jueves, 11 de diciembre de 2014

Pff...

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Uno se pregunta, ante todo, qué necesidad había. Qué se podía aportar. Qué se podía ganar. Y así. Desde luego, la pregunta no era qué podía salir mal, porque se sobreentendía que todo, y el resultado se ha ajustado galantemente a ello. Exodus, subtitulada con mucha pompa y circunstancia como Dioses y reyes, es una chufa de bíblicas proporciones, y un nuevo tanto que se marca Ridley Scott en su empeño por destruir el prestigio de su carrera con el menor número posible de títulos. A continuación, spoilers del tamaño del Mar Rojo, en caso de que sea posible hacerlos en cuanto a una historia más vieja que el cagar.
   Que Ridley Scott ya no es lo que era es bien sabido por todos. Ya sea porque le afectó mucho la muerte de su hermano Tony (al que le dedica la presente obra con muy poca vergüenza), o porque en realidad nunca ha sido un director tan cojonudísimo y sólo nos damos cuenta en ésta nuestra resaca de Gladiator, últimamente está que no da pie con bola. Estoy segurísimo de que joyas como Prometheus y El consejero se van a convertir en películas de culto con el paso de los años, aunque sea por razones irónicas, pero hasta entonces Ridley va a tener que apechugar con el descrédito y la chapuza, sobre todo en cuanto a la que es sin duda la peor peli que he visto de él, y que es la que nos ocupa. Ya que, a diferencia de Prometheus y El consejero, Exodus, por no tener, no tiene ni gracia.
   El nuevo film épico del cineasta que nos trajo Blade Runner y ahora amenaza con su secuela (porque las desgracias nunca vienen solas) es, ante todo, un inmenso error de cálculo, una catástrofe en la que nada se salva, y en la que nada lo haría aun si no tuviera dos precedentes tan ilustres como Los diez mandamientos o, albricias, El príncipe de Egipto, con los que medirse. Las comparaciones son siempre odiosas, pero en el caso de Exodus, es que directamente son destructivas. Desde el principio un servidor, insensato admirador y creyente de la mejor peli animada de DreamWorks de su historia y, si me apuráis, una de las tres mejores de la historia en general, no se temía nada bueno, pero aún así pagó religiosamente, y nunca mejor dicho, por la entrada, y se dispuso a dejarse sorprender, del modo que fuera, aun sabiendo que nada explicaría mejor la situación y el sentimiento del pueblo hebreo que una canción llamada Libéranos. Barro, arena, paja. Y así con todo.

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Porque, ¿qué mejor modo había de introducir un conflicto fraterno-filial que con UNA JODIDA CARRERA DE CUÁDRIGAS?

   El amigo Ridley, o más bien los cerca de cuatrocientos inútiles que se pusieron con el guión, quería sorprender más allá de una buena recreación del Egipto de los faraones (una que, por otro lado, ya había tenido bastante proyección con la película de Cecil B. DeMille, y con el remake que muy ufano se hizo a sí mismo), y por ello quisieron introducir cambios revolucionarios que le proveyeran de una identidad única y distinguida. La visión de Ridley Scott. La historia como nunca antes te la habían contado. Y oye, algo de eso hay.
   Moisés está interpretado por Christian Bale, un buen actor que defiende como puede un personaje que parece diseñado por Santiago Calatrava y que sólo brilla en un par de ocasiones, estando en el resto extremadamente forzado, ceñudo e insustancial, de manera que nos permita a todos fijarnos holgadamente en esa verruga ASQUEROSA que tiene en el ojo. Dios, qué HORRIBLE es la verruga de Christian Bale. Es que lo mata todo, lo destruye, elimina todo el sexappeal que podría llegar a tenery bueno, Joel Edgerton está muchísimo peor. Al margen de que Bale se le meriende en todas las escenas, lo cual sería lógico de por sí, su Ramsés es el tipo más inútil del Antiguo Egipto, un pusilánime de mucho cuidado que tan pronto abraza una pitón poniendo cara de Salma Hayek (muy violento todo) como no se entera de por qué carajo expulsan a Moisés de Egipto (en ese caso su cara es muy similar a la del público, ya que esa parte de la trama debió de escribirla Damon Lindelof una mañana que se levantó con diarrea), y destruye todo impacto dramático sosteniendo el cadáver momificado de un hijo que en realidad sabe que es un muñeco Nenuco tamaño familiar y no puede disimularlo. Los dos hermanitos, que en esta ocasión, mira tú por donde, son primos (lo cual igual tiene más rigor histórico, vale, pero le resta aún más chicha a la cosa), están enormemente desacertados en sus papeles, pero no es nada comparado con el plantel de secundarios. Esto último clama tanto al cielo que se merece un párrafo aparte, tal como se lo merece la verruga VOMITIVA de Christian Bale, pero centrémonos y montemos una ONG para que se la extirpen de una buena vez o algo.

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Aquí el amigo mirando con el perfil bueno

   John Turturro hace del padre de Ramsés y, contra todo lo que pudiera parecer, no es el que está peor; de hecho, al lado de Sigourney Weaver parece Liam Neeson. El personaje, por llamarlo de algún modo, de la teniente Ripley es uno de ésos tan ridículos y tan mal escritos que no merecen siquiera la explicación de por qué, en determinado momento de la trama, han desaparecido. La Weaver, eso sí, tiene menos cancha que otros compañeretes para fracasar, y en esto tenemos a nuestra María Valverde como Séfora. La chiquilla, que ni está tan buena ni su nariz es tan impresionante ni tiene repajolera idea de lo que es la mirada celestial, se conforma con hablar inglés mejor que Penélope Cruz, y eso es todo. Ben Kingsley anda por ahí también, ya que es oír hablar de rodar en el desierto y se pone palote, y en el puesto de honor está Aaron Paul, el Jesse Pinkman de Breaking Bad. Lo de este chico es muy fuerte eh. Los produs tampoco tenían por qué tratar de fingir que al chico no lo habían fichado sólo porque en ese momento estaba de moda, pero sí intentar que le dejaran al menos más de dos frases y de afectadísimos primeros planos, digo yo. Lo único que hace el amiguete es mirar a gente hacer cosas y chulearse de lo bien que le crece la melenita, y ni siquiera permite que podamos decir que es un actor de un solo registro (y mira que tenía ganas), porque lo que es actuar, poquísimo.

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"Pues mi papel será una mierda, pero voy a salir en las nuevas de Avatar y Cazafantasmas. Envidia que me tenéis"

   La labor del reparto es un truño, sí, pero no es culpa suya íntegramente. Como ya insinuaba, el mayor problema de Exodus es que su guión está escrito con el ojete, y de donde no hay no se puede sacar, por mucha música de Alberto Iglesias (memorable) que quiera hacer más digerible la inmundicia. Lo peor del libreto no es tanto la indefinición de los personajes o su moroso aburrimiento como lo indeciso y falto de coherencia que resulta, y la cobardía y dejadez que exhuma. Parece que la intención era reconstruir la historia de Moisés de la manera más realista posible, despojándole de todo el misticismo cristiano y valorando más psicológicamente a sus integrantes, y sí, la idea es en sí misma un despropósito, pero Dios mío, qué mal resuelto está todo además. Al principio te plantan una batalla estupendamente coreografiada contra los hiítas (o algo así) un poco por contextualizar la movida y lucir los dólares, omitiendo introducción alguna con Moisés en la cesta y conduciendo a la revelación del origen hebreo de éste (vergonzoso, en este punto, lo que hacen con el personaje de Miriam, que ha pasado de ser el corazón de El príncipe de Egipto a una pelagatos de la que Moisés se olvida en un abrir y cerrar de ojos); pero no empieza lo bueno hasta que al prota le es encomendada la misión. La zarza ardiendo no habla, sino que en su lugar lo hace un niñato que, de ser en efecto el Dios de Israel, explicaría muy clarito por qué los judíos son tan cabrones; un niñato que sólo Moisés ve, por mucho que Aaron Paul (Josué) lo intente mirando con mucha intensidad a una roca vacía y le dé mal rollito, y que por tanto podría ser una alucinación suya. Moisés esquizofrénico. Vale, compro. El tipo es humano, duda, cree que la solución está en entrenar a su pueblo militarmente para que se rebele contra el yugo egipcio y luego resulta que eso no tiene mucha salida, oye, pues nada, nadie es perfecto.

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"¡Tuve un papel más digno en Need for Speed Underground, bitch!"

   Las plagas intentan circunscribirse a este afán realista, y el tipo que hacía de Spud en Trainspotting lo explica muy clarito. Aquí no hay Dios que valga, es sólo que los egipcios están teniendo una mala suerte lamentable, ya vendrán los brotes verdes, ya. Luego a todos los primogénitos les da por morirse de repente (en una escena muy bien resuelta, la verdad), y algo falla, igual Moisés no está tan loco, igual el niñato existe de verdad y Aaron Paul está cieguísimo de crack y no se da cuenta, e igual el guión se está haciendo la puñeta a sí mismo. Hasta culminar en su propio harakiri, en su renuncia definitiva a hacer algo presentable, y asesina sin piedad el momento en que los judetas cruzan el Mar Rojo. Moisés no tiene cayado (y ya me diréis cómo va a obrar prodigios en esas condiciones), así que lo único que hace es aprovechar que la corriente les viene bien y eso, cruzar. Luego talla él mismo las Tablas de la Ley, se reencuentra con la Valverde y echan un polvete de reconciliación, pierde al niñato entre la multitud, y se acabó la peli. ¿Qué significado tiene todo? Qué sé yo. Ni siquiera salen tetas, así que como para centrarse.
   Exodus es basura, y no merece que se hable más de ella, ni que yo lo haya hecho tanto. Pero qué queréis, habrá que coger fuerzas para cuando me ponga con la tercera de El Hobbit. Ahí sí que me voy a correr.

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