que pasaba con los tiros a la cabeza en La Lista de Schindler.

Este tío lleva años componiendo la misma banda sonora, y lo sabe

   El grave déficit emocional de la narración no debería ser tan llamativo si al menos se extrajera de un guión potente, o de una historia entretenida, con ritmo. Desgraciadamente, el libreto parte de una biografía que se reduce a eso, a 12 años de un tío pasándolas canutas, y poco se puede sacar de donde no hay. El ritmo es inexistente, y el conflicto dramático no pasa más que por el deseo de libertad del protagonista (como se obstina en dejar claro más o menos cada diez minutos de metraje), y por una pequeña subtrama del malo maloso con una de las esclavas, directamente sacada de La Lista de Schindler. Los únicos alicientes los acaba suponiendo el desfile de caras conocidas a lo largo de las dos horas largas que dura la película: Michael K. Williams (absolutamente desaprovechado), Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch (que sale lo suficiente como para que nos dé tiempo a extasiarnos con su maravillosa voz), Paul Dano (haciendo de un tío tan pringao y miserable que acaba haciendo gracia), el que hacía de mariquilla en Mad Men y, cómo se me iba a olvidar, Brad Pitt, que con eso de que es productor se ha reservado el mejor papel: un tío súper enrollado que aparece sobre el final y que no puede decir cosas más bonitas y progres en más poco tiempo (soltándole, como ya hiciera en la comedia negra El Consejero, anteriormente reseñada, un rollo inmenso a Michael Fassbender). Todos estos actores están muy chupi en apariciones que más bien son cameos, porque, de eso no hay duda, la película pertenece a Michael Fassbender y a Chiwetel Ejifoor (no me lo puedo creer, lo he escrito bien a la primera... ah no, Ejiofor. Bah, a quién coño le importa, es un negro).

"Por última vez, maldita sea...YO-LA-TENGO-MÁS-GRANDE-QUE-TÚ"

  Sobre el primero poco que decir; como ya aseveré en mi crítica de El Consejero, es un portento de la madre naturaleza, y no sólo por el rabo que gasta. El magnetismo que desprende su personaje, que no deja de ser triste y patético, oséase, creíble, combinado con la inquietud que logra despertar, es algo casi por lo que merece la pena pagar. El otro, el Chigüetel, también es un actorazo, y es sólo gracias a él por lo que la película llega a emocionar mínimamente (hablo, por cierto, de la escena en la que canta Roll, Jordan, Roll), sin caer en hieratismos ni exageraciones, simple naturalidad. No le daba el Oscar, pero al menos sí le pagaba un agente que le recomendara cambiarse el nombre artístico. 
   Dejo lo mejor para el final, porque, como estaréis comprobando, 12 años de esclavitud, dentro de lo poco que me ha gustado, tiene bastantes cosas buenas. Y esto viene a ser el trabajo de Steve McQueen, quien, como ya demostrara en Shame (película inmensamente superior a la que nos ocupa, y no sólo porque Fassbender salga en pelotas), es un cineasta como la copa de un pino, de éstos que sí, que hacen planos larguísimos e incómodos como director alternativo que es, pero en los que puedes saborear, casi sin proponértelo, la magia del cine. De hecho, lo más probable es que el plano insoportablemente fijo que encuadra el semi-ahorcamiento (mierda, esto puede ser un spoiler, olvidad lo de semi) pase a la Historia del Cine. Si no, por lo menos debería. Qué cosa más original y más bien hecha. 

Si llegasteis a pensar que no haría ninguna coña estúpida con el nombre del director, me habéis ofendido gravemente

   Estoy seguro de que la película va a ganar muchos premios, y progresivamente tendré que irme mordiéndome la lengua cada vez que oiga o lea a alguien poniéndola por las nubes (como ya está sucediendo), así que ahora mismo aprovecharé y echaré el resto: 12 años de esclavitud ha llegado a aburrirme, sobra metraje, sobran personajes, sobran escenas de gente azotada, maltratada y violada, y no acaba llevando a ninguna parte. La esclavitud es horrible, vale. ¿Y?  Viendo Ego desencadenado, al menos, me lo pasé mejor. 
   Recomendada para todos aquéllos con más sensibilidad que yo. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

MASTURBACIÓN

El siguiente artículo podría comenzarlo con un afectado, "¿Qué diantre le está pasando a Ridley Scott últimamente?, ¿por qué es tan espantosamente malo todo lo que hace ahora?", si no fuera porque, será mejor que os sorprendáis de mi independencia de criterios, a mí el señor este nunca me ha parecido nada del otro mundo. Blade Runner me resultó pedante y espantosamente aburrida, Alien me dio asco, recuerdo que vi Legend pero no es un recuerdo bonito, Hannibal es, en una palabra, horrible, y American Gangster entretenidilla sin más. En el otro lado tenemos a Gladiator y a El reino de los cielos, una que es un auténtico clásico por méritos propios y otra que, de tan infravalorada como fue, me gusta decir que es la peli que más me gusta de Ridley Scott. Ah, y casi se me olvidaba; por último están Prometheus y El consejero, sus dos últimos trabajos que son, hablando simple y llanamente, un completo despolle.
   Actualmente, lo más provechoso para Ridley sería encogerse de hombros y decir que ya no se toma la profesión tan en serio como antes, y que simplemente quiere divertirse tomándonos el pelo. Se le murió el hermano, ¿alguien tendría algo en contra? Seguramente sí, y serían los mismos incapaces de disfrutar con el que yo llamaré, porque sí, "el nuevo Ridley". El Ridley que sabe de sobra dónde colocar la cámara pero que ya se la repampinfla todo, y disfruta haciéndolo sobre guiones que no hay por donde cogerlos. Así, Prometheus, a menos que pagues por verla, puede que sea una de los filmes más involuntariamente divertidos de la historia (el que no se ría con la escena de la serpiente alienígena esa es que no tiene ni corazón, ni criterio cinematográfico, ni ha leído a Tarkovski ni nada), y El consejero, la obra que fui a ver ayer al cine porque estoy loquísimo, una con la que, dentro del despropósito que es todo, te lo vas a pasar hasta bien. O eso creo. Yo me lo pasé bien. 

Javier Bardem y Fassbender, hablando

   Si antes fue Damon Lindelof quien se hizo la paja mental y la transcribió, esta vez el turno es de Cormac McCarthy, un señor que, para qué nos vamos a engañar, más respeto que el otro cagabandurrias impone. Ha escrito No es país para viejos y La carretera, y ahora vuelve a las andadas con su típica fábula moral sobre la corrupción, el capitalismo y la intrínseca maldad del ser humano. Y su guión está tan recargado de diálogos que asfixia la dirección de Ridley Scott y no le deja mucho por hacer, salvo encuadrar con muy buen gusto un cunilingus por debajo de las sábanas y rodar una muerte muy bestia deleitándose con ello. A lo que voy, leeréis por ahí que El consejero es una peli de Cormac McCarthy más que una de Ridley Scott, y no iréis desencaminados. Pero de ahí a decir que el nuevo Ridley no hace nada bueno, es como pasarse un poco con él.

Penélope Cruz y Fassbender, aquí hablando también

   Lo que sí que es cierto es que El consejero es una peli "de guión", totalmente subordinada al diálogo. Y el guión que ha escrito Cormac McCarthy es, curiosamente, una completa basura. Atención, maticemos, es una completa basura en cuanto a desarrollo y construcción de personajes, en cuanto a argumento y desarrollo de éste, y en cuanto a su intento de conseguir enganchar a alguien. Pero, en cuanto a diálogos, es una maravilla. No me extasiaba tanto viendo a gente hablar en un cine desde Malditos bastardos. Diálogos mordaces, intensos, para enmarcar, repletos de dobles sentidos y frases sentenciosas, inmersos en una sorprendente aura literaria (puede que ésta se la única película en la que alguien se pueda reír al escuchar la palabra "cicuta"), y abocados a transmitir el conflicto interior de unos personajes que, desgraciadamente, son una cagarruta. Y lo más cachondo es que tanta palabra escrita no ayuda lo más mínimo a que la trama se entienda. No sé, en serio, esta peli es rara de cojones.

Brad Pitt y Fassbender, de nuevo hablando. En esta película la gente habla mucho. Sobre todo con Fassbender

   Los actores están todos muy bien. Michael Fassbender es un portento de la madre naturaleza, tanto en habilidades interpretativas como en cuestión de genética (aquí no se le ve el rabo, pero sí lo usa, y según dicen muy bien, claro que sí); Javier Bardem se ha vuelto a cortar el pelo de manera horrible para entregarnos otra gran interpretación (en el que pueda ser su personaje más simpático en años); Penélope Cruz un día de éstos conseguirá hablar inglés, como mínimo, con la misma fluidez que Ana Botella, pero hasta entonces seguirá convenciendo medianamente (incluso en este típico rol de tía que no se entera de nada de lo que pasa pero lo pasa fatal); Brad Pitt es el puto amo y bebe cervezas Heineken como nadie; y Cameron Díaz... pues bueno, voy a tener que hacerle una mención especial. Yo no tengo ni idea de qué iba su personaje, de si era bueno o malo, o si era mi impresión o tenía las tetas más grandes que cuando Algo pasa con Mary pero más pequeñas que en La Máscara: el caso es que esta señora (la voy a llamar señora porque creo que ya tiene una edad, pero sólo creo) protagoniza la mejor escena de la película, y justo es mencionarlo. No porque lo haga genial (es Bardem el que lo borda en dicha escena), sino porque mola mucho lo que hace. Y dicha escena no sabes absolutamente a qué carajo viene, como todo, pero, igualmente, mola mucho.
   Lo demás no hay por dónde cogerlo, sin embargo. Las escenas sin apenas diálogo, o en las que no sale ninguno de los protagonistas, parecen cortinillas de estrella muy largas y pesadas (una se compone hasta de un tiroteo en el que no conoces a nadie ni te importa nadie lo más mínimo) y se limitan a reforzar el mensaje subyacente a toda la película: "huuuy, verás cuando venga el cártel, qué malo es el cártel, cuando venga el cártel te vas a cagar". También hay otro subconjunto distinto de escenas: aquéllas en las que sale un actor famosillo haciendo NADA, sólo para que alguien diga, "Anda, si es el de Breaking Bad", "Anda, si es la de Juego de Tronos", "Mira al de El hundimiento, no cambia la cara el tío ¿eh?", "Y por ahí va... ¿John Leguizamo?".

"¡Mi buena racha comenzará un día de éstos, lo sé! ¡LO SÉ!"

   Por si fuera poco, para aumentar la vergüenza ajena, llega un punto, cuando todo se ha desmadrado (y ya era hora, porque la peli ha tardado en "arrancar" como cincuenta minutos), en el que lo absurdo de la historia se mezcla indisolublemente con los diálogos shakesperianos y nos plantamos con una de las escenas más bochornosas pero, por qué no, más divertidas, que he visto en el cine últimamente. Hablo de cuando Fassbender está fatal, súper desesperado, y llama a un tío mexicano para que le ayude, y ese tío mexicano resulta ser Paulo Coelho. En serio, ni la visión anterior del trailer de Ismael (con el gran Mario Casas, qué puto genio de la comedia), consiguió que me riera tanto.
   En resumidas cuentas, la última peli del nuevo Ridley no hay por donde cogerla. Tiene varias cosas buenas, concentradas en los diálogos, en Cameron Diaz haciendo guarradas y en una escena sobre el final que sí que logra inquietar levemente (el disco que le llega a Fassbender a su piso), pero el resto es un cúmulo de absurdeces y sinsentidos que puede, o bien molestar al respetable (como ha pasado normalmente), o divertir a gente como yo. Como digo, me lo he pasado muy bien en el cine. Ha sido un guilti plesur de ésos. 
   Para ver en sesión continua con Prometheus y luego ya, si eso, tirarte por un puente.