sábado, 4 de agosto de 2012

Pequeñas alegrías del verano

Ahora recuerdo, pues ha pasado poco tiempo y me conviene, los compases previos a este verano. Quedaban escasos meses, y ávidamente me informaba de todos los grandes estrenos que se producirían en la sucesiva temporada estival, yo todo ilusionado, permaneciendo bien visible en la memoria aquel periodo de tiempo análogo, años atrás, en el cual el celuloide me obsequió con dos de las grandes obras maestras de los últimos años, a obra maestra por mes: Origen del otrora intocable Christopher Nolan, y Toy Story 3, de, bueno, de Pixar. Tiempos gloriosos. 
   La cartelera se ofrecía, hablo del temprano 2012, como un manjar potencialmente exquisito, pasen y vean, el cine aún tiene mucho que ofrecer (no en cuanto a originalidad, por supuesto, que ésta hace tiempo brilla por su ausencia). The Amazing Spider-Man. Siempre hube de contemplar su próximo estreno con escepticismo indignado, que no obstante hubieron de quebrar sus holgadas críticas, consiguiendo que fuera a verla, y que automáticamente recobrara la indignación. La nueva de Christopher Nolan... bien, aún está reciente y me resulta doloroso discutir al respecto (casi tanto como cuando oigo que Indiana Jones no fue una trilogía, y me sangran los oídos y el alma). ¿Qué queda? Ni siquiera parece que Brave vaya a ser para tanto, a tenor de lo leído. Y Prometheus... pues no tengo el más mínimo interés en verla. Tiene algo que ver, pregonan los trailers con trascendente insistencia, con Alien, el octavo pasajero (la cual vi hace tiempo y me horrorizó, y no en el buen sentido), y eso conmigo no va, aunque Michael Fassbender haga de robot y salga Guy Pearce. No me gastaré más pelas en decepciones y descalabros, te jodes, Hollywood.

No veas la pereza que me dan
  
   Sopesada toda esta lista de mediocre y dolorosa vacuidad, quizá se me ofreciera un verano precipitado al olvido, sin ninguna sorpresa ni alegría cinematográfica, y sin nada relevante sobre lo que escribir en el blog (una lástima, pues no habría motivo entonces para admirar su nuevo y espléndido diseño). Había pensado por un momento en Marilyn Monroe y en venirme arriba con el artículo-homenaje, que tampoco lo sería tanto, de turno. Pero, por suerte, vivimos en unos tiempos en los cuales siempre podemos echar mano de Internet y de los clásicos, y descubrir grandes películas que en su momento dejamos escapar por ir a ver la primera de Las Crónicas de Narnia al cine. Yo, vapuleado y sodomizado por los dueños del monopolio, y escupido a la cara por aquél a quien creía mi dios (hablo de Nolan, no de Odín), me he ido a refugiar a Cuevana, a la Argentina, donde Julio Cortázar, la familia Alterio y un simpático pillastre llamado Calvi siempre han de entretenerme y maravillarme con sus bellas descripciones, sus locuaces réplicas y su meloso acento. 
   El secreto de sus ojos es una película tan buena que los mismos mandamases monopolistas de los que hablaba antes tuvieron que premiarla, quizá sabedores del descrédito, por otro lado inexorable, que acarrearían en sus jorobadas espaldas de no hacerlo. Y, así, se llevó el Oscar a Mejor Película Extranjera. Dirigida por Juan José Campanella, fue estrenada en 2009, aquel fatídico año en el que a todo cristo le gustó Avatar menos a mí. La protagonizó Ricardo Darín, un gran actor conocido pero no disfrutado, hasta ahora; Soledad Villamil, una mujer bellísima que encima trabaja estupendamente; y Pablo Rago, quien realiza, a mi juicio, la actuación más completa e inquietante de todo el casting.  


   Este gran film supone lo que yo consideraría un clásico instantáneo, entendido como un todo en el que todo funciona, de vocación atemporal y escenas antológicas, y ostentando ese don inaudito que permite pasar por alto las fantasmadas y los Deux-ex-machina`s en pos de la pura y genuina emoción. Esto es, magia. Esto es, cine. Sin profundizar demasiado en su argumento, pues para eso tenéis FilmAffinity o la propia película, adelanto que éste presenta dos tramas bien diferenciadas, y las dos, por qué no decirlo, bastante simplonas. Una es el thriller al uso, un horrible crimen, un asesino sin escrúpulos y dos intrépidos policías persiguiéndolo; otra es una historia de amor tan hermosa como típica, tópica y utópica. Y las dos complementadas e integradas a la narración de un modo natural y prodigioso, en una sucesión de escenas hilvanadas con envidiable ritmo y nervio, el aburrimiento totalmente a raya. Una delicia, vamos. 
   Y también tenemos alguna que otra escena con vocación de recuerdo cinéfilo. Porque, ¿a quién no le gusta un buen plano secuencia? Sí, obviando lo pedante de la última pregunta, tenemos en El secreto de tus ojos uno de los planos secuencia más espectaculares que he tenido ocasión de ver, superando al de la persecución de Las aventuras de Tintín (porque, qué coño, eran dibujos), o al de Los Vengadores repartiendo leña (porque ahí hay más ordenador que en un "concierto" de Carlos Jean), y acercándose en iconicidad subjetiva, que no sé si ésta existe, al de Sed de mal. Con una joya visual de tal calibre es  inevitable preguntarse lo buen director de escenas de acción que sería Campanella si no le diera tanta pereza ponerse a ello. Una gozada.
   Si a ésta le unimos tres o cuatro secuencias más impecablemente escritas, dirigidas y actuadas (como el interrogatorio al asesino, la muerte de uno de los personajes principales a modo flashback, la despedida en la estación o, sobre todo, la resolución de la trama criminal, verdaderamente estremecedora), tenemos a fin de cuentas una película perfecta en todos los sentidos, en la que poco o nada resulta mejorable. Hay quienes podrían objetar que ciertas soluciones argumentales son poco verosímiles, en particular aquella parte de la investigación que se asemeja horrores a la de la infame Los hombres que no amaban a los mujeres (la novela, no la adaptación dirigida por David Fincher), y objetarían con razón. Pero, como decía antes, el velo de la locura cinematográfica, que engaña al frío y picajoso juicio, permitirá que, aún así, la película les guste, y mucho. A mí me ha gustado.
   Y entretanto, el verano sigue. Los estrenos se suceden y casi ni me apetece pasarme por las salas, porque  hay tanto que ver en Internet... Me he descargado El Ciempiés Humano 2 y algún día la veré, cuando reúna el valor suficiente y me dé por ayunar. Me he enganchado por sorpresa a Mad Men, esa serie que todo el mundo adora, incluyéndome, pese a que no habla de nada en particular y no salen tetas. Y, al tiempo, he seguido buscándole alicientes al cine actual, (La leche, ¿habéis visto Drive? Es para denunciar a Ryan Gosling), entre decepción y decepción, a la cual más dolorosa. Lo último es que El Hobbit va a ser una trilogía, y no por nada, sino en pos de una adaptación lo más fiel posible. 
   En fin. Ved El secreto de sus ojos. En lo que pasa la crisis y tal. 

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