jueves, 3 de enero de 2013

Valjean, Fantine y los perroflautas



No le pido mucho a los musicales. En ese sentido soy bastante impresionable, y el solo hecho de ver a una gran multitud bailando al son de una canción pegadiza y grandilocuente es suficiente para mi disfrute y humedad vaginal. Diantre, si hasta El otro lado de la cama y secuela, que pueden suponer fácilmente los musicales más cutres de todos los tiempos (y no sólo porque Willy Toledo haga como que canta, y gruña cosas como "uuuuh, qué dolor sucio y traidor"), me parecieron bastante buenas, gracias a la música. Al final, es lo que más importa en películas de este tipo, que la música sea buena y emocionante, y mientras que no haya intérpretes que la destrocen, te lo puedes pasar muy bien, te puedes estremecer de gozo y emoción, te puedes bajar luego la banda sonora, apréndertela de memoria y luego cantarla mejor que Willy Toledo. Vale. El pie de foto innecesario y ya paro. O no.
   Siendo tan poco exigente en estas cuitas me esperaba grandes cosas de Los Miserables, algo así como el mejor musical de la Historia del Cine o, al menos, el más ambicioso. No había disfrutado de la obra en el escenario, tan sólo leí el libro hace mucho tiempo y casi ni me acordaba, pero, oh, dios mío, un buen día vi un tráiler majestuoso, una obra de arte en sí misma, que hizo nacer en mí una tremenda necesidad, que ahora, finalmente, he consumado. Breve insistencia en lo bueno que es este tráiler, si me lo permitís. Es que luego te viene un tipejo como Garci, aquel tráiler del Madrid Days de los cojones con el que supongo que los gringos y no tan gringos se partirán la caja en los festivales, y te indignas. La tragedia de ser español y eso. Y nos preguntamos: ¿por qué no podemos hacer cosas tan buenas como las de fuera? Por gente como Garci y, sí, Willy Toledo. Porque somos gilipollas.

"¿A que si me pongo así a contraluz soy clavado al Ché Guevara?"

   Pero bueno, que se me está yendo la olla. A la hora de forjarme mis expectativas, una sola cosa me tenía mosca, sólo una. El director era un tipo llamado Tom Hooper, que había conseguido el Oscar hace un par de años como burro que hace sonar la flauta por una película correcta, sin más, llamada El discurso del rey, donde lo mejor, precisamente, no era la realización, en beneficio de los actores (jo, qué bueno es Geoffrey Rush). La galardonada realización no me pareció galardonable en absoluto, rezumando una artesanía y un velado oficio de telefilme. Plano contraplano, ni cámara al hombro ni nada, que eso es muy de Dogma, lecciones elementales de Comunicación Audiovisual (o eso espero), y vamos a quitarle los premios a películas mucho mejores que la nuestra.
   Así que adelanto que lo peor de Los Miserables (pero no lo único) es la dirección de Tom Hooper. Un proyecto de esta envergadura necesitaba de un mayor dinamismo, de más tomas panorámicas que lucieran los muchos cuartos invertidos, de una mínima claridad en las escenas de acción, pardiez. Está bien el recurso de los primeros planos por la fuerza emocional que pueden llegar a transmitir, pero en una batalla a mosquetazos, donde a centenares de revolucionarios les dan la del pulpo, a uno le gustaría ver algo más que la cara de palo de Marius Pontmercy, que es un petardo.
   Sin embargo, Tom Hooper es muy listo. Todavía no se acaba de creer que tenga un Oscar a Mejor Dirección, y quizá por eso ha sabido rodearse de uno de los mejores repartos que he visto en mucho, mucho tiempo. Para disimular, el tuno. Si no tienes ni la menor idea de dónde colocar la cámara, pues le haces un primer plano fijo a Hugh Jackman mientras canta y apañado. Nadie se te va a quejar.
   Casi todos los actores del plantel de Los Miserables están perfectos o, más que eso, están monstruosos. No ya por el hecho de que todos canten estupendamente (Russell Crowe a lo mejor no, pero a nadie le importa), sino por el esfuerzo que le ponen. Hay que reconocerle a Tom Hooper el acierto, primeros planos aparte, de grabar las canciones en directo, porque de no ser así dudo que encontráramos momentos tan logrados como el I dreamed a dream de Anne Hathaway. La interpretación de esta actriz, quien por mucho que luciera palmito en la última de Batman nunca llegué a tomarme en serio, merece todos los premios y elogios habidos y por haber. Cinco minutos de plano fijo, sólo su rostro en pantalla (bueno, y los subtítulos de los que acabarás un poquillo hasta los bemoles), y ella cantando desgarradoramente, y emocionándonos a todos hasta extremos dolorosos. Estremecedor. 

Aguanta el plano ahí, aguanta

   No desmerece, empero, al resto del reparto. Hugh Jackman hace gala de su sempiterno carisma y de una gran capacidad para esto de dar el cante; Amanda Seyfried hace unos falsetes sobrenaturales y logra hacernos olvidar por unos cuantos minutos que su personaje es una cagarruta andante (su relación con Eddie Redmayne, el ya mencionado Marius, es una bazofia artificial que no mejoran ni las inmejorables canciones); Sacha Baron Cohen y su esposa Helena Bonham-Carter exhiben una gran vis cómica y nos regalan uno de los mejores momentos con Master of the house; todos los rebeldes también están estupendos, destacando a Gavroche (jo, Do you hear the people sing? debería ser el himno de algún país, de Andorra, por ejemplo); y, acabo con una de las sorpresas, Samantha Banks, como Éponine. Puede que el personaje no sea gran cosa, y que su final sea demasiado predecible y de nula emotividad, pero el On my own que se marca, toda una bellísima oda al pagafantismo, realmente hace saltar las lágrimas, quedándose ligeramente por debajo del ya mencionado I dreamed a dream, pero muy ligeramente.
   Los Miserables no sería la gran película que es sin su reparto y, bueno, esto es obvio, sin su grandiosa música. Sin estas dos cosillas, la cosa quedaría en un pastiche larguísimo, cansino, y con un argumento muy flojo. La película, por cierto, carece de diálogos, se tiran el 98% del tiempo cantando, y en el resto sueltan un par de frases huecas que se podrían haber ahorrado doblar, porque chirrían que no veas. Nuevo ejemplo de que la mayor baza de la película es su música, pero, amigo Hooper, no te puedes poner en sus manos con tanta desesperación para ocultar momentos que, se siente, están muy mal resueltos (las muertes de, SPOI-wait for it-Gavroche y Éponine-LER; el confuso asalto de los Thénardier a la casa de Valjean; o, sobre todo, un tramo final alargado en exceso con el que ya estás deseando largarte del cine para hablar en tono normal y esas cosas). Y, aún así, se las arregla para que todo el mundo salga de la sala contento gracias a poner Do you hear the people sing? otra vez, y sólo yo frunza el ceño, hable entre dientes y le dé vueltas a ciertas cagadas.

Los Oscars son los nuevos Grammy

   ¿Es Los Miserables una gran película? Rotundamente sí. ¿Podría haber sido mucho mejor? También. Es una sensación finalmente agridulce, pero que no impedirá que la vea más veces, y acabe memorizando At the end of the dayI dreamed a dream, One day more, On my own, Master of the house, A heart full of love o, maldita sea, Do you hear the people sing? Larga vida a los musicales, amigos míos, tanto a los malos como los buenos.  
   Pero para la próxima vez, queridos productores hollywoodienses, ¿por qué no coger a algún director algo más preparado? Qué sé yo. David Fincher, por ejemplo.

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