sábado, 6 de abril de 2013

¡Masterrr! ¡Masterrr! (O de cómo encabecé la crítica a la mejor película del siglo XXI con una penosa referencia a Metallica)

¡Hola! ¿Me recordáis? Soy aquel que antes solía escribir críticas más o menos documentadas sobre los estrenos del momento, pero que paulatinamente dejó de hacerlo al advertir LAS PEAZO MIERDAS DE PELÍCULAS QUE ECHABAN EN LA CARTELERA ACTUAL. En serio, ¿qué le está pasando al cine? Es mirar la lista de obras cinemtográficas (el término "obra" debería estar más regulado) que estrenan cada semana y relajarte porque no vas a tener que pagar un duro en los próximos siete días. Porque resulta que lo nuevo de Almodóvar es un truño, que Spring Breakers también (y esto lo sé de mano de personas de orientación no homosexual, que yo sepa), que Jack El Cazagigantes está bien pero sólo en el aspecto visual, que se distribuye comercialmente una cosa llamada Hansel y Gretel Cazadores de Brujas. Un sinvivir todo. Sólo queda refugiarse en los estrenos pasados, aquéllos que no pudieron proveer el escaso dinero con el que se disponía entonces, pero que gracias al incómodo pero bienvenido DVD Screener se pueden experimentar, ahora, en casa, aguzando el oído.
   Hablo de El atlas de las nubes, pero, sobre todo, hablo de The Master. Ambos films fueron descaradamente olvidados en la pasada edición de los Oscars (en cuanto a nominaciones, sobre todo el primero), desechados en beneficio de correcciones estupendamente simples tales como Argo (que al único Oscar que merecía, el de Mejor Director, ni siquiera fue nominada), La vida de Pi (cuyo responsable tiene actualmente el mismo número de Oscars que Steven Spielberg y... y eso), o, albricias, Django desencadenado, en lo que puede suponer una de las mayores desvergüenzas en las que la Academia haya incurrido jamás, junto con el hecho de, en el mismo año, no haber premiado CON NADA a la película que nos ocupa, ésta es, The Master, de Paul Thomas Anderson.
 
 
   La película "bigger than life" de los hermanos Wachowski y del otro tipo no está nada mal, y veo abiertamente injusto que nadie se acordara de sus efectos visuales, de su banda sonora o de, albricias (me pregunto qué serán las albricias, y de si se pueden comer), su montaje. Pero el hecho de que The Master no tenga un solo Oscar es, probablemente, la mayor injusticia de la Historia del Cine, potencial causante de que la ignominia caiga por siempre sobre las cabezas de sus jurados y sus verdugos, y de que ya no me importe en lo sucesivo, absolutamente nada, quién gane o quién pierda (y esta vez no se trata de postureo alguno, me empeño en pensar, por mucho que al año postrero me vuelva a ver envuelto en quinielas de mierda y postín).
   Hablemos de The Master. Hablemos, sinónimamente, de su director (acertada figura en la que ya incurrió un tal Javier Ocaña). De un hombre llamado Paul Thomas Anderson (el tío prefiere siglar sus dos nombres iniciales y quedar más vanguardista, porque puede hacerlo, y sin parecer un capullo). Un hombre al que ya respetaba, veladamente, como alguien válido, con potencial (el hacedor de los mejores momentos, ranas inclusive, de Magnolia), con habilidades que se acababan perdiendo en la búsqueda de la grandilocuencia vanguardista (aún me pregunto qué caray significaba el batido de Pozos de ambición). Aquel hombre que, con esa película con vocación de clásico que no se llevó ningún Oscar, logró su obra maestra.
 
"Este gorro me sienta fatal, pero dirijo de puta madre. Jijijiji"
 
   La dirección de The Master es portentosa. Y su guión, ya de paso, igualmente, pero en un escalón insignificantemente inferior. Qué encuadres, qué planos, qué cantidad de escenas y diálogos en los que uno no puede hacer más que contener el aliento, y sentir algo parecido a la humildad como persona y especie. Porque supongo que también podríamos atribuirle cierto mérito a P. T. Anderson (me empalmo cada vez que escribo estas dos letras y este apellido tan rabiosamente indie) por la elección de actores y las directrices seguidas por éstos. Por cómo se mueve Joaquin Phoenix, erráticamente, alejándose de su cámara de fotos, retrocediendo, por un centro comercial. Y por cómo le sigue el otro tipo de cámara, la extradiegética, en plano secuencia. Exacto.
   Joaquin Phoenix no tiene un Oscar. Reflexionad en torno a ello. Recordad a Cómodo, mientras yo pienso en Freddie Quell, en sus andares septagenarios, en su tic en la boca, en su mirada torva, en su obstinado silencio mientras desesperadamente golpea a todo aquel que se le presenta como una amenaza. En su risa desesperada. Aquí no hablamos de interpretación. Hablamos de algo más, aunque ahora mismo no atine a saber muy bien de qué diantres hablamos.
   También está Phillip Seymour Hoffman, impecable como suele, imprimiéndole carácter, contradicción y volumen al Master del título, al profeta de La Causa, al Cienciólogo. Y Amy Adams, inexplicablemente escasamente encantadora (pese a protagonizar un primerísimo primer plano preguntando al espectador "¿De qué color son mis ojos?"). Ambos sublimes, quizás la coprotagonista de The Mupp...Teleñecos algo menos efectiva por razones ajenas a ella (su papel no es muy agradecido, que digamos).
   Llegado un punto frío y objetivo cabe preguntarse "¿Es realmente The Master tan buena?". Quizá no. Quizá por momentos se pierda en su grandilocuencia y su vanguardismo, e incluso llegue a rozar el ridículo (la última conversación entre Freddie y Lancaster Dodd/Philipp S.H.), pero eso es bien poco comparado con la condición de clásico atemporal que, sobre todo en la hora y media iniciales, llega a acuñar sin esfuerzo, livianamente, fresca. Una atracción no tanto primitiva como sí claramente impresionista (esos planos del oleaje simulando la turbia alma de Freddie, la imagen de éste acurrucado en torno a una mujer desnuda perfilada en la arena de la playa, el plano sostenido de su rostro contestando al interrogatorio de Lancaster Dodd), una inyección de trascendencia que puedes llegar a palpar, explícitamente, en la majestuosa secuencia de la huida en motocicleta por el desierto ("Vislumbra un punto, y síguelo"). The Master supura eso que los contemporáneos debieron de sentir cuando vieron películas como Casablanca, El tercer hombre, El Padrino o Toro salvaje, la sapiencia instantánea de que se encontraban ante obras que no lograban comprender del todo, pero que intuían pasarían a la Historia, y no tenemos por qué subjuntar el acompañamieno del "Del Cine".
 
Éste es uno de esos planos. De los que me motivan la emulsión espontánea de líquido seminal. Ya sabéis
 
   Yo no estoy muy seguro de que sepa de qué va The Master. De las sectas (la sombra de la Cienciología es alargada, aunque no lleguemos nunca a pensar en Tom Cruise dando saltos sobre un sillón), de la desorientación del hombre moderno (Joaquin Phoenix dándose golpes contra los barrotes de su celda revelando algo muy poco humano en él), de la hipocresía imperante y autosuficiente de la sociedad actual (Philip Seymour Hoffman en cualquiera de sus escenas), de cualquier tipo de interés subordinado al sexo (el interrogatorio de Lancaster Dodd parodiado entre estertores lúbricos). Poco de algo, o mucho de todo. Lo que sí sé es, que hasta donde yo sé, The Master es una obra de arte, y maestra para más inri.
   No les gustará a todos y, claro está, también puede ser que el visionado me acogiera en un momento raro. A lo mejor la vuelvo a ver mañana y me da por opinar que es una boñiga fallida y con ínfulas, como Pozos de ambición. Que el guión no va a ningún lado, que Amy Adams está horrible (es que no le pega nada el papel tan chungo que tiene, jo, con lo que la quiero), que la música es irritante, que aquella canción con tantas señoras en pelota viva sobraba, que Joaquin Phoenix tampoco tiene tanto mérito porque, ya sabéis, está como una cabra de por sí... Pero entretanto, a cualquier persona que me pregunte, o no, le recomendaré The Master. Porque es puro cine, añadiré, y apuraré el whisky. PURO CINE.
   Y a continuación, si me disculpáis, me voy a dormirla. Con Dios.