domingo, 7 de diciembre de 2014

Agencia de Información

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Parece ser que el año 2014 se está convirtiendo en el mejor año para el cine español de toda su historia, no sólo en lo relativo a los números (que en su conjunto no serán mucho mayores de los que ya afanó el estreno de Lo imposible por sí solo), ni tampoco a la calidad de lo producido. La calidad viene a ser, creo yo desde mi optimista indocumentación, la misma de siempre, la usual; lo único que ahora está empezando a ser apreciada, y en un momento que, para más inri, producir cine español no es la mejor de las opciones. Pero, como ya ocurriera en el Siglo de Oro, como siempre ha ocurrido en nuestro país, los tiempos de crisis agudizan el ingenio. 
   No tenemos más que holgarnos de ello y disfrutar de los coletazos últimos de este beatífico año que nos abandona para, probablemente, no volver. El año 2014 será el año de Ocho apellidos vascos (sobre todo, y muy bien), de La isla mínima (por su parte, y regular), de El niño (que no he tenido el placer, pues no puedo volver a ver a Jesús Castro en menos de un doce meses por prescripción médica), de Torrente 5 (porque, por una vez, no renegamos del pasado), y de, a mí me gustaría, Magical Girl. También parece que va a ser el año de Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo, esta última habiéndose añadido a última hora y abanderado una insensata tendencia, también muy española, a quemar todas las naves de una vez. Para el 2015, así las cosas, no podemos esperar de momento más que un nuevo Alatriste, y uno que ya se sabe que va a ser una porquería (sin novedad en el frente) destinada a la televisión. Yo, por mi parte, ya empiezo a añorar el 2014.

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"¡Que veáis Magical Girl, merluzos!"

   Realizar un nuevo intento de traspasar la obra de Ibáñez a la gran pantalla no sería, a primera vista, la mejor decisión a tomar en una temporada que tan satisfactoria está siendo a todas luces, al correr el riesgo del hartazgo, de la humillación comparativa y del retorno de lo rancio (que nunca nos ha abandonado, pero la taquilla siempre se apaña para disimularlo). Éste viene siendo el tercer intento de adaptación, después de dos experiencias tan interesantes y desiguales como fueron La gran aventura de Mortadelo y Filemón y Mortadelo y Filemón: Misión Salvar la Tierra. Y, siendo la tercera y presumiblemente la vencida, sus responsables no han querido continuar con sus épicas ambiciones, optando por la opresiva humildad que un título como Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo sugiere, y por la pereza y falta de riesgo del medio animado. Si no se pué, no se pué, parece querer decirnos un resignado Javier Fesser, y a continuación nos presenta la película de Mortadelo y Filemón que, por supuesto, más y mejor respeta la obra de Francisco Ibáñez. El que sea la mejor película de Mortadelo y Filemón hecha hasta ahora... bien, es otro cantar.
   Antes de desgranar la película más facilona y evidente de las catástrofes calvas congénitas, unas palabritas con respecto a La gran aventura de Mortadelo y Filemón, si se me permite. Yo soy un lector contumaz de Ibáñez, siempre lo he sido, siempre lo seré, y sus personajes y viñetas me han acompañado desde que tengo uso de memoria, no así de razón. Insistir en lo mucho que significan para mí, en la vacuidad a la que mi infancia y adolescencia se habrían visto abocadas sin ellos, no es más que un esfuerzo fútil que no atinaré a expresar medianamente por muchas palabras gonitas que emplee. Y a pesar de tan mortadelesco mi espíritu, La gran aventura de Mortadelo y Filemón me parece un prodigio cinematográfico, y una de las películas más incomprendidas del celuloide nacional. Soy consciente de que como adaptación, más allá de los diseños, del ritmo y de ciertos palabros del guión, no vale un carajo, y de que hacer a Rompetechos facha y a Mortadelo subnormal bien podría merecer un disparo en el colodrillo de los iluminados, ¿pero y qué? Es una comedia divertidísima, frenética y bañada en un costumbrismo delicioso que a mí me apabulló y maravilló lo indecible, redundando en sucesivas revisiones y memorizaciones de sus diálogos (que ya tenía mérito, al vocalizar los personajes peor que, sí, Jesús Castro). Todos los actores, incluso Benito Pocino, aquel diamante en bruto, estaban espléndidos y graciosísimos; la violencia era tan absurda como terrorífica; y la banda sonora tan cutre y descontextualizada que acababa siendo entrañable. Pero, ay, todoquisque la odia, y con tantas ganas que apenas les quedan fuerzas para odiar también aquel excremento zafio, despreciable y traicionero que es Mortadelo y Filemón: Misión Salvar la Tierra. No me voy a alargar enumerando sus numerosos desmanes, en descargo de sólo remitirme a un perro infográfico llamado "Bush" que me hizo sentir, por primera pero no última vez, vergüenza de ser español.

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"Qué mal rollo, ¿no?"

   Javier Fesser, director de aquella otra joya llamada El milagro de P. Tinto en la que todos quisieron ver, en absoluto desencaminados, la precuela de La gran aventura de Mortadelo y Filemón, vuelve a intentarlo como decíamos, y en su intento deja de lado cualquier intención de arriesgar o de dejar confluir su peculiar imaginario al cosmos ibañesco. Del Fesser castizo, cutre e inoportuno sólo ha quedado una banda sonora no original que, sí, es una pasada, y le insufla a la película una personalidad de la que otro modo carecería, sin miedo alguno a incurrir en un ridículo que no tarda en llegar. Porque puede que Filemón con Julio Iglesias como leitmotiv a sus motivaciones románticas tenga su aquel (un aquel que es la polla), pero igual que su enemigo el Tronchamulas le emule para a continuación versionar a Los Secretos, y luego incluso el cachondo de Jimmy se ponga a canturrear también, es un poco ir demasiado lejos.
   De este Fesser diluido en estilo y forma son feudo también los personajes originales, tales como el propio Jimmy o sus secuaces Mari y Trini (sic), de una vis cómica más que dudosa, así como ciertas libertades escatológicas que se toma y que quedan violentas y de pegote. Pero, por lo demás, Mortadelo y Filemón contra Jimmy El Cachondo es la adaptación más fiel que imaginarse pueda, incluso pasando por alto pequeñas blasfemias como que sea Filemón el que beba los vientos por Irma, o éste resulte ser el protagonista absoluto de la función. Hándicaps que, por cierto, no molestan tanto como una secuencia de apertura alargada hasta la extenuación y que constituye un grandísimo error de cálculo, luego felizmente subsanado con la orgía de golpes, persecuciones e insultos que le siguen.

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Mortadelo y Filemón viendo el trailer del Episodio VII

   La animación, sin ser nada del otro jueves, permite a Fesser por fin meter de media tres hostias por minuto, y elaborar escenas de acción tan vistosa y adrenalítica que dejan al colosal plano secuencia de Tintín y el secreto del Unicornio en paños menores. Por si fuera poco, el doblaje de Mortadelo llevado a cabo por Karra Elejalde debería configurarse, desde este mismo instante, como patrimonio nacional. Así que sí, la película está guapa, pero llegados a este punto no estaría de más discernir si es la mejor adaptación de Ibáñez jamás hecha y de, si no lo es, determinar quién tiene ese privilegio.
   Llegué a una conclusión la misma noche después de haber visto la película de Fesser, según volvía al calor del hogar pensativo, habiéndomelo pasado teta y tarareando exultante Me olvidé de vivir, pero con un regusto amargo en los labios. Repasaba en esto la serie de adaptaciones que había visto, desde los despersonalizados capítulos de la serie de Antena 3 (meros calcos de los cómics despojados de su desquiciada velocidad) hasta el infausto momento en que a Edu Soto, entonces conocido como el Neng de Castefa, decidió enfundarse las gafas. Entonces ya tenía claro que La gran aventura de Mortadelo y Filemón seguía siendo mi película favorita de Mortadelo y Filemón, pero también sabía que no era, ni por asomo, la mejor adaptación. 
   La respuesta estaba escondida en un recodo de mi memoria, uno por supuesto dedicado a la infancia, aquella gloriosa parte de mi existencia de la que, por muchos años que fueran golpeándome, siempre iba a seguir descubriendo tesoros que no sabía ni que recordaba. Se trataba de una serie de cortometrajes agrupados con el título de Mortadelo y Filemón, Agencia de Información, estrenados a finales de los años 60 y dirigidos por un señor llamado Rafael Vara, en un tiempo en el que los legendarios personajes ni siquiera disponían de álbumes propios o aventuras largas (poco después El sulfato atómico sería publicado). En esos cortometrajes no existían ni el Súper, ni el Bacterio, ni la Ofelia, y para más inri Filemón llevaba americana, pero los personajes estaban ahí en esencia, vivos, íntegros sus caracteres, con un doblaje inconmensurable y unos guiones extraordinarios, sin nada que envidiarle a las historietas contemporáneas.
   Y ahí está mi respuesta, totalmente personal y parcialmente cegada por el truculento influjo de la infancia que se recuerda pero ya no se vive. Podrá ser acusada de reaccionaria y miope, y yo no habré de preocuparme en defenderla, optando por la más democrática decisión de sonreír con suficiencia, recostarme contra el sofá y leer el Mundial 78 por centésimodecimoquinta vez. Porque, al fin y al cabo, nunca hay mejor adaptación que la que cada uno se monta.

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