martes, 28 de enero de 2014

No hay un genio tan genial. Parte II

Autodeclararse fan de Lars von Trier, e incluso a atreverse a presumir de ello con el resultado de provocar la hilaridad o la amable invitación de tus decentes camaradas a que te vayas a hacer puñetas, atontao, tiene sus riesgos, y no únicamente sociales. Si dices amarle, si le ríes todas las gracias o si incluso piensas que eso del Dogma tenía su encanto, has de saber que tarde o temprano tendrás que hacer de tripas corazón, tomar aire, e intentar sobrellevar con una cansada sonrisa las cosicas de nuestro gran amigo danés. Este compendio de cosicas se reduce, fundamentalmente, a que Von Trier es un sinvergüenza, se cree (y es) mucho más listo que tú, y hace lo que le sale del nabo, a la vez que se le suda que esto guste o no. Como pobre y humilde espectador, no cuentas para nada. Lo amas, pero él no te ama a ti. Él a ti te desprecia, dentro de tu consabida inferioridad. Es lo que tiene ser un genio.
    Nymphomaniac. Volumen 1 lo tenía, creo yo, muy fácil para encandilar a la gente. Osea, a un cierto espectro de ésta, uno enfermizo y traumatizado al que yo me me apresuro a unirme. Era muy divertida, tenía mucha filosofía de andar por casa de ésta que hace que te sientas listo (guau, nano, Fibonacci, eso salía en El Código Da Vinci), la banda sonora estaba muy chula, con Rammstein y Steppenwolf y Bach ahí dándolo todo... Total, que una vez que acababa, y te ponían un avance del Volumen 2, te quedabas con unas ganas de verlo que no podías más. Seguro que iba a ser un despolle también. Un despolle mazo filosófico y, por supuesto, nada erótico.

"Hola, mi nombre es Fibonacci. Me gustan los planos secuencia"

   Pero no. Von Trier nos la ha vuelto a jugar. Después de hacernos creer a todos que su peli de 5 horas y pico era pornográfica, y de mutar bruscamente estas expectativas de cara a la segunda parte del díptico, nos presenta una película que va de lo abiertamente desagradable a lo sublime pasando, en contadas ocasiones, por ese tono de chanza milenarista que tan grande hacía al Volumen 1. Mucha oscuridad, mucho mal rollo, bastante violencia, y muchísimas (demasiadas, joder, demasiadas) panorámicas del cuerpo desnudo de Charlotte Gainsbourg. Que sí, que esta tía es gabacha y va a lo suyo, y tiene que estar como una regadera si Von Trier la considera su musa y aún no ha pedido la correspondiente orden de alejamiento, pero la susodicha no me pone nada, y he acabado hasta las pelotas de verle el juju (que además lo tiene hecho un asco) y los pezones (cuya metamórfica y espeluznante forma da para un Proyecto de Fin de Grado). Esta apreciación no es determinante a la hora de considerar una posible falla de la película, ya que habrá gente a la que consiga ponérsela dura (a Von Trier por ejemplo, o a su puta madre), pero llega un punto en que se hace excesivo, y ni la voz extremadamente sensual que, todo hay que decirlo, se gasta (me he excitado más al final oyéndola cantar Hey Joe que en todas las cuatro horas previas) puede salvarme de que me ganen la pugna momentáneamente los genes maternos y piense: "No sé cómo me puede gustar esto".  
   A lo que iba. El Volumen 2 es una movida muy chunga. Toda la alegre luminosidad que bañaba su predecesor hasta en los momentos más dramáticos (incluido el de Christian Slater cagándose en la cama del hospital), aquí es absorbida de un plumazo, en una decisión por otra parte lógica. La ninfómana se ha hecho mayor, ha pasado de tener el rostro genuinamente morboso de Stacy Martin a ser Charlotte Gainsbourg y malograr erecciones como nadie, y los excesos de su vida han empezado a pasar factura. Ahora no hace gracia ni Shia LaBeouf, y aparece el niño de Billy Eliot dando más miedo que, sí, los pezones Transformers de Charlotte Gainsbourg. Incluso a Willem Dafoe le da tiempo a poner un par de caras espeluznantes, y ni siquiera un romance lésbico (o algo así) le da un respiro al ominoso dicurso. La banda sonora escogida para la ocasión se pliega a éste, y donde antes teníamos el Born to be wild somos golpeados por el Réquiem de Mozart o por un Fur Elise que pasa con más pena que gloria.

Encuentra a Udo Kier

   Mientras tanto, el bueno de Stellan Skarsgard se sigue empeñando en hacer sus paralelismos con, llamémoslo de una vez por su nombre, polladas intelectualoides, y mantiene ese diálogo tan glorioso y sorprendente con la hastiada ninfómana. Ha perdido un poco de fuelle, eso sí, porque ni siquiera Von Trier puede mantener tamaña elocuencia durante más de tres horas, pero sigue siendo un gustazo verle. 
   Nymphomaniac. Volumen 2 me ha gustado, claramente, bastante menos que el Volumen 1, y tan sólo es debido a su propio concepto, a la obligación emocional de lo que cuenta. Por imitar a Seligman y trazar paralelismos a lo loco, mi voz sería la de quien prefirió el Volumen 1 de Kill Bill al Volumen 2 simplemente porque en el primero había más hostias. Todo decae, todo desenfreno tiene un precio, y empezamos a cobrarlo desde el primer minuto de esta segunda y última entrega. La genialidad, por supuesto, se mantiene, aunque aparece en cotas más pequeñas, como puntos luminosos entre toda la agreste negrura. Nos encontramos con momentos tan impactantes y absurdamente divertidos como la escena de Charlotte Gainsbourg con los negracos (primera ocasión para apreciar sus hiperbólicos pezones... los de Charlotte Gainsbourg, no los de los negracos, aunque éstos también tienen cosas hiperbólicas), diálogos tan lúcidos y certeros como la discusión sobre la pedofilia, momentos tan VonTrierDejaDeChupártelaUnRato como el homenaje que se le hace a Anticristo por la cara, y, sobre todo, nos encontramos con un final que, cómo diría yo, es indescriptible, y que sólo deja una cosa clara: Nymphomaniac, vista en conjunto, con sus dos volúmenes, no ha sido más que una colosal gamberrada. El ilustre danés nos ha hecho creer durante cuatro horas que en verdad éramos dignos de asomarnos a su mundo interior y compartir sus profundas reflexiones sobre el ser humano, el sexo, el amor y la soledad, sólo para al final darnos una bofetada, dejarnos caer del guindo, y decir con su sonrisita de suficiencia "que os lo habéis creído, mendrugos".

Pues eso

   Acaba resultando que no hemos entendido nada, que no éramos tan listos como creíamos, ni siquiera aunque pagáramos por ver una peli de porno danés de cinco horas o supiéramos quién caray eran Fibonacci, Bach, Poe o Ian Fleming. En última instancia, sólo somos mortales, y sólo podemos cabrearnos ante la tomadura de pelo que, a la hora de la verdad, resulta ser Nymphomaniac. Somos indignos. No somos genios. 
   Pero Lars von Trier lo es, vaya si lo es. Y Nymphomaniac es una jodida genialidad, con todo lo malo y lo bueno que le haga aglutinar esta calificación. Con saber eso nos valdrá, no tendremos por qué buscar respuestas o verdaderos sentidos en torno al abultado metraje de una cosa que quiere ser como la disertación definitiva sobre el sexo pero que, finalmente, no es más que una paja mental. 

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