lunes, 26 de octubre de 2015

Mi gran gatillazo


En un mundo perfecto todas las películas de Álex de la Iglesia concluirían veinte minutos antes. Veinte, treinta, diez, los que fueran. El tercer acto, o algo así, omitido por completo. Zasca. Justo en el momento en que ya la respiración no pudiera acelerarse más, las carcajadas estuvieran cansadas de atropellarse entre sí, y la incomodidad bien entendida pugnara por parecer insoportable, aparecería "Fin" en la pantalla y todos aplaudirían con agradecimiento los mejores y más intensos coitus interruptus del cine español. El día de la bestia, La comunidad, Crimen ferpecto, Las brujas de Zugarramurdi, te dejarían con la miel en los labios, sí, pero al menos no llegarían a atragantarte, y la sensación con la que volvieras a tu existencia, que por otro lado tampoco diferiría tanto de la anteriormente mostrada por el director bilbaíno, sería agridulce pero agradable de digerir. Éste no es ese mundo. Pareció a punto de serlo en Balada triste de trompeta (a pesar del motorista-cohete), pero sólo fueron fuegos fatuos. Como siempre.
   Álex de la Iglesia los tiene tan bien puestos, es tan vasco el hijoputa, que para su siguiente proyecto luego de aquella vez que descubrimos que Mario Casas sí podía tener algo que decir al margen de sus descamisadas, se propuso hacer una película que fuera en su totalidad un tercer acto de los suyos. El despiporre absoluto. El todo vale que sentara cátedra. El mayor olé mi polla morena de su filmografía. La idea que los justificara, en un principio, no parecía mala en absoluto. Es más, resultaba brillante. Muy brillante. Cegadora. Un montón de imbéciles encerrados en un estudio de televisión grabando una gala de Nochevieja en pleno agosto. Repitiendo tomas. Aplaudiendo como autómatas simiescos con crótalos. Soportando calor. Soportando EREs. Raphael, el motherfuckin Raphael, como invitado de excepción. Sobre el papel, en efecto, una de las mejores ideas de la historia. En pantalla... comprobémoslo.

¿Estaría el resultado a la altura de esto? ¿Podría estarlo jamás alguna cosa?

   Mi gran noche es una película que duele ver porque no dejas de pensar lo genial que podría haber sido; duele porque podría haber sido la mejor película de Álex de la Iglesia y ha resultado ser la peor que ha visto suya quien esto suscribe; duele, en fin, porque podría haber sido la película que más y mejor se cagara en los dos miles, y se queda en una zurraspa. Está tan bien hecha, con tantas ganas y tanta predisposición a darlo todo, como el resto de la obra del realizador (con excepción quizá de La chispa de la vida, que paradójicamente es una peli mucho mejor rematada). Con la misma mala leche, el mismo ritmo frenético y la misma vocación de cachondeo desacomplejado y negrísimo que hemos de reclamarle como penitentes a Su Vascongadísima Eminencia. Y, con todo, es un gran bluff. Uno que duele, y que da mucha vergüencita ajena.

Aquí Adanne cantando Bombero, que es como en la peli han parodiado el Torero de Chayanne. Todo como con mucho subtexto, como se puede inferir

   Mi gran noche es también una historia, por llamarlo de algún modo, coral. Tiene más peña dentro, y más fostiable, que un Primark céntrico en rebajas (o sin ellas; en cualquier caso dejad ya de ir, joder), y ocurre forzosamente que no toda ella se merece el mismo interés. De hecho, el interés del que gozan ciertos individuos es inversamente proporcional al tiempo del que disponen en pantalla, y nos encontramos con que Blanca Suárez y Pepón Nieto son los más beneficiados de la coyuntura. Profundizamos: una Blanca Suárez que sobreactúa hasta rozar la ilegalidad y eclipsar su extrema follabilidad, y un Pepón Nieto que no puede ser más soso, ni más insustancial ni másSE ACABÓ HABLAR DE PEPÓN NIETO. También chupan mucho más plano de lo imprescindible los petardos que están sentados con ellos en la mesa; además de unas chonis y un argentino bajito y coñón que se creen que están en la primera secuencia de Indiana Jones y el templo maldito y por eso creen que tienen algo de gracia. Y no.

Blanca Suárez podría haberse limitado a estar buena, pero no, tenía que demostrar además su vis cómica

   El resto es algo mejor, pero tampoco mucho más. Hugo Silva y Carolina Bang gritándose mucho y teniendo una escena ocurrente (que algo compensa); Terele Pávez haciendo una actuación flojísima por contagio; y Santiago Segura yendo muy deprisa de un lado a otro. Carmen Machi sale en dos escenas y está maravillosa en ambas; Ramón Ordóñez sigue siendo un diamante en bruto que nadie en España se molesta en pulir; y Mario Casas repite su papel de tonto adorable, con muchísima menos eficacia que en Las brujas. En un plano algo superior se encuentra Carlos Areces con un personaje que no tiene ni pies ni cabeza pero que aún así se apaña para salvar y, sí, por último está Raphael. El llentelmén lo da absolutamente todo en Mi gran noche, aunque la película no se lo merezca y ni siquiera su personaje se llame Raphael; en su lugar es Alphonso, una construcción satírica que pese a todo cuenta con el mismo repertorio musical que Aquél, y con su misma elegancia, y saber estar, e indómita habilidad para hablar con las señoras. Está arrebatador, reclamando un protagonismo que se deje de ingratas coralidades, saliendo como unos veinte minutos en total. Ah, y SPOILER: ni siquiera es él quien canta Mi gran noche. En el momento presente estoy en trámites para que la sala adonde fui a verla me devuelva el dinero. Muy fuerte.

"-¡¡¡Que cante "Soy un truhán, soy un señor"!!!
-Hijo de puta...

   En definitiva, poco hay que funcione en el nuevo circo de Álex de la Iglesia. Todo en él es ruido, exceso e idiotez... y claro está que su obra nunca ha sido ajena a estas nociones, pero nunca le había resultado a la vez tan ajena al público. Uno ve Mi gran noche, que es una película 110% De la Iglesia, y hasta llega a preguntarse si no le han tomado el pelo durante veinte años. ¿Las películas del director más audaz y estimulante de nuestro cine eran así todo el tiempo? ¿Cómo y en qué momento nos hechizó? ¿Siempre ha sido tan desastrosamente evidente empleando la crítica social? ¿Tan chapucero en la construcción de momentos cómicos? ¿Tan mal director de actores?
   En momentos como éste, de tan desazonado que estoy, no acierto a dar con una respuesta, y todo por culpa de Mi gran noche, una de esas películas tan malas que parecen aún peores de lo que en realidad son. Lo que no quita, claro, que espere con ansia lo nuevo de Álex de la Iglesia, como siempre hago y siempre haré. Porque, si algo me ha enseñado éste, es que la estupidez humana es tan inabarcable como deliciosa. Y que, si eres español, aún más.

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