jueves, 16 de mayo de 2013

Mia Wasikowska, una chiquita que es la monda


Un espectador de a pie suele desconfiar cuando le recomiendan una película porque es "visualmente impactante". Suele desconfiar y con razón, porque amparados en estas potenciales ventas de moto se yerguen filmes que, en el mejor de los casos, son aburridos, y en el peor, te plantas frente a una cosa como To the Wonder, la última de Terrence Malick, que no comenté por aquí debido a que tal era el sopor y la irritación provocados por la ceñuda cara de Ben Affleck (que deje de actuar de una vez, por Dios), que no pude nunca pasar del minuto 30. Eso sí, Olga Kurylenko es muy guapa y bastante expresiva (que a fin de cuentas es lo único que parece pedirle Malick a sus actores, además de que les gusten las mariposas y no aprecien demasiado su tiempo en pantalla), toda una sorpresa tras aquella soberana basura llamada Quantum of Solace en la que competía con Daniel Craig por ver cuál de los dos ponía más cara de extreñido. En fin.
   Hablábamos del aspecto visual, antes de remontarnos a Terrence Malick y a Marc Forster (jiji, nadie se acuerda de este tipo), y a lo que quiero llegar es a que he visto una película que destaca de un modo mayúsculo visualmente hablando, de ésas en que cada plano es una pequeña joya de composición, encuadre y fotografía (desempañaos las gafas, morbosillos), y que aún así no se hace aburrida. De hecho, supone un entretenimiento tal que debería arrasar en taquilla, porque el film en cuestión es un thriller erótico raro de la hostia, dura unos escasos 90 minutos, y viene firmado por Park Chan-wook.
   Por si algún lector desconoce quién es el director asiático de moda, diré que viene de la tierra del Gangnam Style y que dirigió hace unos años una de las obras maestras del siglo XXI, por título Old Boy. Esta película visualmente era una maravilla, en un exceso encantador y tan lujoso e imaginativo que dejaba a Malick y a cualquier chorripollez metafísica de las suyas a la altura de Peter Dinklage (un beso para él). Y, además de ser una maravilla en este campo, presentaba un guión prodigioso y estremecedor, perverso y trágico (su último acto es, directamente, inolvidable). Lo que se dice, cine completo. El mejor posible.

Ya, éste no es Park Chan-wook. Pero aceptadlo, no tenéis ni puta idea de cómo es Park Chan-wook

  Ahora el amigo Chan-wook se ha hecho a las Américas, poco después de dar luz verde a un remake americano de su obra magna del que no sé mucho, sólo que hace tiempo se planteó a Will Smith para el papel protagonista, en la que puede ser fácilmente la peor decisión de la historia. Y como fruto de esta aventura llega a nuestras pantallas Stoker, la excusa por la que volví a entrar en una sala de cine tras un periodo de tiempo inadmisible, acaso traumatizado por lo último que vi (La Jungla 5. Un buen día para no gastarse una millonada en ataques al hígado), acaso impelido por la cantidad de mierda que ha copado últimamente la cartelera (¿cuántas mierdas ha estrenado Tom Cruise en lo que llevamos de año?).
   No me detendré en explicar de qué va Stoker, porque probablemente pensaréis por la sinopsis resultante que os halláis ante una suerte de Hamlet femenino, y no tiene que ver casi nada con eso. El guión, de un tal Wentworth Miller, adelanto desde ya que no es ninguna maravilla, pero ha encontrado en la figura de Chan-wook la que mejor podía sacarle partido, y ofrecer en un envoltorio inmejorable una historia, por momentos, hasta predecible. Nada que ver con Old Boy, ya puestos. 
   Pero la dirección de Chan-wook es tan impresionante que lo eclipsa todo, y lo sume en un halo de grandilocuencia tal y de, sobre todo, TANTO mal rollo, que el espectador acaba extasiado, asaltado por un variado aluvión de sensaciones: desde la incrédula diversión (ese Matthew Goode gesticulando con las tijeras de podar y queriendo parecerse a Ryan Gosling), hasta el puro miedo (las expediciones de Mia Wasikowska, de la que en breve hablaré, al sótano siniestro de turno), pasando por una perpetua fascinación (los SUBLIMES montajes paralelos desarrollados en los tres momentos cumbre del filme; el desconcertante inicio; el asesinato en el bosque; los cabellos de Nicole Kidman tornando la maleza en la que se esconden dos cazadores, o, sobre todo, la escena en la que Matthew Goode y Mia Wasikowska tocan el piano, donde, lo confieso solemnemente, me llegué a empalmar).
   Chan-wook hace maravillas con el material del que dispone, que no es sólo un guión tan vago y sugerente que lo permita (las revelaciones de la trama siempre se producen mediante poderosas imágenes, apenas diálogos), sino también una banda sonora de excepción (cosa que también sucedía en Old Boy) y un enigmático rostro, el de Mia Wasikowska, capaz de tenernos encandilados durante hora y media.

¿No es una monería?

  Veamos. Nadie en el reparto de Stoker se merece un Oscar: Nicole Kidman, aparte de enfrentar una cagarruta de personaje, está tan empeñada en seguir pareciendo joven que ya no parece ni humana; Matthew Goode, salvo en un par de momentos puntuales, parece tomarse el papel a cachondeo; y aún sigo preguntándome a quién se la chupó Jacki Weaver para conseguir una nominación por El lado bueno de las cosas. Pero entre toda esta eficaz corrección, cuando no mediocridad, destaca la chica del apellido raro y el rostro inexpresivo, gracias a que su papel es, con mucho, el más agradecido del guión, y a que, por su propio físico, resulta muy difícil no lucirse en dicho rol. India Stoker es el personaje más perturbador que he visto en una pantalla de cine en mucho tiempo, uno con el que nunca sabes qué esperarte, y que no podría haber sido interpretado por otra chica que no fuera la Wasikowska (ver cuando se masturba en la ducha, o la ya citada escena del piano). Para la memoria fílmica queda su pálida faz, su victoriano estilo de vestir, sus zapatos blancos, el lápiz manchado de sangre. Los últimos compases del filme, donde ella es la máxima estrella, son, a falta de otra palabra, acojonantes.
   Y, de hecho, no hay mejor palabra para definir a Stoker. Una película acojonante. No es Old Boy porque Old Boy tenía un guión infinitamente mejor que éste, pero la aventura de Park Chan-wook en Hollywood no podría haberse saldado con mejor resultado. Y mi regreso a una sala de cine, tampoco.

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