jueves, 20 de noviembre de 2014

El periquito sin cabeza

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A qué punto ha llegado la civilización occidental, adónde su decadencia, cuándo su destrucción, son las cuestiones a estudiar si os confieso lo mucho que me fascinaban los hermanos Farrelly durante mi más tierna infancia, y lo viejo y cansado que me siento al decirlo. Eran los noventa, la más mágica y luminosa de las épocas, el inocente y despreocupado solaz de la cultura pop, y películas como Algo pasa con Mary, Vaya par de idiotas, Yo, yo mismo e Irene, y cómo no, ella fue la primera, Dos tontos muy tontos, gemas incunables recomendadas para menores acompañados y productoras de las primeras inquietudes corrosivas para con la sociedad perfecta que la década, por lo demás, preconizaba. Concretamente, en Dos tontos muy tontos había una escena que suponía una clara ruptura con toda la anterior mojigatería disneyana, y que hubo de empezar a conformarme como el sesudo estudioso del humor negro que hoy en día os atormenta: Unos sicarios  decapitaban al periquito de Harry (Jeff Daniels). Su amigo Lloyd (Jim Carrey) quería sacarse unas perrillas para el viaje que pronto habrían de inaugurar y, ni corto ni perezoso, decidía vender el periquito al niño ciego del barrio. Para ello no se le ocurría otra cosa que pegarle la cabeza con celo a Piti (tal era el nombre del malogrado ave), y confiar en que el invidente no se diera cuenta. Y así, entre estruendosas carcajadas y dos brevísimos segundos de silenciosa inquietud, es como me hice mayor.

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Éste era yo durante mi niñez. Bueno... y ahora mismo

   Ahora Harry y Lloyd también se han hecho mayores, paralelamente a sus padres. Y no les ha sentado bien. Dentro del ámbito paternal, el legado de Peter y Bobby Farrelly ha caído en un descrédito inabarcable, en el que han incurrido gozosamente con detritus del calibre de Amor ciego, Pegado a ti o una serie de peliculillas protagonizadas por Drew Barrymore, Ben Stiller u Owen Wilson que a nadie le importan un carajo. Han perdido del todo el ingrediente subersivo de los noventa, el gamberrismo más primigenio que tantos seguidores hubo de captar (Algo pasa con Mary es la comedia más influyente de los últimos tiempos, y esto es así) y en su lugar van tirando como pueden, asistiendo resignados a cómo ilustres personajes como Evan Goldberg, Seth Rogen y demás parentela les han expulsado del trono. Hasta ahora. O no.
   Harry y Lloyd, las criaturitas, por su parte, sufrieron muchísimo más gracias a una única película, Cuando Harry encontró a Lloyd, una de los subproductos más infames y desvergonzados que ha dado el no menos infame y desvergonzado mundo de las precuelas. Aparte de este lapsus, siguieron viviendo en nuestras memorias haciendo acopio de un cariño a prueba de balas, cómodos en su estatus de mitos noventeros y sin verse en la necesidad de volver a echarse a la carretera. Hasta ahora. O no.

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Largo de aquí escoria

   Dos tontos todavía más tontos es una secuela, desde su mismo punto de partida, innecesaria, y no porque veinte años sean muchos, o los personajes no den más de sí (que también), sino por el ánimo con el que los Farrelly se han tomado el encargo, poniéndose a escribir bromas guarras no con el objetivo de superar la visceralidad de su opera prima, sino con el de homenajearla. De este modo, la nueva película de Jeff Daniels y Jim Carrey es un vanidoso canto a la autoindulgencia, y uno que, dado que el antecesor noventero no era precisamente una película de Billy Wilder, queda como impostado, maloliente y wannabe. 
   Donde Dos tontos muy tontos era pura anarquía, en Dos tontos todavía más tontos no es más que el recuerdo de ella, pasado por el filtro más o menos ingenioso de los hermanísimos para ponerse al servicio de un argumento que no pretende ser más que su excusa. Tanto es así que en la secuela se referencian prácticamente todas las escenas del film original, con menor o mayor fortuna pero, siempre, con una desvergüenza que casi llega a ser de admirar, y una pereza que casi sorprende ya que, bueno, han pasados veinte años pardiez. 
   En otras palabras, los Farrelly no se han mojado. Lo más mínimo. En consonancia a ese espíritu amodorrado del que hacen gala de un tiempo a esta parte, han impulsado la secuela de su obra más célebre (y mejor, sin asomo de duda) sin riesgos, sin cambios, dejándolo todo en manos de la añoranza del público y de esos dos mostruos que son Jeff Daniels y Jim Carrey. El primero, que ganó hace poco un Globo de Oro por interpretar a uno de los hombres más listos del planeta en The Newsroom, está tan espléndido y encantandor como cuando en la primera se tomaba el laxante y echaba el moñigo de la década; y el segundo... no sé, se podría decir simplemente que HA VUELTO. Sin pingüinos. Sin maquillajes que impidan reconocerle a la madre que lo parió. Sin bobas pretensiones dramáticas. En serio, sólo por volver a ver a Jim Carrey haciendo lo que mejor sabe hacer (el imbécil) casi merece la pena pagar por ver Dos tontos todavía más tontos

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"Una vez cruzamos un pastor alemán con un caniche. Lo llamamos... pastiche"

   Al margen de un dúo protagónico que sería resultón incluso si se limitara a mirar a la cámara con cara de enajenado durante ochenta minutos, Dos tontos todavía más tontos es un flamante, pero lamentablemente artificial, ejemplo de comedia estúpida, en el que los niveles de gilipollez y sonrojo pueden ser propasados de mil y un modos sin que se pierdan neuronas, o no demasiadas, por el camino. De mil y pico bromas funcionarán unas ochocientas, setecientas de ellas componiendo simples remedos del original, diez siendo auténticamente buenas, y una, en concreto, suponiendo el mejor chiste que se ha hecho nunca sobre Apocalypse Now. Éstos, escuetamente, son los números, al margen del potencial emotivo que tenga la peli sólo por ser lo que es, que, en mi caso, es mucho.
   Por lo tanto, se podría decir que los Farrelly han conseguido su objetivo, y que la peli me ha gustado. Soy consciente de la manera despreciable en la que han jugado con mis sentimientos, del grado de manipulación, de lo lamentable que es el gag que recupera la furgoneta con forma de perro, pero, aún así, me he reído tanto y tan estúpidamente con esta mierda de película que no voy a poder menos que recomendarla. Todo sea por Piti.

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