miércoles, 19 de agosto de 2015

Corre, Tom, corre

Está siendo un verano tan soso que lo mismo la semana que viene acabo viendo Los 4 Fantásticos por puro interés empírico, voy avisandoanunciando. Quiero decir, por un lado hemos tenido Inside Out como epítome de todo lo bueno que te puede pasar durante una hora y media cualquiera de tu vida; y por otro esas alegres francachelas nostálgicas que, contrariamente a lo que su naturaleza pregonaba, ya he olvidado por completo... o casi (¿han puesto a Colin Trevorrow al mando del Episodio IX?, ¿acaso alguien ha sido capaz de ver Jurassic World y no pensar que estaba dirigida por, no sé, un notario?). Total, que cada blockbuster veraniego de este 2015, a falta de Ant-Man, que no vi tanto por no querer que Marvel me volviera a timar como por no encontrar a ningún acompañante que se prestara al sablazo, se ha suscrito religiosamente a la corrección, anticipado a cualquier alzamiento de ceja, desechado cualquier riesgo. Y lo nuevo de Tom Cruise no ha sido una excepción. Cómo iba a serlo, tratándose del hombre más listo y adorable de Hollywood.

"¡¡Es la hora de las tortas!!", llamaré a mi crítica. Veréis qué bien nos lo pasamos :)

   Vaya por delante que Misión Imposible no es una de mis sagas favoritas. Como, estoy seguro, tampoco lo es de nadie. De hecho, ha habido días, y los volverá a haber, quizá un par de meses después del predecible taquillazo que ha sido esta última aventura, en que Tom Cruise sea la única persona de la Tierra que piense que lo que le ocurra a Ethan Hunt (osea, Tom Cruise) le importa a alguien. La última superestrella, en su egocéntrico subconsciente, cree que realmente hay gente que recuerda lo que las siglas FMI significan una vez que ya han salido los créditos y el tema de Lalo Schiffrin ha vuelto a irrumpir en su máxima y badassera expresión. Cuando, ejem, no es así, como tampoco existe hoy en día alguien que se acuerde de la serie de televisión sesentera en la que se basa y con la que ni siquiera comparte al protagonista (éste sólo salió en la primera peli, dirigida por Brian De Palma, y resultaba ser, SPOILER, el malo sin carisma de turno). Total, que qué puta broma es ésta, se preguntará cualquier espectador sensato, confuso, ojos vidriosos, rascándose el mismo bolsillo en el que una vez descansó cierto dinero, el mismo que acaban de robarle. La puta broma se llama Tom Cruise, y el milagro lo han obrado, y ya vamos por la quinta vez, sus santos cojones.  

Lo mejor de todo es que esta escena sólo es el principio
   
   Después de desaprovechar la firma de De Palma en la primera (al menos más allá de esa única secuencia que todos recordamos), aprovechar lo que le permitía hacer el nombre de John Woo en la segunda (guilty pleasure por antonomasia), beneficiarse de contar con J.J. Abrams y lo clarito que lo tiene todo en la tercera  (aún hoy, la mejor de la saga), y sorprenderse del modo tan hueco e irrisorio en que el director de Los Increíbles le sirvió el potaje en la cuarta, Tom Cruise vuelve a las andadas en, no puedo creer que hayamos llegado a esto, la quinta entrega de Misión Imposible, subtitulada Nación Secreta y bautizada apócrifamente como el Caballero Oscuro de la saga, esto es, el largometraje más ambicioso, inteligente y oscuro de la franquicia. Con lo cual, recordemos fuertemente El Truño de Acero, intentemos lo mismo de manera infructuosa con Skyfall y, todos a una, echémonos a temblar...
   ... sin motivo alguno. Porque, a ver, no está de más recordar que es de Tom Cruise de quien estamos hablando. El único. El inigualable. El campeón que se sintió muy cómodo en Jack Reacher a las órdenes (es un decir) de Christopher McQuarrie, y decidió ficharle para la nueva empresa de la Fuerza Misión Imposible (lo habéis adivinado, eso es lo que significa FMI, ¡BUM!); y que ahora nos trae uno de esos blockbusters veraniegos a los que nos gusta llamar definitivos para luego obviarlos y llorar cual magdalena diabética con el final de la última de A todo gas. En efecto, un entretenimiento puro y duro; divertido, espectacular, simple. Ni más ni menos. En Nación Secreta no encontraréis argumentos enrevesados aparte del habitual y delicioso desfile de máscaras a lo Scooby Doo (que sí, será todo lo gilipollas que queráis, pero sigue funcionando tan bien como siempre), ni giros dramáticos más allá de la enésima cosa que sale mal durante la infiltración del prota en un sitio súper chungo (en esta ocasión, realmente chungo, y realmente agobiante), ni personajes complejos o que sorprendan más allá del hecho de que Tom Cruise tenga 53 años. En efecto, ya van 53 años. ¡53 JODIDOS AÑOS!, y mirad cómo se agarra a ese avión, cómo aguanta los sopapos, cómo exhibe esa sonrisa de canalla como pidiendo disculpas por ser tan jodidamente awesome. Y luego sale la zorra decrépita de Sharon Stone en bolas y la gente flipa. Por favor, seguid admirando a Tom Cruise. Al mito viviente. Seguid siendo conscientes de vuestra mortalidad, de vuestra insustancia, de lo miserables que sois por reíros de la Cienciología, de los sillones o de, bueno, Misión Imposible II.

Esta escena está guay, pero le falta UN DUELO DE MOTOS. Y que el fuego de al lado sea la estatua de un santo quemándose. Durante una procesión. En Sevilla.

   Aunque parezca mentira, sobre Nación Secreta se pueden hablar sobre más cosas que no sean Tom Cruise. Ninguna ni la mitad de geniales que él, pero probemos: El resto del reparto cumple más o menos, destacando a un Simon Pegg que nunca acaba de creerse la cantidad de metraje de la que dispone (así como el que por momentos pueda parecer que TOM CRUISE LE CONSIDERA AMIGO SUYO) y a una Rebecca Ferguson como femme fatale genérica y, pese a todo, muy interesante (ayuda a ello que en todo momento se quieran establecer paralelismos bastante toscos con el personaje de Ingrid Bergman en Casablanca, que en cierta escena le copie la jugarreta al Joker de Heath Ledger, y que su aspecto físico recuerde poderosamente a Honor Blackman... ya veis, entretenimiento descerebrado lo será y mucho, pero guiños cinéfilos también los hay a patadas). Por lo demás, en fin, está Jeremy Renner intentando demostrar que no es gay, Alec Baldwin en piloto automático (desde 2006, concretamente), Ving Rhames con sombrero, y el malo, que como es el malo de una peli de Misión Imposible no protagonizado por Phillip Seymour Hoffmann pues ni se molesta en esforzarse. En cuanto al guión, sin novedad en el frente tampoco: es exactamente el mismo que el de las películas precedentes, con la diferencia de que esta vez Hunt y los suyos deciden tomarse la justicia por su mano desde el minuto 5 en vez del 20. A esto se referían con lo de la ambición, la inteligencia y la oscuridad. Los tunos.

Momento en que se dieron cuenta de que El despertar de la Fuerza también tenía programado su estreno en Navidad. Y recularon.

   Al margen de estas observaciones malintencionadas, la película está bien dirigida y tiene momentos de sobresaliente, como el rapidísimo prólogo, la secuencia en la ópera o la persecución de las motos. Nada que la vaya a hacer persistir como la película del verano ni pueda hacer salir a la saga de ese curiosísimo limbo antes descrito. Nada que suponga el más mínimo cambio de status en la carrera de Tom Cruise. En un par de años, la sexta peli, y así sucesivamente hasta que el bueno de Tom ya no sea capaz de correr de manera que luzca genial en pantalla. Ese día, Hollywood tal y como lo conocemos habrá acabado. 
   Hasta entonces, DISFRUTEMOS:



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