miércoles, 17 de febrero de 2016

Todo en orden


De primeras, la llegada de Deadpool este año a nuestras pantallas se antoja apetecible, refrescante, necesaria. No porque ya fuera hora de probar a insuflarle vida cinematográfica a un personaje carismático pero desconocido para el gran público, sino por lo que esta vida pudiera aportarle al acartonado estado en el que se encuentra el género superheroico actualmente: el 2016 como punto de ebullición de toda esta inmensa e incombustible burbuja que no tiene visos de estallar más allá de pequeños y efímeros pinchazos (ya nadie se acuerda de 4 Fantásticos, y eso es un grave error). En el horizonte tenemos nada más y nada menos que las tres películas "definitivas" de las tres grandes franquicias superheroicas de la actualidad, ninguna de las cuales tiene pinta de que vaya a sorprender en demasía, a no ser que: A) Capitán América: Civil War ofrezca algo más que el correcto y sobreprogramado entretenimiento del que Marvel productora es adalid; B) X-Men: Apocalipsis ni siquiera consiga hacer lo que hace la mayoría de sus entregas (esto es, darle un mínimo de dignidad al género); y C) Batman v Superman: El amanecer de la Justicia no sea tan jodidamente desastrosa como todo apunta a que será. 
   Ante tal panorama, un tío que rompe la cuarta pared, no se toma muy en serio a sí mismo, y es perfectamente consciente de lo excesivo de todo este carajal, debería ser recibido como la gran salvación de esa gente cínica que ya está un poco hasta las gónadas de todo. Sus garantías son un guión que sólo llegó a ser filmado una vez un buen número de personas creyó que valía la pena, un actor protagonista comprometido con la causa hasta niveles kamikazes, una promoción que no ha tenido miedo a hacerlo absolutamente todo para vender, y un afán de transgredir haciéndose pasar por falta de pretensiones. O viceversa.

Me permitiré una nueva referencia maliciosa a Batman v Superman limitándome a poner esta imagen. Prosigamos.

   Deadpool es una película que funciona dependiendo exclusivamente del rasero con que la mires, o de las expectativas que tuvieras en lo que pudiera llegar a significar con respecto a sus hermanas mayores. Tan orgullosa está de ser la oveja negra y el renglón torcido, tan ufana de su inmadurez y energía, que en principio no tiene mucho sentido echarle en cara los posibles fallos que pudiéramos encontrarle a su armazón dramático, pues el mismo personaje miraría a cámara y nos desafiaría diciendo que qué coño esperábamos, si una nueva peli de Christopher Nolan, o qué. Es lo que tiene la autoconsciencia: lo invulnerable que te hace parecer, lo bien que consigue que dés la impresión de que te la repampinfla todo y sólo quieres echarte unas risas a costa de quien sea.
   Por ello, el máximo esfuerzo invertido en Deadpool ha ido encaminado a algo tan meritorio como es conseguir que te partas la caja. Sin complicaciones. Sin reflexiones. Sin mesura ninguna, tampoco. Hay tal cantidad de chistes, bromas, tacos, mutilaciones ridículas, referencias sexuales, metapolladas, easter-huevazos random, que por fuerza alguno ha de funcionar, ya sea por acumulación o porque realmente lo merece. Y esto no es malo en absoluto, porque es lo que todos los tráilers y carteles prometían, y lo que un personaje como Deadpool, Masacre para los nostálgicos, merecía. Otra cosa es si, ya que se estrenaba justo en este año, con el panorama descrito, con el hastío acumulado, la película se debería haber preocupado por ser algo más, o hubiera querido serlo alguna vez. En cualquier caso, no lo ha conseguido.

"¡¿Que Hugh Jackman no es el prota de X-Men: Apocalipsis?! ¡Mamma mía!"

   Así, Deadpool no es ni la mitad de transgresora que otras propuestas finalmente más interesantes como Kick-Ass, Watchmen, o incluso Los Increíbles, y sus ínfulas de destrucción y defecación sobre la marca Marvel se quedan en eso, en ínfulas, en lo que pudo haber sido y no fue. De este modo, visto como propuesta en su conjunto, y al margen de todos esos chistes que, sí, para qué nos vamos a engañar, funcionan, Deadpool sólo es una película de superhéroes al uso con algo menos de interés en lucir efectos especiales (cosas del bajo presupuesto, asunto sobre el cual, faltaría más, también se ironiza), o meter a su protagonista en la misión de salvar al mundo de rigor. Sus puntos cardinales son la venganza, por un lado, y por otro el salvamento de la genérica damisela en apuros, con algo más de carácter que de costumbre más por el hecho de que diga tacos y se la vea follando que por otra cosa. Añadiéndole un romance cursi y de chusco desenlace, resulta que Deadpool acaba siendo tan conservadora en sus presupuestos como pueden serlo cualquiera de las películas protagonizadas por sus compañeros de mallas, con villano de 0 carisma, chusca utilización de los flashbacks, y escena poscréditos incluidos.

Desde que vio El renacido, el pobre Wade no ha vuelto a ser el mismo.

   Y, a pesar de todo, te ríes. A carcajadas, y con menor suspicacia de la que un servidor invirtió en Guardianes de la Galaxia, la prima hermana a la que Deadpool debe el existir, y la cual ya supuso la eclosión de estos tiempos tan listillos y limitados que nos ha tocado vivir. En Deadpool, en efecto, todo parece mucho más auténtico (incluso la banda sonora, también deliberadamente hortera, funciona mejor), y no es la suya una molaridad vacía y calculada: realmente te imaginas la redacción de su guión como una macrofiesta con petas y chupitos, y no como una aséptica habitación llena de pizarras y diagramas. Ryan Reynolds está monísimo riéndose sin piedad de sí mismo, se agradece que se hayan conservado hasta las bromas más tontas, y es un gustazo la falta de tabúes que han llevado por bandera. Una falta de tabúes, sin embargo, más limitada e intrascendente de lo que parece, por puro desinterés en cargarse una fórmula que tampoco es que funcione tan mal. No hay que cambiar tanto las cosas, parece decirnos Stan Lee en su imprescindible cameo, que al fin y al cabo vivimos de esto y hay que pensar en la secuela.
   Total. Que mucho jijijí, mucho jajajá, pero un meh como una casa en los créditos. Cómo jode que te den exactamente lo que te prometieron. Y cómo mola, en contrapartida, pensar que la última esperanza de darle un golpe de timón al género superheroico reside, ahora, en Batman v Superman. Aunque sea para acabar destruyéndolo del todo. 

Nuestros héroes ya están preparados para la acción.

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