lunes, 18 de mayo de 2015

El final de Mad Men según un meinstrim


Escribo estas líneas a pocas horas de que haya finalizado Mad Men, y las escribo ahora, más que nada, porque como deje reposar la experiencia de visionado, y me dé tiempo a pensar y sintetizar literaturas, el artículo resultante no tendría el más mínimo interés, en caso de que lo tenga ese otro que acabará resultando. Mad Men no es la serie de la actualidad sobre la que se ha escrito más (ahora hasta El País le dedica artículos semanales a Juego de Tronos), pero sí aquélla sobre la que se ha escrito mejor, y no en el sentido más puramente beneficioso, sino en lo relativo al esfuerzo depositado, a la clarividencia, a la interpretación artística que ahora ya no se reduce a disfrutar entretenimientos espectaculares, dramas estremecedores o personajes poliédricos. No. Ahora todo lo ha fagocitado el subtexto. Ahora esos entretenimientos, dramas y personajes nos los tenemos que construir nosotros en la cabeza. Y ésta, dicen, es la Edad de Oro de las series. 
   Yo nunca he sido un gran fan del subtexto. Quizá me sobrealimenté durante la infancia de películas ingenuas y ochenteras (que viene a ser lo mismo), y de tanto verlas y disfrutarlas hasta niveles obscenos me acabé encontrando con nula predisposición hacia lo sobreelaborado, hacia cosas más complejas que, qué sé yo, el arquetípico viaje del héroe, que es como decir el de James Bond, Indiana Jones, Marty McFly o John McClane. Quizá lo retorcido y lo equívoco siempre tuvo, para mí, algo de maligno, de amenazador, y por eso siempre fui de esos groseros herejes que, ante un lienzo manchado, siempre soltaba lo de "esto lo hago yo en mi casa en dos minutos". Con el correspondiente e indoloro descrédito. Qué le iba a hacer. Para mí, no había cosa tan grande como unas letras doradas en regular descenso sobre un fondo estrellado y una fanfarria tan excesiva como ingenua sonando de fondo. La clave era la ingenuidad.
   Sin embargo, esa misma ingenuidad no ha de evitar que, cuando algo es bueno, y lo es a voces, se perciba como tal. De manera directa, impactante, extenuante. De una que, según haya reposado la experiencia del visionado, el sentido de lo visto se enriquezca, no sea construido desde cero. Y ése es el problema de Mad Men: sólo tiene sentido cuando se accede a la literatura dedicada a ella por tipos mucho más iluminados e inteligentes que tú, los mismos tíos, por cierto, que luego te mandan callar cuando se te escapa una catártica pedorreta en el Reina Sofía. Vamos, que la seriecita de los cojones se cree muy lista.
   No ha sido así siempre, y es lo más doloroso. Hubo un tiempo en que un servidor le decía a todo aquel que quisiera escucharle (o que le escuchara accidentalmente) que Mad Men era la mejor serie de la actualidad con bastante diferencia, una obra maestra, modélica, que disponía de la mejor producción, los mejores actores, la mejor dirección y, claro está, el mejor guión posibles. Dentro de este último apartado, acaso el único que importaba de veras, la grandeza sin parangón ni paliativo se alcanzaba con una historia inmejorablemente escrita cuyos conflictos, tan culebroneros como poderosamente humanos, te atrapaban al instante. El show de Matthew Weiner conseguía que según el capítulo amaras a un personaje o lo odiaras sin remisión, y lo conseguía simplemente porque ese personaje era real, humano, y lo conocías tan bien como a cualquiera de tu más cercano entorno (de la vida real, se entiende). En éstas, las temporadas desfilaban, orgullosas e indiscutibles, y tú sólo te sentías como un vouyeur, un testigo mudo e intruso en las vivencias forzosamente reales de aquellos hombres y mujeres. Porque sí, Don Draper es lo más lejos a lo que ha llegado nunca guionista alguno, eso lo sé y, por una vez, no gracias a que lo haya leído en algún lado. Don Draper es la cumbre, pero, ¿qué hay de Peggy Olson, de Pete Campbell, Roger, Betty, Joan, Sally, Lane, Ted, Stan? ¿Acaso podríamos dejar de mencionar a algunos de ellos por ser "personajes secundarios"? La mayoría de los personajes secundarios de Mad Men, en realidad, no lo han sido nunca. ¿Cómo serlo, si a algunos de ellos los conoces mejor y sabes que son más complejos dramáticamente que alguno de tus primos carnales? Sí, Mad Men era la mejor serie de la actualidad. Lo era pero, como suele pasar, acabó enferma de éxito. 


   No del éxito comercial (conozco a muy poca gente que la vea o sepa de qué carajo va, y ésta es la máxima y más sincera justificación de estas líneas), sino del artístico. Tanta gente alabó lo exquisito de su subtexto, dio tanto la barrila con el sempiterno "es más importante lo que no se dice que lo que se dice", con lo "ruidoso de sus silencios", con la "dictadura de sus miradas", y demás mierdas del estilo, que a Matthew Weiner (sensible como humano que es a las lamidas de ojete) se le subió a la cabeza; creyó que si llevaba el tan alabado tono críptico a un primer plano, ya sería la apoteosis. Y para algunos, qué duda cabe, lo ha sido. Yo, por mi parte, he acabado hasta las narices. 
   A partir de la sexta temporada, aproximadamente, dejó de existir la genialidad directa, pura, inmediata, para ser relegada al eterno segundo plano que tan dura se la ponía a los hipsters, y todo se convirtió en un tostón pretencioso e insufrible que sólo seguía viendo porque, en fin, se trataba de Don y los demás, que igual pasaban tan sólo, me empeñaba en pensar, por el enésimo bache. La sexta temporada ingresó directamente en las filas del olvido, con algún capítulo excelso que otro, y algo parecido ocurrió con la primera parte de la séptima. De cara a la segunda parte yo me esperaba algo tipo Breaking Bad (la serie que sí ha acabado siendo, por eliminatoria, la mejor) pasado por el filtro del mejor Weiner: un culebrón existencialista con la tragedia y el humor negro desatados, la obra maestra que Mad Men había conseguido ser, de hecho, entre la cuarta y la quinta temporada. No ha sido así. Los capítulos han desfilado confusos, fríos e inmisericordes para cualquiera que no tenga la suficiente amplitud de miras, hasta llegar a un final que, encima, no ha sido ni la mitad de ambiguo que me esperaba. De hecho, ha sido hasta un poco estúpido.
   Los últimos 56 minutos de Mad Men, que no debieran ser los que sirvieran para juzgar los 91 capítulos anteriores (aunque puede que lo sean), han contado con una impecable factura técnica, unas interpretaciones escalofriantes y, como también ha sido costumbre, mucho encanto. ¿Algo más? Sí. Además han sido, en su mayoría, escandalosamente maniqueos y facilones. Básicamente, Person to Person, que así se llama el asunto, es una sucesión de escenas en las que los personajes que durante tanto tiempo nos han acompañado se presentan frente a la cámara y dicen, o son golpeados con, una frase cojonuda que los define. ¿En serio, Matt? ¿Tanta pollada con el subtexto y nos vienes con esta especie de "Mad Men para dummies"? Jo, es que incluso en los últimos minutos nos endosan un montaje paralelo mostrando los destinos finales de los "personajes secundarios", que son EXACTAMENTE los mismos que nos habíamos imaginado gracias a secuencias precedentes. Que no aportan, vaya, absolutamente nada.


   ¿Y qué hay de Don Draper? Pues sí, han hecho algo resultón, que tampoco me apetece explicar por aquí ya que podréis leerlo descrito de manera mucho mejor en ochenta mil sitios más. Resultón, coherente, nada más y nada menos. Un buen final, sí. ¿Pero a qué precio? La cuestión es si compensa todos los giros de guión estrafalarios (mira que yo odio a Betty Draper, pero mi odio no es nada comparado con el de Weiner), los diálogos dadaístas, lo forzado de algunas resoluciones o, y ya concluyo, la colosal pedantería que nos ha traído hasta aquí. Y no, la verdad. Creo que no. Creo que si alguien me dice que ésta ha sido una serie de diez, a menos que se refiera a las cinco primeras temporadas, se puede ir yendo mucho a hacer puñetas.
   Según mi experiencia, que no aspira a ser global pero sí sincera y humilde (en serio), lo que hay que hacer ahora mismo para disfrutar de esta supuesta Edad de Oro de la televisión es amar Breaking Bad y Boardwalk Empire, amar/odiar Juego de Tronos, y creer en Better Call Saul. Mad Men, en conclusión, sólo ha sido un sueño, y su final, en definitiva, sí me ha acabado entristeciendo. Aunque fuera tan sólo por cómo ha dejado en efímeros e inútiles todos mis años esperando hallarme ante la mejor serie de la Historia. Y no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario