miércoles, 18 de diciembre de 2013

La vida secreta de los amargados


Hace un par de días comentaba el modo en que trataba la nueva peli súper oscarizable del año, 12 años de esclavitud, de conmocionar al espectador, de hacerle doloroso partícipe de la terrible historia que contaba, de remover sus emociones y sensibilidades a golpe de látigo y de plano fijo, amén de una banda sonora repetitiva y efectista. Comentaba, también, cómo fracasaba míseramente en su empeño, creando en un servidor una mezcla de agotamiento, exasperación, y germinante deseo de que acabara de una vez. 
   Es por ello que ahora he de escribir estas líneas con, al menos, un ligero sonrojo, o al menos debería, porque me la trae bastante floja, el caso es que La vida secreta de Walter Mitty no ha podido gustarme más. En serio. He vuelto a casa preguntándome cómo podría haberme gustado más, y no hallaba respuesta. La película ha generado tantísimas emociones en mí, me ha conmovido tanto, que he llegado a sentirme un poco paleto al recordar cómo asistí con abierto estoicismo a la enésima visión de negros recibiendo la del pulpo. Osea. ¿Me aburro viendo la película definitiva sobre uno de los pasajes más tristes y vergonzosos de la Historia, y luego mojo las bragas viendo a Ben Stiller viviendo aventuras, enamorándose, y haciendo cosas maravillosas al ritmo de David Bowie? Al final resultará que soy un tipo bastante simple, por mucho Lars von Trier al que bese el culo (¿pagaré finalmente por ver Nymphomaniac?, ¿cruzaré esa barrera?, ¿conseguiré empalmarme con Charlotte Gainsbourg?, muy probablemente, no a todo). 

Soy súper fan de Shia LaBeouf, ¿eh? Sólo quería que lo supierais

   En fin. Como ya hice con 12 años de esclavitud, lo único que puedo hacer es defender y justificar mi postura desde la más engañosa de las humildades. Para empezar, creo que La vida secreta de Walter Mitty es una obra destinada a gustar y emocionar absolutamente a todo el mundo, y no sólo porque me haya emocionado y gustado a mí (ya sabéis, el que pasa mazo del Holocausto judío), sino porque hay tal cantidad de buen rollo, tanta simpatía, tanto positivismo, que sólo un sujeto enormemente amargado podría reaccionar con insensibilidad ante ella (y que conste que, para gente amargada, yo mismo). Poniéndonos cinéfilos, la película de Ben Stiller rebosa del mismo espíritu que aquél que hacía grandes las películas de Frank Capra, hará como un millón de años, un espíritu de auténtica esperanza en el ser humano, de kamikaze idealización del amor, de ferviente deseo por vivir, y vivir feliz e intensamente. No importa lo pringada o fea que sea una persona, lo miserable que sea su jefe, la vida de mierda que tenga; gracias a películas tan irreales como ésta, podemos ver cómo triunfa en sus propósitos, cómo encuentra a alguien que le quiera sólo por el interior, cómo le canta las cuarenta a su jefe y se marcha al paro con la cabeza bien alta, y con dos cojones. Esto es cine, y todo puede suceder dentro de él.
   Tal sensiblona diatriba, que he optado por dejar que fluyera virgen sólo para que veáis lo muy tocado emocionalmente que sigo estando horas después de haberla visto, puede no servir como crítica seria (nada de lo que hago sirve, realmente), así que concreto. Ben Stiller como protagonista está entrañable en su justa medida, con sus titubeos y sus ojos azules en perpetua sorpresa, y como director se las apaña realmente bien, con planos enormes muy a lo Peter Jackson y escenas de acción delirantes con tanto CGI por medio que tampoco es que parezca que le haya costado mucho. La chica, Kristen Wiig, es un bellezón, y no uno de esos bellezones que te tirarías sin piedad, sino uno de los que te enamorarías en la distancia, mirarías a los ojos en todo momento, recitarías poesías estúpidas, y luego, ya si eso, te tirarías sin piedad. Osea, que muy bien. Luego están la también deliciosa Shirley McClaine como la madre del susodicho Walter Mitty, un tío de aspecto muy raro y repelente que hace de malo y se hace odiar convenientemente, y Sean Penn haciendo un cameo con, sin embargo, bastante más diálogo y tiempo que en El árbol de la vida

Ben Stiller haciéndose la típica foto post-postureo para demostrar que de vez en cuando dirige

   El guión es un compendio de idas de olla que, mal ensambladas, podrían haber causado auténtica vergüenza ajena, pero que no es el caso, y tales idas de olla se contemplan con el mismo encanto y relajación, o incluso más, que, así a bote pronto, Amélie. Asimismo, no acaba siendo más que la típica historia del héroe haciendo un viaje de autodescubrimiento, bañado en una épica forzada pero eficaz y un lirismo que tampoco molesta, combinando con un sentido del humor, digamos, bastante extraño, con el que igualmente se sintoniza muy bien (y de qué manera, tendríais que ver lo escandalosamente que se reían los palurdos de la sala... ¿por qué la gente en el cine se ríe por todo? Ven a un perro mutilado pegando brincos y se desorinan. Es acojonante). 
   Pese a que pueda haber llevado a esa conclusión con mi lúbrico piropo, La vida secreta de Walter Mitty dista bastante de ser perfecta, y mi excitación con respecto a ella se debe, simplemente, a que me ha llegado. Y me ha llegado tanto que voy a enumerar los fallos que tiene sólo por deporte, aunque ya mismo podría acabar y deciros a todos que corrieseis a verla, insensatos. Básicamente, lo que tiene la película es que es enormemente manipuladora, y parece orgullosa de serlo. Todo en ella apunta al corazón del espectador, a apabullarle e impactarle como sea, y, en vez de recurrir a negros azotados, se limita a poner a Ben Stiller tomando alguna decisión importante mientras suena alguna canción épica (extraordinariamente épica en el caso de Arcade Fire y de David Bowie, siendo la escena con el Space Oddity de este último como fondo probablemente la mejor de la función), para luego manufacturar un tercer acto no por largo menos impecable, en el que cada escena deja al público al borde de las lágrimas (yo lloré como una magdalena con el vídeo del niño en el monopatín, confieso sin la menor vergüenza... bueno, con a lo mejor un poco sí). La vida secreta de Walter Mitty es descaradamente manipuladora, y puede que su parte central esté demasiado hinchada (aunque no podría decir que se hace aburrida en algún momento), o se dejen caer momentos no demasiado inspirados, o se hayan enseñado demasiadas cosas en su trailer, pero es, indudablemente, una gran película. De ésas que trascienden la vida y hacen pensar que ojalá toda ésta se desarrollara dentro de una pantalla de cine.

Esta escena NO sale en la película

   Por cierto, fui a verla en su preestreno, y a la salida me preguntaron y me pusieron un micrófono en la mano. Yo, pues qué os voy a contar, estaba tan conmovido, y aún con las mejillas lagrimeantes, que más que hablar, balbuceé, y en definitiva quedé como algo parecido a un chimpancé retrasado, con perdón para los retrasados (no así para los chimpancés). Comparto esto únicamente porque me sale de las pelotas y para que sepáis que voy a preestrenos, pero sobre todo para ilustrar de manera definitiva cómo me hizo sentir La vida secreta de Walter Mitty
   Recomendada para todo el mundo, exceptuando quizá a aquéllos con menos sensibilidad que yo.

1 comentario:

  1. Más allá del porqué... He acabado leyendo la última entrada de Crown in the Rye (on the Rainbow para el amigo) en la que, a falta de un polvo, se explaya en transmitirnos su reacción con el último prestreno al que acudió "La vida secreta de Walter Mitty". Esto va para Crown, con cuyas publicaciones siempre puedo echar unas risas. Pero no empecemos a chuparnos las pollas todavía. Sigue así on the Rainbow!

    ResponderEliminar