miércoles, 30 de enero de 2013

Las tribulaciones de Daniel Day-Lincoln

A riesgo de resultar poco transgresor en el comienzo de este artículo (un riesgo que no me preocupa, ya que, bueno, soy yo), os revelaré que considero a Steven Spielberg como el mejor cuentacuentos que ha dado nuestro siglo. Un hombre dotado de un don perceptible a simple vista, que sabe encandilar a cualquier tipo de público con el mismo par de triquiñuelas de siempre, y conseguir en este mismo esfuerzo que ese tipo de público cualquiera se trague cosas que nunca imaginó que pudiera tragar. Es un seductor, un mago, un artista, y todo a pesar de que sus películas ganan dinero y gustan a la gente. También tiene, por ello, su punto de transgresión.
   Esta habilidad para narrar se ha manifestado a lo largo y ancho de su prolífica filmografía. Empezó con aquella delirante persecución de una hora y media de El diablo sobre ruedas (una gozada que no pervierte la sensación de estar viendo un telefilme de Antena 3 en todo momento), luego siguió con Tiburón (en mi modesta opinión quenoloesenabsoluto, la película mejor dirigida de la Historia del Cine), el glorioso díptico de los extraterrestres amigables, la trilogía de Indiana Jones (ésa que nunca se prolongó con una cuarta parte, porque qué necesidad había de traumatizar a millones de fans inocentes), Hook (una maravilla dentro de los límites de su intrascendencia), Parque Jurásico (nueva obra maestra, que tampoco tuvo secuela alguna), Salvar al soldado Ryan (la segunda película mejor dirigida de la Historia del Cine), o, qué diantre, Tintín. 

Esta foto me hace mucha gracia

   Ojo, que únicamente he referido las que yo considero obras maestras absolutas del Séptimo Arte. El amigo Spielberg también ha perpetrado truños como puños, pero tan bien contados que no llegaron a molestar nunca, al menos hasta que a George Lucas se le ocurrió que era buena idea meter extraterrestres en cierta película que nunca llegó a estrenarse. Porque es profesional, muy profesional, que diría Manuel Manquiña, y cualquier película suya es, por eso mismo, un acontecimiento mediático. Jo, es que hasta ganó como veinticinco Oscars por esa cosilla mediocre y alargada hasta la extenuación llamada La lista de Schindler. Y a partir de ahora, tras haberme granjeado el odio de miles de sensibilidades destrozadas con esta última aseveración, me centraré en la última peli de Spielberg, que va por el camino de conseguir una cantidad análoga de premios. 
   Lincoln. De primeras ya impacta el título, ¿eh? Sobre todo por el hecho de que es como el biopic número 80 (manejo cifras reales) que llega a nuestras pantallas en algo menos de dos años, y del que dicen "el actor protagonista hace aquí la mejor interpretación de su carrera". Luego en nada se nos planta Hitchcock, sobre lo apasionante, presumo, que debió ser el rodaje de Psicosis, o jOBs (no sé si se escribe así, pero en cualquier caso es una capullez), donde nos volveremos a reír de los intentos de Ashton Kutcher por interpretar a alguien medianamente inteligente. 
   Pero el caso es que el enésimo biopic con opción a Oscar viene firmado por Steven Spielberg y protagonizado por Daniel Day-Lewis, el mejor actor de su generación, y el que está más pirado. Su preparación para los papeles roza la esquizofrenia, suele rodar no más de un filme cada dos años, y da un miedo que te cagas. Y, sorpresa sorpresa, en Lincoln, donde hace de Lincoln, está insuperable. 

"Hola, me llamo Daniel Day-Lewis y puedo hacer de ti mejor que tú mismo"

   Lo curioso es que, aunque se trate en principio de un biopic (que no creo que lo sea en absoluto), no es Day-Lewis el único que brilla. Viene amparado por el mejor reparto posible, por el que se dejan caer Tommy Lee Jones (que está soberbio, y reclamando un Oscar con cada torva mirada que lanza), Sally Field (la madre de Forrest Gump y la segunda tía May), David Strathairn (uno de esos actores secundarios que debería ser premiado por sólo respirar), el tipo que hace de Arnold Rothstein en Boardwalk Empire, e incluso el espabilado Joseph Gordon-Levitt (aunque su personaje sea el más desaprovechado). Un casting que ya quisiera, qué sé yo, Movie 43.
   Contamos con el mejor director posible y con el mejor reparto posible, pero, ¿qué sería de las expectativas sin un buen guión? Y mi respuesta es que algo muy distinto a Lincoln. El libreto, firmado por un tal Tony Kushner (no tengo ni idea de quién es, sólo que es un genio), retrata los últimos años de presidencia del señor Lincoln, centrado casi con exclusividad en sus esfuerzos por que la Decimotercera Enmienda saliera adelante. La dichosa Enmienda es, de hecho, la que más atención recibe por parte de todos, y si la película se llamara Enmienda 13: Demócratas contra Republicanos, sólo se quejarían los productores (porque nadie más la vería; a ver quién tendría huevos con un título de ese cariz). Con esta chorrada quiero decir que Lincoln es más un drama político que una espléndida biografía que retrate sus comienzos como abogado o aquella etapa tonta en la que le dio por cazar vampiros. Y, como drama político que es, resulta denso, sólo se permite descansar sobre los cimientos de un diálogo incesante y sublime (me recordó bastante a La red social), y corre el peligro de aburrir.

Soy Abraham. Me gusta rapear. Y, si una buena cerveza queréis degustar, no tenéis más remedio que probar una Duff

   Pero por suerte, ahí está Spielberg, y su colega John Williams (en la que puede constituir su mejor partitura desde Atrápame si puedes) para impedirlo. Lincoln dura como dos horas y media, y aunque no entiendas un carajo de lo que pasa (porque la peli no es nada proclive a contextos históricos), vas a verla hasta el final o, más bien, la verás hasta el final si has aguantado la primera hora sin pensar que tienes mejores cosas que hacer. Un aspecto de inevitable perjuicio es que la primera hora de Lincoln no puede ser más farragosa y difícil de seguir (en cuanto me hacía una vaga idea de lo que era la Emancipación esa de la que hablaban todos aparecía Tommy Lee Jones, y no sabía si era malo, o bueno, o Django desencadenado, maquillado y con una horrenda peluca). Al menos esto es subsanado con creces gracias a la fuerza que va cogiendo el relato sobre el final, cuando incluso aparecen atisbos de emoción y los genuinos toques spielbergianos. La discusión de Lincoln con su mujer (prodigiosa Sally Field), la sesión del Congreso en el la que se vota finalmente la Enmienda de marras (filmada con nervio y elegancia), el regreso de Tommy Lee Jones a casa con la transcripción de ésta bajo el brazo (la escena más conmovedora de la película), o la escena en la que Lincoln camina por un pasillo con una iluminación muy de Spielberg poco después de decir las que serán sus últimas palabras (y no, esto no cuenta como spoiler). Bueno, y ya que estoy, y porque no todo va a ser bueno, no me convenció el modo en que se visualiza el asesinato del señor presidente, ni tampoco lo del velatorio, ni la última escena. Quedó como muy soso pero, por otro lado, muy acorde al tono general de la obra.
   En conclusión, Lincoln es una película perfecta, en el sentido más académico del término. La dirección es tan buena como Spielberg acostumbra, el guión una obra de relojería suiza, la banda sonora de excepción, el reparto insuperable... Y ya está. Todo muy bonito, muy correcto, muy de manual. No produce más placer que el que da observar un trabajo bien hecho, no más sentimiento que tenue satisfacción en el rostro, no más recuerdo que cuando vi, por ejemplo, The Artist. Y no veáis lo molón y profético y paradigmático que quedará esto último en caso de que Lincoln se lleve la mayoría de los veinticinco premios a los que opta. Porque, ya que estoy, echo la quiniela. 

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