lunes, 21 de diciembre de 2015

Star Wars. Episodio VII. El despertar de la Fuerza


El jueves pasado, en torno a las 00:15 de la noche, asistí en unos cines de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme al estreno más importante de toda mi vida. No exagero. Ojalá lo hiciera. Por fin, tras dos años de una ilusión disfrazada de sinvivir, era 18 de diciembre, y tenía la posibilidad de ver Star Wars. El despertar de la Fuerza. Osea, el Episodio VII, nomenclatura de la que los avispados cerebros disneyanos se habían deshecho en pos de no limitar la cantidad de entregas que vendrían en los años sucesivos. También, y mucho más importante, sirviendo a la enésima estrategia de disipar el recuerdo de las precuelas que convirtieron de repente la canónica Guerra de las Galaxias en un chocante Episodio IV. Una nueva esperanza
   La historia es la que es. Puede gustar más o menos, pero es la que nos hace ser como somos. Los nuevos dueños de Lucasfilm, en su inabarcable inteligencia, han sabido desmarcarse de este axioma y moldearla a su gusto, que supuestamente es el mismo que el de todos los fans. Fuera episodios. Fuera trilogías que no sean "la original". El retorno del Jedi es lo único que fija el punto de partida: huyamos hacia adelante sin que sin embargo uno de los pasados, el más conveniente y bonito, deje de suponer el espejo donde mirarse y en el que fallezca asfixiado cualquier atisbo de originalidad. Éste es el despertar de la Fuerza que, supuestamente, queremos. Uno despojado de midiclorianos. J J Abrams piensa que con eso, y con decir "awesome" muchas veces, basta.
   Star Wars. El despertar de la Fuerza no ha sido sólo la película más importante que he visto nunca en cines, sino también la que ha provocado un mayor número de reflexiones e inquietudes en un servidor. No sólo sobre la naturaleza de la saga en la que se adscribe y despunta, sino también sobre uno mismo: como persona, como friki, como amante. Dichas reflexiones serán postergadas para otra ocasión, acaso en este mismo blog que nunca se ha visto en una semejante: lo que es ahora toca criticar la película de marras, o intentarlo, o al menos tratar de decir algo medianamente útil de ella sin que la estrechez de miras a la que estoy condenado desde que con ocho años vi La Amenaza Fantasma y supe que el cine era eso me lo impida. Aunque supongo que lo hará. No sé. Nunca he estado más rallado. Y con toda este carajal en la cabeza pretendían que votara el 20-D. La intrascendencia duele tanto...

Entre unas cosas y otras, siempre acaba siendo cuestión de elegir azul o rojo

Primer acto: Resituación.
Veamos. El despertar de la Fuerza. En sí, aislado de mí como persona que nada más empezar la fanfarria de John Williams y dar inicio la liturgia entra en estado de shock y piensa que se despide del infausto sentido crítico hasta varias horas después. El teleprompter galáctico nos informa puntualmente de todo lo que hemos de saber para entrar en materia, tan maravillosamente ambiguo y tramposo como viene siendo tradición, y el espectador es arrojado a ese fondo estrellado que tan bien conoce, con un planeta que, ¿es Tattoine? Vaya, un plano maravilloso. Los ecos de Williams están frescos en su cabeza, y la emotividad del momento y el reencuentro le aboca a pensar que es el mejor plano inicial de toda la saga. Probablemente tenga razón. Estamos en casa.
   Lo cierto es que El despertar de la Fuerza comienza de forma magnífica. Los diálogos se suceden rapidísimos, la acción igual, la historia se desenrolla y cada pequeño instante del que dispones para pensar que esto igual no tiene mucho sentido (como el personaje de Max von SydoHOSTIA, CAZAS TIE) es eclipsado con dureza por algo inextricablemente molón. Qué sanotes y tontorrones y monos se presentan los stormtoopers (o, más bien, los miembros de las tropas de asalto o las tropas imperiales, que forzoso es admitir de una vez que Internet no existía en 1977... o igual sí, yo qué sé, preguntadle a Pdro Snchz), qué presencia la del nuevo villano Kylo Ren, qué carisma instantáneo y kistch desprende Oscar Isaac. Y todo esto sólo en la primera secuencia, que posteriormente entran en discordia el bueno de Finn... y Rey.

Estoy tan entusiasmado con esta chica que ni siquiera voy a hacer referencia a que la actriz está para tomar pan y mojar. Aunque lo esté. Y cómo 

   El personaje interpretado por Daisy Ridley merece un párrafo aparte. Viendo a esta chiquilla descolgarse por el esqueleto de un crucero estelar, caminar por el desierto o regatear un poco de condumio a cambio de chatarra, a uno se le cae la venda de los ojos (no por última vez) y comprende que Star Wars nunca ha tenido protagonistas a la altura de su concepto. No tenemos por qué hablar de Anakin Skywalker y de Hayden "Si no me hubieran tocado decir esos diálogos quizá ahora tendría la carrera de Orlando Bloom" Christensen; ya se ha vertido demasiada tinta y bilis... ¿pero qué hay de Luke Skywalker? No nos gusta pensarlo porque, bueno, es Luke Skywalker y tal, pero que a lo largo de los años los niños hayan preferido jugar a ser Han Solo (un tipo que tendrá una sonrisa arrebatadora y se llevará a las gachís y todo lo que queráis, pero que no tiene sable láser) en vez del protagonista del viaje del héroe, del redentor del padre y del salvador de la Fuerza, es bastante revelador. Mark Hamill sólo conseguiría carisma con los años y la mella del cansancio que ya en Harrison Ford venía de serie, pero en la trilogía original se comía los mocos. Y esto es así. Y una chica que apenas había visto una cámara antes como no fuera para hacerse selfies en los pubs, que precisamente cuenta con un palo selfie como arma mortal para sacudir a cualquiera que le considere una "dama en apuros", y de cuyo personaje apenas sabemos nada aunque ya hayamos visto el Episodio VII (sí, en serio, ya lo he visto, me empeño en pensar cada mañana), ha sido la encargada de demostrárnoslo. Daisy Ridley se come la pantalla, y no lo hace siendo una gran actriz (en Star Wars esto no es garantía de nada) sino haciendo gala de un carisma que consume soles y evapora galaxias, que erige a Rey como una presencia poderosa, insustituible, e imprescindible para cualquier producto adscrito a Lucasfilm de ahora en adelante. Un carisma que no se extrae de una rubicunda feminazi tipo Imperator Furiosa, sino de un encanto más lírico, cercano. Rey, un personaje que es incapaz de hacer el mal. Rey, una persona ingenua y soñadora pero muy capaz de valérselas por sí misma en un mundo hostil y perecedero. Rey, un espíritu sin recovecos deseoso de conocer, saborear y exprimir la amistad. Y el amor, por qué no. El amor que todos le dispensaremos sin pedir gran cosa a cambio.
   Una presencia tan luminosa como Rey apuntala de modo aún más eficaz este primer acto que reseñábamos antes de perdernos en psicologías angélicas. También lo hace, abanderando el merchandising pero también una frivolidad a la que es muy difícil resistirse, un personajito tan bien diseñado y estupendoso como BB-8, el gran regalo de estas Navidades. Cada gesto, sonidito, carrera que se pega este droide, es la quintaesencia de la adorabilidad, y cuando se junta con Rey uno piensa que, además de hallarse frente a la película más importante de su vida, también resulta ser la mejor. Transcurre como media hora y esto es un no parar: huidas, chistes, torturas, acción por un tubo, y la lenta pero inexorable aparición de elementos de la trilogía original. El aplauso que recibe en éstas la visión de cierto montón de chatarra simboliza el fin de la catarsis... así como el inicio de una set pièce que, ahora sí, te defecas de lo molona que es.

"¡¿Dónde ezztá mi nave?!"

Segundo acto: El truco final... en el medio
Es curioso, porque uno no ha visto ni Skywalkers, ni Vaders, y ni siquiera ha sido muy consciente de la música de John Williams que ha ido sonando hasta entonces (lo cual es bastante alarmante pero no hay tiempo de pensar en ello de momento), y sin embargo está claro que esto es Star Wars, y que es el Star Wars que deseábamos tú, yo, y los cuatro románticos que lloran amargamente porque el universo expandido ya no tiene relevancia alguna. Prosiguen los reencuentros, los aplausos, y mientras la aventura se desarrolla plegándose en todo momento a la previsibilidad más tolerable, depositamos casualmente la vista sobre el villano de la función. Su nombre es Kylo Ren.
   Kylo Ren. De la Orden de Ren. A mí no me miréis, lo leí en un artículo que encontré por ahí. No es un sith, pero también tiene un maestro al que le gusta mucho aparecer por pantallas de plasma... estooo, por hologramas (se me excuse el tufo político, pero estamos de resaca electoral y este artículo es hijo de su tiempo), y sus métodos chocan con los del ala más secular del Imperio, que Domnhall Gleeson personifica con muchísimo oficio. En cuanto al susodicho Ren, éste cuenta con la voz y la planta de Adam Driver, uno de los actores más interesantes de la actualidad y que a pesar de que es feo de cojones, o precisamente por eso mismo, hace gala de un magnetismo y un talento de los que marcan generaciones. No sólo es un intérprete colosal, sino que encima posee el personaje más jugoso a nivel dramático que le podía haber tocado no sólo en El despertar de la Fuerza, sino en todo el contexto general de la saga. Revelar algo de Kylo Ren sería caer en el spoiler que obsesivamente he tratado de evitar hasta ahora (no sé si con total fortuna), pero efectivamente su psique es la más compleja y adulta de todas las que han poblado nuestro universo preferido, la que en todas las escenas en que se desarrolla permite a El despertar de la Fuerza mirar con suficiencia y cosas nuevas que decir a sus predecesoras. Sólo diré, para aquéllos que aún no la hayan visto y sigan en su burbuja de gloriosa anticipación, que en efecto este Kylo Ren es mucho más que un sable láser eminentemente poco práctico, una máscara abollada de samurai cosplayero, una voz imponente, o un casco quemado de Darth Vader con el que medirse. Sólo diré que, cuando Kylo Ren se despoja de la máscara, y afloran los rasgos cubistas de Adam Driver, el personaje es aún más memorable si cabe.

La de la izquierda es Gwendolyn Christie. La de Juego de Tronos. Le hacía mucha ilusión salir en el Episodio VII

   Por dónde íbamos. La aventura sigue desarrollándose incesante paralelamente a los reencuentros, y los diálogos se mantienen atropellados y, cada vez, más ruidosamente humorísticos. El despertar de la Fuerza, por momentos, pasaría por ser un Guardianes de la Galaxia no tan descaradamente vacuo, sino fuera por los intermedios de Kylo Ren poniéndose shakesperiano, o cierto segmento en el que recalan sobre cierto planeta, conocen a cierto personaje clave para la trama, y el ritmo se va a la puta. 
   No es para alarmarse, aún. Todas las películas de Star Wars, con la honrosa excepción de El imperio contraataca, cuentan con un bajón de ritmo en su haber: es lo que tiene no poder estar a fuego todo el rato. Lamentablemente, el tercio al que nos referimos nos muestra a las claras, por fin, que tras tanto fuego de artificio, tanta gracieta y tanta iconicidad reciclada, no hay más que una ingente nadería. O que, más bien, J J Abrams no tiene la intención de contarnos nada. Al menos en este episodio. Sus trucos de showrunner le han permitido levantar algo parecido a una historia cuyo armazón argumental es tan leve que únicamente se necesita de un personaje tan plomizo y wannabe como el de Lupita Nyongo para hacer que se tambalee todo. Hasta flashbacks ridículamente tramposos y efectistas mete el muy cabrón, mientras los diálogos se prolongan tratando de esquivar alguna revelación de importancia que le quite interés al Episodio VIII (en serio, ¿estáis gilipollas o que os pasa?, ¿¡qué puta necesidad hay de meter un cliffhanger para la siguiente entrega!?, ¿¡¿ES QUE TENÉIS MIEDO DE QUE LA GENTE PASE DE VERLA?!?)... y na, otra escena de acción bastante peor resuelta que la que clausuraba el primer acto. La cosa empieza a decaer, y yo, que hasta ese momento no recordaba que era yo, empiezo a notar un cosquilleo en el cogote. Es el sentido crítico. Es la educación de cinéfilo. Ambos, en esa sufriente y valerosa comandita, me revelan que esta película me está intentando manipular. Y que no lo está consiguiendo.

Tercer acto: El camino sigue y sigue
Rey sigue haciendo sus cosas de Rey, y Han Solo y Chewie por ahí siguen siendo Han Solo y Chewie, y Finn... no sé, a su rollo, sin molestar, aunque dé como un poco de rabia que no pueda quedarse con las manos en los bolsillos y no toque las cosas que no tiene que tocar. El despertar de la Fuerza parece seguir teniendo mucho que ofrecernos: más que nada porque aún quedan personajes de la trilogía original por salir. Seguimos en esto contando con un incesante humor que también, por su parte, empieza a incomodar un poco. ¿Esto qué es, Star Wars o la parodia de Padre de Familia? Reencuentros. El regreso de cierto leitmotiv que, al irrumpir en nuestros tímpanos, acaba por confirmar que John Williams se ha tocado las gónadas pero bien con el Episodio VII. No ha hecho nada el colega. Mucho panpanpán, mucho punpunpún, mucho reciclar las notas de la trilogía original (y sólo de ella, claro, Duel of Fates pertenece a la casta y claro...), algo de vergüenza torera depositada en el tema compuesto para Rey... y se acabó. Es cierto, amigos míos. El despertar de la Fuerza hace gala de un agotamiento creativo inédito en la franquicia. No por ser un producto mediocre, sino por algo, a mi parecer, mucho peor: por no tener nada nuevo que decir.
   Mi yo abrumado por los acontecimientos (o la falta de ellos) alcanza a comprenderlo justo cuando la Base Starkiller entra en acción, hace algo realmente feo, y le permite advertir que esto no es más que un remake de Una nueva esperanza, o La guerra de las galaxias, o lo que sea. Un remake hipervitaminado, ocurrente y realizado con entusiasmo, pero un remake a fin de cuentas. La certeza es desoladora cuantas más escenas con olor a alcanfor se suceden, y más se consolida.

Año 18 a.VII. Sigo sin saber el porqué del brazo rojo de C-3PO. Al resto de peña le sigue chupando un pie

   En cierto punto de la función, que el estómago curtido en entretenimientos ochenteros no falla al situar cerca del fin de ella, se organiza una misión arriesgadísima de rescate. Paralelamente, una incursión aérea de Ala-X tuneadas yendo a ver si a los notas del Imperio, o de la Primera Orden, les sigue haciendo los diseños Santiago Calatrava. Las miradas se tornan serias e intensas; los chistecillos, ansiosos sin dejar de funcionar como relojes suizos. El equipo de nuevos héroes está constituido, y de él sigue formando parte Han Solo, porque los relevos generacionales no van con él.
   Han. Han Solo. Amigo mío. Hermano mayor. Primo Zumosol. Padre enrollao. Significas tanto para nosotros, para mí, que cada escena que tienes en este Episodio VII que tanto sueño me quitará vale su peso en oro. ¿Cómo puedes funcionar tan bien tantos años después de El retorno del Jedi? ¿Cómo es posible que tu humor socarrón y furibundamente genuino funcione a las mil maravillas en esta época tan asquerosa en la que cada puto héroe de blockbuster trata de emularte sin llegarte ni a la cartuchera del bláster? ¿Cómo te las apañas para conseguir que sea incapaz de sentir que tengo veintitrés tacos frente a ti, para hacer que empequeñezca y uno vuelva a ser aquel niño pecoso y gordo a quien tan insulso le parecía el día a día fuera de determinado galaxia? ¿El que años después, sin que ningún ser no fílmico haya cumplido tus expectativas, pensaba que no había prenda más varonil que los chalecos? ¿Cómo lo haces, joder, Han, la vida sin saber algo nuevo de ti ha sido tan ingrata y carente de magia? Ah, y ahí está Chewie. Gimiendo, gruñendo, quejándose del tiempo que hace y pasa como yo no he dejado de hacer cada vez que he visto ciencia ficción y no ha sido La guerra de las galaxias. Han, amigo. Eres el mejor, y lo sabes, y por ti estoy dispuesto a olvidar todos los engranajes que una vez le he pillado por banda a El despertar de la Fuerza ya nunca podré soslayar. Pero, tienes que creerme, lo olvidaré en cada fotograma en el que aparezcas tú. Con esa sonrisa canalla. Esa renuencia heroica. Esa puta gracia que tienes, jodío. Luego lo volveré a recordar, pero no por ello dejaré de agradecerle a J J Abrams mientras viva que me haya proporcionado este reencuentro.


   En fin. Esto es un entretenimiento al uso, y tras una escaramuza, unos disparos, unos Ala X petándolo, es la hora del combate final del bien contra el mal. El que según la mitología sería el definitivo, pero que gracias a las pistas diseminadas por los reyes de  la ingeniería del hype sabemos que no lo será para nada. Y, para cuando los sables láser refulgen, el sentido de la maravilla está agotado. Los haces de luz entrechocan, se miden las Fuerzas, es algo que hemos visto tantas veces y queremos seguir viendo que nos sorprende la brusquedad. A mí me sorprende, por lo menos, y me apelmaza más el espíritu. Otros aplaudirán la suciedad y virulencia que le ha querido aportar J J Abrams a algo tan ritualizado y aséptico como los duelos de sables láser; yo de momento voy a encogerme más en la butaca mientras asisto al recital pormenorizado de lugares comunes que, sólo ahora me doy cuenta, El despertar de la Fuerza ha sido desde el principio.
   La acción finaliza, toca recapitular, y un giro extremadamente oportuno (y extremadamente penoso) en el curso de los acontecimientos permite que la acción siga galopando, y coloque a los protagonistas en la situación perfecta para que nos caguemos en esperar hasta el Episodio VII. Para el que quedan apenas dos años. Para el que Disney tendrá pensado un nuevo arsenal de tretas y cliffhangers a ser resueltos, por fin, en el Episodio IX. Con un poco de suerte.

Estoy agotado. 

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