domingo, 23 de diciembre de 2012

La crítica más friki jamás vomitada

El hecho de que Peter Jackson haya acabado dirigiendo la trilogía de El Hobbit tiene algo de poético, mucho de fanático y casi nada, creo yo, a lo mejor soy un poco ingenuo, de ambición descaradamente económica. Quiero decir, dividen el último libro de Harry Potter en dos partes y piensas "Sí, nos quieren sajar", hacen lo propio con Crepúsculo y piensas "Me la suda", pero nuestro amigo de Nueva Zelanda adapta un libro de menos de 300 páginas en tres películas de tres horas (hay muchos treses, en efecto), y no nos escandalizamos demasiado, apenas reflexionamos "Qué estafa, qué poca vergüenza, qué hollywoodiense". ¿Y por qué? Porque Peter Jackson es un friki. Un frikazo. Joder, ¿le visteis en la ceremonia de los Oscars cuando lo de El retorno del rey? No hay un director de cine más preparado para El Hobbit que Jackson. O que, quizás, Guillermo Del Toro.
   Con el estreno de la primera parte de la trilogía, Un viaje inesperado, que adapta unas 90 páginas del libro, hay mucha gilipollez fluyendo por ahí a su antojo. Sí, no es una gran novedad, pero, como siempre pasa con estos grandes estrenos geeks, las gilipolleces son del calibre de "Esos bellacos no han metido a Tom Bombadil", "El príncipe Imrahil no apareció en El retorno del rey", "¿Dónde recórcholis está la bufanda de Gandalf?". Con la trilogía de El Señor de los Anillos (que es, reconozcámoslo de una vez, la gran obra cinematográfica del Siglo XXI), la gente decía cosas así, se quejaba amargamente, sin caer en la cuenta de que Tom Bombadil es un petardo, de que nunca se llega a saber qué caray pinta el tío ese, el Imrahil, en la historia, y de que Gandalf, con o sin bufanda, sigue siendo la polla.


   Pero ahora a Jackson le ha dado por poner sus grasientas manos en El Hobbit, que resulta que es uno de mis libros favoritos de siempre. Lo leí antes que El Señor de los Anillos, ya sabéis, esa gran obra que respiraba épica, y de la que no puedo decir que estuviera mal escrita o que fuera un rollo por si me denuncian o algo (pero Las dos torres y sobre todo, El retorno del rey, son dos truños como dos descripciones tolkienianas de grandes). El Hobbit, por su parte, sí es una maldita obra maestra de la Literatura Universal, un libro mágico, un cuento clásico que deberían relatarle los abuelos a sus nietos antes de que éstos cerraran los ojos, la habitación se oscureciera y, en sus sueños, el viaje continuara. 
   Así que me vais a perdonar, queridos amigos, porque a continuación voy a hacer de El Hobbit la crítica más friki posible, mereciendo collejas en cantidades ingentes, spoileando como un poseso y ganándome el desdén de aquel razonable grupo de espectadores en el que yo me suelo incluir pero que hoy, no. 
   Por partes. Antes de llegar a los spoilers, que es cuando me voy a poner más húmedo, hablaré de cosicas técnicas de ambientación y fotografía para que los puristas podáis seguir leyendo. La cuestión es que Peter Jackson no podía haber escogido un mejor Bilbo, y eso se advierte muy pronto, sólo con que miréis alguna foto en la que sale fumando en pipa. Como nativo de La Comarca, uno de esos lugares en los mataría por vivir, Martin Freeman le da mil vueltas a Elijah Wood, y eso tiene un gran mérito contando con que, según su DNI, Elijah Wood es realmente un hobbit (no me estoy inventando nada). Luego Ian McKellen lo sigue clavando como Gandalf, en su línea (hay una parte de la película que grita "Insensatos"; en dicha parte me corrí). Richard Armitage también hace un Thorin Escudo de Roble inmejorable, con toda la dignidad, fanfarronería y nobleza que yo imaginaba leyendo el libro. El reparto, como vemos y con la excepción de Radagast (del que ya me ocuparé más tarde, en lo que voy afilando los cuchillos) no podría estar mejor escogido. Los trece enanos, además, se diferencian bastante bien, ya sea mediante una lectura detenida del libro (jo, es que han clavado a Balin), o mediante la imaginación de Peter Jackson y su amiga guionista (ese Nori que habla en euskera o ese Kili que se cree Legolas). Un sobresaliente, que los cameos de Christopher Lee y Cate Blanchett cuadran al 10 (y no porque sus diálogos estén muy inspirados precisamente).

Los hobbits existen. Suelen mostrarse raros y tímidos con la Gente Grande, como nos llaman, siempre ocupados en sus propios asuntos, y sin acostumbrar a vivir aventuras. Sin embargo, de vez en cuando uno sale de su cómodo agujero hobbit, acuciado por un coraje innato en esta peculiar raza, para así ver mundo y entonces... hacerse famoso

   La música. Yo proclamo sin rubor alguno que me tiraba las partituras de Howard Shore, si esto no fuera físicamente imposible. Qué buena que es la banda sonora de El Señor de los Anillos, maldita sea. Me puse un cacho de tono de llamada en el móvil. La grababa en cintas de cassette y la escuchaba antes de dormirme. Qué buena que es. Superior. Divina. Y la de El Hobbit es muy buena también, por suerte, y creo que tiene mucho que ver que las composiciones sean, básicamente, las mismas. Howard Shore ha hecho un poco el vago, en realidad, (únicamente destaca el leitmotiv de los enanos), pero con lo que consiguió para la primera trilogía ya se puede morir tranquilo, no pasa ni media.
   Veo un poco absurdo hablar de los efectos digitales, visuales, especiales o lo que sea. La vi en el modo normal, sin 3D ni 48 fotogramas por segundo (jo, y no veas lo que me fastidió no verla de ese modo, ¿eh?), y pese a todo declaro que son una completa maravilla, una que, de hecho, sí creo que supera en bastantes cosas lo alcanzado en El retorno del rey. Por ejemplo, la genial secuencia de los Gigantes de Piedra supone lo más espectacular que he visto en una pantalla de cine desde hace mucho, mucho tiempo. Los cinco minutejos que dura justifican totalmente el precio de la entrada, incluso aunque la veas en 3D. Bueno, eso último igual no (en serio, a ver si se pasa ya la moda esta de los cojones).
   Y ahora toca hablar del guión. Aviso de Spoilers (a lo mejor ya he hecho alguno previamente, pero qué sé yo, la gente se pone muy pesada). El trabajo de adaptación de Peter Jackson es esencialmente correcto (y en ocasiones no podría ser mejor). La película se hace entretenida, está muy bien realizada (con muchos planos aéreos para que Jackson nos muestre lo bonito que es su terruño), y adaptando, como digo, las páginas de El Hobbit se han portado, sí señor. El problema ha llegado cuando Jackson ha cogido El Silmarillion, los Apéndices o Egidio el granjero de Ham, y ha pensado que era buena idea meter cachos en esta película, así, totalmente gratis. Y el problema se ha agravado aún más cuando ha decidido inventarse cosas. Porque, con esto último, la ha cagado totalmente.
   Voy a empezar con Radagast El Pardo, personaje que sí aparece en El Señor de los Anillos pero no en El Hobbit, aunque ésta es la menor de mis pegas. El nuevo Jar Jar Binks, lo llaman por ahí, y digo yo, más quisiera el perroflauta este asqueroso. Jar Jar Binks, por el mero hecho de padecer síndrome de Down, era gracioso, pero Radagast ni eso. Él sólo es un drogadicto sin gracia que tiene un trineo ridículo tirado por conejos y que, mientras escucha a los Moody Blues, se ocupa de curar a los animalicos que habitan el bosque (como demuestra en la soporífera escena de Sebastian, el erizo enfermo... hasta me aprendí el nombre del bicho). El personaje no sólo es patético, sino que su irrupción en la historia no podría estar peor engarzada, asesinando el buen ritmo que traía el viaje de Bilbo hasta entonces. Aparece con su mierda de trineo y hay una persecución totalmente gratuita de wargos (Peter Jackson está obsesionado con inventarse ataques de wargos, el muy pervertido) que, no obstante, acaba bastante bien, enlazándose con la llegada de la compañía a Rivendel y con la desaparición por siempre de Radagast. Espero no volver a verle nunca, ni siquiera en las versiones extendidas que fijo que habrá, y que incluirán todo aquello del libro que, por falta de tiempo, no se pudo meter. 

Me niego a poner una foto del Radagast ese

   Seguimos con las incorporaciones locas, y nos encontramos con Azog, el orco pálido que monta un wargo pálido, tiene el brazo ortopédico más cutre de la historia, y que, oh sorpresa, es el gran villano de la función. En la novela lo mencionan de pasada, y aquí en la película parece querer quitarle importancia  a Smaug poniendo cara de maloso y cabreando a Thorin. Y, la verdad, va apañado si pretende igualarse a Smaug, y no sólo porque todas sus escenas sean penosas (por favor, si es que es decir Thorin "Azog murió" y el mismo Azog aparece al segundo siguiente). Una vergüenza. Y encima a ése fijo que lo volvemos a ver.
   Luego, el Concilio Blanco (me estoy pasando de longitud, pero eso nunca fue un problema para mí). La escena que comparten Galadriel, Saruman, Elrond y Gandalf se anunciaba como uno de los grandes momentos, y acaba siendo pasable, por no decir aburrido. No paran de hablar, encima en ese tono poético y como de castellano antiguo que a veces se gastan los de la Tierra Media, y mientras hablan, hablan y hablan a uno le dan ganas de gritarles: "¡Que sí, coño, que Sauron ha vuelto!". Al menos se salva al final, con la breve conversación entre Galadriel y Gandalf, que es muy emotiva.
   Siguiendo con lo que falla espantosamente llegamos al Rey Trasgo, que es un personaje aún más ridículo que Azog y Radagast juntos (vaya frases que le hacen decir al pobre), y a la secuencia de los tres trolls. Y aquí sí que me cabreo de veras. Peter Jackson se ha cargado uno de mis capítulos favoritos, queriendo darle un protagonismo a Bilbo que en esa escena no tenía en absoluto, y yendo éste en detrimento de Gandalf, que viene, clava su vara recordando al Balrog, tira un par de piedras y grita "¡Ya se ha hecho de día, pringaos!". Tal como os lo cuento. Una gran cagada.
   Pero bueno, voy a tranquilizarme y a acabar con las cosas buenas. Os parecerá que me he pasado criticando, pero Un viaje inesperado dura tres horas y ahí hay sitio para todo, hasta para que los frikis lloren de alegría. El prólogo que enlaza con La Comunidad del Anillo es una gozada, la secuencia de los enanos cenando no podría ser más fiel al libro (y el momento en que éstos cantan solemnemente tampoco podría ser más épico). Luego los Gigantes de Piedra, que cómo me gustan, la huida del Reino de los Trasgos, la llegada de las Águilas... Y me dejo lo mejor para el final. Gollum.
   El tiempo que comparten Gollum y Bilbo en escena, más o menos unos veinte minutos, aglutina los mejores momentos de la película, Gigantes de Piedra aparte, correspondiéndose con su original literario (Acertijos en las tinieblas está considerado como de lo mejor que Tolkien escribió en toda su vida). Y nos encontramos estos acertijos, la esquizofrenia de Gollum, la picardía de Bilbo. Está todo, desde el icónico "¡Bolsón, Bolsón, lo odiamosss!" hasta el momento en que Bilbo duda si matar a Gollum o no. De hecho, para el devenir de la historia posterior este momento es clave, y Peter Jackson sabe otorgarle la trascendencia y el dramatismo que merece. Jo, y Gollum es... es que Gollum es maravilloso. Hasta parece haber mejorado en su diseño y animación, y en esto me gustaría inaugurar algún tipo de plataforma para que a Andy Serkis le dieran el Oscar. Por lo menos, para que se lo dieran antes que a Ryan Gosling.

"¿Cómo esss posssible que al tío de Drive le paguen un sssueldo y a mí no?"

   Y creo que ya voy acabando. En un inédito alarde de humildad, no muy propio de mí, le pediría a aquel valeroso lector que ha conseguido llegar hasta estas líneas finales que no se tome esta crítica demasiado en serio, pues está muy influenciada por el libro y por esa creencia, cada vez más desfasada, de que una película de tres horas no tiene por qué ser una obra maestra.
   Ah, una cosa más, valeroso lector. Léete El Hobbit. Y sueña.

martes, 6 de noviembre de 2012

Nolanizando que es gerundio


Desde siempre me han gustado las películas de James Bond. Mucho. No seguiré en esto con la típica parrafada nostálgica ensalzando a Sean Connery, proclamando al primer Bond como el mejor de su, larga y plena en altibajos, historia, porque ya bastante os habrán dado la brasa con ello vuestros abueletes, y porque es una actitud dentro de la cual nunca he sentido el impulso de definirme. 
   Yo es que soy más de Brosnan, matadme, y no por nada sino porque empecé con él en el mundillo, cuando Goldeneye (una de las mejores entregas de la franquicia, sin discusión) me cautivó desde el primer instante con una narración poderosa y adictiva, un impulso enérgico que pocas veces he visto igualado en mis experiencias bondianas posteriores. Sí, Pierce Brosnan. El actor que consiguió igualar el carisma de Sean Connery y pisotear elegantemente y con saña la maltrecha sombra de Roger Moore, aquel pobre diablo que no tenía otra cosa que hacer que salir en películas de 007 sin importar la edad que tuviera o lo malas que fueran éstas (que lo son, y mucho). Más o menos mientras Moore ya volvía temeroso a casa para que su mujer le diera pal pelo, y no me estoy figurando nada, Timothy Dalton recogía el testigo y... bueno, salía en dos películas (una más que George Lazenby, jijiji) y luego se daba un garbeo por Looney Tunes: De nuevo en acción, joya del cine de arte y ensayo que nunca está de más reivindicar. Entonces vino mi querido Brosnan, y con él la revitalización de una franquicia que, desde la chorrada cósmica que es Moonraker, no levantaba cabeza la pobre. Aunque Panorama para matar, gracias Christopher Walken, no estaba mal del todo. 
   Por desgracia, en una etapa ulterior de su carrera, muchos listillos se dieron cuenta de que, rayos y retrúecanos, todas las películas de Bond eran iguales y, por tanto, cada vez más ridículas. No puedo negar que Muere otro día fuera un simpático despropósito (ya sabéis, cochecicos invisibles, rayos láser, Bond haciendo surf con paracaídas en un cacho de avión sobre un bloque de hielo gigante sin despeinarse el tupé), pero ni por asomo creí entonces que la fórmula estuviera agotada. Por su parte, los responsables de la franquicia (un encanto de personas según he oído) decidieron replantearse las cosas y mirar con ojo avispado a la taquilla, donde Matt Damon repartía guantás de un modo mucho más directo que 007, pero tampoco mucho más distinto (ya que tampoco movía una ceja el pillín). Y así llegamos a Daniel Craig (probablemente un actor mucho más solvente que Lazenby, Moore, Dalton y Brosnan juntos) y a otra de las mejores películas Bond de todos los tiempos: Casino Royale

Roger Moore es el único que tiene que sostener la pistola con las dos manos... ¿Casualidad?

   En esto, paso olímpicamente de Quantum of Solace, y no sólo porque fuera un truño del tamaño de Edimburgo, sino porque, qué diantre, aquí venía yo a hablaros de Skyfall. La película de Bond definitiva, problemática calificación con la que nos han bombardeado tan copiosamente que han conseguido que sintamos cierto escepticismo. Oh, sí, ahora al argumento, al guión se le otorga un papel de más peso. Ahora, al mando está un director prestigioso de la talla de Sam Mendes. Ahora, Javier Bardem es el villano, el villano definitivo también. Ahora durante los créditos canta Adele. Ay, que me da algo, que se han inspirado en los trabajos de Christopher Nolan para el tratamiento del personaje. ¿Alguien puede dudar que va a ser legendario?
   Reconozco que, salvo por el fichaje de Sam Mendes y la grandiosa canción de Adele, no le di demasiado crédito a este panfleto en un principio. Ni siquiera a lo de Nolan (últimamente se está nolanizando todo). Pero aún así iba a ver la película, por supuesto. Es Bond, James Bond. Quizá ahora con ínfulas de ser algo más que un mero entretenimiento, pero démosle unas palmaditas en la espalda, y qué espalda, y a correr.

Sí, tenía que poner una foto suya. Era necesario.

   Y ahora que la he visto, ¿es para tanto? Diría que no, pero con cautela. Para empezar, el cuento de que han hecho un trabajo más pulido con el guión no es más que eso, un cuento. La historia es mucho más simple que Casino Royale o que Quantum of Solace (sí, creo que entre todos los mareantes movimientos de cámara y los crípticos diálogos de esta última había algo así como una historia), y aún así, brilla con luz propia dentro de todos los risibles libretos de la saga del personaje de Ian Fleming. Esto es posible gracias a que en Skyfall han querido poner a James Bond en situaciones nunca antes vistas, y a mostrar partes de su carácter que tan solo intuíamos; un modo, en resumen, muy brillante de continuar la estela de Casino Royale  (en cuanto a la ya mítica escena de la tortura y al "Ahora todo el mundo sabrá que murió rascándome los huevos"). Incluso las escenas de acción son bastante originales dentro de lo visto en la franquicia, y no hablo de ese prólogo en Turquía que no podría haber sido rodado con más desgana, pero sí de esa brillante pelea a contraluz homenajeando, creo, una escena icónica de Desde Rusia con amor; de la inmejorable secuencia en el metro de Londres (con diferencia, lo mejor de la película); y del aséptico clímax. Para los incondicionales del Comandante Bond, toda una espectacular sorpresa. 
   En otro orden de cosas, Javier Bardem compone un gran personaje pero no, ni de lejos, un gran villano. Su Silva es una mezcla entre el Alec Trevelyan de Sean VaAMorir y del Max Zorin de Christopher Walken, uno por la supuesta antítesis de Bond que simboliza y otro por lo estrambótico, por usar un adjetivo elegante, de su peinado. Y, aún así, y pese a que la chica Bond de turno lo describa poco antes como el maloso de los malosos, Bardem ofrece una interpretación tan sincera y cercana que no consigue inspirarnos ni miedo (por mucho que intente imitar al Joker en algún momento) ni asco (por mucho que ayude el peinado, jo, qué peinado más horrible). Y con todo este psicoanálisis improvisado no quiero decir que no resulte un gran rival para Bond, y me remito a la secuencia del metro, pero sí que al final incluso acabe dando pena y consiguiendo que le comprendamos. Otra gran sorpresa.

Parecía imposible, pero el tío ha conseguido salir aún más feo que en No es país para viejos

   Si bien Skyfall no resistirá mucho dentro de su apodo de película Bond definitiva, sí que lo hará como la más sorprendente y, por qué no, excéntrica. Supone, por si fuera poco, un gran homenaje a las películas antiguas (mucho más grande de lo que cabría suponer en un principio), y los actores están en su mayoría fantásticos, con Daniel Craig fusionado totalmente con su personaje, Judi Dench luciéndose como "M" con mucha más cancha que en anteriores ocasiones, el ya citado Bardem, Ralph Fiennes, Ben Whishaw como "Q" (YA ERA HORA, CABRONES), la chica de la mala puntería... 
   Únicamente adolece de un tramo final alargado en exceso, en el cual se percibe aún más claramente el fantasma de Christopher Nolan (¿Alfred?) y donde todo chirría un poco; y de alguna escena ridícula como aquella de los lagartos hechos por ordenador y más falsos que un político. Por lo demás, tenemos ante nosotros una muy buena película de James Bond, que no sé yo si será mejor que Casino Royale, pero que sí entra de cabeza dentro de mi lista de películas preferidas de 007. Así que hacedme caso e id todos a verla. 
   Y hasta la próxima. Porque, está claro, James Bond volverá. Pese a quien pese. Con más tiros, más chistes malos, más fantasmadas, más tías buenas, más todo; y a ver si la próxima también resulta ser la película Bond definitiva. Que yo encantado.

martes, 30 de octubre de 2012

"Déjalo, Jake, esto es Hollywood"

Pues hoy vengo calentito, queridos lectores. No calentito en el sentido sexual, ni siquiera en el sensual, sino calentito en el sentido de, qué sé yo, como si me hubiera enterado de que va a haber un Episodio VII de Star Wars. Algunos lectores no asiduos a Twitter o a las redes sociales (hola, mamá) pensarán: "Vaya, pues sí que tiene que estar cabreado". Y más si resulta que es verdad. Que la Disney ha comprado a LucasFilm y ha anunciado que va a haber una nueva entrega de la saga galáctica, en torno al 2015. Mayas, salvadnos. 

Éste fui yo, pero algo más guapo, al enterarme

   Os introduciré un poco el espinoso asunto. George Lucas (el segundo hombre con barba que más desprecio actualmente) anunció que iba a dejar el cine hace algún tiempo, en unas condiciones que, por hilarantes, no puedo dejar de reseñar. Resulta que el director de American Graffiti (qué bonito queda referirse a él en esos términos, aunque la peli en cuestión fuera un peñazo de mucho cuidado) quiso lanzarse al mercado cinematográfico con una idea rompedora que no tuviera nada que ver con Star Wars, quizá porque se dio cuenta de que no podía seguir lanzando subproductos amparados en la franquicia y salir así, impune, sin que nadie se marcara un Mark Chapman (y con subproductos no me refiero a las precuelas, espabilaos). ¿Y de qué iba la idea en cuestión? Pues de las simpáticas aventuras de un escuadrón de soldados afroamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, basadas obviamente en una historia real. Lo que se dice un éxito seguro. 
   Naturalmente, nadie en Hollywood osó financiarle el invento. Y nuestro imaginativo amiguito, a quien le hacían bullying en el colegio y al que me gustaría hacerle bullying ahora, se enfadó mucho, se pilló un berrinche que te cagas, y pataleó y pataleó. Se encontró con sólo su propia productora, LucasFilm, o LucasArts, o lo que sea, dispuesta a sacar adelante la aventura de los soldados negros. Con la perspectiva de, preparaos para que se os rompan los monóculos, convertirse en un director indie. O algo así. Y por lo visto le dio como repelús y se negó a seguir adelante. Proclamó en tono afectado "Éste no es el Hollywood en el que me crié" (a lo que alguien debería haberle contestado: "No, cierto, éste es el Hollywood que creaste"), y se recluyó en su rancho de los cojones, jugando con figuritas de Boba Fett y obligando a su mujer a peinarse como Leia Organa para periódicas sodomizaciones. O al menos eso espero.

"¡Pues ahora pienso montar mi propio parque de atracciones! ¡Con casinos! ¡Y furcias!"

   Luego remasterizó en DVD la trilogía original, creo que por decimonovena vez. Y eso fue la repanocha, amiguitos. Por si no hubiéramos tenido suficiente con todos los bichos infográficos y con la sustitución de Sebastian Shaw a manos de Hayden Christensen en la última escena de El Retorno del Jedi (una falta de respeto totalmente denunciable hacia el actor original), George Lucas siguió toqueteando cosas. No se podría haber limitado a tocar a su mujer peinada como Leia, o a su puta madre, no. Se le ocurrió que en la escena de redención de Darth Vader (no me toquéis las narices con el spoiler) quedaría morrocotudo que éste gritara "¡NOOOOOOOOO!" mientras agarraba al Emperador y lo arrojaba al pozo de la Segunda Estrella de la Muerte. Una absoluta, disparatada, total, y milenarista gilipollez, pero que se quedó en eso, en una gilipollez. Con su gracia y todo.
   Y todos tan felices. Yo tan feliz. Quiero decir, más adelante se entretuvo pasando La Amenaza Fantasma a 3D y planeando hacer lo mismo con las demás entregas, y yo sin nada que objetar. Oye, pues vale, haz lo que quieras, un caldito con el esqueleto de la gallina, qué sé yo. Leí por ahí que tampoco es que tuviera mucho éxito, y yo tan tranquilo, viendo una y otra vez la saga en el DVD de mi casa y progresando en la memorización de todos y cada uno de sus diálogos (sí, espabilaos, también los de las precuelas).
   Ahora, sin embargo, esto no tiene ni pizca de gracia. Georgie, te has pasado. No tuviste suficiente con toquetear todo tu (grandioso) legado hasta lo ridículo, con lanzar series mediocres e incluso una película de dibujos para el justo escarnio general. Ni siquiera te bastó perpetrar ese engendro responsable de la crisis  que ahora mismo padecemos llamado Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal. No. Ahora encima un Episodio VII. Bajo la batuta de Disney, según parece (que sin embargo, no es lo peor de todo).

A él también le horroriza la idea. Dadle un respiro

   No me detendré en vacuos "¿Por qué, señor, por qué?", ya que la razón la conocemos todos. Sólo seguiré con unas cuantas consideraciones. A mí las precuelas me gustaron. Espabilaos. De hecho, La Amenaza Fantasma fue la primera película que vi de la saga, de lo cual no me avergüenzo. Porque aún recuerdo ese día, camaradas warsies (seguro que el brillante pensador responsable de acuñar tal término era trekkie), cuando conocí a Obi-Wan, a Anakin, a Qui-Gon, a R2-D2, a C3-PO, a Amidala, incluso a Jar Jar Binks. Creo que nunca, jamás de los jamases, me ha fascinado tanto una sesión de cine. Me ha influido en esa medida, cuando volví a casa queriendo ser un Caballero Jedi, deseando saber más de esa galaxia muy, muy lejana. Poco después vi la trilogía original, y el hechizo se consumó. Luego vino El Ataque de los Clones, y bueno, ya sí que Lucas no me la coló, porque iba más preparado, y pude entrever lo mala que era sin necesidad de frisar los cuarenta años. La Venganza de los Sith le gustó a todo el mundo. A vosotros los nostálgicos también, pillines, por mucho que os las deis de Carlitos Alcántara.
   Aún así, la trilogía original es una joya del cine. Son mágicas en su imperfección, en su sencillez. El alocado y encantador entretenimiento de Una nueva esperanza. La inédita oscuridad e inteligencia de El Imperio contraataca. El Retorno del Jedi sin Ewoks. Maldición, es que me enternezco, y las fuerzas (la Fuerza, jijiji, y acto seguido enjugo una lágrima) me fallan a la hora de seguir dándole tralla a Lucas. Llega un punto que no sé muy bien qué pretendía con este artículo, si machacar u homenajear su pusilánime figura geek. No sé. Sólo quería expresarme, y qué mejor para ello que tirar del blog y tener leyendo a algún que otro incauto parrafadas furibundamente interminables y probablemente indocumentadas. 
   A todo esto, tenía planeado hablaros de Ruby Sparks, lo nuevo de los responsables de la deliciosa Pequeña Miss Sunshine, pero sólo me da tiempo a animaros a que la veáis pero no a que paguéis por ella, porque está bien (Paul Dano hace una muy buena actuación, tiene apuntes originales y se mencionan un par de veces a Salinger y a El guardián entre el centeno) pero no es una cosa que digas "Oh, qué dineral más bien gastado". Si en vez de la guapilla pero insustancial Zoe Kazan hubieran metido a la divinidad Zooey Deschanel en el papel femenino tendríamos una gran película, capaz de rivalizar con la debacle galáctica por el protagonismo de este artículo.

¡Vamos, cantad conmigo! "Who`s that girl? Who`s that girl? It`s Jess!!!"...  En serio, no soy gay

   Mas no ha sido así. Solo resta prolongar mis lamentos por la noticia, pedir a algún magnate sin escrúpulos de Hollywood (fijo que alguno me lee) que detenga este despropósito, rezar para que George Lucas entre en razón, llorar. O, en una ínfima, desesperada y ridícula medida, rezar para que, al final, no todo sea tan malo. Total, mientras no aparezcan los Ewoks o actúe Hayden Christensen...

martes, 23 de octubre de 2012

Testosterona atemporal


http://designingsound.org/wp-content/uploads/2013/05/looper-poster-2.jpg

Hace algún tiempo os hablaba de la tercera parte de Men in Black, aprovechando de paso para defender esta infravalorada saga (algo que siempre suelo hacer justo después de aseverar que Dogville es la mejor película europea de los últimos tiempos), y para comentaros lo mucho que me gustan a mí los rollos temporales, con esas descacharrantes paradojas que pueden destruir el universo, esas líneas trazadas por tizas chirriantes en pizarras, y esos maquillajes tan horribles y falsos. De hecho, estas mierdas me gustan tanto que según como me levante puedo proclamar, o no, que Regreso al futuro alcanza a El Padrino como trilogía, y que los capítulos de Futurama dedicados al tema superan con mucho a los mejores de Los Simpson. Si alguien continúa leyendo tras semejante sarta de blasfemias, hoy hablaré, muy al caso, de Looper, el último thriller de ciencia-ficción "seria" (esto es, de trama innecesariamente complicada por momentos). 
   La película del hasta ahora desconocido Rian Johnson (ni idea de cómo se pronuncia el nombre de pila) llega protagonizada por dos actores capaces de llamar la atención por sí solos, pero que aún lo hacen más cuando vienen en pack, y encima haciéndose cargo del mismo personaje en tiempos distintos. Ellos son el guaperas de Joseph Gordon-Levitt, que poco a poco se está labrando una carrera envidiable, y el tipo duro por antonomasia, ni Chuache ni Chuck que valgan (y seguimos con las blasfemias), Bruce Willis. No ahondaré en quién de los dos me parece mejor actor por respeto a la sacrosanta figura de John McClane, pero sólo decir que Willis no ha llegado adonde está valiéndose del método Stanislavski precisamente, sino a base de hostias, tacos y yipikayeismotherfucker. Y no pasa ni media, porque me la sigue poniendo dura. Y cuanto más calvo mejor. 
   Antes del estreno de la película muchos se mostraban escépticos, ya sabéis, por eso de que Willis y Joseph Gordon-Levitt se parecen más o menos lo que yo a Rafa Méndez, pero una vez vista os aseguro que no tenéis nada que temer. Por una parte, porque Marlon Brando y Robert De Niro también se parecían únicamente en el blanco de los ojos y ahí los tienes con sendos Oscars, y por otra, porque han sepultado a Gordon-Levitt bajo tantas toneladas de maquillaje que da el pego, más o menos. De hecho, si se hubieran ahorrado cierta sonrojante escena de transición temporal entre ambos actores (en la que osan colocarle a Willis una peluca alopécica), todo habría encajado de maravilla. 

Sí, el chico de (500) days of Summer está como muy raro. Creo que se ha hecho algo en el pelo

   Pero vamos a lo que importa. Como estamos hablando de ciencia-ficción seria post-Nolan, qué menos que hablar del guión, un estimulante pastiche de Terminator, Regreso al futuro, La profecía y muchos más (incluso es homenajeada, no sé si voluntariamente, X-Men 3, aquella película que todo el mundo odió a muerte menos yo, hipster de pura cepa). El libreto de Looper comienza de manera inmejorable, introduciéndonos la voz en off de Gordon-Levitt, muy a lo noir, un futuro triste, cutrísimo y bastante realista, con drogas, violencia visceral y tetas. Se nos presenta a su personaje, un ser complejo y muy gris con el que es bastante difícil simpatizar en un principio, y a la par se desarrolla la secuencia más original de la función, centrada en Paul Dano y en un montón de desmembraciones inesperadas.
   Cuando aparece Bruce Willis la cosa mejora todavía más, erigiéndose toda una montaña rusa que, sin embargo, se acaba demasiado pronto, en el momento en que aparecen Emily Blunt y el niño repelente, y la cosa decae. La historia se va haciendo cada vez más recargada y extraña, hasta llegar a un estallido (literal) en el que ya optas por creerte cualquier cosa. Como coincide justo con la mayor aglomeración de escenas de acción, tampoco te cuesta mucho, sobre todo cuando ves a Bruce Willis repartiendo estopa con una metralleta y esperas entusiasmado a que suelte algún chascarrillo que, desgraciadamente, no llega. Ni un "No me quedaban balas", ni un "Te voy a meter un camión por el culo", ni siquiera un simple "Puto hámster". Pero es Bruce Willis pegando tiros. Qué más queréis.

"¡Ho, ho, ho, ahora tengo una metralleta!"

   A lo que voy, el guión es bueno, tiene buenas ideas, pero intenta abarcar demasiado, retorciéndose sobre sí mismo y cayendo en un montón de cosas mal explicadas y lagunas que un espectador medianamente avispado no dejará de poner en evidencia al comentarla posteriormente. Además, Jeff Daniels es tristemente desaprovechado, y otros personajes o bien caen en el olvido o tienen un final absurdo. Muy irregular todo. 
   Por lo demás, Rian Johnson (supongo que se pronunciará igual que Ryan) hace un sobresaliente trabajo en la dirección, consiguiendo que Looper, con ciertos altibajos, sea entretenida, incluso adictiva, en todo momento. Los efectos especiales no están demasiado mal teniendo en cuenta que la película se hizo con dos duros (y por tanto no sé qué necesidad había de meter una jodida moto voladora), y Joseph Gordon-Levitt está inconmensurable, tanto imitando a Bruce Willis (que le sale que te cagas, a la altura de José Mota) como componiendo su propio personaje, ese trágico asesino yonki llamado Joe.
   Hay que ver la película, en definitiva. Pasaréis un buen rato y luego podréis desbarrar todo lo que queráis sobre algunos giros del guión o, mismamente sobre el final, que es extremadamente, como diría yo, aséptico (cual dicharachera peonza girando). Los viajes en el tiempo es lo que tienen, que molan mucho. Salvaron la saga Men in Black, nos hicieron creer por un ratillo que Ashton Kutcher era buen actor, lanzaron la carrera de Guy Pearce... y sobre todo, trajeron consigo un DeLorean. Y, sólo por eso, siempre conseguirán que pague un precio progresivamente más escandaloso para visionar el próximo rompecabezas. Es lo que querrían Doc Brown, su perro Einstein y Marty McFly. Cómo los quiero.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Las utopías molan

Hubo una vez, no hace mucho tiempo, en la actualidad, un tipejo increíblemente listo e increíblemente progre que decidió ponerse a escribir guiones. Llamó la atención de los grandes estudios con ganas de ser oscarizados, y fue contratado para escribir sobre la vida de Mark Zuckerberg, un capullo que conseguía parecerlo aún más yendo a todos lados con chanclas, y otro sobre... no sé, el tío del que hacía Brad Pitt en Moneyball. Su nombre era Aaron Sorkin, y hoy toca amarle de nuevo, pero con una rompedora pizca de cinismo y desencanto, que es lo que se lleva actualmente a lo largo y ancho del mundo, cual enorme y maloliente vaso medio lleno... de veneno.

A éste le corta el pelo su mamá

   Y es que han puesto a parir The Newsroom, la nueva serie de Aaron Sorkin, en EEUU. Algunos argüirán "Claro, tiene demasiada dosis de cruda realidad para el paladar de los norteamericanos, y siempre duele que a uno le digan las verdades a la cara. Además, la mayoría de ellos son gilipollas". Eso de la mayoría no lo sé (me informan de que algunos iluminados aún se creen eso de que John Wayne fue un cowboy de verdad que mató pieles rojas a mansalva en sus tiempos mozos), pero lo que sí sé es que las mejores series y las mejores películas se producen en territorio comanche, y que, en cuanto a gilipollas, en España nos salen a devolver. 
   The Newsroom tiene la dosis de realidad indispensable para sacar en adelante el argumento (a los de la LOGSE, la cosa va de noticias), y poquísimo más. De hecho, es una serie 100% (norte) americana, patriótica sin llegar a apestar, y sus protagonistas se asientan en la certeza de que América, perdón, EEUU, si no es el mejor país del mundo poco le falta. ¿Antiamericana? Von Trier sí que hace cosas antiamericanas, y sin siquiera haber pisado este país en su vida. Los genios son así.
   Los críticos de EEUU, que también son bastante gilipollas después de todo, apuntan en otra dirección, no sé si sólo por no parecer fachas. Para empezar, el guión es absolutamente utópico, irreal, el periodismo no es así (yo no lo sé y es probable que nunca lo sepa, así que nada que objetar en principio). Los personajes son también irreales, todos listísimos, todos hablando como House, sabiendo siempre qué respuesta es la mejor para quedar como los putos amos que son (estoy bastante de acuerdo). El empleo de la música no es nada original, habrá sonado Fix you o Baba O`Riley como en un millón de series anteriores; y la actuación del chaval de Slumdog Millionaire (quien por lo visto no acabó trabajando en un locutorio) es infumable. De acuerdísimo. Los sacrosantos diálogos de Sorkin han perdido el efecto sorpresa. Bueno, por ahí sí que no paso.

"Entonces ya no tendré que volver nunca más a la India, ¿verdad? ¿Verdad?"

   Es probable que esos inefables seguidores del boyerismo se hayan olvidado de que están ante una maldita serie, una obra de ficción. ¿Qué más da que todo sea una utopía, o que los personajes sean demasiado inteligentes? Creo que todos estamos bastante hartos de la realidad y de aguantar imbéciles a todas horas. ¿La música? ¿Acaso no es siempre un placer escuchar Baba O`Riley mientras se sucede un optimista e inesperado giro de guión? A ver si se calman un poco, diantre. Que The Newsroom es una gran serie, y Aaron Sorkin sigue siendo el más grande.
   Tenemos a Jeff Daniels como protagonista, uno de los Dos tontos muy tontos (sí, lo siento, es la única película que me viene a la mente), el presentador de News Night, el cual protagoniza el mejor inicio de una serie que he visto en mi vida (siguiéndole de cerca David Duchovny en Californication). Luego está la guapa Emily Mortimer (Match Point), componiendo un personaje muy atractivo al principio pero que con el paso de los capítulos se irá haciendo sucesivamente más irritante. Qué más. Sam Waterston, como el simpático jefe de la pajarita; los personajes de Jim Harper y la becaria Maggie; el novio de ésta, Dom (un personaje al que le pasa exactamente lo contrario que al de Emily Mortimer); el hindú informático; y la neurótica economista, probablemente mi personaje favorito, y eso que odio la economía con todas mis ganas. 
   Ah, y más os vale no discutir con ninguno de estos personajes, porque es totalmente imposible que ganéis. Incluso aunque ellos se empeñen en que el guión de Avatar no fue escrito por un niño disléxico, dará igual, te acabarán convenciendo de que no es así. Semejante ejército de cerebros no se ha visto nunca, un ejército donde todos manejan el sarcasmo como nadie, incluso la becaria Maggie, que unas veces parece más tonta que una zapatilla y otras parece hacer oposiciones para ser candidata al Nobel (o para ganarlo, que últimamente lo consigue cualquiera). Tampoco pasa nada, pero un espectador de capacidad intelectual media puede llegar a sentirse tonto e incluso, dentro de su autoprocalamada estupidez, a discernir que todos los personajes son muy parecidos unos de otros.
   Los diálogos son magníficos, qué le vamos a hacer. Inteligentes (no podía ser de otra manera), divertidos, dinámicos, rodados con nervio, los actores hablando y hablando y hablando con total naturalidad. Cada uno es una pequeña joya que deja en pañales a la mayoría de las series de la actualidad. 

Los protagonistas. No os dejéis engañar por su aspecto, no son seres humanos

   Pero, siguiendo con el análisis del guión (que es la pieza angular de The Newsroom), va a ser que no basta con estas pequeñas obras de arte para alcanzar la perfección. Y ocurre que, algo que sinceramente no me esperaba, éste llega a pecar de maniqueo. Will McAvoy (Daniels) y su equipo son la gran esperanza norteamericana, los adalides del pensamiento liberal y los defensores del periodismo bien hecho, y todos dentro de él son los mejores, los más sinceros, los que tienen más principios y cojones. Y en contraposición, los ogros de la directiva del canal, los que sólo se preocupan por los índices de audiencia y por llevar a cabo las noticias con más morbo. Entre medias, el periodismo rosa (pero de esto no tengo queja) y el Tea Party. Blanco y negro. Y si le añadimos a esto unos líos amorosos bastante irrelevantes a la par que divertidos nos da como resultado un guión que ya quisiéramos manufacturar muchos, pero que dista mucho de llegar al nivel de maestría conseguido en Mad Men o Boardwalk Empire.
   No quita, por supuesto, que la serie sea asombrosa. No tiene un solo capítulo malo (lleva una única temporada en antena), y supone un material que cualquier estudiante de Periodismo debería visualizar. No para informarse del funcionamiento de los telediarios o las fuentes (que para eso ya nos tienen entretenidos con camaritas y polladas en la universidad), pero sí para forjar un código de valores que les será muy útil tanto a ellos como al mundo en años venideros. A lo mejor, si The Newsroom hubiese sido estrenada hace diez años, hoy no existiría el Sálvame, y todos seríamos mucho más felices. 
   Vamos, que las utopías molan, y un poco de optimismo nunca viene mal. Si alguno al acabar la primera temporada se siente violento con tanto buen rollo, que vea Network, de Sidney Lumet, y vuelva a deprimirse. Que lo que nos gusta, joder.

lunes, 1 de octubre de 2012

Hay poco rock and roll


¿Qué se siente una vez visto en persona a tu grupo favorito, habiendo disfrutado de sus canciones como nunca y creyendo que aquel ser humano al que admiras tanto se ha dignado en dirigirte una mirada cómplice, iluminando un rostro sombrío y desintoxicado? Pues aparte de la emoción intrínseca, de la no por predecible menos placentera humedad en las bragas, y de tener la certeza de encontrarte en uno de los momentos cumbre de tu vida mientras esperas a sentir que lo es de verdad, te cabreas ligeramente por lo mal escogido, a quién se le ocurre, del repertorio. Y, sobre todo, abandonando esa ligereza, por esa multitud de grandísimos hijos de puta que se entretienen empujando, hipnotizados por el efecto dominó resultante, y pretenden iniciar pogos ahogados en alcohol y drogas varias, esos indeseables que hacen todo lo posible por chafarte la experiencia. Este post va dedicado a todos ellos. A ver si les acaba dando una sobredosis y, en lo que se mueren, sufren mucho. 
   Y bueno, que estuve en el En Vivo. Los tres días. Soy todo un rockero, y además me parece genial que el ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid esté ocupado por Izquierda Unida. En pos del progreso y la libertad. Osea. Aguanté el mal tiempo, los zapatos embarrados, a más gilipollas haciendo pogos, e incluso, un poquitín, a Soulfly, y yo orgullosísimo, sin replantearme nada. Incluso cuando supe, al poco tiempo, que ahí no valía el dinero de fuera, sino que lo tenías que cambiar por el dinero del festival (lo cual no se puede definir de otra manera que una soberana capullez), me hizo cierta gracia, al principio. Eran púas de guitarra, y por detrás, el nombre de alguno de los grupos que tocaban. Jijijiji... Cuando te toca tres veces la púa de Macaco ya no es tan divertido, os lo aseguro. 
   Pero, eh, que todo esto daba igual. Iba a ver, En Vivo y en directo, a muchos de los grandes grupos españoles que siempre he querido ver, y que han puesto banda sonora a mi vida a lo largo de muchos años, a veces con una insistencia cargante (como es el caso de los Celtas Cortos y el 20 de abril del 90, hola chata cómo estás), pero siempre bienvenida (aún tengo dicho tema en el móvil, por los siglos de los siglos). Procedamos cronológicamente, antes de llegar a Extremoduro y a la razón principal de que acabara en aquellos parajes alejados de la mano de Dios y del capitalismo más hediondo.
   La primera jornada se inició con el Niño Mandarina, un grupo que no es nada del otro mundo pero que realizó una actuación bastante mejor que sus predecesores (Los Suaves). Aunque, qué coño, hasta el grupo que tengo con los colegas en el pueblo realizaría una actuación bastante mejor que los Suaves. La legendaria agrupación rockera saltó al escenario sin más ganas que las que parecía tener el bajista, siempre sonriente. Porque lo de uno de los guitarristas y, sobre todo, Yosi (que vendría a componer una ebria suerte de Gandalf El Gris, pero mucho más sucio), era de vergüenza. A lo mejor a mucha gente le hará gracia ver cómo uno de los artistas en los que se ha gastado cuarenta euracos se planta drogado, borracho o lo que coño fuera, frente a sus seguidores y no vocaliza ni, mucho menos, se acuerda de la letra, pero lo que es a mí me dio cien patadas. Aunque... vale, una sonrisilla se me asomó cuando el viejecito adorable, sobre el final, se quitó una zapatilla y la lanzó a las masas, que por supuesto se fostió por conseguirla, e incluso pegué por incercia gritos y saltos cuando tocaron, no demasiado mal, Mi casa o el mítico Dolores se llamaba Lola (quien no se ponga burro con ese "un, dos, tres" no es ni rockero, ni persona, ni nada). Además, casi se me olvidaba, el Yosi nos saludó a todos, tras balbucear No puedo dejar el rock, con un dicharachero "Buenas noches, Getafe". Es todo un fiera, a su modo.

Creedme, no he encontrado ninguna en la que salga sobrio

   Por suerte, aún duradera esa primera impresión y aún fresco el impacto de cambiar dinero por púas, luego le tocó el turno a los Mojinos Escozíos, y la cosa mejoró lo indecible. Las canciones de estos tíos tan guapos no pasarán a la historia, ni tan siquiera figurarán en alguna lista de la Rolling Stone, pero el efecto que tienen en una masa enroquecida por el infernal calimotxo y el humo de los kebabs, es que no tiene precio, o, al menos, justifica los 40 euros. Yo hacía siglos que no les escuchaba, y me sabía casi todas las canciones (y si no las sabía disimulaba, lo cual no era difícil). Ueoh, Al carajo, No tienes huevos, Por el culo oé oé... Dylan puro, pero más accesible. Y los tíos tienen gracia. Una gracia torrentera de ésa que hace que se les rompa el monóculo (con montura de pasta) a los modernillos, y que mola tanto. Porque hay que ver lo bien que le sienta el tanga rojo al Sevilla, colegas.
   El segundo día cayó el diluvio, pero eso no nos paró. Tocaban los Celtas Cortos y Rosendo, en escenarios distintos para estimular aún más la épica, y había que hacer un pequeño sacrificio y seguir paseándose entre las leyendas del rock español. Los Celtas Cortos me demostraron que aún seguían haciendo canciones desde que les perdiera la pista a finales de los 90, aunque sólo tocaran dos que no conocía, más o menos. Cayeron todas: Tranquilo majete, El blues del pescador, El emigrante, El 20 de abril de los cojones, La senda del tiempo, y, por supuesto, aquella chorrada sinfónica tan bonita que supone Cuéntame un cuento. Un gran concierto, enturbiado a medias por la lluvia que no paraba (aunque contribuyera al efecto legendario-solemne de La senda de tiempo ) y por ciertos problemas de sonido, durante los cuales el vocalista calvo ponía una cara muy graciosa. A Rosendo apenas le vi, y no sé siquiera si tocó Flojos de pantalón. ¿Los motivos? Pues no profundizaré en nada concerniente a mi vida privada, pero fue cosa del transporte.
   Y llegamos al sábado, con un tiempo algo mejor y unas expectativas altísimas. Tocaba Extremoduro (no sólo uno de mis grupos favoritos, sino también el único que posee el honor de haberse ganado una entrada para él solo en éste mi cuaderno de bitácora), sí, y también El Drogas, grupo conocido como Txarrena anteriormente a que el susodicho Drogas se pusiera narcisista; y The Rebels, unos chicos muy muy malotes (el que cantaba incluso rompe guitarras al acabar los conciertos y todo). Vamos, que la cosa prometía. 

Cara de El Drogas cuando le preguntaron: "¿Y a ti por qué te llaman El Drogas?"

   Enrique Villarreal asaltó el escenario con ímpetu, vestido con sombrero de copa y gafas de sol, y con su ya famoso garrote, e inició un repertorio muy equilibrado, con temas de Barricada (ese grupo del que nunca debió haberse ido), Txarrena y La Venganza de la Abuela (me limito a suscribir lo que ponía en Internet). Por la parte de Txarrena hubo una moderada aceptación (destacando Todos los gatos o Empuja pa akí), pero, como era de esperar, los temas de Barricada fueron lo que de verdad causaron furor y gargantas rotas, gracias a clasicazos como Balas blancas, Víctima, Animal caliente, Sofokao o Todos mirando. Pero, curiosamente, a mí no me parecieron más que covers. Y esto ocurre porque El Drogas no es Barricada (por muchos aires que se dé su antigo bajista), y el guitarrista de Txarrena, ése que tiene sombrerito y pintas de que le guste Lori Meyers, no es El Boni. Eso sí, aparte de estas quejas un poco tocahuevos, una actuación muy solvente. Y la versión que hicieron de Frío, del grupo Alarma, una maravilla.
   Llegó el turno de Extremoduro, los grandes protagonistas del evento, la atracción estrella, una de las razones de ser del festival. Empezó a llegar mucha gente. Muchísima. Y con ella llegaron los empujones (habíamos conseguido un sitio demasiado bueno), incluso antes de que el concierto propiamente dicho comenzara. Toda aquella masa de cenutrios involucionados, por suerte, supo contener el aliento cuando sonaron los primeros acordes de El pájaro azul, aquella canción que sacaron por Youtube hace unos meses y que yo ya me sabía de memoria, acompañados de un curioso videoclip (en nada parecido al horror que perpetraron para el tema Puta) proyectado en unas grandes pantallas. La tranquilidad dio paso a la euforia milenaria de Ama, ama, ama y ensancha el alma y ahí ya me empecé a cabrear. Para cuando tocaron Mi espíritu imperecedero, una de las canciones más moviditas de aquel último disco que superó a Lady Gaga en las listas de ventas (me encanta decir eso), acabé seis o siete filas más atrás, no sabría decir si voluntaria o involuntariamente. Salí ganando con el sitio, la verdad, pues el número de gilipollas por metro cuadrado de aquellos alrededores era considerablemente menor.
   Por lo que me dispuse a disfrutar. La pequeña pero incomensurable No me calientes que me hundo, la hermosísima Si te vas, la inédita Contra todos, la inexplicable presencia de Ábreme el pecho y registra (lo más cerca que ha estado Roberto Iniesta de escribir una canción mala), Sucede, La vereda de la puerta de atrás... Una gran galería de temas que, de repente, dio paso a un descanso de cuarto de hora, y luego se vio continuada con una de las experiencias que, sabía desde hace tiempo, tenía que vivir al menos una vez en la vida. La ley innata. En directo. Sin pausas. Cuarenta minutos de la mejor y más grande obra musical compuesta en español que se ha realizado nunca. Eso sí, sin la Coda flamenca. A mí eso me cabreó bastante, pero creo que fui el único.

La foto lo dice todo

   Otro descanso y la última parte del concierto. El cabreo se prolongó algo más cuando decidieron tocar, así nada más empezar, Cabezabajo (una canción que, me da algo de vergüenza admitir, no me sabía). Por suerte y a continuación vino la parte más movida, cuando tocaron Bribliblibli (un chute de euforia algo más contundente que la mayoría), Puta, Tango suicida, A fuego, Standby y, no podía faltar, Salir. Un final por todo lo alto, Robe desapareciendo e Iñaki marcándose un monólogo hablado y guitarrero. Como Dios manda. Media hora para conseguir salir de aquel infierno humano y a seguir con lo que quedaba del festival. Expectación, la mínima.
   Podría hablar ahora de Obús, o de Def con Dos, o de Berri Txarrak (cuya escucha recomiendo fervientemente siempre que estés colocado), o de Porco Bravo (sí, no lo conocéis, pero el cantante está pirado y mola que no veas). Podría, pero para qué. Vosotros habéis venido por Extremoduro, igual que hice yo. Ni Yosi, ni Rosendo, ni El Drogas: Roberto Iniesta es el auténtico rey del rock español. Las razones ya las expuse en un artículo anterior, así que tampoco me voy a explayar más, que ya lo he hecho bastante. 
   En resumen, la experiencia del En Vivo ha sido grandiosa, pero, a no ser que Extremoduro vuelva a tocar el año que viene, o que la entrada valga 20 euros menos, o que se dejen de la soplapollez del "dinero del festival", por ahí no me vuelven a ver el pelo. Me bastará con el maravilloso recuerdo obtenido. Y con la púa de un euro con el nombre de los Mojinos Escozíos en el dorso.

jueves, 30 de agosto de 2012

Érase un hombre de una melena enamorado

Aún conservo en mi habitación una estantería repleta de los clásicos más señalados que esta gran fábrica de sueños y de congelados ha tenido a bien regalarme ya desde antes de que yo naciera. De Blancanieves a Mulán, de Los rescatadores a El rey león, de Peter Pan a Aladdín, de La sirenita a Hércules, de Toy Story 1 a Toy Story 2 (con la tres ya llegó la madurez y la piratería). Toneladas de cintas de vídeo que antaño veía una y otra vez, a veces el mismo día, hasta aprenderme todos los malditos diálogos, y las canciones, las benditas canciones, de memoria. Sigo teniendo todas esas cintas, las sigo teniendo cariño, y eso que ya ni siquiera tengo reproductor VHS. Sniff.
   Los tiempos de Disney ya han pasado, en cierto modo, al menos como marca aislada y garantía de calidad (ya sabéis, ésa que atesoraba antes de que empezara a producir secuelas como churros y series de televisión como mojones). Ahora es el turno de Pixar, aquella pequeña filial, o cómo se llame, que en 1995 lanzara Toy Story y, partiendo de ahí, un puñado de obras maestras más, los nuevos clásicos de nuestra época. Manteniendo el mismo mimo del tío Walt por contar historias bien contadas y diseñar personajes inolvidables. Excluyendo casi siempre, una lástima, las canciones

"Si tienes hambre yo te voy a dar, tirititi, dos buenos cocos de verdad.
Frescos, buenos, ¡grandes como un balón...!"

   Enumeremos algunos de estos clásicos, para que el artículo esté apropiadamente introducido y recargado. La trilogía de Toy Story (a la altura de El Padrino pero sin una tercera parte tan problemática), Bichos (¿os acordáis de cuando se vendieron sus cintas de vídeo con diferentes carátulas en función de cada personaje? Yo compré la de Francis, la mariquita marimacho :), Monstruos S. A. (divertidísima y preciosa, con Boo y con el hermano más normal de los directores de Matrix haciéndose querer), Buscando a Nemo (de las más flojas para mí, aunque quizá sea debido a que no soporto a Anabel Alonso), Los Increíbles (otro tanto, pero con unas escenas de acción espectaculares), Ratatouille (una obra maestra y el culmen visual de la compañía, en mi opinión), Wall·e (una primera media hora inolvidable en contrapunto a un resto bastante olvidable), Up (sí, yo también admito que lloré durante sus primeros diez minutos), y las dos de Cars, que... bueno, la primera es horrenda y la segunda no es tan mala como se ha empeñado en decir todo el mundo. No sé si las habré puesto en orden, pero qué más da, recuérdese que la obsesión por lo ordenadito es propia de judíos. En fin. Antisemitismo, congelados... Ya. Vamos con Brave.
   Me ha gustado mucho. Muchísimo. Por fin, este verano, he podido salir de un cine con plena satisfacción, aún emocionado, sensiblón, deseando no haber ido solo a verla (fijaos cuán intelectual y enigmático me presento a vosotros) para poder a la salida desgranar las mejores escenas con alguien, o para tararear alguna de las canciones de Russian Red (mi futura esposa) y chillar "Diosss, el pelo de Mérida es taaan guay" sin sentirme violento. 
   Eh, ¿y sabéis que es lo mejor de esta gran película? El pelo de Mérida. Pelirrojo, rizado, indomable (el chusco subtítulo español de turno le viene al pego), y un prodigio técnico. En serio. Si toda la película consistiera en Mérida corriendo por el monte rodeada de cabritas y con su pelo ondeando libre y salvaje como el fuego, seguiríamos hablando de una gran película. Pero mejor que no se entere Terrence Malick de esto último. Por si las mariposas.

Aquí el cabello se aprecia muy poco. Maldición

   Podría pasarme horas y horas hablando del pelo de Mérida (es de un color rojo pero a la vez algo así como anaranjado, anarrojado, y puedes contar cada rizo, y deleitarte en cómo éstos se juntan y se separan, se enredan y se desenredan... y creo que lo voy a dejar que me estoy empalmando), pero supongo que así no conseguiría una crítica demasiado rigurosa. Supongo que ha quedado claro que la animación es una nueva octava maravilla del mundo, no sólo ya por asuntos capilares sino por toda la recreación de la Escocia medieval, por el resto de personajes (encantándome el diseño de los tres hermanitos de Mérida, que son una monería), o por las escenas de acción (que hay pocas, pero impresionantes, destacando la primera salida de Mérida del castillo a lomos de su caballito Angus, con una gran canción llamada Volaré, interpretada en español por nuestra pepera favorita, sonando a todo volumen y en toda su epicidad).
   Luego, el guión... Empecemos a poner pegas, aunque no tenga muchas ganas. Brave tiene uno de los guiones más pobres de Pixar, no por malo sino por simple. La historia es funcional, una estructura básica de tres actos, sin demasiada introspección en los personajes exceptuando a Mérida y su madre (cuya relación es el tema central de la película). Dicen algo de rompedor en cuanto a que el protagonista es una princesa que sólo quiere casarse por amor (ooooh, lo nunca visto), pero no. En serio. Es hasta predecible.
   Curiosamente, esta importante falla es sorteada con habilidad, valiéndose de aquel corazón que dicen que tienen todas las películas de Pixar (habladurías afectadas con las que estoy de acuerdo), y así, se las consiguen apañar para que la película conmueva, y mucho. En esto ayuda, lo volveré a mencionar, la gran banda sonora, y no sólo por Russian Red.

Nos casaremos por la Iglesia

   Brave consigue eludir el fallo que supone este raquítico guión (y, quizá, un humor demasiado facilón y en contadas veces realmente divertido), limitándose a ser endiabladamente entretenida y a afirmar con contundencia que, a ver quién es el guapo que se lo rebate, es un clásico. No resiste lecturas frías u objetivas, pero tampoco le preocupan. Es lo que es. Y parece erguirse amenazadora, con orgullo y suficiencia, contra todos aquellos que pusieron Cars 2 a parir. Que bueno, no era gran cosa, para qué nos vamos a engañar (de hecho me decepcionó mucho que al final nadie matara a la grúa esa de los cojones), pero de eso a no incluirla en las nominadas al Oscar a Mejor Película de Animación... Pixar es Pixar, maldita sea, y cualquier cosa que haga Dreamworks, o 20th Century Fox, o quien sea, nunca estará a su altura.  
   Poco más que añadir, salvo que el corto que, como es tradición, proyectan previo a la película (La luna) es un encanto y que, sí, el pelo de Mérida es una maravilla. 

martes, 28 de agosto de 2012

La tragedia de Holden Caulfield

Estoy sentado en el rincón más apartado del bar. Mi rostro está oculto en la sombra, pero la grabadora sí es visible sobre la mesa, al lado de una jarra de cerveza a medio acabar. Se estaba retrasando tanto que tuve que pedir algo, me moría de sed. Y aún, ya estoy a punto de terminar mi bebida, no llega.
   Cuando lo hace me doy cuenta al instante. Su figura es alta y desgarbada, de una delgadez casi enfermiza y un rostro peculiar cuanto menos, en perpetua sensación de hosquedad. Incluso entre la bruma levantada por los efluvios del alcohol y el humo del tabaco son perceptibles las abundantes canas que coronan su cabeza. No lleva su gorra de cazador. Levanto un brazo y le llamo. Ninguno de los parroquianos se gira o parece haber oído antes ese nombre. Holden Caulfield no es reconocible en esos ambientes. Quizá por eso eligió específicamente ese lugar para la entrevista.
   Después de que pida un whisky con soda, yo le obsequio con las típicas palabras educadas. Es un honor para mí conocerle. De veras. Todo un ejemplo a seguir para los jóvenes. Y en esto Caulfield me obsequia a mí con una mirada de desagrado que acentúa su mueca hosca. Se hace el silencio. Carraspeo y me cercioro de que la grabadora está en funcionamiento. Creo que pediré otra cerveza.

 

  YO: Quizá podríamos empezar hablando de la novela, si a usted le parece.
  CAULFIELD: (No se deshace de aquella mueca hosca) Por qué no. Es el tema de moda. Habrá pasado como un montón de años desde entonces y la gente me sigue preguntando.
  Y: Emm (Titubeo) Bueno... El guardián entre el centeno. ¿Cómo entró usted en contacto con J. D. Salinger?
  C: Pues, como habrá leído ochenta veces en revistas y demás, le conocí en un bar, en un tugurio aún peor que éste, gracias, amigo (Dirigiéndose al camarero que acaba de depositar su whisky sobre la mesa). Al verle casi desmayado sobre la barra yo no supe quién era, y si algún listillo me hubiera dicho "Pues J. D. Salinger" me habría quedado en las mismas. Todos le llamaban Jerry, además. Jerry El Escritor, pero creo que no tanto por realzar sus dotes artísticas como para cachondearse de él, si le digo la verdad. Esa noche tenía ganas de empinar el codo. Volvía a estar deprimido, y como ya era, jo, como ya era todo un adulto me podía poner hasta las trancas, estaba en mi maldito derecho. Jerry se me unió y nos hicimos grandes amigos. Ambos teníamos vidas deprimentes e ideas raras, y el alcohol hizo el resto.
  Y: ¿Cómo le vino la idea al señor Salinger de escribir sobre su vida?
  C: No lo sé. En una de ésas nos pusimos a hablar muy serios, muy trascendentes, e intercambiamos grandes teorías sobre la vida. Yo le fui con lo del guardián de los niños, el precipicio y toda esa basura. Y Jerry se quedó muy serio, como en trance. Al día siguiente me llamó y me contó algo sobre la ida de una novela. Estaba nerviosísimo, se había vuelto loco o algo parecido, en serio. Y yo aturdido. No era sólo porque quisiera escribir una novela sobre mí, una idea estúpida donde las haya sino porque, mira tú por dónde, Jerry El Escritor era realmente un escritor. Me dejó sin habla.
  Y: No pensó, por tanto, que el libro pudiera tener éxito...
  C: Ni se me pasó por la cabeza, si quiere que le sea sincero. ¿Cómo iba a imaginar yo que se fuera a vender tan bien? Sólo soy yo hablando y diciendo las primeras estupideces que se me pasan por la cabeza. Jerry no hizo más que transcribirlo y, si dice lo contrario, miente. Si en vez de publicar mis sandeces hubiera publicado las de cualquier otro de los miles de adolescentes desgraciados que vagan por los Estados Unidos se hubiera forrado igual, es lo que pienso, en serio. Pero en su lugar, ya sabe, me forré yo, y no sólo eso... Lo peor fue el reconocimiento a pie de calle, cuando un montón de gente que no había visto en mi vida me señalaba sonriente y aullaba que yo era su ídolo. ¿Yo? Y era gente que parecía decente, le estoy diciendo la verdad. Individuos que no olían ni a alcohol, ni a sexo, ni a nada. Lo que se dice decente, ¿sabe? Cuando alguien como yo se convierte en el ídolo de una persona normal, tan falsa e hipócrita como la mayoría, te das cuenta, sólo entonces te das cuenta, de lo mal que está todo. ¿No cree usted?
  Y: Eh... sí. ¿Cómo fue que acabó su relación profesional con el señor Salinger?
  C: Pues de la misma manera que acabó su relación con todo el mundo. Jerry se volvió todo un bohemio, un intelectual, ¿sabe a lo que me refiero? Se comenzó a creer un artista y se dio a la bebida. Aún más, quiero decir. Cogió, ya lo habrá leído, seguro que es uno de esos tipos documentados, su máquina de escribir y se recluyó en un sótano para no volver a ver la luz del sol. El dinero y la fama lo corrompen todo, ¿sabe?, aunque sea de un modo tan excéntrico como en este caso. Nos corrompe, ¿sabe?, nos vuelve imbéciles o, en ocasiones señaladas, tontos de remate. Yo mismo estoy corrupto. Yo... ya no veo las cosas como antes. Veo a mi hermano D. B. y, demonios, le comprendo. No es que se haya vendido. A Hollywood y todo eso. Es que es lo mejor para su vida. Igual que lo mejor para la mía es cobrar estúpidas entrevistas y vivir del cuento, esperando a que algún chalado más se cargue a alguien y declare posteriormente que El guardián entre el centeno es su libro favorito de la muerte. Y así, amigo mío, volver a estar de actualidad.


  Y: (Rebusco mentalmente entre la documentación previamente recopilada sobre la familia Caulfield. Dan Baxter, pseudónimo de Nathan Caulfield, era un prolífico escritor de cuentos que decidió meterse en el mundo del cine, y es uno de los guionistas más solicitados del Hollywood actual. Pocas veces se ha dejado ver en público con su hermano menor) Ahora que menciona el tema, señor Caulfield, ¿qué opina sobre el asesinato de John Lennon?
  C: Oh, le contestaré a eso de carrerilla, si no le importa (Adopta un tono mecánico, sarcástico hasta lo irritante) Ni el señor Salinger ni yo podemos alcanzar a imaginar los motivos que llevaron al señor Chapman (Mark David Chapman) a asesinar a John Lennon. Si supuestamente leyó la obra señalada en los momentos previos a cometer tan deleznable acto, no supondría más que una trágica coincidencia (Me increpa sin dejar de lado esa actitud) ¿Se siente ahora más metido en la profesión, amigo?
  Y: (Le miro inequívocamente ofendido. Caulfield me sostiene el contacto visual sin pestañear, hosco y algo ridículo con su pelo de sexagenario, ahora caigo. Un niño desafiante e inseguro que habla más de la cuenta) ¿Podría usted darme su opinión de verdad, si a usted no le molesta?
  C: (Lanza una carcajada, y compone una sonrisa histriónica) Bueno, es un alivio. Pensé que se iba a quedar callado. Chapman probablemente pueda justificar sus travesuras utilizando el libro del pobre Jerry, pero eso no significa una mierda. Mire, el asunto es que te formas unos principios que pueden ser progresivamente más extremos según lo loco que te vuelves. Luego te lees un maldito libro, quizá uno de los pocos que leas en toda tu vida, y esos principios se tuercen, o evolucionan de una manera espeluznante. En el siguiente paso te ves disparando contra un hombre peludo con gafas de abuela y, seguidamente, eres famoso. El sueño americano, que cada uno interpreta como quiere. Un día escribiré sobre eso, si reúno suficientes ganas y me aburro terriblemente.
  Y: (La charla me comienza a interesar. Caulfield se expresa en un estilo muy ameno y sentido, y recuerdo el libro. Realmente Salinger supo representarlo muy bien) ¿Qué es lo que quiere decir?
  C: Que yo podría afirmar sin problemas que el andoba ése, Chapman, sí se inspiró en mi teoría sobre el guardián de los niños, el precipicio y todo eso. Por qué no. Uno lee los libros y ve en ellos lo que quiere ver. Le puedo asegurar que no tenía en mente que nadie, y mucho menos John Lennon, muriera, cuando me inventé la dichosa teoría. Y casi le podría asegurar que Jerry tampoco, aunque estuviera tan chalado como Chapman.
  Y: Me sería inevitable, en este punto, preguntarle por su teoría sobre el guardián de los niños... Lo del centeno.
  C: Oiga, se ha leído el libro, ¿no? No, espere, no conteste. No es necesario. Claro que se lo ha leído. Y seguro que seré ahora mismo como una leyenda para usted, ¿no? Cuando no he sido más que un desgraciado, toda mi vida. Y ahora que estoy forrado, soy un desgraciado más repelente aún. Mi hermano Allie murió cuando aún era un niño y muchas veces le envidio, en serio. No llegó a ver el mundo en su verdadera y miserable condición. En su decepcionante realidad. Se mantuvo siempre puro, y supongo que de ahí saqué mi idea para lo del guardián de los niños, oculto entre el centeno, preservando la inocencia... y me niego a seguir haciendo literatura. Léase el maldito libro. Otra vez, me refiero.


  Y: Lo que sí es innegable es que ha influido en la mente de muchos jóvenes, no necesariamente asesinos (Me veo obligado a matizarlo, consiguiendo una risita sincera por parte de Caulfield, que me vuelve a recordar a un niño pequeño)... ¿Cree usted que el pensamiento adolescente ha evolucionado desde entonces?
  C: Pues claro. La sociedad evoluciona o, siendo más rigurosos, digamos que cambia. Pero echarle la culpa de eso a mi libro, le voy a llamar mi libro si no le importa, de hecho Jerry está muerto y no se va a quejar, sería una soberana tontería. Quiero decir, no es que yo tenga precisamente esperanzas en un mundo mejor, en el que seamos más felices y todo sea de color rosa y de sabor azucarado. No quiero que toda la juventud se una e intente cambiar la sociedad... o más bien no me importa. Quizá me vaya haciendo viejo, pero sigo viéndolo todo tan negro como cuando me escapé de la escuela Pencey. Eso sí, algo ha cambiado desde entonces, y es que tengo mucho dinero. No todo va a ser malo. Para mí.
  Y: Con lo cual desdeña la rebeldía adolescente de la cual hizo usted gala...
  C: Si usted lo quiere llamar rebeldía... La desdeño, pero es lo que me toca. Aunque de vez en cuando me ponga así como romántico y la admire .(Mi interlocutor adopta una pose de soñador, que inicialmente interpreto como una nueva y salvaje ironía). Gente que no es como yo, sabe, que aún tiene esperanza y que quiere hacer algo en la vida, algo importante. Yo tuve la suerte de conocer a un borracho en un bar e hice mi fortuna, y no he querido ni necesitado nunca nada más no por ser vago y por aburrirme prácticamente todo, que también, sino porque no le veo aliciente a nada. Ésa es mi tragedia. La tragedia de Holden Caulfield. Llame así a su artículo, si quiere.
  Y: (No suena mal. Lo apunto mentalmente. Entonces me levanto) Creo que hasta aquí la entrevista, señor Caulfield.
  C: Oh, ¿en serio? (Como desilusionado) Se me ha hecho corta. A mí me encanta hablar, ¿sabe? Tanto que, si no tengo mucho que decir, me da por mentir. Como un condenado, y condenadamente bien. A Jerry le costó lo suyo distinguir las verdades de las trolas cuando, como usted, se puso a grabar todas las chorradas que me salían del pico.
  Y: Ha sido un placer conocerle, señor Caulfield (Nos estrechamos la mano. Caulfield parece de repente nervioso, y su agitación me resulta cómica. Percibo por enésima vez signos de un viejo espíritu infantil). Espero sinceramente que ésta no sea la última vez que nos veamos.
  C: Eh... sí, igualmente, igualmente. Escuche, eh... ¿No querría tomarse otra cerveza? ¿Conmigo? Puede encender la grabadora si quiere, o no hacerlo. Sólo quiero, ya sabe, pegar la hebra un rato con usted...
  Y: (Sonrío y vuelvo a sentarme) Por qué no.
  C: ¿Le he hablado alguna vez de mi hermanita Phoebes? Es la cosa más tierna y cariñosa que haya pisado la tierra, jamás... Me deja sin habla...
   En su rostro mal afeitado parece incidir de repente una luz. No la había visto antes, y me resulta reveladora. Caulfield se pone a hablar, durante horas y horas, con una jovialidad parcialmente desconocida hasta aquel momento. Y nos limitamos a hablar de Phoebe. Caulfield no necesita más preguntas.

  

lunes, 20 de agosto de 2012

In memoriam

Y aquí sigo, el calor apretando, el aburrimiento prolongado, y sin nada interesante que decir. Proclamé en algún momento, o eso creo, que este blog nacido por obra y gracia de mi narcisismo, egocentrismo, onanismo y todos los -ismos que se os puedan ocurrir, no se debía limitar a esa malhadada pasión mía por el cine (vejada como nunca a lo largo de esta temporada veraniega y refugiada en las series cual placebo), sino también a la música (que algo ha habido), o a la literatura (de la que por aquí no habéis visto nada, si os queréis pasar por http://palabrejasdeabejas.blogspot.com.es/ hacedlo, si no, que os jodan). Viene esto a cuento porque a estas alturas resulta obvia la preferencia de este espacio por lo cinematográfico, o por todo lo que tiene ínfulas de ello. Así, hoy toca hablar, por circunstancias trágicamente macabras y oportunas, de Tony Scott. 


   Supongo que sabréis que ha muerto, porque lo habréis leído por Twitter. Bien. Y ya habrán asaltado la red espontáneos homenajes a la figura de un artesano que tuvo la desgracia de ser hermano de quien fue. Me resultaron hilarantes, en ese sentido, las declaraciones de Robert Rodriguez, el pecador de la pradera, de "amiguete tonto de Quentin Tarantino" a "hermanito tonto de Ridley Scott". "Cómo lloro tu pérdida, nadie te comprende mejor que yo". Llegados a esto, no diré que Robert Rodriguez debería emular a su alma gemela (cuentan que se ha suicidado), pero sí que se le podría pasar por el sombrero tejano (en caso de que dentro tenga algo parecido a un cerebro) no tocar una cámara más en lo que le queda de existencia. Ni volver a dejar que sus hijos escriban sus guiones. Que hay que tener poca vergüenza.
   Pero, por hoy, me va a tocar sumarme a los seguidores de Tony Scott, ésos que se han visto su filmografía enterita (incluyendo aquélla en la que salía Keira Knightley, cuentan que actuando), y que proclaman como injusticia que siempre se le ninguneara por no ser su hermano. A ver. Una injusticia es, pero qué te esperas. Uno hace cosas como Alien o Blade Runner, que por lo visto gustan (aunque a mí una me da asco, y otra sueño), y el otro hace Top Gun. O ésa de Keira Knigthley. No hay color.
   Aún así, el bueno de Tony dirigió en 1993 Amor a quemarropa, que resulta ser una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Protagonizada por Christian Slater (¿qué fue de este chaval?) y Patricia Arquette (que luego salió en pelotas en una de David Lynch, y se acabó su carrera artística). Guión de Quentin, wait for it, Tarantino. ¿Cómo no me va a gustar? ¿Cómo no le va a gustar a nadie?

¿No odiáis cuando en los carteles ponen el nombre del actor sobre el personaje equivocado? Aaargh

   Esta joya, partamos de alguna base, debiera ser el Titanic de aquéllos que no sólo se saben de memoria los diálogos de Pulp Fiction o Scarface, sino que también las llevan impresas en camisetas jodidamente monas. Una historia de amor bella, icónica, sencillísima, estúpida, entre dos lunáticos (Clarence, un friki pirado y muy, muy, encantador, y Alabama, una prostituta rubia más tonta que una zapatilla pero encantadora en igual proporción), que son perseguidos por la mafia siciliana y se ven rodeados de personajes igualmente antológicos, como el propio padre de Clarence (Dennis Hopper); un blanco que se cree negro (como Ali G, pero con gracia) interpretado por Gary Oldman; un yonki llamado Floyd (Brad Pitt haciendo el tonto como sólo él sabe); Tony Soprano pegando guantazos... Y anda que no hay. Todos personajes puramente tarantinianos que, como se suele decir pero nunca sucede, podrían sostener películas ellos solos.  
   Todos soltando esas adorables perlas que se le pasan por la calenturienta mente al genio de Knoxville, y que lucen como en sus mejores trabajos a la dirección. Esta vez, para la ocasión, sumidas en un halo infantil e ingenuo, combinadas las salvajadas prototípicas tipo "no nos chupemos las pollas todavía" con sentencias tan ridículamente geniales como la que le suelta Alabama a su amado Clarence, algo como "Yo seré puta y eso, pero tratándose de relaciones soy cien por cien... monógama". Para más botones, el glorioso diálogo entre el padre de Clarence y el gángster siciliano que compone un divertidísimo Christopher Walken, la conversación telefónica en clave sostenida entre Clarence y el productor de cine, o el intercambio de drogas sobre el final (en el que también asoma Tom Sizemore, el secundario de oro, diciendo paridas). Una delicia. 
   ¿Pero por qué me gusta tanto Amor a quemarropa? ¿Qué es lo que la eleva del grupo del "eh, están bien" al más selecto del "dios, me corro"? Pues supongo que la música de Hans Zimmer. Muchos han dicho que no pega con el tono sangriento y pasado de rosca del argumento, o que se usa demasiado reiteradamente, y tienen parte de razón. Pero es lo que le da el toque especial a la película, creo yo, esa inocencia que, ayudada por ciertos diálogos ya reseñados, contrasta de manera única con los tacos, la violencia y el humor negro que campan a sus anchas por un ajustado metraje en el que no paran de suceder cosas. Los primeros diez minutos, que narran el encuentro de Clarence y Alabama, son de una belleza arrebatadora, de éstos de perpetua sonrisa, culminando con aquel diálogo en la azotea, la música sonando en todo su esplendor. Si la película no os ha atrapado en ese momento, ya no lo hará nunca. 

"Ahora salgo en Médium y no me va tan mal... ¡Capullo!"

   Un lector avispado habrá advertido que apenas hablo de Tony Scott, y eso que la concepción del artículo se debe en parte absoluta a él. Y resulta que la dirección es lo menos destacable de esta película, limitándose a una corrección artesanal y de encargo que, incluso a veces, revela ciertas carencias: salvo la notable excepción del enfrentamiento entre Tony Soprano y Alabama, las escenas de acción están bastante mal resueltas, abusándose de la cámara lenta y de los planos cortos. Si Tarantino hubiera dirigido su guión, como también debió haber hecho con la horrenda Asesinos natos, estaríamos hablando de una obra capital, y no sólo de aquella peliculita a la que este tío tan amargado tiene tanto cariño.
   Es probable (no lo sé, no he visto Top Gun) que Tony Scott fuera un inútil, y que no le llegara a la suela de los zapatos a Ridley Scott (quien, pese a una lista interminable de patinazos, dirigió Gladiator y la infravalorada El reino de los cielos). También es, probablemente, obvio. Pero suya es la responsabilidad de que Amor a quemarropa exista, y es por ello que hoy su muerte ha dejado en mí un cavernario poso de aflicción, y de ciertas ansias por defender su figura frente a tanto replicante. Así que eso, un minuto de silencio en su memoria. O, mejor aún, un par de horas libres para ver Amor a quemarropa, y a enamorarse se ha dicho. 

sábado, 4 de agosto de 2012

Pequeñas alegrías del verano

Ahora recuerdo, pues ha pasado poco tiempo y me conviene, los compases previos a este verano. Quedaban escasos meses, y ávidamente me informaba de todos los grandes estrenos que se producirían en la sucesiva temporada estival, yo todo ilusionado, permaneciendo bien visible en la memoria aquel periodo de tiempo análogo, años atrás, en el cual el celuloide me obsequió con dos de las grandes obras maestras de los últimos años, a obra maestra por mes: Origen del otrora intocable Christopher Nolan, y Toy Story 3, de, bueno, de Pixar. Tiempos gloriosos. 
   La cartelera se ofrecía, hablo del temprano 2012, como un manjar potencialmente exquisito, pasen y vean, el cine aún tiene mucho que ofrecer (no en cuanto a originalidad, por supuesto, que ésta hace tiempo brilla por su ausencia). The Amazing Spider-Man. Siempre hube de contemplar su próximo estreno con escepticismo indignado, que no obstante hubieron de quebrar sus holgadas críticas, consiguiendo que fuera a verla, y que automáticamente recobrara la indignación. La nueva de Christopher Nolan... bien, aún está reciente y me resulta doloroso discutir al respecto (casi tanto como cuando oigo que Indiana Jones no fue una trilogía, y me sangran los oídos y el alma). ¿Qué queda? Ni siquiera parece que Brave vaya a ser para tanto, a tenor de lo leído. Y Prometheus... pues no tengo el más mínimo interés en verla. Tiene algo que ver, pregonan los trailers con trascendente insistencia, con Alien, el octavo pasajero (la cual vi hace tiempo y me horrorizó, y no en el buen sentido), y eso conmigo no va, aunque Michael Fassbender haga de robot y salga Guy Pearce. No me gastaré más pelas en decepciones y descalabros, te jodes, Hollywood.

No veas la pereza que me dan
  
   Sopesada toda esta lista de mediocre y dolorosa vacuidad, quizá se me ofreciera un verano precipitado al olvido, sin ninguna sorpresa ni alegría cinematográfica, y sin nada relevante sobre lo que escribir en el blog (una lástima, pues no habría motivo entonces para admirar su nuevo y espléndido diseño). Había pensado por un momento en Marilyn Monroe y en venirme arriba con el artículo-homenaje, que tampoco lo sería tanto, de turno. Pero, por suerte, vivimos en unos tiempos en los cuales siempre podemos echar mano de Internet y de los clásicos, y descubrir grandes películas que en su momento dejamos escapar por ir a ver la primera de Las Crónicas de Narnia al cine. Yo, vapuleado y sodomizado por los dueños del monopolio, y escupido a la cara por aquél a quien creía mi dios (hablo de Nolan, no de Odín), me he ido a refugiar a Cuevana, a la Argentina, donde Julio Cortázar, la familia Alterio y un simpático pillastre llamado Calvi siempre han de entretenerme y maravillarme con sus bellas descripciones, sus locuaces réplicas y su meloso acento. 
   El secreto de sus ojos es una película tan buena que los mismos mandamases monopolistas de los que hablaba antes tuvieron que premiarla, quizá sabedores del descrédito, por otro lado inexorable, que acarrearían en sus jorobadas espaldas de no hacerlo. Y, así, se llevó el Oscar a Mejor Película Extranjera. Dirigida por Juan José Campanella, fue estrenada en 2009, aquel fatídico año en el que a todo cristo le gustó Avatar menos a mí. La protagonizó Ricardo Darín, un gran actor conocido pero no disfrutado, hasta ahora; Soledad Villamil, una mujer bellísima que encima trabaja estupendamente; y Pablo Rago, quien realiza, a mi juicio, la actuación más completa e inquietante de todo el casting.  


   Este gran film supone lo que yo consideraría un clásico instantáneo, entendido como un todo en el que todo funciona, de vocación atemporal y escenas antológicas, y ostentando ese don inaudito que permite pasar por alto las fantasmadas y los Deux-ex-machina`s en pos de la pura y genuina emoción. Esto es, magia. Esto es, cine. Sin profundizar demasiado en su argumento, pues para eso tenéis FilmAffinity o la propia película, adelanto que éste presenta dos tramas bien diferenciadas, y las dos, por qué no decirlo, bastante simplonas. Una es el thriller al uso, un horrible crimen, un asesino sin escrúpulos y dos intrépidos policías persiguiéndolo; otra es una historia de amor tan hermosa como típica, tópica y utópica. Y las dos complementadas e integradas a la narración de un modo natural y prodigioso, en una sucesión de escenas hilvanadas con envidiable ritmo y nervio, el aburrimiento totalmente a raya. Una delicia, vamos. 
   Y también tenemos alguna que otra escena con vocación de recuerdo cinéfilo. Porque, ¿a quién no le gusta un buen plano secuencia? Sí, obviando lo pedante de la última pregunta, tenemos en El secreto de tus ojos uno de los planos secuencia más espectaculares que he tenido ocasión de ver, superando al de la persecución de Las aventuras de Tintín (porque, qué coño, eran dibujos), o al de Los Vengadores repartiendo leña (porque ahí hay más ordenador que en un "concierto" de Carlos Jean), y acercándose en iconicidad subjetiva, que no sé si ésta existe, al de Sed de mal. Con una joya visual de tal calibre es  inevitable preguntarse lo buen director de escenas de acción que sería Campanella si no le diera tanta pereza ponerse a ello. Una gozada.
   Si a ésta le unimos tres o cuatro secuencias más impecablemente escritas, dirigidas y actuadas (como el interrogatorio al asesino, la muerte de uno de los personajes principales a modo flashback, la despedida en la estación o, sobre todo, la resolución de la trama criminal, verdaderamente estremecedora), tenemos a fin de cuentas una película perfecta en todos los sentidos, en la que poco o nada resulta mejorable. Hay quienes podrían objetar que ciertas soluciones argumentales son poco verosímiles, en particular aquella parte de la investigación que se asemeja horrores a la de la infame Los hombres que no amaban a los mujeres (la novela, no la adaptación dirigida por David Fincher), y objetarían con razón. Pero, como decía antes, el velo de la locura cinematográfica, que engaña al frío y picajoso juicio, permitirá que, aún así, la película les guste, y mucho. A mí me ha gustado.
   Y entretanto, el verano sigue. Los estrenos se suceden y casi ni me apetece pasarme por las salas, porque  hay tanto que ver en Internet... Me he descargado El Ciempiés Humano 2 y algún día la veré, cuando reúna el valor suficiente y me dé por ayunar. Me he enganchado por sorpresa a Mad Men, esa serie que todo el mundo adora, incluyéndome, pese a que no habla de nada en particular y no salen tetas. Y, al tiempo, he seguido buscándole alicientes al cine actual, (La leche, ¿habéis visto Drive? Es para denunciar a Ryan Gosling), entre decepción y decepción, a la cual más dolorosa. Lo último es que El Hobbit va a ser una trilogía, y no por nada, sino en pos de una adaptación lo más fiel posible. 
   En fin. Ved El secreto de sus ojos. En lo que pasa la crisis y tal.