miércoles, 26 de junio de 2013

Why so serious?


Con motivo de mi inminente visita al cine para visualizar su nuevo acercamiento a la figura de Superman, alias el Hombre de Acero, alias Clark Kent, alias Kal-El, alias Supermán con tilde, pensé que no sería mala idea revisitar Superman Returns, aquella peli digamos peculiar que Bryan Singer nos presentó cuando aún parecía un cineasta de considerable interés. Más que nada, por comprobar si el espantoso recuerdo que guardaba de ella realmente la hacía justicia. La respuesta fue un sí, claro, mi yo con siete años menos ya atesoraba entonces un criterio excelente. Pero maticemos esta consideración.
   Superman Returns es, en efecto, una muy mala película. Y lo es en la medida que se lo permite un tratamiento del personaje ingentemente pretencioso que fuerza la épica y juguetea con una supuesta poesía que no provoca más que arcadas en el respetable (todavía sigo sin encontrar a nadie que me explique qué coño era eso de "Y el hijo se convertirá en padre, y el padre, en hijo"). No todo iba a ser malo, empero, ya que la peli contaba con la banda sonora de John Williams, un aspecto visual portentoso (no refiriéndome con esto al elemento superheroico, desde luego, porque habiendo una única escena de acción medianamente decente hay poco donde escoger), y un par de detalles de guión bastante hilarantes, en torno siempre a la figura de Lex Luthor (un Kevin Spacey excepcionalmente desaprovechado). Así las cosas, contamos con tres aciertos en Superman Returns, que debían de ser, cómo no, conservados o pulidos en mayor o menor medida en la PELÍCULA DEFINITIVA de Superman (ya dije hace tiempo que vivimos en la era de las PELÍCULAS DEFINITIVAS). Pongámonos, pues, con El Hombre de Acero. Y disfrutad, en lo que os ponéis, de cómo la descuartizo.

Superman Returns no era tan mala si la comparamos con, no sé... ¿Wert?

   Para empezar, no contamos en este reboot (agh, odio ese palabro, última vez que lo escribo) con la legendaria fanfarria de John Williams, sino con una partitura bastante decente de Hans Zimmer que mezcla lo melancólico (en cuanto a un leitmotiv prácticamente calcado de la banda sonora de American Beauty) con lo heroico sumiéndolo todo en un halo de trascendencia que, desde luego, va muy bien con la película. Osea. Es que El Hombre de Acero es la trascendencia hecha película. Todos los personajes están serios y ceñudos, y dicen cosas muy serias y ceñudas también, hasta Clarkie aparece en una escena con un libro de Platón, y todo esto deviene en que no haya más de dos putos chistes a lo largo de toda la larga, bastante larga, película (y encima el último de ellos da auténtica vergüenza ajena). Supongo que en este ambiente tan respetuoso y digno cabe encontrar reminiscencias a Christopher Nolan, que, oh milagro, produjo la peli y sólo por eso tenía que ser igual de buena, al menos, que la tercera de El Caballero Oscuro. Sí, en plan personajes oscuros de motivaciones no demasiado claras y que han de tomar difíciles decisiones, cosas de ésas. 
   Pero aquí no: en El Hombre de Acero no hay un gran guión que haga soportable un tratamiento tan cansino y pedante de la historia. Sólo captamos algo de "verdad", por decirlo de algún modo, en la figura del villano, el General Zod, y quizá únicamente debido a que es el gran Michael Shannon quien lo interpreta. Los demás personajes son poco menos que basuras del calibre 68; si acaso se salva Amy Adams porque es adorable. El resto: Clark Kent es un soso (como siempre, vale, pero es que encima ahora no lleva ni las gafas), Martha Kent tiene unos diálogos que parecen escritos por los guionistas de Smallville (serie nefasta que, sin embargo, deja mucho mejor sabor de boca que los sendos truños que nos ha aportado la industria cinematográfica en los últimos tiempos), Russell Crowe sale demasiado y eso no sería necesariamente malo si no se justificara tan torpemente, Perry White es Morfeo y eso ya hasta Tobey Maguire sabía que no iba a colar de ningún modo, y Jonathan Kent... bueno, lo de Jonathan Kent no tiene nombre. La muerte de este personaje puede ser la mayor mierda que he visto nunca dentro del universo de Superman, y eso que yo me tragué sin anestesia Superman IV: En busca de la paz. Renuncio por aquí a desgranarla, y dejo que os sorprendáis vosotros mismos si al final no me hacéis caso y decidís ir a ver El Hombre de Acero. Telita, ¿eh?

"Clark, ¿puedes traerme un bocadillo? Pero... sin pan"

   El mayor problema de esta película reside en algo de lo que también adolecía The Amazing Spiderman(¿se acordará alguien de ella?, ah, bueno, sí, que están haciendo ahora mismo la segunda parte...ME LA SUDA), y es que su intento de romper totalmente con su precedente fílmico adolece de una falta de creatividad y de un mal gusto alarmante. Pase que hayan convertido a Kripton en un planeta raro de la leche con pistolas láser y naves a lo Star Wars (total, han metido mascotas alienígenas de nombres divertidos y eso es un aliciente), pero ¿cómo se han atrevido a convertir la Zona Fantasma en una cosa tan CUTRE? ¿Y la Fortaleza de la Soledad? Ahora ni es Fortaleza ni hay Soledad ni nada, es sólo una nave enorme en la que por arte de magia se ha aposentado el fantasma de Jor-El y ha sido guardado el trajecito de Superman (del que eliminar los calzoncillos por fuera, definitivamente, no ha sido una buena idea), por los siglos de los siglos. Yo no he leído los cómics ni tengo el menor deseo de hacerlo, pero dudo que haya algún ilustrador pululando por DC que tenga los santos cojones de dibujar algo tan sumamente feo. Y claro, lo comparas con los ingeniosos diseños que presentó en su día el Superman de Richard Donner y no hay color. Bueno, sí. El marrón del nuevo Kripton. Y el de la caca.
   Aparte, el guión es regular tirando a malo, con un problema estructural bastante importante. Los primeros veinte minutos pertenecen exclusivamente a Russell Crowe poniendo cara de Máximo Décimo Meridio, los siguientes cuarenta son una sucesión de flashbacks sucesivamente peores entremezclados con las simpáticas aventuras de Clarkie con barba vagabundeando por ahí, y luego todo se convierte en Independence Day y es cuando, huelga decir, la película alcanza su mejor punto. 
   Porque, como creo que ya la he puesto a parir bastante, enumeraré las cosas buenas de El Hombre de Acero, que son pocas pero haberlas haylas. Allá donde Superman Returns fracasaba miserablemente, esto es, en entretener al público y sorprenderlo con epatantes escenas de acción, la peli de Zack Snyder (quien, con la honrosísima escepción de Watchmen, sigue aglutinando inmundicia en su haber) consigue remontar el vuelo. En Superman Returns, el prota (sí, ya sabéis, ese tío que se parecía mucho a Christopher Reeve... ya sabéis, ése que tenía un coche azul) no pegaba una sola hostia en todo el metraje, y aquí, en El Hombre de Acero, Henry Cavill prácticamente no hace nada más, aparte de levantar con mucho esfuerzo cosas grandes y pesadas. Lo que comentaba antes: cuando se produce la invasión alienígena y los edificios empiezan a caer como moscas, es entonces cuando el visionado de El Hombre de Acero se convierte en un auténtico placer culpable. La mediocridad sigue estando ahí, en el fondo, pero preferimos limitamos a disfrutar de la visión del catálogo completo de Dragon Ball zurrándose la badana. Además de esto, el flashback en el que Clarkie descubre sus poderes, en medio del colegio, no podría estar mejor resuelto, en cuanto a efectos digitales y a planificación (de hecho, creo que Zack Snyder, cuando no opta por hacer temblar la cámara sin ningún motivo ni por hacer apresurados zooms en plan falso documental, es un buen director).

Estos tipos han descubierto que sus peleas ya son muy de los noventa

   La peli, en fin, es todo un espectáculo. Un espectáculo totalmente hueco, encima igual de pretencioso que Superman Returns (me repatea cómo se siguen empeñando en identificar a Superman con Jesucristo, en serio) y que hace entrever que en toda la Historia del Cine no van a existir más que dos pelis buenas de Superman: las dos primeras, aquellas gloriosas exaltaciones de la sencillez, el espíritu de la aventura y el buen humor. Por mucho Nolan que ande nolanizando por ahí, o por mucha era de las PELÍCULAS DEFINITIVAS que vivamos, no habrá, empiezo a comprenderlo, ninguna como ellas.
   Así que eso, una caca. Una caca bonita, pero una caca. 

jueves, 20 de junio de 2013

En la peli aparece un chichi, pero en esta crítica no

El hecho es que a todos nos mola Danny Boyle. Incluso a los que no han visto nada suyo, o a los que la única peli suya que hayan visto sea La playa. Porque sí, La playa es una gran mierda intelectualoide, vacía y en la que hasta Leonardo DiCaprio parece actuar mal, pero, ¿y lo bien hecha que está? ¿Los ángulos de cámara imposibles, el suspense, el uso del espacio, el montaje intempestivo? ¿Alguien se puede quejar de eso? ¿Alguien que no sea Michael Haneke?
   Además, qué carajo, Danny Boyle es el director de Trainspotting, posiblemente una de las obras capitales de la Historia del Cine en toda su amplitud, y no me drogo ni nada, jejej, ¿lo pilláis?, porque va de heroinómay eso ya le absuelve casi instantáneamente de cualquier basura que, antes o después, se atreva a presentar. Es el caso paradigmático de La playa. Luego está Slumdog Millionaire, que sí, tiene de 8 Oscars, al menos, 7 más de los que merece, pero que es una gozada, y esa pequeña maravilla que hace un par de años le pasó desapercibida a todo quisqui, y que llevaba por título 127 horas

Ooooh, Danny Boy, Danny Boy, Danny Boooooy... (8)

   En fin, el caso es que cuando me enteré de que el flamante director de la ceremonia de los Juegos Olímpicos (de la que sólo recuerdo a Rowan Atkinson y a Muse haciendo sus cosicas raras) presentaría en breve un thriller psicológico (a raíz del cual pensé, como gran parte de la población mundial, en Origen), se me hizo poco menos que la boca agua. Y el trailer contribuyó aún más a esta excitación de la que os hablo, aun cuando pareciera decir demasiado del argumento de la misma (en serio, a ver si se relajan un poco montando los trailers estos, que llega un punto en que la peli ya te la sabes antes de ir a verla, como me pasó con Skyfall). Pero bueno, aún así, me veía en la obligación de ver Trance, y de volver a flipar con el amiguete Boyle.
   Y joder si flipé. Para empezar, tenemos la secuencia de un robo impecablemente rodada, con reminiscencias a Nolan (sí, a falta de echarle un ojo a la nueva de Supermán, tenemos a Nolan hasta en la sopa), con la voz en off de un James McAvoy, como suele, impecable. También aparece Vincent Cassel haciendo lo que mejor sabe hacer, poner cara de bulldog aturdido (y qué bulldog tan grandioso y profesional), y la música atronadora y épica a la que Boyle nos tiene acostumbrados. Todo esto en los primeros diez minutos, más o menos, de película. Si tras esto no os confesáis enganchadísimos es que estáis muertos por dentro. 

Podría haber puesto otra foto de James McAvoy. Cierto

   Tras esta secuencia se desarrolla la trama principal, introduciéndose el personaje de Rosario Dawson (a ella sí que le introduciría yo cosas... ya, bueno, es que hablando de esta chica pierdo del todo mi elegante elocuencia), y sacando Danny Boyle la artillería pesada, en forma de secuencias oníricas o lo que sea que no podrían estar mejor resueltas y narradas (el primer giro de guión al respecto es un prodigio de montaje y dosificación de la emoción). A partir de aquí, como digo, es un no parar, el espectador sacudido por un guión que, si bien no es el mejor del mundo (de hecho adolece de un par de agujeros inexcusables y estúpidos), sí resulta idóneo para estar continuamente sorprendiendo al espectador. Leí por allí que Trance acumula tantos giros que la trama acaba por parecer insustancial, y bueno... qué queréis que os diga. Se trata de encontrar un puto cuadro. 
   A lo que voy es que Trance es diversión pura. Un thriller que continuamente te mantiene en tensión, que juega con exquisito gusto las bazas de la ambigüedad de todos y cada uno de los personajes, de la música efectista y de, en especial, la anatomía de Rosario Dawson. También los actores están todos estupendos, destacando a Rosario Dawson no sólo por lo obvio, sino también porque otorgarle credibilidad a un personaje como el suyo acaba resultando mucho más que un acto de fe. El trío protagonista, en resumen, no podría ser más eficaz, y en cuanto nos salimos de éste el guión se revela como el queso gruyére improvisado que indudablemente es en esencia (con esto me refiero al papel del secuaz negro de Vincent Cassel, una ida de olla totalmente innecesaria). 

Al bueno de Vincent tampoco le va mucho esto del Arte Moderno
   En referencia al desenlace, acaso lo más importante en este tipo de films, ¿es satisfactorio? Pues depende de los gustos. No se sacan nada de la manga (de hecho me sorprenden todas las encendidas críticas que ha recibido el guión por "tramposo"), es un buen final, se entiende bien... pero yo hubiera deseado que me sorprendiera más. Osea, en una película que cada cuarto de hora tiene un giro vertiginoso, qué menos que esperarse que en el último minuto haya otro más que, cisca, te lo vuelva todo del revés. Y de eso no hay. Llegado un momento, la acción toma un rumbo y no se aparta de él. ¿Y es esto malo? No. En todo caso... insatisfactorio.
   Pese a este hándicap que sólo viene a cuento de ponerse un poco tiquismiquis, Trance es una muy buena película. No es la nueva Origen (por favor) y ni tan siquiera será más digna de recordar que cualquier otra película de Danny Boyle que no sea Trainspotting o Slumdog Millionaire (por mucho que en mi opinión supere a esta última en cuanto a expectativas y resultados), pero es una peli que te distrae y te lo hace pasar endiabladamente bien, sin más preocupación en la sesera que descubrir dónde está el cuadro de marras. Yo, personalmente, tampoco le pido más al cine. 

miércoles, 12 de junio de 2013

¿Cuándo decíais que estrenaban la tercera temporada?

Como estoy de vacaciones, el tiempo libre y su inútil provecho abundan, y hasta la semana que viene no iré al cine (según mis cálculos), esta aburrida noche me dedicaré a criticar la tercera temporada de Juego de Tronos. En este mismo blog, que cumplió un año hace meses pero se me olvidó mencionarlo (y no sé por qué lo menciono ahora, la verdad), la primera temporada de esta extraordinaria serie mereció su artículo correspondiente, en el cual critiqué sin demasiada fortuna, y excediéndome bastante, la oronda figura de George R. R. Martin, no sólo en cuanto a eso, a que es un gordo mórbido cabrón que igual muere antes de acabar la saga, sino a la dudosa calidad de su prosa. 
   Toca rectificar, pues, y decir que, si bien lo pergeñado por George R. R. Martin no supone una excelente literatura (mucho mejor, cierto es, que la mayoría de las cacas que encabezan las listas de ventas), sí nos ofrece un gran ejemplo de cómo estructurar admirablemente una saga épica en la que casi hay más personajes que páginas. Cuando escribí la crítica de la primera temporada mencioné lo malo que era el segundo libro, Choque de Reyes, pero ahora mismo no puedo más que rendirme ante la mangificencia de Tormenta de Espadas, y no porque Martin se haya convertido en Dostoievski así de repente, sino porque la colosal historia que su cabeza ideó aquí llega a su punto álgido. Luego la peña dice que los siguientes libros son malos con avaricia y que no pasa casi nada, y entonces tiemblo un poco al pensar cómo adaptarán los capítulos correspondientes. Porque, por si no quedó claro en ese artículo al que ya me estoy refiriendo con demasiada insistencia, lo mejor de los libros de Martin radica en que han sido adaptados al formato audiovisual, y de un modo excelente. Al menos, durante las dos primeras temporadas (particularmente la segunda, en cuanto a adaptación que intenta suplir las flaquezas del material original, me parece prodigiosa). Deteniéndonos en la tercera, que finalizó esta semana, la cosa ha variado un poco, pero con matices. Aviso que se avecina una Tormenta de Spoilers. Jiji.

"Sí, soy George R. R. Martin y todos estaréis esperando a que haga una simpática referencia a lo lento que escribo o a lo que me gusta matar personajes. Os jodéis"

   La principal fuente de los problemas que esta tercera temporada (digámoslo desde ya, la peor de todas), ha tenido, vino de la rompedora idea que tuvieron los responsables de no adaptar con ella la totalidad de Tormenta de Espadas. Y bueno, el libro tiene como mil y pico páginas, así que no, no era una penosa excusa para exprimir la gallina, como en los casos de Harry Potter, Crepúsculo o, el más vergonzante de todos, la mágica trilogía de El Hobbit (el tráiler de su segunda entrega, ya que pasamos por aquí, me ha hecho temblar por lo espantosa que puede llegar a ser, aunque quizá sólo sea debido a que el capullo de Legolas y su novia inventada acaparan más planos que el propio Bilbo). A lo que iba. La idea, a priori, no parecería mala. Estamos hablando de la HBO y no de la mente calenturienta de Peter Jackson, así que la excusa típica que se dio en su momento ("Así podremos desarrollar mejor a los personajes") no pareció penosa en absoluto. Que hasta te lo creías, vamos.
   Por todo esto, supongo que era inevitable, la temporada se ha hecho lenta, extremadamente lenta. Han pasado cuatro cosas así más o menos importantes, y el resto han sido diálogos (en su mayoría excepcionalmente escritos) que se han limitado a definir mejor a cada personaje, con unos resultados, en su mayoría, bastante redundantes. Porque sí, creo que ya ha quedado bastante claro que Cersei, por muy zorra que sea, ama a sus hijos por encima de todo; que Joffrey está como un cencerro; que Sansa es una imbécil superficial; o que Catelyn no ve con buenos ojos la relación de su hijo Robb con Talisa (un beso para todos los que pensaban que el cambio de nombre con respecto al libro tendría un propósito definido). Ésas eran cosas que ya se sabían gracias a la segunda temporada, no hacía falta añadir más escenas de Joffrey matando putas, por ejemplo (aunque, para qué nos vamos a engañar, ver a Joffrey matando putas es extrañamente placentero, ¿verdad? ¿No? Bueno, olvidadlo y seguid leyendo).
   A lo que voy es que los guionistas han aprovechado bastante malamente la posibilidad que tenían de mejorar las tramas y las motivaciones de cada uno de los personajes. No niego que hayan tenido aciertos, ya que,  por ejemplo, conseguir que la trama de Jon Nieve sea por fin interesante implica una habilidad sobrehumana (mejorando lo narrado en el libro, en el que su relación con Ygritte era una bazofia que no le importaba ni a Hodor), pero por lo general han sido bastante pródigos en las meadas fuera del tiesto.


   Después de que hayáis recuperado el aliento, continuaré con que que no sé cómo diantre han fijado las mitades en las que dividirían Tormenta de Espadas, porque han montado un pifostio de la leche. Unas tramas no han avanzado nada, otras demasiado, y otras han sido directamente imprevisibles y no has sabido en ningún momento a qué venían (el arco argumental de Theon Greyjoy, que fue de lo mejor de la temporada pasada, aquí ha sido un constante WTF, por mucho que haya estado ahí Iwan Rheon con su cara de psicópata adorable para darle la réplica). Claro está, puede que todo pertenezca a un plan maestro que han fraguado los guionistas con el beneplácito de Martin (el cual, como se aburre y no tiene libros que acabar ni nada, se divierte supervisando el rodaje y guionizando algún que otro capítulo), pero de momento el plan parece devenir en una monumental pifia, y yo no sé cómo van a salir del jardín en el que ellos mismos se han metido. No me extenderé más al respecto, porque total, a lo mejor las cosas acaban saliendo bien, pero eso, que se están columpiando.
   Estas quejas, no obstante, son las inevitables que ofrecen los fans petardos de la obra escrita (conjunto al que, por pereza, no pertenezco), y lo más útil para la sociedad sería analizar la serie como ente totalmente aparte al libro. Pero aunque lo haga, o lo intente, da igual, la temporada ha sido lenta de cojones, y no creo que haya servido para descubrir nuevos matices de unos personajes ya clásicos. Aunque admito que por fin Jaime Lannister se ha revelado como el prodigio de construcción psicológica que siempre fue, y hemos descubierto la faceta más marica de su hermanito Tyrion (sí, se han empeñado tanto en humanizarle que ha habido momentos en los que daban ganas de pegarle una colleja para que dejara de lloriquear, con tanto "oh, no, no es más que una niña", "lo paso tan mal con esta prostituta histérica a la que amo tanto", "todos se ríen de mí"... al menos en el capítulo de su boda recuperamos su vena más canalla y encantadora, pero...). Además de esto, le han dado más protagonismo a la abuelita Tyrell, que es la leche, y han profundizado en la vena manipuladora de su súper buenorra nieta Margaery (totalmente inventada con respecto a la obra escrita).
   Vamos, que no todo ha sido tan malo. Además, al igual que ha hecho esta temporada, he dejado lo mejor para el final. No podía ser de otra manera, me refiero al penúltimo episodio, que no sólo pasa por ser el mejor (de lejos, muy, muy, de lejos) de la temporada, sino también de toda la serie en conjunto. La Boda Roja puede haber sido lo más impactante que he visto nunca en televisión, y eso que yo sabía lo que iba a pasar, no puedo ni imaginarme la reacción de los que no. Un golpe de efecto sublime, una muestra de hijoputismo exacerbado (aún más con respecto al libro, porque en él la churri de Robb no muere, ni mucho menos está embarazada, y además en el papel impreso no podemos disfrutar de la desgarradora interpretación de Michelle Fairley), y un prodigio de dirección, montaje y ambientación. A quién no se le heló la sangre cuando cerraron las puertas y sonaron los primeros acordes de Las lluvias de Castamere; quién no se tiró de los pelos cuando Arya Stark (cómo amo a esa niña, o adolescente, o mujer en cualquier caso follable) estuvo tan cerca de reunirse con su familia, y no; quién no apretó los dientes con rabia cuando el hipnótico Ross Bolton dijo esa frase ya legendaria: "Los Lannister te envían recuerdos"; o quién no lloró sin complejos cuando Catelyn Tully se deshizo en un grito agónico ante el incrédulo y obituario "Madre" de su hijo. Una obra maestra, en resumidas cuentas, que casi compensaría todas las cagadas de la temporada restante.

"Hola, soy Legolas y estoy haciendo lo mismo que hago en El Hobbit: estorbar"

   Pero no lo consigue, y tras finalizar sólo nos podemos quedar con un más o menos buen sabor de boca, aunque para muchos el último capítulo haya sido una chusta. Pché. A mí me gustó la última escena de Daenerys y los esclavos enajenados esos, aunque sepa que es esencialmente ridícula (lo épico y lo ridículo muchas veces se dan la mano), y además Davos ha chupado mucho plano, que eso siempre mola, y la trama de Bran por fin se ha puesto interesante (porque ésa es otra, la trama de Bran, también conocida como el picnic eterno). No pinta mal la cuarta temporada, en resumen, y como en mi opinión, salvo por la Boda Roja, han dejado lo mejor para ésta, me atrevo a asegurar que va a ser bastante épica, incluso aunque no consigan encauzar todas las idas de olla que los guionistas han ido sembrando.
   Queda esta temporada como una "de transición" ante la gran traca final que, supongo, será la cuarta. Y por eso mismo, por haber sido de transición, cabrea mucho más tener que esperar hasta el año que viene para verla. A joderse tocan, amiguitos. Podéis iros viendo por cuarta vez el capítulo de Aguasnegras o asistiendo como ochenta veces más a la Boda Roja, no sé. Cualquier cosa menos ver series españolas.
   Sí, igual sobraba este último hachazo a nuestras producciones patrias, pero qué le vamos a hacer. Reconozco que este artículo en general ha quedado flojo, y algo tenía que ponerle de guinda para animarlo. Aunque seguramente esta última disertación no contribuirá a mejorar la general impresión de mediocridad que pueda haber causado. No sé. Qué cagada ha sido esto último. Como la tercera temporada de Juego de Tronos. Ja, ja. No, en realidad no ha sido tan mala. Joder. Estamos apañaos. Puta crisis.