domingo, 18 de octubre de 2015

Hoy en Marte hace un día abrasador


A Ridley Scott hay que quererle. Cuesta mucho, sobre todo en estos tiempos que corren, pero hay que quererle. Un director que ha visto empujado su nombre a la Historia del Cine como quien lanza una china al aire y pasa un pajarillo y se la traga no puede caernos mal. No puede, aunque se empeñe. Aunque haga cosas como Prometheus, Exodus, Hannibal o Legend, entre otros despiporres. Aunque haya sacado adelante una película-fenómeno como Blade runner sin tener ni puta idea de lo que estaba haciendo (¿cuántos montajes hiciste, Ridley?, decídete de una vez, maldición). Aunque su última gran obra haya sido El consejero, una de las películas más incomprendidas de los últimos años. Incomprendida por un servidor, especialmente. 
   Ridley Scott mola porque, ante todo, es un currante. Saca peli cada 365 días, toda la atención planetaria pende sobre su cabeza, y él se encoge de hombros y sigue rodando. Sólo eso, rueda. Si Alfonso Cuarón o Christopher Nolan se hubieran hecho cargo de la adaptación fílmica de la novela The Martian habríamos estado hablando del proyecto desde hace tres años mínimo y con un hype elevado al cubo; sin embargo, fue Ridley quien se encargó y lo hizo en base a un rodaje que probablemente no durara más de tres semanas, y del que casi nadie se enteró en su momento. Se trata del director de culto de la actualidad con una vena más puramente artesana y eficiente, un Woody Allen de lupanar que sólo se limita a seguir tirando pese a quien pese, poniendo en escena los libretos de tipos de lo más heterogéneo: desde Cormac McCarthy hasta el despreciable Damon Lindelof pasando por ese MAC hundido en el retrete que debió escribir Exodus. Ahora el escribidor es Drew Goddard (La Cabaña del Bosque), y según dicen ha sido extremadamente fiel al original literario. Con lo cual, de nuevo, no queda nada de Ridley Scott en la nueva película de Ridley Scott. Sólo su profesionalidad.

El protagonista dándose una vuelta de recuerdo por el Tuenti
   Alaban mucho The Martian por ahí y siempre suelen hacerlo en los mismos términos. Una pura y dura película de aventuras de las de toda la vida. Alegre, optimista, vitalista. Libre de oscuridades o ambigüedades, que no busca trascender de ningún modo y que aún así, de una manera extraña, lo consigue. Un Robinson Crusoe del espacio con la vocación pseudocientífica de un Julio Verne. Vamos, que sí, que éste es un buen Ridley. Pagad la entrada y disfrutad mientras podáis, que en nada llega la secuela de Prometheus (muy poéticamente llamada Alien: Paradise Lost).
   La novela original fue escrita por un chiquín llamado Andy Weir, entrañable nerd de las cosas espaciales que escribió un blog o no sé qué hostias y se hizo de oro. El tío no había pisado una nave en su vida, pero la comunidad científica estaba que no cabía en sí de dicha viendo lo documentados y lógicos que eran los apaños de Mark Watney para mantenerse con vida ahí solico en el planeta rojo. Ya fuera cultivando patatas con sus propios excrementos o haciendo unas movidas que flipas con el sistema hexagesimal, The Martian era la película que los enteradillos tenían que ver sí o sí. Porque, además, se lo pasarían chachi, imbuidos por todo ese buen rollo calculado según la cantidad de canciones chachi que fueran introducidas cada chachi cuarto de hora (Don`t Leave Me This Way, Starman o I Will Survive ahí a tope: una setlist nada evidente como se puede comprobar). ¿Cuál sería entonces la pega de la nueva de Ridley? Porque siempre hay una pega, ¿no?

Éste es Andy Weir. Poca broma cabrones, que sabe un montón sobre... yo qué sé, la gravedad

   La pega es que nada de esto cuela. No cuela esa banda sonora tan pretendidamente cool (qué daño ha hecho Guardianes de la Galaxia) ni cuelan esos tintes cómicos que al menos en mi sesión tuvieron que causar muchas sonrisas, porque lo que son carcajadas ni una. Matt Damon hace una interpretación exactamente igual a la que su amiguete George Clooney realizara hace dos años en Gravity: un tipo encantador y risueño más ingenioso que los chrismas; el perfecto yerno, el gran CUÑADO. A este polloperas lo dejan solo en Marte (que es un planeta diferente a la Tierra carente de oxígeno y totalmente deshabitado, no está de más aclarar), y le falta tiempo para liarse a hacer chistes con su camarita y vacilar a los mismos señores de la NASA que se están dejando el sueldo en devolverle al hogar con sus padres (porque ésa es otra, el tío como es botánico no tiene ni mujer ni descendencia ni hay drama conyugal ni nada). Y sí, todo esto será muy agradable de ver y te pondrás genuinamente eufórico cuando el tío plante su primera patata o quiera emular a Iron Man en una situación francamente poco recomendable... ¿pero dónde está la emoción, el drama... la humanidad, pardiez? Las reacciones del Mark Watney este son tan increíblemente irreales que justo en la única ocasión en la que éste se agobia por el marrón en el que se ha metido (o en el rojo, jiji) caemos en la cuenta de lo mal actor que ha sido siempre Matt Damon. Y así no hay quien empatice con él; sólo deseas que le practiquen cuanto antes un Desafío Total y se vaya por ahí a hacer sus Bournes, o lo que sea.

"-Pues en la nueva de los Coen vuelvo a hacer de tonto..."
"-No te vas a callar nunca, ¿verdad?"

   Ahora bien, los personajes secundarios están perfilados de modo impecable; y es algo que tiene mucho mérito porque hay como treinta y todos son funcionarios. Por ahí aguantando las tontás del Watney están Jessica Chastain (que es incapaz de estar mal en ninguna peli por muy científica que sea), Jeff Daniels, Sean Bean, Michael Peña, Kate Mara, Kristen Wiig (simplemente preciosa) y el negro de Doce años de esclavitud del que paso de buscar el nombre en FilmAffinity para deletrearlo bien. Todos y cada uno de ellos muestran una personalidad verdaderamente auténtica, natural, conscientes de que no es necesario caer bien a toda costa para resultar encantadores, y acaba ocurriendo que es la trama relacionada con todos ellos la única por la que la peli llega a ser mínimamente estimulante. En una trama sin villanos ni superpoderes ni tías en pelotas, lo único que tratarán de hacer estos tipos será rescatar a ese Arturo Valls de la vida, y nosotros querremos muy fuerte que lo logren. 

Aquí cuando Kate Mara propuso que vieran todos juntos su peli de 4 Fantásticos

   Por supuesto, la totalidad de fallos enumerados, salvo tal vez la incompetencia de Damon (que no ha de ser un hándicap si se emplea bien, véase Infiltrados), e incluyendo el pedestre soundtrack, cabe achacarla a la novela original, que según tengo constancia da aún más la chapa con los intríngulis de ciencia y tediología. Eso no hace a la película ni mejor ni peor; únicamente da un poco de penica cuando se la compara con algo tan colosal como Interstellar, obra con la que comparte tanto mensaje (lo grande que, mira tú por dónde, es el ser humano), como actores, como ínfulas divulgativas (está bastante aparente el momento en el que idean cómo rescatar al marciano, pero, ¿por qué el susodicho tiene que explicarlo ABSOLUTAMENTE TODO?). La grandeza que poseían todos y cada uno de los fotogramas del filme de Christoper Nolan aquí es alcanzada con cuentagotas (Marte está muy bien recreado, las cosas como son, y algún plano en el que se ve a Damon de lejos con la música de Harry Gregson-Williams es genuinamente acojonante), y desde luego se halla a años luz de los mejores momentos de la carrera de su hoy tan vilipendiado director.
   Así que sí, una peli bastante aburrida que intenta tanto gustar a toda costa que deja frío. Pero tú sigue a lo tuyo, Ridley, ahí trabajando; ya no tienes nada que demostrar. Tampoco es que lo hayas tenido nunca.

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